martes, 30 de diciembre de 2014

EN EL TIEMPO

El pasado es un pozo ciego donde la memoria y el olvido traman la ficción verosímil de lo que queremos haber sido y esculpen el rostro de quienes soñamos ser.
El presente se postula único, soberano, paradójicamente eterno, definitivo, y adopta la apariencia enérgica de la Verdad; sin embargo, es cicatero y melindroso y frágil, y se escabulle a cada instante como si no fuera con nosotros.
El futuro carece de recuerdos.

domingo, 30 de noviembre de 2014

UNA TESIS


“No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar
por tal manera”.

Con esta sextilla manriqueña principié, en febrero de 2006, la presentación de mi libro La sonrisa vertical. Una aproximación crítica a la novela erótica española (1977-2002), título que se constituía en secuela impresa, definitiva, de una tesis de doctorado perpetrada en su mayor parte durante el verano de 2001.
En los años previos, prácticamente desde 1994, había imperado la lectura errática de bibliografías, el miedo a redactar algún capítulo que le fuese dando forma, la incertidumbre y la parálisis de quien no alienta ambiciones académicas en la universidad y, en fin, el abandono intermitente del proyecto.
Pero una tarde de mayo supe casi por casualidad que mis créditos se agotaban en poco más de tres meses, y que si no culminaba el trabajo en ese plazo tendría que someterme a nuevos trámites administrativos, incluidas matrículas y reingreso de tasas.
Espoleado por la urgencia, leí y anoté veinte novelas eróticas en veinte jornadas, al tiempo que urdí un plan para someterlas a estudio y análisis crítico comparado en cuatro semanas más. En septiembre se encuadernaron las copias requeridas, se constituyó el preceptivo tribunal afín y se fijó fecha para la lectura pública.
Sucedió un 30 de noviembre. Nunca antes, ni después, recuerdo haberme reprimido tanto las ganas de evacuar como en aquellas tres horas eternas que pasaron entre mi exposición, el sesudo comentario de cada uno de los cinco sabios y las preguntas y respuestas que exigía el protocolo.
Sobresaliente cum laude.
Almuerzo entre doctores.  

El texto anterior se publicó en otra parte menos frecuentada; por eso, hoy, se me ha ocurrido traerlo también a esta página. Posteriormente supe que el mismo día de la lectura se marchaba de la vida Jorge (el aliento casi cínico de Martínez de Paco), enfermo de Steinert, al margen de todos y de todo, vigorosamente inédito, póstumo como un dios. 

viernes, 28 de noviembre de 2014

SEÑAS DE GOYTISOLO (JUAN)

Cuando el otro día supe que a Goytisolo (Juan) le habían concedido el premio Cervantes, lo primero que me pregunté fue si lo aceptaría; lo segundo, si tendrá ganas de venir a recogerlo; lo tercero, con qué clase de discurso saludará a las autoridades que presidan el suceso.
Luego me acordé de mi lejana lectura de Señas de identidad, aquel invierno incierto de 1993-94 que para mí significó una tregua, el regreso fugaz y la despedida definitiva de la casa de los padres. Yo entonces no hacía más que pensar novelas que nunca escribiría, engordar dietarios y cuadernos de apuntes, descreer de mis posibilidades de acceso a una plaza en la enseñanza pública, acarrear pequeñas cargas de leña y vigilar el fuego de la estufa junto a la que me cobijaba, leyendo desde la caída del sol.
Mantengo muy viva la sorpresa de que el relato de Goytisolo (Juan) comenzase con el Réquiem de Mozart: precisamente yo había imaginado el mismo inicio para alguna de las historias que pensaba perpetrar en un futuro, y esa coincidencia me jodió y me alentó a partes iguales. Después, en el capítulo III, me maravilló que Goytisolo (Juan) situara la trama en escenarios vecinos de donde me hallaba: Elche de la Sierra, Molinicos, Riópar, Letur, Socovos; hasta tuve la tentación de acercarme al lugar para comprobar si en efecto allí estaba la cruz de piedra con la inscripción de los cinco caballeros españoles asesinados por la canalla roja de Yeste.
Me vislumbro como una sombra en el recodo perverso de la edad, inclinado sobre el libro aquel de Goytisolo (Juan), subrayando renglones y pasajes con la diligencia imperturbable de un aprendiz con todas las vidas por delante, soñando.
Cuando estuve en Marrakech, hace cuatro o cinco nocheviejas, un amigo que vive en la ciudad me informó, entre otras cosas, de la costumbre de Goytisolo (Juan) de despedir el día desde la terraza del Café de Francia, frente al espectáculo único de la plaza de Jemaa El Fna. Pero no di con él, así que no le pude preguntar por qué no le habían otorgado aún el Cervantes que tanto merecía, ni si aceptaría el honor pese a su actitud sobradamente conocida frente a la farsa de los premios, sobre todo los institucionales, ni si no obstante acudiría a recogerlo de manos de un rey, ni con qué clase de discurso se atrevería a saludar a las autoridades.
Pronto se sabrá. Pronto Goytisolo (Juan) dejará de ser noticia, otra vez.

lunes, 24 de noviembre de 2014

RÁFAGA DE LUCIDEZ

Sé de cierto paréntesis, de determinada secuencia aislada de cualquier progresión en el tiempo, en que todo encaja sin que me pregunte cómo, en que a uno le parece que las galaxias y los universos y sus sistemas planetarios se sacian de una armonía primigenia, plena, definitiva. Quienes atisbamos el milagro nos sentimos partícipes de esa comunión, inmediatos e insustituibles, misteriosamente necesarios para que nuestra esencia fugaz avive sin descanso el fuego de la eternidad. Dura poco, no más de una fracción de minuto, como una especie de déjà vu en que la presencia absoluta no se anticipa a ningún después, ni se justifica en ningún deseo ni porvenir: simplemente es, y así se basta. Algunos lo identifican con la palabra Dios o recurren a soluciones fáciles, como la idea de felicidad, de gozo extremo, de inteligencia emocional. Para mí no es más ni será menos que la nostalgia de una conciliación imposible, un destello antiguo que huye de nosotros los humanos, una extraordinaria ráfaga -todavía- de lucidez. 

martes, 18 de noviembre de 2014

EL ABUELO PEDRO

Ayer, de mañana, por diversos meandros del pensamiento, vine a acordarme de mi abuelo Pedro. Su imagen ya no me abandonó en toda la jornada.
Había nacido en 1906, hijo de Francisco y Beatriz, y completó sus noventa años volcado casi hasta el fin en faenas agrícolas. Conozco media docena de anécdotas que ilustran su biografía de hombre anónimo.
Durante el servicio militar, en Madrid, hizo guardias a Primo de Rivera. Luego lo volvieron a reclutar para la guerra del 36, y aunque le daban igual los unos y los otros, participó en la batalla de Brunete del lado republicano. Se vino al pueblo con un permiso médico breve, al azar de los caminos y las gentes, enfermo de trincheras y de muertes, y los últimos meses del conflicto los vivió escondido en un cortijo, huyendo de que lo reclamaran para regresar a aquel infierno.
Durmió en la cárcel una sola noche, cuando algún desalmado lo denunció por hablar en la calle, a horas indebidas, con otros dos al parecer tan subversivos como él.
Adusto y laborioso, siempre tuvo una burra que lo acompañaba a las huertas.
Fumaba a diario un par de cigarrillos de liar; y cuando un médico le habló de sus pulmones no necesitó ni un minuto para prescindir definitivamente de ese hábito.
Llevaba un braguero que le sujetaba la quebrancía, pero que jamás le impidió echar una mano cuando había que sembrar las patatas o recoger la oliva del suelo o buscar ripios, como él los llamaba, para insertar en el muro de piedra de la casa.
Era tan celoso del trabajo y del esfuerzo que no entendía que algunos jóvenes salieran a correr sin más propósito, desperdiciando esa energía tan necesaria para el campo.
Un domingo, en la mesa familiar, protestó que él no debería comer porque aquel día no había hecho aún nada de provecho; y no lo dijo en broma.
Ya octogenario, sentado en una caja de albaricoques, mientras almorzábamos en el bancal, le oí decir una sentencia que luego aproveché para enhebrar un mal soneto.
Lo recuerdo en mis visitas de los últimos años, siempre erguido sobre la silla, delante del televisor que no veía ni oía, junto a la estufa de leña, casi ausente.
Nunca se quejó; lo único que no quería es morirse, porque la muerte es una cosa para siempre.

jueves, 6 de noviembre de 2014

LLENA

Calculo el desasosiego
de la luna cuando tú
no la miras, cuando tú
no la inventas, cuando tú
no la nombras.

Hazte cargo, mi amor:
tus sombras
obran.

martes, 4 de noviembre de 2014

LA VERDAD DE LA LITERATURA

Mientras la docilidad de mi coche se deja conducir en las idas y vueltas de la travesía cotidiana,  escucho en la radio el caso de las violaciones de niñas en un barrio de Madrid, la alarma social y el miedo, el avance de las pesquisas policiales, el cerco cada vez más estrecho, la detención de un sospechoso de apariencia normal, alguien de quien nadie había sospechado; y el sobresalto de la realidad me devuelve quince años atrás, a las tardes ociosas e idílicas y casi a las sensaciones transferidas desde las páginas de Plenilunio, aquella novela de Antonio Muñoz Molina.
Leo en los medios, con una mezcla intraducible de curiosidad y de pereza, mientras me tomo el café cortado que señala el ecuador de las clases, las últimas noticias sobre los rigores del Ébola en los países de origen y el contagio de una enfermera en los Estados Unidos y de otra enfermera en España, el pánico en los rostros del vecindario, la tendencia a culpabilizar a la paciente que permanece aislada en una planta de hospital; y el rigor de los acontecimientos y la insensatez secular de los gestores husmea en el itinerario de antiguas lecturas y me trae la imagen de un ejemplar de Ensayo sobre la ceguera, mi primer encuentro con Saramago, y antes aún, en el otoño de 1987, la precisión marmórea y los últimos renglones de La peste, de Albert Camus.
Comentan los tertulianos del mediodía televisivo, mientras ingenio cualquier exquisitez con las reservas del frigorífico y el apoyo indispensable de la despensa, el avance meteórico que los sondeos de intención de voto vaticinan para una formación que se sirve de la palabra "casta" para agrupar a los políticos de oficio, esos que hoy andan de boca en boca, de juzgado en juzgado, de celda en celda, y esos otros a los que no identificamos porque todavía los cubre el nivel de la mierda; y en el fragor de la tertulia, harto de actualidades sin talento, no puedo menos que reconciliar mis horas con el volumen de la primera edición de Escuela de mandarines, el universo de palabras de Miguel Espinosa.
A menudo la verdad del mundo es sórdida y mezquina y transpira la podredumbre que solo el ser humano genera. En cambio, la verdad de la literatura, de la buena literatura, se eleva sobre nuestras peores pesadillas, nos acompaña en un letargo benéfico y, cuando se sabe necesaria, reaparece y nos consuela, nos salva de nosotros mismos.

sábado, 25 de octubre de 2014

EL POZO DE ONETTI

"Una mujer quedará cerrada eternamente para uno, a pesar de todo, si uno no la poseyó con espíritu de forzador".
"A veces me parece que es un ser perfecto y me intimida".
"Huxley era un cerebro que vivía separado del cuerpo".
"el surrealismo es retórica".
"[...] el sarampión antiburgués de la adolescencia".
"Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene".
Libreta de citas, febrero 87

lunes, 20 de octubre de 2014

GENTE QUE SE ALEJA

Alguien vino a decirme que nuestras vidas son como un viaje en tren, pero un tren de los de antaño, con pequeños compartimentos y pasillos transitados. Tú miras el paisaje que huye tras la ventana mientras los diversos tipos humanos suben, se acomodan ahí enfrente y dormitan, o bien leen una novela en cuyo título querrás averiguar su verdad profunda y su destino, o te observan con el impúdico recelo de los recién llegados, o emprenden una conversación que poco a poco se convertirá en el monólogo extraordinario de toda su existencia; luego hacen un gesto impostado, se apresuran a recoger sus paraguas, sus abrigos, sus maletas de mano, y sin pronunciar un triste adiós desaparecen de tu vista y de tu mundo, cambian de vagón o se apean definitivamente. De ellos solo queda en ti su imagen escurridiza, la invención perdurable de un recuerdo que gime en soledad.
En los últimos meses he visto alejarse tanta gente -febriles colegas, maestros y discípulos, asiduos contertulios de café vespertino, cómplices en el afán de las palabras, convidados al calor de la casa y la prodigalidad de la mesa, amistades que mi fe de entonces juzgó verdaderas- que ya no sé si quien continúa en su compartimento y mira el paisaje que huye tras la ventana soy todavía yo o es otro que ocupó mi sitio cuando salí a tomar el aire, a fumar un cigarrillo, y fui yo quien no supo o no quiso recuperar su abrigo, su paraguas, su maleta de mano, el hilo extraordinario de aquel monólogo.
Proclive a los balances, a la impunidad de los saldos, a menudo me pregunto cuántos adioses en bocas ajenas vagarán por el purgatorio de las distancias, cuántos se habrán ido marchitando en el borde orgulloso de mis propios labios.

sábado, 11 de octubre de 2014

LIBRETA DE CITAS

No, no se trata de un secretísimo censo de animación promiscua, al modo del que antaño esgrimían los mujeriegos compulsivos y aquellos aprendices de seductor que mi adolescencia idolatraba. De lo que hablo es de un relicario intelectual (por así decirlo) que dormita no en una, sino en dos libretas en las que fui anotando aplicadamente, mes a mes, entre 1987 y 1991, con la caligrafía esforzada que imprimimos a los empeños de juventud, todas mis lecturas de entonces y el caudal respectivo de frases y fragmentos que me parecían memorables, dignos de ser citados. En la primera, de pasta verde, volqué hasta ochenta títulos; en la segunda, de pasta amarilla, que quedó interrumpida, sesenta y seis. Eran los dorados tiempos de la universidad, cuando las horas ociosas se saciaban de libros ajenos y de versos propios, de ensoñaciones soberanas y de futuros perfectos. Me atraía el decir sentencioso, la agudeza de un símil o de una paradoja, la palabra exacta puesta al servicio de la inteligencia. Releo aquellas citas, hoy descontextualizadas, y en muchas no alcanzo su razón o su atractivo, o bien mi edad las reinterpreta con cierto sonrojo, como si quien las subrayaba al hilo de la lectura y luego las transcribía a modo de inventario fuese alguien que no sabría reconocerse en quien he venido a ser. Abro al azar y me ilumina la certeza próxima de Borges, uno de sus cuentos, anotado en agosto del 88: "Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es".

domingo, 5 de octubre de 2014

LA ESPERA

Habían ido desapareciendo durante la primera quincena de septiembre, aferrados a sus pesadísimas maletas, nerviosos con la inminencia de una travesía que en aquel entonces duraba jornada y media entre vagones y trasbordos y horas muertas, rehenes de ese vértigo sin medida que se ceba en los humildes cuando se ven forzados a cruzar fronteras.
Aquí solo quedaban los más viejos y los más niños, y también alguna familia extraviada que este año no encontró patrón o que regentaba su pequeño negocio, de modo que las callejuelas se convertían en espacios fantasmales donde al caer la tarde apenas se escuchaban esporádicos pasos misteriosos, intrigantes voces que susurran, el aporreo persistente de una puerta; o el ladrido nocturno de los perros.
A su llegada, los vendimiadores mandaban una carta de caligrafía penosa que informaba de los cuatro tópicos -los rigores del viaje, el sol y la lluvia, las añoranzas-, y tan solo los más osados y cosmopolitas se atrevían a concertar una conferencia telefónica en el locutorio del pueblo. Narbona, Florensac, Pézenas, Montblanc, Béziers o Sainthibery eran para nosotros nombres míticos, lugares referidos que coloreaban el mapa de la emigración estacional y prometían el desahogo de muchas familias.
Ahora, vencido san Miguel, se anunciaba el retorno jubiloso de los primeros grupos. Pero no había manera de saber con certeza qué día ni a qué hora, si en el autobús de la mañana o en el de la noche o en el intempestivo taxi de la madrugada. Así que cada atardecer, por si sí o por si no, con lluvia o sin ella, caminaba con mi madre hasta el punto de venta de billetes y me sentaba en el banco de una sala escueta a esperar, nunca se aseguraba por cuánto tiempo, compartiendo la desidia con otros vecinos que aguardaban a los suyos lo mismo que nosotros, conversando entre suspiros fúnebres, tolerando la tos endémica de los fumadores.
Casi siempre regresábamos tristes, doblegados por la evidencia, sumidos en un silencio apático. Pero hubo alguna vez en que se insinuó el rostro al otro lado de la ventanilla y era él, el padre o el tío o el abuelo; sucedía el abrazo y el chasquido de besos, y luego caminábamos todos juntos calle arriba, tirando de las mismas maletas pesadísimas, con una punzada de alivio, como si también los que esperábamos estuviéramos volviendo.

martes, 30 de septiembre de 2014

DARÍO [21-09-2014]


En la cima del tiempo,
con los ojos enormes como esponjas de luz,
su nombre se abre paso entre los brazos,
otea en los azules de un lento porvenir,
se sacia de los días primitivos
que poco a poco esculpirán su ser.

Plenitud ilusoria de todos los comienzos:
después lo acuciarán los miedos,
la dolorosa paz de las caricias,
los errores, las treguas, los recuerdos,
las palabras confusas, los adioses,
esa inercia sutil de cuanto vive.

Con los ojos enormes, en la cima...

martes, 16 de septiembre de 2014

EL FILÓSOFO

El bachillerato que estudié constaba de tres cursos, y justo en el último me enteré de que podía optar entre Religión (dos horas semanales con visita en el aula del cura del pueblo) y Ética (dos horas que nunca se sabía quién iba a impartir, ni dónde). Para variar, atendiendo a incipientes convicciones anticlericales y a un instinto romántico de rebeldía, mis dieciséis años trazaron la equis en el cuadrito de los que acabarían con sus huesos en el infierno.
Al principiar octubre, con el comienzo de las clases, arribó un joven profesor de Filosofía que casi de inmediato se ganó el más socorrido de los apelativos posibles. Lo recuerdo muy blanco de piel, con lagunas imberbes en la cara, físicamente frágil. Era despistado, ocurrente y distante, y no ocultaba su pizca de soberbia o de prepotencia doctoral. Cultivaba ciertas excentricidades que, fuera y dentro del espacio docente, a los muchachos de aquel tiempo se nos antojaban inseparables del ejercicio filosófico. Usaba el novedoso look de un cordón para sujetarse las gafas por el cuello, y calzaba zapatillas rojas. No sé si venía de Madrid, pero algo en él expresaba ascendencias gallegas. Se llamaba Ricardo, y aquel curso yo fui su único alumno de Ética de tercero de BUP.
Dos veces a la semana nos citábamos en un cuchitril bautizado como departamento de Filosofía. Me procuró tres libros, uno por evaluación, para que los leyera allí mismo y luego le entregara un trabajo. De La metamorfosis de Kafka, el primero de ellos, dijo que nadie debería abandonar un instituto sin conocer esa historia. El extranjero de Camus, que se ha convertido en una referencia constante a lo largo de mi vida, me obligó a leerlo en francés porque no tenía otra edición a mano. Y también trabajé El marxismo como moral, un pequeño ensayo de López Aranguren.
En aquellos encuentros apenas hablábamos: yo tomaba notas de mis páginas y él se dedicaba a sus cosas. Sin embargo, en algún lugar quedará escrito que tenía que ser él, que de hecho fue él quien me mostró el camino hacia Kafka y hacia Camus; que fue él quien me reveló por vez primera y con cierto apasionamiento la pareja conceptual apolíneo/dionisíaco; que fue él quien puso la magia de las palabras a la anécdota de Nietzsche abrazando un caballo en medio de la calle. Tal vez para él fueran trivialidades escolares, actos irrelevantes en un minuto extraviado; pero ahora forman parte indisociable de mis querencias, de mi ser emocional e intelectual, de mi vida.
Los profesores no tenemos idea de las luces que vamos encendiendo.
Han pasado tres décadas, temía haber olvidado estos detalles.
De aquel Filósofo no he vuelto a saber nada.

sábado, 13 de septiembre de 2014

ESCRIBIR LA AUTOBIOGRAFÍA

Es condición de los diarios que se escriban en caliente, con el estímulo todavía a flor de piel, abonados a esa deliciosa inmediatez de lo que se sabe y se quiere fragmentario. Y así van coloreando poco a poco el cuadro de la memoria.
La autobiografía, en cambio, se abastece de distancias, de perspectiva, de estructura, lo que garantiza la unidad de las partes en relación al todo. Para escribir la autobiografía hay que tener ya una percepción mítica de la propia vida, que será entendida como un Destino en el que cada pieza fue cumpliendo su función orgánica. También hace falta esa inquietud anacrónica, esa motivación casi póstuma que empuja a reconstruir los recuerdos a través del lenguaje, ese resorte de la voluntad  que al mismo tiempo se muestra autoindulgente con el propio pasado.
La paradoja está servida: es muy raro que tales condiciones permanezcan a cierta edad, justo a la edad en que el grueso de la vida quedó atrás y ya parece legítimo pensar en escribir la autobiografía.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

LUNA DE HOY

Puntual como el destino,
invariable, tozuda:
esta luna de hoy
ha esperado milenios
la mirada de un hombre
que ha nacido anteayer
y morirá mañana.

viernes, 5 de septiembre de 2014

LECCIÓN CON VICEVERSA

Me dice mi hijo -la altura de sus trece años- que un día del pasado agosto, en la playa, él y otros amigos perpetraron sobre sus cabezas la hazaña del cubo de agua fría, un reto en el que se han implicado rostros famosos para contribuir a la causa noble que han popularizado las imágenes de los noticiosos (que diría Mafalda) y la red de redes (que dirían los redichos). Añade que incluso grabaron con sus móviles el instante de chaparrón respectivo, aferrados a la idea de colgarlo luego en el saco sin fondo de las modernas tecnologías y aportar cada uno, en su modestia adolescente, diez euros de solidaridad.
La esclerosis lateral amiotrófica, o ELA, es una enfermedad hasta ahora poco conocida, neurodegenerativa, que provoca parálisis muscular progresiva e irreversible, y que necesita de grandes sumas de dinero para que los científicos la sigan investigando y encuentren las soluciones que su tratamiento demanda. La idea de vaciarse encima el cubo de agua y el reto inmediato a tres personas más es, qué duda cabe, ingenioso desde el punto de vista recaudatorio, pues multiplica la suma y la publicita sin fin. Y así se lo trasladé a mi hijo. Después lo felicité por su iniciativa e indagué con verdadero interés si lo había colgado ya, pues no quiero perderme la impronta de su cuerpo recibiendo varios litros de agua por segundo. De su respuesta, al principio elusiva, me sorprendió el caudal de madurez crítica que denotaba al enunciarla: no, no lo ha puesto en Internet ni lo va a poner, primero porque él no es tan famoso como para arrastrar a otros, y segundo porque el desafío ya se ha convertido en una especie de diversión, en una moda hipócrita, pues muchos de los famosos y no famosos que se prestan a ello ni siquiera saben por qué lo hacen ni en qué consiste la enfermedad y probablemente ni ingresan el dinero.
Me dejó de piedra.

domingo, 31 de agosto de 2014

FOTOGRAFÍA DE PERFIL

La otra tarde estuve inspeccionando las entrañas formales de estos retales y pensé que sería bueno sanearlos un poco, darles un aire nuevo coincidiendo con el cambio de estación, adecentarlos para la travesía de los próximos meses. Constaté que, durante muchos años, mi foto de perfil no fue de perfil, sino la sombra de mi cuerpo proyectada sobre las losas de una calle de Roma, junto al castillo de Sant'Angelo si no recuerdo mal, con motivo de una visita de 2009. De vez en cuando me ha tentado la posibilidad de cambiarla por otra más reciente, con mayor empuje, de manera que mi rostro y mi mirada -no de perfil, sino frontales- se mostraran nítidos a la mirada y al rostro de quien abriese esta ventana desde cualquier lugar del mundo, en un signo de autenticidad que razonablemente algunos juzgarán presuntuoso. La otra tarde barajé unas cuantas poses en color, seleccioné la más amable y mi arrebato la publicó; pero a los pocos minutos ya la había retirado: en una fotografía, sobre todo si se trata de rostros, el uso del color le roba el potencial de misterio o de romanticismo que late en ella para cuando sea contemplada desde el futuro. Al fin colgué una instantánea que aún desprende cierto magnetismo -imagen movida, difuminada, casual- y que debo a la pericia de Sebastián Mondéjar, el amigo que la capturó en la presentación de mi último libro de poesía, allá por 2006.

viernes, 29 de agosto de 2014

EL TIEMPO ES EL AMO

De aquel hombre apenas conservo imagen física, pero aún lo siento deslizarse como una sombra por los cautelosos escenarios de mi infancia. El mote por el que lo llamaban y mentaban en el pueblo, intraducible al castellano, adquiere hoy resonancias mezquinas, como si se cebara en ese desaliño campesino que ya entonces nos resultaba anacrónico a los jóvenes de mi generación, impropio de los nuevos tiempos. Testigo de la guerra y sus miserias, desde mozo había trabajado duro para los señores de una hacienda en la que solo presumía de comer bien, como un Sancho satisfecho de su suerte. Su decir era el de un iletrado con coeficiente intelectual límite; gastaba un habla de chascarrillo, veteada de frases previsibles que lo convertían en pequeño bufón de la calle por la que pasaba. Siempre que se le preguntaba por cualquier evento o circunstancia, fuere más o menos cotidiano o trascendente, su respuesta invariable parecía robada a la clarividencia sentenciosa de un filósofo. Hace pocos días, en el pueblo, después de algunas décadas, volví a escuchar esas palabras que inevitablemente van ligadas a aquel hombre que cruzó por la vida sin otra pena ni otra gloria, o eso creemos quienes ahora lo citamos: "El tiempo es el amo", como solía decir El C...

sábado, 23 de agosto de 2014

MICRORRELATOS

Amanece en mi bandeja de correo (bandeja ya tan solo abastecida por media docena de páginas comerciales y otra media de propaganda) el anuncio de un concurso de microrrelato que presume de ser el mejor dotado del mundo por palabra (limita su extensión a un máximo de cien). Precisamente la semana pasada hacíamos tertulia con unos amigos, a pie de playa y en traje de baño, a propósito del dificilísimo cultivo de la novela corta, género que se debe al equilibrio de la media distancia, que no se agota en el efectismo inmediato del cuento y que tampoco quiere abandonarse a la complejidad estructural de la novela. Tirando de ese hilo, acordándonos tal vez del ineludible dinosaurio de Monterroso pero citando algún narrador contemporáneo que pudo ser pionero o al menos instigador inocente, el diálogo derivó sin mucho esfuerzo hacia la moda del microrrelato en la última literatura española. Y todos coincidimos en que el microrrelato conoce tres caminos y ninguna meta: o se confunde con un poema aprosado; o se postula primo hermano del aforismo, de la greguería o de sus innumerables variaciones; o naufraga en los intestinos de un mal chiste, jajajá incluido, en una de esas ocurrrencias de sobremesa que amenizan las avenidas democráticas de las redes sociales.

viernes, 22 de agosto de 2014

UN POCO DE ORDEN

Para quienes hemos transcurrido media vida mirando a la pizarra y la otra media dándole la espalda, el ciclo de los años se corresponde con el curso escolar. Es irremediable: el mundo, para nosotros, se crea fatalmente en las primeras semanas de septiembre, y luego va escribiendo trimestre a trimestre los renglones más o menos azarosos de su historia, hasta doblegarse ante la agonía repetitiva y previsible de cada mes de junio. Para nosotros, que fuimos bendecidos con sesenta soles y sesenta lunas de vacación consecutiva, las últimas jornadas de agosto se postulan como una bisagra estúpida, tierra de nadie en que se evidencia el antiguo desencuentro entre el calendario de los hechos y lo que los modernos han dado en llamar reloj biológico. Ahora urge limpiar la casa, cambiar o restaurar algunos muebles, atemperar el hábito de la holganza, renovar ciertos proyectos, acomodar cuerpo y espíritu a esa especie de la disciplina que solo triunfa en los espacios cotidianos. Y todo para hacernos la ilusión de que seguimos creciendo, de que todavía es posible.

miércoles, 13 de agosto de 2014

CAZANDO MOSCAS

Me había aplicado a la lectura de La broma, la novela de Kundera, en la terraza de la casa alquilada para la primera quincena de agosto. Llevaba un par de días sumergido en la historia, casi un tercio de sus páginas. De vez en cuando levantaba la vista para cerciorarme de la aspereza rotunda del paisaje y para agradecer a lo lejos, acotado entre dos montañas, el azul vespertino del mar. La densidad de la fábula se encabritaba o languidecía entre mis manos, párrafo a párrafo, mientras a mi pensamiento se le insinuaba alguna idea para un relato futuro o trataba de retener cualquier intuición desprovista de palabras. El atardecer me sorprendió sentado y sentado seguí hasta que el disco redondo de la luna se suspendió en el horizonte. Miré hacia la pared, a mi espalda, y vi que la bombilla estaba encendida y que a su luz había acudido una salamandra que permanecía quieta, imperturbable, al acecho. Cada cierto tiempo, a intervalos de pocos segundos, efectuaba una sacudida unitaria que, como un latigazo, la involucraba completamente y la devolvía al instante anterior. Entonces pensé lo que ahora anoto: que esa es la imagen más certera para el artista, para el escritor, especie de saurio que vive en un continuo estado de alerta para alcanzar al vuelo y hacer suya cada ocurrencia pasajera, cada azar y cada signo, el barro hostil de las cosas, la materia huidiza de la vida.

jueves, 3 de julio de 2014

GLORIAS PÓSTUMAS

A través de un apunte moderadamente entusiasta sobre la reciente exposición de su obra, me alcanza la secreta historia de la fotógrafa aficionada Vivian Maier (1926-2009), quien, a la vez que cuidaba niños en alguna urbe de Norteamérica, se aferró día tras día y con celo anónimo, sin pretensiones mundanas, a la certeza inmediata de su cámara. Acumulaba rollos, cientos y miles de instantáneas que ni siquiera revelaba, hasta que algún enviado de la providencia o del azar encontró los negativos de toda una vida y los rescató de las sombras.
Su caso me trae a la memoria la particular biografía de Sixto Rodríguez (n. 1942), letrista y cantante de la estirpe generacional de Dylan o de Cohen que sin embargo no supo hallar el camino hacia el éxito y la celebridad que su talento parecía exigirle al destino. La película documental Searching for Sugar Man da cuenta de las circunstancias de ese desdén prematuro, de la renuncia satisfecha de sí misma, de la extraña peripecia que al otro lado del océano aguardaba a las canciones de su único disco, de la milagrosa resurrección de su nombre y su persona al cabo de tres décadas de desencuentro con aquello que había compuesto y, acaso, con su propio ser. Desde la humildad resignada, modestamente, un poco abrumado por tanto revuelo, el artista protagoniza el misterio de su fracaso como una paradójica redención, como si ya no le importara.
Borges habló de la fama en términos de incomprensión, sentenciando que, en efecto, la meta al fin es el olvido. Me pregunto ahora si Maier y Rodríguez, espectadores de su viaje inverso, damnificados por esa especie de reconocimiento anacrónico, presintieron o adivinaron en alguna hora de sus vidas la silenciosa plenitud de la gloria póstuma.    

miércoles, 25 de junio de 2014

LA BICICLETA DE ULRICH

Aunque nunca pedaleé con calzón ajustado y camiseta refractante, aunque nunca me serví de ningún casco reglamentario ni sucumbí a la moda de depilarme las piernas, recuerdo el tránsito de mi adolescencia como una travesía al aire libre de la bicicleta.
A montar aprendí tarde, a eso de los doce o trece años, aquel verano que se me ocurrió rescatar de su herrumbre la que mi tío abandonara en el corral, bajo el caserón de mi abuelo. Era una bici antigua, de cuadro grande, y con la inolvidable particularidad de que sus pedales rodaban fijos, de modo que en los descensos tenía que separar las piernas para que ellos siguieran a lo suyo. Tampoco tenía frenos, no al principio, así que las urgencias se solventaban colocando la suela entre el tubo de metal y la cubierta trasera. Le cambié el manillar por otro que encontré entre los escombros de la Casa Rota, uno de aquellos manillares que semejaba unos cuernos del revés y que encogía mi cuerpo hasta lograr una postura de auténtico velocista. Cualquier tarde la pinté de verde, con un novedoso spray, y poco a poco me convertí en mecánico: a veces, tres o cuatro al día, el pedal se desajustaba del plato y yo tenía que desmontarlo entero para volver a colocar las minúsculas bolitas que constituían su engranaje íntimo. ¡Cuántos kilómetros de gozo pude recorrer sobre su lomo!
Tiempo después, con el dinero que ingresé en un concurso literario, tuve la liberalidad de regalarme una bicicleta totalmente nueva, de marca, dotada de siete velocidades; lleva lustros languideciendo de polvo en la casa de mis padres, allá en el pueblo. Casi por las mismas fechas, hacia el año 93, compartí piso con un muchacho tedesco que había venido a Murcia a completar estudios. Su nombre, Ulrich. Era alto y feo y de bondad incomparable. Lo primero que hizo fue agenciarse una bici para acudir a sus clases de filosofía, en el campus de Espinardo. Cuando acabó el curso me la ofreció al justo precio de cinco mil pesetas, pues no podía cargar con ella hasta Alemania. Ocasionalmente la he usado para desplazamientos cortos, por la ciudad, pero hace una larga temporada que no la toco. El lunes, en uno de sus arranques, Federico decidió rehabilitarla y la sacó del trastero.    

sábado, 21 de junio de 2014

LA GESTIÓN DEL ORGULLO

El jueves diecinueve de junio fue, sin duda, un día histórico, al menos para España y los españoles. Los días sin duda históricos son los que enhebran las páginas de los libros de Historia con mayúscula, así que al principio dan mucho que hablar y después tienen todo el tiempo del mundo para dar mucho que pensar. Son días revestidos de una pompa protectora, en los que todo parece suceder como si estuviera escrito por la mano firme del destino (esto es, de antemano), dejándose arrastrar por esa inercia ceremoniosa, previsible y anacrónica de los cuentos de hadas. Sobre la alfombra estricta de las reglas de protocolo, la voz grave lee cláusulas legales, los micrófonos del atril expanden discursos pretendidamente históricos y la selecta concurrencia, citada al efecto, ovaciona con unánime derroche de adhesión y lealtad.
A mí siempre me ha interesado la secreta mecánica de las adhesiones. Desde que vi los primeros partidos de fútbol o acudí al primer mitin por el cambio del 82, me intriga sobre todo la presunción vana que hace nido en los himnos, en los escudos y banderas, el orgullo gratuito que la nutre, el cerrilismo excluyente en que a menudo se desboca. Me inquieta esa especie de contagio colectivo cuyas razones ya vienen dadas, por la vía de peregrinas heredades, y tan solo se justifican según dictan atavismos ancestrales y honorables querencias que germinan en la identidad de la tribu. Cruzo los dedos ante las manifestaciones nacionalistas, regionalistas o localistas, de la estirpe que sean; descreo de los credos ultramundanos que humillan a conciencia la naturaleza del hombre y la mujer; me abochornan esas efusiones y delirios presuntamente deportivos que de tarde en tarde toman las fuentes públicas de ciudades muy modernas.
Peor aún cuando algunas eminencias orgullosas pretenden hacernos partícipes, embaucarnos en la red exclusiva de su orgullo, gestionar lo que también a nosotros ha de conmovernos como a ellos. Y quieren convencernos, aunque no hayan leído a Blas de Otero, de que debemos estar muy orgullosos con nuestro orgullo. Y nos miran con una mueca de decepción o de velada sospecha. Y acaban desdeñándonos como a bichos raros que no saben estar a la altura ridícula de sus pasiones o de su documento nacional de identidad.

domingo, 15 de junio de 2014

RECAUDADOR DE INSTANTES

¿Cuánto quedará?, se pregunta hoy en su blog, con la carga retórica de los signos que acotan las palabras, el existencialismo acentuado de mi amigo Juan. Y, casi por alusiones, yo me dejo llevar en volandas hacia una respuesta sorprendentemente vitalista, al menos para ser domingo y para ser esta hora de la mañana (digamos que hace tiempo que mis despertares suelen ver la botella medio vacía, y que conforme avanza la jornada se me va contagiando el alma de luz y que algunas tardes acabo viendo la misma botella medio llena).
Juan Ballester posee esa inquietud innata y expansiva, apasionada y absorbente, que a cierta edad se torna esquiva y que, por lo mismo, es ya casi una rareza digna de aplauso. Aparte de su entrega profesional a la policía científica y a la docencia de la criminología, aparte de haber cultivado el trato cercano de artistas cabales y discretos como Tomás Segovia (el poeta) o Ramón Gaya (el pintor), este Juan al que tengo por amigo ha empeñado buena parte de su vida en capturar imágenes a través del objetivo de su cámara. Rincones urbanos que el ojo no ve, encuadres curiosos e insólitos, paisajes que evocan otros paisajes, rostros que dicen más allá de sí mismos, retratos del alma. Las fotos de Juan emergen de una lucha interior, de una agonía reflexiva sobre el propio arte de fotografiar, y acaso sin que él lo sepa se erigen en sutiles fragmentos que intuitivamente recauda de su todo irreductible -algo así debe ser lo que define el arte verdadero-, en sucesivas secuencias de ese instante prolongado que somos.
¿Cuánto quedará?, se preguntaba hoy en su blog. Ahora no sé si quería referirse a la perdurabilidad de las personas y de las cosas o, tal vez, al margen de tiempo que nos resta para completar nuestro viaje. Pero a la inercia de esa interrogante que posa bajo la quietud de su instantánea diaria se me ocurre responderle que, cuanto quede, Juan, eso es todo lo que queda, nada más y nada menos, todo, y que lo mismo da que sea cuantificable en uno, en cinco, en diez o en veinte, pues apenas son números que miden y magnifican el desasosiego de sabernos mortales y finitos, y que lo que importa es administrar este regalo -el aire que respiramos, el sol que nos ilumina, el abrazo que damos y nos dan- con un gesto de gratitud, colmándolo de nuestra vida. Tal, y no otro, ha de ser nuestro destino venturoso; o así lo entiendo en esta hora de domingo.

miércoles, 11 de junio de 2014

DÍA ONCE DE JUNIO


 Día once de junio. Año tras año
amontonando vengo en este mismo
lugar donde nací, todo el verismo
de mi voz hecha verso por mi daño.

 Y no escarmiento, no; ni desengaño
a mi espíritu fiel de este espejismo.
Cada día me afirmo en el bautismo
de una nueva inquietud, un gozo extraño.

 Inminente presencia imaginaria,
esclarecida diosa, ¿por qué suerte
me obligas a tu amor, si amores tengo?

 Llamadme el sometido; que diaria 
he gozado esa vida y esa muerte
que año tras año amontonando vengo.

Hoy, ya casi ayer, el poeta Francisco Sánchez Bautista cumple ochenta y nueve años.
Y qué mejor homenaje que la "inminente presencia imaginaria" de unos versos suyos, a propósito, armados y publicados hace más de tres décadas.
Que sea enhorabuena.
Salud!

martes, 10 de junio de 2014

POLÍTICA PARA MIS HIJOS

Alguien que me importa me pide opinión sobre monarquía y república, y yo trato de complacer su demanda con argumentos sencillos, salpicando mis palabras con algunas obviedades que hoy más que nunca considero necesarias, quizá porque las tertulias al uso suelen pasarlas por alto.
Muy por encima de un modelo de organización política del Estado, yo creo en la democracia (al menos en su espíritu originario), esto es, en una forma de representatividad sustentada en la libre manifestación ciudadana y en la sentencia responsable de cada voto, incluso los que se abstienen en su blanco legítimo.
Es justo admitir que la actual democracia española, con sus virtudes y sus defectos, ha cumplido un tercio de siglo bajo la presencia simbólica de Juan Carlos I, un rey que lo ha sido porque ya lo fue su abuelo y porque el dictador golpista le cedió ese honor antes de estirar la pata. Millones de ciudadanos españoles, deudores de tiempos aciagos (yo aún no, yo apenas sumaba once añitos), sancionaron en las urnas un modelo de monarquía parlamentaria a través del mayoritario respaldo a una Constitución consensuada por unos y por otros.
Ahora ese rey abdica en su heredero, indiscutido varón engendrado y alumbrado y alimentado para corroborar su destino único, instruido a tal fin desde que lo señalaron con su dedo las divinas leyes de la sangre y se le inculcó, en costosas academias y universidades y en solemnísimos eventos protocolarios, el temple convenido para serlo.
Cuando algunos reclaman el derecho democrático a decidir en referéndum la continuidad o no del régimen monárquico, mi sentido de la coherencia no tiene más remedio que admitir que sí, que el primero de todos los derechos democráticos es el poder de decidir, por la vía del voto soberano, lo que se quiere y lo que no se quiere.
Luego vendrá la disyuntiva, secundaria tal vez, entre monarquía y república, y mucho me temo que ni los paradójicos monárquicos que se dicen demócratas pero se oponen a la consulta ni los republicanos convencidos que tanto la pregonan con vocerío intransigente sospechan de verdad el imprevisible sentir de todo un pueblo que merece un respeto al menos: el respeto de ser oído.
Dicho esto, dime ahora si a ti, cuando alcances la edad legal, te gustaría o no que tu democrático país tuviese a bien, sin miedo, recabar tu opinión y la de quienes habéis nacido al filo de este siglo, de este milenio, sobre el modelo organizativo del Estado que tú y ellos preferís.
Acabo con una reflexión adjudicada al infatigable poeta de eslóganes y citas que sigue siendo Ernesto Che Guevara, una obviedad de altura histórica que en las semanas últimas ha preñado el universo digital: "Primero arremetéis contra la iglesia católica y ahora contra la monarquía. Sin duda, hay un complot internacional para acabar con la Edad Media".
Amén.

jueves, 5 de junio de 2014

TREN DE VUELTA

Desde la clase veo llegar un tren, y luego otro, y otro. Por las ventanas abiertas (la temperatura ya corteja los treinta grados) se cuela el estrépito de máquinas sobre los raíles y, conforme se acercan al paso a nivel, hieren el instante con sus continuos pitidos de aviso. Los alumnos trabajan en silencio, ajenos a cualquier trascendencia más allá de su examen, rindiendo las últimas energías del curso que declina.
Casi sin transición, mi fantasía vuela al departamento de un tren en el que viaja un hombre de rostro melancólico. No sé su nombre, pero sí que emigró a la Argentina a mediados de siglo y que en ese país se forjó un porvenir y alentó una familia. Hace sesenta años que no ha vuelto al pueblo del que partió con una maleta desvencijada y pobre. Ayer aterrizó en el aeropuerto de la capital y esta mañana ha tomado un tren moderno, uno de esos que veo venir desde mi mesa mientras vigilo la clase. Cuando el hombre escucha o cree escuchar en el megáfono el mote de su destino, coge su valija de mano y desciende, algo aturdido por este calor húmedo que ya había olvidado. Echa a andar sin mucha convicción, ingresa en la calle principal, camina a tientas mirando a un lado y a otro, tratando de reconocer los lugares del pasado. Pero nada es igual, cómo ha cambiado todo, no hay ni un remoto resquicio que restituya la memoria de sí mismo en este paisaje de casas bajas y de automóviles que circulan. Alguna vecina pasa junto a él sin mirarlo, o bien acecha al extraño desde la puerta de una casa. Su frustración no halla límites, por momentos empieza a sentir que no debería haber regresado, que todo ha sido un error. Entra en un establecimiento y pregunta: no, le advierten, el pueblo que usted dice está más abajo, tres paradas después de esta. El hombre respira con alivio y vuelve sus pasos buscando de nuevo el apeadero.
Es un cuento que leí hace años, una historia de pocas páginas que ha vegetado en mi interior y que solo hoy, ahora, recobra para mí su legitimidad y su sentido. He extraviado lamentablemente el título original, el nombre de su autor.

miércoles, 4 de junio de 2014

LA CASA ROTA

En las callejuelas de mi infancia, en el pueblo, por las noches no se encendían luminosos y coquetos faroles de forja, sino frágiles bombillas que colgaban de la intemperie de sus hilos para alumbrar apenas un trocito de pared que en verano se llenaba de salamanquesas. Muchas de esas calles eran aún de tierra, pues a ningún edil se le había ocurrido extender una capa de cemento o adoquinarlas para paliar los charcos de barro que se formaban cada vez que caían cuatro gotas. En ellas abundaban las casas viejas, las casas deshabitadas, los casones de varios herederos que se derrumbaban pedazo a pedazo, día tras día, ante la indiferencia o la complicidad de los vecinos. Entre estas casas hubo una que yo siempre conocí en ruinas, una montaña de escombros e inmundicias que nadie limpiaba, y a cuya planta de maderos podridos, visiblemente combados, accedíamos los muchachos cuando nos daba la gana, como un reto temerario, por el simple gusto de probarnos. Era aquella una visión que hoy, desde la distancia de los años, se asemeja a las imágenes de guerra que emite la televisión, filmadas tras un bombardeo en Cisjordania o en la franja de Gaza o en cualquier ciudad del Oriente Próximo. De tarde en tarde alguien se clavaba una púa oxidada y había que llevarlo de urgencia para que le pusieran la inyección del tétanos; a menudo emergía alguna rata enorme que, asustada de nuestras pedradas, corría por los techos con el rabo muy tieso, buscando refugio. Este escenario se ganó para todos el nombre honorífico de "la casa rota", un sintagma con vocación de título que durante mucho tiempo, después, ya lejos de esas calles y del pueblo, ha atizado misteriosamente mis secretas tentativas de ficción.    

lunes, 2 de junio de 2014

SÍ, PERO... ¿CÓMO?

-¿Cómo dignificar para el arte la basura del mundo? 
-Armándose de ironía, consolidando en la parodia la fuerza inquebrantable de los símbolos rotos, siendo sabio en el azote y prudente en la venganza. 
-Sí, de acuerdo, mas la pura estrategia no es garante del éxito: se nos responde al qué hacer, pero no al cómo.

martes, 20 de mayo de 2014

ES ARTE

Es Arte la voluntad de trascender y trascenderse en la emoción estética, siquiera sea torpemente. 
El desprecio gratuito de la obra ajena evidencia el prejuicio de esa plaga de oficiantes de la crítica que quisieran reducir lo que es Arte a laborioso producto de un oficio, el del artista, significado como otro oficio cualquiera. 
La mezquindad es la anticrítica, el torpe argumento que esgrimen los mediocres. 
Pese a ellos, muy al margen de ellos, es Arte cuanto escapa a la ilusión de un criterio que aspire a confinar el Arte. 
Y ahí es donde más les duele.
Jorge Martínez de Paco 

viernes, 16 de mayo de 2014

MENOS DEPORTE Y MÁS FÚTBOL

Conforme agoniza la densa temporada con su reguero de golazos, de lesiones fatales, de glamour futbolero, de arrogancia verbal, de zarandeos múltiples, de compraventas inmorales, de árbitros errantes y de mediocridades sin fin, se hace más enérgica la obligatoriedad de las pasiones primarias. Para que este crescendo no se detenga, para que no cunda el pánico en la masa desasistida de su ración de circo, hay un canal que anticipa el paraíso en un pack de sesenta y cuatro partidos, esto es, unas cien horas de balompié, cuatro días íntegros concentrados en tres semanas.
Aunque muchos no lo sepan y otros lo hayan olvidado (por edad o por méritos propios), los rotativos y las tribunas parlamentales de la España tardofranquista conocieron a cierto ministro de sonrisa eminente al que la historia le adjudica un eslogan visionario: "Menos latín y más deporte". Dicho y hecho. Hoy día, deudores de ese modelo de modernización patria, los hijos y los nietos de aquella promesa ínclita nos dejamos engatusar, queriendo o sin querer, por la actualidad zalamera que los medios públicos y privados conceden a un espectáculo que nació deporte, o así se documenta, pero que desde hace décadas se expende como anestésico definitivo de buena parte de la ciudadanía, sobre todo masculina. ¿Quién dijo que la religión era el opio del pueblo? No solo prolifera el fanatismo tertuliano en los platós; ni siquiera los noticiarios más reputados se avergüenzan ya de su amarillismo servil y de su trato tendencioso: más de un tercio de su tiempo de informaciones se consume en un circuito previsible por banales ruedas de prensa y por patéticos lances en los entrenamientos (de fútbol, claro), ello cuando no sucumben a transitar por otros escenarios aún más zafios y bochornosos.
Enterrados el latín y el griego (y ahora la filosofía y la música y la plástica), minimizado el deporte a la consagración mediática de la élite triunfante (Gasol, Nadal, Alonso y los moteros velocísimos), ¡larga vida al fútbol!

martes, 13 de mayo de 2014

DECIDIDO

Conforme se acerca el verano, la gozosa expectativa de las horas libres se va adueñando de uno, de sus querencias más arraigadas, y recupera para sí la esperanza cíclica de leer mucho y escribir mucho, en una tasa que al común de los mortales le parecerá insensata, porque seguramente lo es.
Fue, si no me engaño, hacia el mes de junio de 1989 cuando acudí por vez primera a la llamada de una musa inusitada y ambiciosa, y mi mucha vocación de aquel entonces y mis limitados talentos de casi siempre se volcaron con avaricia primigenia en los folios blancos de un proyecto de novela -Lo que pesa un muerto iba a titularse-, novela que afortunadamente sigue inédita, como la segunda y la tercera. Pero el asombro de irla forjando, de verla crecer entre mis manos, de sentir el latido de las palabras y la respiración de los espacios derramándose en cada página, colma aún el significado íntimo de lo que, cada día con mayores cautelas, hemos dado en llamar felicidad.
No me voy a prometer nada; solo sé decirme que desde hace semanas o meses arrastro conmigo una fe caprichosa, una inquietud de proporciones novelescas, un ansia casi suicida de lanzarme de nuevo a ese abismo del que cada vez va resultando más difícil regresar.
Mientras cuaja o no, como lectura de verano me he decidido por la vastedad y la certeza de Fortunata y Jacinta. (Qué alegría, a mis años, haberme reservado un clásico de tantos quilates literarios).

viernes, 9 de mayo de 2014

SÍ O SÍ. Y PUNTO

Una cosa que me enerva es el imperio de los modismos taxativos, sin derecho a réplica, a los que probablemente la jerga academicista etiquetará de otra forma. Son rachas, que pueden durar meses o años, en que el coloquialismo del lenguaje se cuelga la suprema toga de la verdad, una verdad con V mayúscula, y no repara en la desconsideración ni en el desprecio de las razones del otro, si el otro las tuviere. Recuerdo una larga temporada en que las conversaciones, fueran más o menos acaloradas, se solían zanjar con un "y punto" que estrangulaba cualquier solución de continuidad, cualquier atisbo de consenso; ahora, observo, los requerimientos de toda índole aparecen salpicados de continuos "sí o sí", un sí o sí todopoderoso, incontestable, falsa disyuntiva que se clava en la cerviz del interlocutor, a menudo subordinado, y que lo abandona como un harapo en la cuneta de los argumentos. En la casa o en la oficina, en la calle o en el plató de televisión, sí o sí, los totalitarismos siempre empiezan por las palabras. Estoy convencido. Y punto.

jueves, 8 de mayo de 2014

LAS DOCE EN EL RELOJ

De la amplia nómina de poetas que la crítica adscribe al grupo del 27, Jorge Guillén nunca ha sido de los que haya sentido más próximos, quizá por esa percepción afilada y hermética del verso, se diría que con aristas que cortan. Solo lo he leído en antologías, como aquella de Vicente Gaos en Cátedra, y a menudo por imperativos académicos. Recuerdo particularmente la explicación certera que del poema "Desnudo" hizo mi profesor del Curso de Orientación Universitaria, un tal Eduardo Thiers Wotton, o Theirs, argentino errante, hijo de cualquier exilio, que en mitad de su vida llegó a España -presumía de haber entrado en Europa por Florencia-, se casó, engendró, preparó oposiciones y se dedicó a dar clase de lengua y literatura.
Ayer me tocó a mí hincarle el diente a otro poema de Guillén, "Las doce en el reloj", en riguroso directo y con las esperanzas muy justitas. Fue sorprendente: mientras lo desgranaba para mis alumnos sentía que sus versos me iban alumbrando a mí, que me contagiaban lo que no había hallado hasta entonces, su esencia se me revelaba inopinadamente en mi propio discurso, era como si las palabras, en el esfuerzo inmediato de traducirlas e interpretarlas para chicos y chicas de quince y dieciséis años, recobraran su sentido exacto, y que todo asumiera la condición de plenitud que acecha en el texto. Algunos no entenderían nada, otros me pareció que tal vez sí; pero a mí me transportó a una fe antigua, casi ajena de tan profunda, y por desgracia cada vez más esporádica. "Era yo, / Centro en aquel instante / De tanto alrededor, / Quien lo veía todo / Completo para un dios".

martes, 6 de mayo de 2014

UN LIBRO CANAYA

La mayoría de los niños de mi infancia solíamos sucumbir a la ociosa tentación de anteponer una C (o una K, que se presumía como más subversivo) en nuestros ejemplares de Anaya. Era una pequeña insolencia, fácilmente perdonable, que arrastraba consigo la travesura impune de un atentado ortográfico: donde está la Y todos queríamos ver una LL.
Ahora leo en prensa que esta casa editorial, de tan larga y fructífera tradición en España -yo mismo debo mucho de lo que soy a la pedagogía y a la selección de textos de Fernando Lázaro Carreter-, acaba de comunicar que retirará y destruirá todos sus libros de lengua dirigidos a niños de seis años, tras la denuncia de un padre que tuvo la curiosidad de hojear el volumen de su hijo. Parece ser, según fuentes contrastadas, que en las biografías respectivas de Antonio Machado y de Federico García Lorca se deslizan perlas eufemísticas de cierto calibre histórico: del primero dice que se fue a Francia con su familia, donde vivió hasta su muerte en 1939; en cuanto al otro, admite que murió en la guerra de España, cerca de su pueblo, poco tiempo después de terminar su última obra de teatro.
Hay textos en que la verdad escueta se evidencia como una caricatura pueril de la gran verdad, siendo ambas, a menudo, rivales irreconciliables.

domingo, 4 de mayo de 2014

MI ORGULLO ESCINDIDO

Últimamente las gallinas han empezado a comerse sus propios huevos, y mi padre ha ingeniado para evitarlo una plataforma con desnivel y una especie de fosa blanda, separada por los flecos flexibles de un viejo toldo, adonde ruedan tras ponerlos. Antes hemos estado viendo las minúsculas macetas con el centenar de matas de tomate ya altas, listas para replantarlas, y luego las del pimiento y las de la cereza, y más allá unas pocas de calabaza. Todas son humedecidas a diario con un disparador que alguna vez contuvo lavavajillas, todas están recubiertas con unas celosías de quita y pon para que no las piquen los pájaros. 
Me alejo un poco por el huerto, pensativo, pisando la aridez de la tierra y sintiendo en el rostro la crudeza del sol del sestero. En el patio, mi hijo repasa de memoria las capitales de los países africanos, de Argelia a Sudáfrica. Desde la distancia, oigo decir a mi padre: tú ya sabes más que yo. Y la sensatez de sus trece años le replica con aplomo: de algunas cosas sí, abuelo, pero de otras tú sabes mucho más. Ha sido en ese instante cuando notaba que mi orgullo se escindía en dos mitades idénticas. 

martes, 29 de abril de 2014

DE ELINA SANTOS, CON AMOR

Entro en mi cada vez más abúlico correo y me sorprende en la bandeja el insólito mensaje de la señorita Elina Santos, a quien no tengo el gusto de conocer. Mi imprudencia morbosa sacude la tecla sin calcular el riesgo de un contagio virulento que se apodere de todo el sistema. Ya es tarde para deshacer la acción: el texto salta a la pantalla y yo lo recorro de un vistazo, descreídamente, pero con una ráfaga creciente de interés malsano, tratando de imaginar e interceptar los secretos derroteros de esta nueva versión del timo de la estampita. Recorto y pego, y luego me apresuro a eliminar de mi bandeja, temeroso de cualquier rastro.  

El más estimado,
Es para mí un placer ponernos en contacto con usted para una empresa que tengo la intención de establecer en su país, aunque no me he reunido con usted antes, pero creo que uno tiene al riesgo, confiar en alguien para tener éxito a veces en la vida.
Hay esta enorme cantidad de dinero Trece millones quinientos mil Dólares de los Estados Unidos). USD ($ 13.500,000,00) que he heredado de mi difunto padre, en un banco local aquí en Costa de Marfil antes de que él fue asesinado por personas desconocidas.
Ahora me decidí a invertir este dinero en su país o en cualquier lugar suficientemente seguro fuera de África con fines de seguridad. Quiero que me ayudan a la transferencia de este fondo en su país con fines de inversión. Si puede ser de una ayuda a mi se complace en ofrecerle el 20% del total de fondos.
Gracias y que Dios los bendiga.
Con amor,
Srta. Elina Santos.

lunes, 28 de abril de 2014

LISA SIMPSON

Hace poco, entre cucharada y cucharada, en un capítulo restituido de Los Simpson, los personajes de la serie se sumergieron en el delicado asunto de la enseñanza de la religión –de cualquier religión– en las escuelas públicas de un país que se dice democrático y aboga por la libertad de credos; y una vez más el contrastado talento de los guionistas tensó el hilo y resolvió la causa de modo irreprochable, sirviéndose apenas de esa virtud que hasta no ha mucho entendíamos por sentido común. Se manifestaron dos posturas universales, antagónicas –la Evolucionista y la Creacionista–, y en el seno del debate la una llevó a la otra ante un tribunal de justicia tan patético como verosímil. Salvando esos pormenores hipercríticos que oscilan entre el humorismo y el cinismo y que suelen garantizar el tono y la empatía del espectador fiel, recuerdo que al final, dirigiéndose educadamente a su educadísimo y devotísimo vecinito Ned Flanders, la incansable Lisa Simpson –remedo de una Mafalda que la contracultura anglosajona ha adoptado como propia– le replica muy digna, con estas o con similares palabras: "Respeto tu fe porque sé que es muy importante para ti; pero lo mismo que en tu iglesia no se tolera la palabra de un científico, tampoco la escuela pública debe admitir los argumentos de esa religión tuya". Y se marchan juntos a merendar.

viernes, 25 de abril de 2014

HELENA Y LOS CLAVELES

Tal día como hoy, hace cuarenta, las fuerzas militares emprendieron una revolución paradójica e insólita rebelándose contra la dictadura salazarista que oprimía a su pueblo, el pueblo de Portugal, nada menos que desde 1926. En uno de esos instantes que solo ilumina el destino, en una plaza de Lisboa, la joven Celeste Caeiro se convirtió en inesperada protagonista de la Historia al repartir claveles entre los soldados. Ellos los lucieron con orgullo, los adoptaron como símbolo de la libertad recobrada y de la comunión entre los portugueses y su ejército, y de ese gesto impremeditado, de ese entrañable capricho de la voluntad o del azar, surgió y se impuso ante todos el poético título de Revolución de los Claveles.
Y tal día como hoy, hace dieciséis, a eso de las diez y veinte de una noche de sábado, nació Helena, mi Helena.

jueves, 24 de abril de 2014

MARATÓN DE PRINCIPIOS

Hubiera sido un golpe de efecto prohibido a la mala literatura -pero verosímilmente legitimado por las tozudas leyes de la casualidad- que al patriarca universal de las letras, Gabriel García Márquez, se le acabaran los días de la vida el mismísimo día y mes en que dieron la suya, según se certifica con pequeños matices sin importancia, los inmortales William Shakespeare y Miguel de Cervantes. No fue así, sino que el colombiano se anticipó lo justo para no coincidir con la silenciosa noche de fastos procesionales que rige el calendario cristiano y para alcanzar a la fiesta anual del Libro ya convertido en cenizas, definitivamente alejado de los oropeles y las multitudes de una celebridad que siempre contempló con complacida distancia. Gracias por tantas páginas, por tanta luz.
En cuanto a mí, ayer me quedé en la casa con el propósito exclusivo, alentado por el insomnio de madrugada, de releer el primer capítulo, y solo el primero, de una docena o más de novelas que significaron mucho o que aún significan algo en mi particular periplo como lector de novelas, sin otro criterio que el placer de principiarlas al azar, huyendo de cualquier atisbo de perversidad canónica, con vocación aleatoria, sabiendo que me faltan algunas, sin plan. Así, fueron pasando por mis manos El Quijote, El Lazarillo y La Regenta, El extranjero, Madame Bovary, La muerte en Venecia y Crimen y castigo, El túnel, El invierno en Lisboa, Rayuela, Escuela de mandarines y Juegos de la edad tardía, Memorial del convento y El año de la muerte de Ricardo Reis y La caverna, El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada y Cien años de soledad. En todas recaudé algo nuevo, algún mensaje dirigido a mí, un pensamiento o una pirueta emocional que había olvidado o que no supe ver o interpretar las otras veces.

martes, 22 de abril de 2014

BANDO DE LA HUERTA

Hay un día en que la ciudad conmemora sus raíces, un día en que oleadas de lugareños y forasteros inundan sus calles y abarrotan sus parques uniformados bajo el disfraz moderno de los antiguos atavíos. Ese día, auspiciado por las autoridades y bendecido por altos valores incuestionables como la identidad y la pertenencia, los locales de ocio sacan a la puerta sus barras y sus estrépitos de lo que llaman música, y el común de la ciudadanía deambula de la mañana a la noche, comiendo y bebiendo sin tasa de las longanizas y los chorizos y las morcillas y otras suculencias de la región que almacenan en sus carritos del Carrefour o del Eroski. Ese día casi todo está permitido, casi todo se legitima y se ensalza, desde la producción de toneladas de basura que ya vendrán a recoger los escuadrones de la limpieza a la consagración de cualquier rincón en meadero público durante toda la jornada. Ese día los más niños aprenden de la liberalidad contagiosa de sus padres, y ese día, también, decenas de adolescentes emancipados para la causa de la fiesta, jóvenes imberbes que nunca se habrán subido a un árbol ni sabrán distinguir una era de un bancal, colapsarán los servicios de urgencias de los hospitales con la fe suprema de su bautismo identitario. Ese día es hoy.

martes, 15 de abril de 2014

DEPENDENCIA DIGITAL

Pocas cosas me exasperan más que el que cualquiera de mis hijos, rehenes de ese victimismo tribal que a menudo acusa la edad adolescente, venga a decirme que se aburre. Me aburro, papá…, y al pronunciarlo para mí apenas se percata de que el dardo de su aburrimiento, su formulación expresa, se clava con todo su veneno en la conciencia protectora del vocativo, que soy yo. Cómo es posible que te aburras, y qué culpa tengo yo. Aburrirse, para ellos, se traduce en un estado transitorio de intolerable quietud, en un paréntesis de inacción forzosa, en una quiebra de la expectativa inmediata, en un atisbo de orfandad que hoy por hoy solo acallan con éxito esas maquinitas del demonio que colman el mapamundi de sus dependencias. Tantos libros por leer, tantas películas por ver, tantas canciones por escuchar, tanto que aprender y tanto que disfrutar, tantos proyectos aguardando la hora dulce de su imaginación, tanta energía para sentir o para pensar o para no hacer absolutamente nada, y sin embargo ahí está la moderna fiebre del aburrimiento, y ahí están para anestesiarla esos monstruos digitales, se apropian de su voluntad y de sus dedos y de muchas cosas más, ya casi son indisociables de la palma de esa mano que consultan a cada instante para no aburrirse, para existir en el mundo global y virtual con el que han nacido, y cuyos efectos sobre su sistema nervioso y sobre sus neuronas ya circulan fatalmente por la sangre de las generaciones futuras.

lunes, 14 de abril de 2014

UN ANÓNIMO

Con ese acento intempestivo en que zozobran las respuestas retardadas, hoy me sorprende el comentario a una entrada tan antigua que casi la había olvidado, pues la escribí y la colgué en junio de 2008 bajo el título Borges y el otro. El circunstancial comentarista, con la desmañada pero inequívoca inquina de ciertos mensajes anónimos (eso deduzco de su hilaridad onomatopéyica), viene a reprochar la “floritura y pedantería” de mis argumentos, y a su manera concluye que podría decirlo de otro modo y hubiera quedado “igual de mono”.
En lo primero que he pensado al leerlo ha sido en aquel cuento, compilado por don Juan Manuel, que receta la anécdota del padre y del hijo que se subían o se bajaban del burro según la opinión de las gentes, resultando que no había forma de contentar a todos: en la vida como en la literatura, uno al fin tiene que intentar hacer lo que buenamente quiere o sabe o le dejan. Que todo puede ser dicho de otro modo es una obviedad afortunada; en efecto, es en el decir donde se vierten y advierten los matices que dan cuenta de un estilo propio o impostado, de una voz genuina o del eco torpe de otras voces. Uno escribe como escribe, a veces con regocijo íntimo y otras muy a pesar suyo, a veces para bien y otras paral mal, a ratos recaudando algún piropo o palmadita y otras provocando el bostezo y hasta el desencuentro de quien lee. En cuanto a lo de “floritura y pedantería”, ahí sí que me ha dado: admito que es en la afectación de estilo que ambas palabras denotan y denuncian donde más inseguro me siento cuando escribo, donde a menudo más se empantanan muchas de mis páginas, sobre todo las de ficción narrativa, sobre todo las que todavía no he sabido dar por concluidas y permanecen en el limbo incierto de los inéditos.
Firme defensor de las curas de humildad, de su terapia infalible y necesaria, en tal medida agradezco y canalizo el comentado comentario de este anónimo.

viernes, 11 de abril de 2014

MIGAJAS DE PERFECCIONISTA

Un diario íntimo lo hace la caligrafía. El color de la tinta, el trazo de la pluma, el tamaño de un cuaderno. El diario cuenta lo que no se puede o no se sabe contar en otra parte, y se vale de una trama dada: el día siguiente va a ocurrir. Ejercicio misántropo contra la pérdida de asombro, se corre al diario a revalidar las noticias personales, a ensayar el gusto, a falsear lecturas y viajes, a reencontrarse con la propia sombra o con los muertos venerados. El diario consigna las distracciones de un destino, lo vivido dos veces y las vocaciones vicarias. La cueva donde fingirse otro: Pessoa encomendando la escritura de su diario a uno de sus heterónimos; Wittgenstein regalando el desasosiego de una fortuna heredada. La contraseña del diario se calla en el blanco entre una frase y la siguiente. Sin una continuidad ostensible, cada oración conserva su incandescencia, su temperatura original. Diario: pereza que se niega a escribir lo otro, la obra. Migajas de perfeccionista. El diario íntimo como esténcil: el recorte de una figura, escena, rapto, la creación de un vacío al que se procederá a aplicar un color. Orilla limítrofe entre vida y literatura, iguala estilos y arriesga sabiendo que no será juzgada con la misma vara. En su estado edénico, no presupone fecha de entrega ni pie de imprenta. Un género tan amplio que es como decir novela (y una novela es entre otras cosas el diario de su avance). […]
Matías Serra Bradford

jueves, 10 de abril de 2014

UN TAL AVELLANEDA

Con el pulcro rigor del calendario -docto en ciclos contables y en eventuales efemérides-, este año se cumplen cuatrocientos desde que se editara en una imprenta de Tarragona una continuación del Quijote no escrita por el autorizado padre de la primera entrega, Miguel de Cervantes, sino por un tipo que dice ser de Tordesillas, un tal Avellaneda de quien hoy apenas sabemos que también ese apellido pudo ser impostado. Como presiento que no se harán grandes rememoraciones ni congresos en los saraos literarios al uso, he querido acordarme de este misterioso personaje y de su obra para insistir en el papel objetivamente providencial que su famoso plagio ejerció en el pulso narrativo y en la inventiva de Cervantes a partir del capítulo cincuenta y tantos de la segunda parte, al extremo de tener que reconocerle aquí su involuntario pero definitivo granito de arena en la suerte y la gloria del inmortal complutense. No negaré que es este un episodio de la historiografía literaria que desde muy temprano reclamó mi atención -tan atenta a las inescrutables líneas del azar-, sea en un breve artículo de impronta borgiana que titulé El plagio necesario, sea en “La víspera”, un cuento no menos breve incluido en La sonrisa del ahorcado que imagina el encuentro del mismo Avellaneda con un Cervantes que agoniza en su cama.  

martes, 8 de abril de 2014

POR SENDEROS IMPENSADOS

El destino nos lleva por senderos impensados. El día de ayer, todavía con el color de París en la retina, se me ocurrió despachar un texto de Julio Cortázar en que responde a las preguntas de una revista norteamericana y aprovecha para no dejar títere con cabeza, empezando por la propia revista y continuando con el neocolonialismo yanqui, que tan a menudo se disfraza de otras cosas para servir a la causa suprema del capitalismo, “triste paraíso de unos pocos a costa de un purgatorio cuando no de un infierno de millones y millones de desposeídos”. Más adelante ya sí habla de literatura, de su compromiso literario en el contexto latinoamericano del año 1969, de su visión desmitificadora del fenómeno bautizado como boom, de la libre y respetable versión cinematográfica que hiciera Michelangelo Antonioni de uno de sus cuentos (lo que a mí me descubre que casualmente tengo el DVD de Blow up en el estante y que nunca supe que hubiera surgido de Las babas del diablo y que esa película me apetece verla ya), del futuro de la novela (que por cierto le “importa tres pimientos; lo único importante es el futuro del hombre, con novelas o televisores o todavía inconcebibles tiras cómicas o perfumes”) y de su marginalidad sin ninguna pretensión de hacer carrera, actitud expresada en algún pasaje como este que no quisiera extraviar de mi modesto horizonte: “Un escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe y después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; solo los imbéciles pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones internacionales”. La tarde se fue apagando en un tórrido desguace de automóviles al que por primera vez en mi vida no tuve más remedio que acudir, en busca de un faro.

lunes, 7 de abril de 2014

NO HAY COMENTARIOS

Un suave giro de llave, un par de vueltas a la cerradura, una puerta que se abre desde fuera. Se recortan en el pasillo de la planta dos sombras humanas con sendas maletas de mano, e inmediatamente esos bultos se convierten en siluetas y luego en cuerpos sorprendidos de su reflejo en el recibidor de la entrada, solo unos segundos, solo un instante en el que caben el recelo y el inmediato reconocimiento tras una semana de ausencia. A estas horas de la noche la casa expide un silencio seco, distante, como si no esperase ya ninguna visita, ningún regreso. Las paredes y los muebles se han habituado a la soledad sucesiva de los días; se diría que existen orgullosamente detenidos en su misteriosa quietud de objetos y de cosas. Poco a poco los recién llegados iluminan cada cuarto, colonizan los espacios, escudriñan las huellas imposibles de su propia deserción, reconquistan los antiguos gestos para inventar de nuevo la dulce monotonía de las horas. Sobre la mesa del despacho continúa abierto, dibujando un ángulo de cuarenta y cinco grados, el ingenio al que el hombre se acerca, termina de abrir y activa con un certero golpe del índice en una de sus teclas. Hay entonces un momento de secreta expectativa, una especie de fe para la que no halla razón sensata y que muy pronto se diluye como un espejismo, mientras su rostro se da contra la sentencia impasible de la cifra roja que ameniza la pantalla: algo más de un centenar de visitas, calcula, a medio camino entre la gratitud y el desánimo y la resignación. Y añade: ¡pero ningún comentario! 

jueves, 27 de marzo de 2014

VUELVO EN UNOS DÍAS

Superado por la inminencia infatigable de las cosas, atolondrado ante la serie de acontecimientos que me va deparando la vida, reo de un ímpetu y de un presente siempre en fuga y de una velocidad que me son extraños y que contradicen mi naturaleza y mi espíritu, de trecho en trecho he de detener el paso y sentarme en un recodo a mirar en torno; o bien, cerrar los ojos y adentrarme en las galerías del silencio, en soledad conmigo, para sentir en lo más íntimo que sigo siendo yo (es decir, que aún me habita algún rescoldo de quien soñé ser cuando el sueño se forjaba en la inocencia), que la densa nube que me arrastra en su cielo con su inercia cotidiana no me ha desposeído del todo, todavía no, de aquellos principios y voluntades que me justificaban frente al mundo.

lunes, 24 de marzo de 2014

PARÍS Y PARÍS

¿Qué diferencia habrá entre el París detenido en los libros y películas (el París finisecular de Oscar Wilde, el París de la rayuela ineludible de Julio Cortázar, el París en la medianoche mágica de Woody Allen, el París de tantos y tantos artistas que exploraron su talento en la cuadrícula del plano de París) y el París respirado en las cafeterías y los bulevares, en los apartamentos y los puentes sobre el Sena? ¿Qué distancia entre el París que soñó el poeta para enhebrar su retahíla contagiada de versos libres y el París previsiblemente inabarcable por el que transitan a diario más de diez millones de personas, más de diez millones de cuerpos que oscilan de sol a sol y de luna a luna, más de diez millones de rutinas que deambulan de la ducha al trabajo y del almuerzo al coito, más de diez millones de personas con más de diez millones de nombres y más de diez millones de rostros y más de diez millones de historias de las que son protagonistas diez millones?

domingo, 23 de marzo de 2014

PARADA 9, LÍNEA D, LIBRO CIUDAD

PARÍS
ebria ciudad para morir de ingenio
cuando la noche cierra en los salones del elíseo
frente a la torre imantada de luciérnaga
y el arte por el arte y el sexo por el sexo ya no son las consignas
rótulos nobles de aquel pretérito en que había que morir aquí 
[ de cualquier cosa semejante al frío al hambre al coma etílico 
[ al suicidio aplazado de un incógnito wilde

ciudad
ciudad
ciudad
es decir parís
liturgia idónea para tragarse el hambre y el frío cruel de la 
[ bohemia
y asir el frasco intacto de los escaparates truncos de la infancia
y mirar tras las lentillas verdes de las niñas que salen del liceo
y multiplicar por ocho la razón prohibida de aquel desmayo de 
[ hierbas y de besos sin duda irrepetibles

o lo que es lo mismo
ciudad parís para morir de amor
de desamor también
de tango intempestivo y sodomita
de vulgar pederastia o de leucemia triste o de sida tránsfugo en 
[ la rayuela esquiva de los días
parís ciudad mentira   ciudad postal
ciudad de otros leída y desleída con el desgarro amargo de un 
[ mate trasterrado y un saxo perdulario
el arte por el saxo y el saxo por el sexo
ciudad cortázar
ciudad ficción
parís
c
i
u
d
a
d

sábado, 22 de marzo de 2014

AQUEL RECITAL DE HIERRO

Fue en una sala de la universidad de Murcia, a mediados de los noventa. El poeta José Hierro declamaba sus versos con emoción creciente, los ojos empañados, al extremo de que en un momento dado, sin asomo de impostura en el tono desgarrado de su voz, arrojó al aire el manojo de folios y continuó de memoria hasta el final de la pieza. No sabré decir si antes o después; el caso es que en uno de esos paréntesis de captación que sirven de engarce entre poema y poema, Hierro desveló -lo recuerdo con exactitud física, como si estuviera ocurriendo ahora- la anécdota que le había inspirado tal título, tal composición de cualquiera de sus libros. Relató que en una visita a la casa de Dámaso Alonso, la esposa del insigne profesor y poeta condujo a Hierro hasta la cama donde permanecía postrado, ya muy enfermo de alzhéimer, tomó su mano entre las suyas y le anunció con ternura la visita. Entonces Dámaso, las cuencas de los ojos de Dámaso, buscaron los ojos de la mujer de su vida para perpetuar en ellos las palabras más siniestras, las más dolorosas de tan dolorosa enfermedad: "Sé que te he querido mucho, pero no sé quién eres". A continuación leyó sus versos sin que el auditorio se sobrepusiera a la terrible adversativa: "Sé que te he querido mucho, pero no sé quién eres". El recital concluyó en un sollozo dignísimo, memorable como pocos, ajeno a la unanimidad emotiva del aplauso.

viernes, 21 de marzo de 2014

SALUTACIÓN DE LA PRIMAVERA

Dentro del grupo humano, existe una minoría adulta, sin duda selecta, que todavía es capaz de mirar alrededor con los ojos inocentes de un niño: son los artistas, son los poetas. Artista es todo aquel que conserva, en una minúscula franja de eternidad sin tiempo, esa facultad de sorpresa y extrañeza ante las cosas más elementales, esas mismas que a los demás, a la inmensa mayoría, ya dejaron de sorprendernos y extrañarnos. El artista, y por ende el poeta, percibe la trascendencia de cada gesto en lo más pequeño e insignificante, contagiándonos su valor esencial, su sentido único. El arte de la poesía nos vincula con aquella inocencia perdida, abre nuestros ojos a esos misterios que colman el espectáculo cotidiano de la vida, misterios que, a fuerza de repetirse, nos habíamos olvidado de percibir y de sentir: una nube que pasa, una hormiga acarreando reservas para el invierno, una rama florecida de almendro, un gorrión tras la ventana, el roce de una mano, los tonos del crepúsculo, esa joven que avanza ensimismada... Todos son indicios reciclables de una voluntad que torna a gozar la belleza inmediata de la vida, excusas maravillosas para propiciar la reflexión y reconciliar nuestro ser con lo que verdaderamente importa. Después de un poema, escrito o leído, yo ya he vuelto a ser otro, y soy mejor que antes de escribirlo o de leerlo; lo que me anima a sospechar que si los hombres y mujeres escribiéramos y leyéramos más poesía, este mundo nuestro sería más habitable para todos.

jueves, 20 de marzo de 2014

VOCACIÓN LITERARIA

En ocasiones, de buena fe, apiadado de mi desgana transitoria o de mi autoexigencia suicida, algún amigo lector me ha insinuado que procure mantener vivos mis retales y que lo haga, a ser posible, con periodicidad diaria, pero que me habitúe a escribirlos inspirándome en la discreta observación de lo cotidiano, sin otro aliento ni propósito que plasmar lo que pasa a mi alrededor, con celo notarial, en un instante, a vuelapluma, como un simple ejercicio que no se supedite a graves pretensiones formales ni que se convierta en un inútil derroche de estilo. Qué fácil será para otros, y cuán imposible para mí. Yo, cuando escribo, no me suelo conformar si no hallo la expresión o el término que busco, sirvan estos para responder a un email privado, para proponer las preguntas de un examen, para reclamar una multa de tráfico o para completar una estrofa o el párrafo de una novela; del mismo modo, por supuesto, también cuando me entrego a estos retales que se me van cayendo de la alforja. Creo -y excuso la vanidad paradójica que encierra esta fe mía- que muy pocas veces habré escrito una sola palabra que no fuese intencionada, que no estuviera sopesada y elegida y remplazada entre todas las posibles, que no haya sido calculada más allá de sí misma; o lo que es igual: que no albergase su inevitable pizca de vocación literaria. Temo que siento el lenguaje como la especie más depurada de mi compromiso con las cosas que nombra, con la verdad de esas cosas, y temo que, en mi caso, su virulencia enfermiza ya no tiene remedio.

miércoles, 19 de marzo de 2014

DE LA HERENCIA

Mi padre es labrador,
y yo también.

Él surca la tierra;
yo, el papel.

Él canta el sacrificio;
yo, su fe.

Mi padre es labrador,
y yo también.

viernes, 14 de marzo de 2014

¡BUEN VIAJE!

Ayer se presentó en la taberna un tipo con galones de marino y anunció a bombo y platillo que buscaba hombres para una expedición a las Indias. El viaje es idea de un almirante italiano y, según dijo, lo financia la reina Isabel de Castilla, así que no nos faltará de nada, podemos estar tranquilos. Luego pagó una ronda de cerveza y se despidió de nosotros recordando que hoy se cierra el plazo para alistarnos. La verdad es que yo aquí no tengo mucho que hacer, nada me ata a este lugar, soy joven y fuerte y me tienta la aventura. Y a eso he venido, a que me apunten. Zarpamos la semana que viene. Mi nombre es...

He llegado a clase con la idea de continuar con el programa -ejercicios sobre los complementos del verbo y ortografía de la x-, pero, después de pasar lista y constatar que ya es viernes en los rostros vencidos de los alumnos, el menos tímido del grupo ha sugerido escribir alguno de esos relatos que a veces les propongo, a bote pronto, para propiciar el estímulo de las palabras y para que, de paso, den rienda suelta a su imaginación. Tampoco esta vez he sabido negarme, y se me ha ocurrido improvisarles el párrafo de arriba, que han tomado al dictado en sus libretas y que ahora tendrán que desgranarlo y completarlo hasta donde su ilimitada fantasía les permita. Ahí cabe una novela, les he dicho, pero de momento bastará con una cara de folio o con un folio y medio. Inmediatamente se han aplicado a la labor, repitiendo esos gestos clásicos que pautan el misterio de la inspiración creadora, como abducidos por la llamada de un dios generoso. No me cabe duda de que los complementos del verbo y la ortografía de la x sabrán esperar su hora.

jueves, 13 de marzo de 2014

RETRATOS DEL ALMA

Hace mucho tiempo que nadie va al fotógrafo para hacerse un retrato; tanto, que ya es mayoritaria la gente que no sabe que existían estos fotógrafos especializados en captar "algo más" que nuestra simple imagen. La masificación de esta técnica -sobre todo desde la aparición de la fotografía digital y últimamente desde el acercamiento del hecho fotográfico a través de las redes sociales- ha propiciado que se pierda el interés por saber de nuestra imagen a través de la visión del otro. Así pues, esa necesidad que siempre ha acompañado al hombre por fijar en el tiempo su paso por la vida, habría sido resuelta definitivamente con la socialización de las tecnologías.
Sin embargo -como indicábamos antes-, hacerse un retrato era "algo más". Hacerse un retrato suponía casi un reto metafísico y estaba también teñido de acontecimiento social. En ese acto, casi sagrado, la persona que iba a retratarse sabía de antemano que no sólo iba a exponer su imagen externa, sino también su interior, o sea, algo de su identidad, de ahí que durante muchísimo tiempo ir al fotógrafo para hacerse un retrato supuso todo un rito: había cita previa, ese día el modelo se acicalaba más de lo habitual, se vestía con sus mejores prendas; en definitiva, se convertía en el protagonista de su entorno.
Ahora todos tenemos y distribuimos cientos de nuestras imágenes, poses festivas, de grupo, en viajes, anécdotas, acontecimientos que queremos enseñar, pero lo que ya no tenemos son retratos. Y es que para que un retrato exista siempre tiene que haber dos partes y una voluntad común: uno que hace de tema y otro que lo observa, selecciona y decide finalmente retenerlo. Un retrato es algo muy especial porque es también un encuentro, una cita, es el instante en el que dos almas -una de ellas agazapada- se juntan y reconocen en una milésima de segundo, es decir, se tocan en un lugar sin tiempo, en un espacio en el que no hay pasado, ni futuro, sólo presente. ¿Qué tiene pues la fotografía de retrato que no tengan otro tipo de imágenes? Creo que la luminosidad de un fondo insondable, siempre de dos.

Juan Ballester

miércoles, 12 de marzo de 2014

TEJEMANEJE

Va uno embebido en sus cavilaciones, templando asuntos pendientes por aquí y por allá, rellenando fichas y otros papeles pasajeros, alternando ideas repentinas y pensamientos fugaces que ni el mejor Joyce hubiera sabido discernir y garbillar para dar rienda suelta a las páginas de un monólogo monumental, y de pronto se fija en mí un vocablo, tejemaneje, y me distrae de todo lo que me ocupa y solo atiendo al hechizo neto de su inesperado protagonismo. Sustantivo nacido de un cruce legítimo entre el verbo tejer y el verbo manejar, me maravilla que una sola palabra acierte a decir y a nombrar tanto y tan bien aquella realidad para la que fue designada, así en lo semántico como en lo fonético. La pronuncio varias veces, la paladeo como si la estuviera degustando, y lentamente se me revela su destino de onomatopeya virtual -se me permitirá expresarlo así-, su soberana contundencia. Tejemaneje: mucho más de lo que opina la simpleza bienintencionada de cualquier diccionario.

lunes, 10 de marzo de 2014

UCRANIA

Tiempo atrás, cuando Helena había soplado tres velas y Federico acababa de nacer, su madre y yo llegamos a un acuerdo con una chica de poco más de veinte que se ofrecía como empleada de hogar, para suplir de urgencia a la ecuatoriana que desapareció de un día para otro, el mismo mes que le firmamos los papeles y se hizo con su permiso de residencia en España. Ulana procedía de una ciudad cercana a la central nuclear de Chernobyl, y había salido de su país buscando un mejor tratamiento para el hijo que le había nacido con problemas motrices muy visibles, probablemente por efecto retardado de la radiación. Meses después formalizamos los papeles de Ula y le concedieron el ansiado permiso de residencia. Echaba horas sueltas en varios domicilios, organizándose no se sabe cómo, y cuando reunió el dinero necesario regresó a Ucrania una vez y otra vez, con la inquebrantable voluntad femenina de traerse con ella al niño Oleg, salvando los rígidos controles fronterizos. Se sobrepuso a dos intentos frustrados, hasta que al fin, a la tercera, logró su objetivo, previo abono de comisiones ilegales a conductores y policías corruptos de su añorada tierra. Una navidad los invitamos a cenar en casa, a ella y al niño y también al marido -que trabajaba de albañil con un patrón que ya le adeudaba más de un año de sueldo-, y en el transcurso de la velada surgieron los típicos temas sobre nuestros países respectivos, sobre nuestros políticos, sobre la vida. Me sorprendió el orgullo patrio y visceralmente antiruso del joven Roman, que así se llamaba, con una carga de radicalismo ideológico y de odio exclusivo que por momentos coqueteaba con lo que solemos identificar con la extrema derecha (incluso admitió su simpatía por Franco); pero, viniendo de alguien que sobrevivía en España como inmigrante sin papeles y sin ningún derecho a nada, ni siquiera a reclamarle al constructor su deuda de un año de trabajo, me sorprendieron todavía más sus comentarios abiertamente xenófobos, en particular para referirse a sudamericanos y árabes. Ignoro su paradero actual, el de él y el de ella y el del niño, cómo estarán viviendo la espiral de violencia civil en su país. No hay vez que escuche o lea noticias de Ucrania que no me vuelva el recuerdo de aquella cena, de aquellas convicciones teñidas de tan paradójico odio al extranjero.

viernes, 7 de marzo de 2014

UN EPÍLOGO DEL AÑO 93

En el otoño de 1984 y en el otoño de 1985 escribí, respectivamente, la primera y la segunda parte de este libro. Poseído por una fuerza irrepetida y ajena que nunca entenderá el mayoritario gremio de los necios (así iletrados como reputadísimos teóricos) y con el ramalazo visible de primeras lecturas que no he querido eludir ahora (Neruda y Cernuda, Vicente Aleixandre), gocé del acto siempre agridulce de la creación y, debo añadir, ese acto me salvo (terapéuticamente, digo) de catástrofes íntimas mayores.
Nueve años después (siguiendo a Horacio) y a casi dos mil kilómetros del escenario, he retomado aquellos versos y los he templado con la parsimonia diligente de quien aprendió a observar, mejor o peor, las escasas (y definitivas) trampas del oficio, pero también con la mirada lúcida (más o menos) de quien ya no llora mientras cuenta sílabas ni se solaza en esa vasta necedad humana, la más disculpable acaso, que llamamos desconsuelo. Pésimo traductor, he privilegiado la esencia (que otros apodarán semántica), y el resto lo he trans-formado (la palabra lo dice todo) de acuerdo con mi oído de hoy, que quizá no es el de ayer ni será, por fortuna, el de mañana.
La parte final no pretende sino clausurar poéticamente lo que emocionalmente ingresó en el olvido, esa otra forma de amor que excluye el odio y la indiferencia.
Turín (Italia), 7 de marzo de 1993

Epílogo a El otoño de los tristes (El Bardo, 1995)

El suspiro de la vida... ¿Realmente han transcurrido veintiún años desde que concebí el tono osado de estas líneas, y asimismo su abundancia prescindible de paréntesis, en la cámara 404-B de aquella residencia del barrio de Mirafiori, en el extrarradio de Turín?