lunes, 28 de febrero de 2011

SE PUEDE VIVIR SIN TODO

-Se puede vivir sin nada -dije, a modo de sentencia, en el transcurso de un café vespertino con un amigo poeta y músico, o con un poeta músico y amigo, o con un músico amigo y poeta.
Nos habíamos sentado en un enclave de nomenclatura irrepetible, casi mágica: frente a la fachada del Museo Ramón Gaya, en la terraza de la cafetería Aromas, a dos pasos de la plaza de Las Flores. El diálogo venía a cuento de un viaje mío a Marrakech, reciente, y de las carencias seculares de esos pueblos que, como el marroquí, viven inmersos en sus particulares crisis perpetuas; y de ahí derivó, casi sin transición, hacia dominios más íntimos: le hice notar que propiedades que alguna vez nos parecieron irrenunciables, por ejemplo ciertos libros o ciertos objetos próximos, de repente dejan de estar a nuestro lado y la ausencia nos acostumbra a prescindir, o nos enseña que son prescindibles. Mientras él se liaba su cigarrillo, yo pensaba en un poema de Borges que se titula Las cosas y concluye con este par de endecasílabos: "Durarán más allá de nuestro olvido. / No sabrán nunca que nos hemos ido". Pero entonces él, el amigo músico y poeta, o el poeta amigo y músico, o el músico poeta y amigo, antes de activar la mecha y acercarla al extremo de su manufactura, me corrigió sutilmente con su habitual clarividencia:
-¿Sin nada, dices? Se puede vivir sin todo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

23 DE TEJERO

Recuerdo que aquel 23 de febrero yo tenía catorce años recién cumplidos -menos de los que hoy alcanzan mis hijos-; que estaba jugando a la pelota en una calle de mi pueblo y que me enteré vagamente de lo que ocurría porque algún vecino se lo dijo a otro, al pasar. Recuerdo que aquellos niños siguieron jugando a la pelota, y recuerdo que esta misma tarde, hace apenas un rato, yo he vuelto a jugar a la pelota con mi hijo, aunque no haya sido en una calle de aquel pueblo ni yo sea el niño que recuerdo haber sido.
Solo quiero añadir que se me antoja que ha pasado una eternidad desde entonces.

viernes, 18 de febrero de 2011

NOTAS SIN PORVENIR

A menudo anoto cosas que se me ocurren en los momentos más insospechados, y luego, al tiempo, me las voy reencontrando con cierta sorpresa en viejas servilletas de bar, en papeles doblados entre dos páginas de un libro, en reversos de folletos publicitarios que perdieron vigencia, en una de las tantas libretas que inauguro con esa vaga voluntad de perseverancia que luego traiciono. Hoy hago limpieza de mis bolsillos:

Orégano, tomillo y eneldo (y no sé si albahaca). Patatas fritas cortadas a lo pobre, con cebolla a la juliana. Todo ello revuelto con queso.

"La verdad está en alguna parte entre el documental y la ficción" (Frank Capra).

¿Cómo ahorrar al repostar gasoil?
-Llenar por la mañana, temprano.
-Hacerlo sin que haya bajado de la mitad del depósito.
-Apretar la manguera muy flojito.

El paréntesis aclara; la raya interrumpe.

Descubrimiento inopinado de un poeta con el que, oh azares de luz, al fin conecto: José Emilio Pacheco.

¿Lo que importa de las cosas es que son, o el cómo sean?

Entre las múltiples formas que adopta el machismo, la más inquietante es la que se vuelve contra el macho.

Aquí contigo soy
como la nube lenta
que vence sobre el mundo
su presagio de pluma.

Ordenar, ordenar y volver a ordenar... Así ha sido desde que me recuerdo, así será (¿?).

La ignorancia del arte, su desprecio tácito, no es en modo alguno un acto inocente, y su efecto sobre el hombre futuro será decisivo, determinante...

La poesía y su ejercicio (y por extensión la literatura en su amplio registro) me ha servido para crearme la ilusión de no ser cómplice en esta madeja de hilos anodinos que todo lo envuelve, que todo lo engulle; me ha ayudado a mirarme en el espejo y, de vez en cuando, contemplarme con un volumen de dignidad humana que nunca supo darme el fútbol, por ejemplo, ni su estela de conversación inútil.