domingo, 31 de agosto de 2014

FOTOGRAFÍA DE PERFIL

La otra tarde estuve inspeccionando las entrañas formales de estos retales y pensé que sería bueno sanearlos un poco, darles un aire nuevo coincidiendo con el cambio de estación, adecentarlos para la travesía de los próximos meses. Constaté que, durante muchos años, mi foto de perfil no fue de perfil, sino la sombra de mi cuerpo proyectada sobre las losas de una calle de Roma, junto al castillo de Sant'Angelo si no recuerdo mal, con motivo de una visita de 2009. De vez en cuando me ha tentado la posibilidad de cambiarla por otra más reciente, con mayor empuje, de manera que mi rostro y mi mirada -no de perfil, sino frontales- se mostraran nítidos a la mirada y al rostro de quien abriese esta ventana desde cualquier lugar del mundo, en un signo de autenticidad que razonablemente algunos juzgarán presuntuoso. La otra tarde barajé unas cuantas poses en color, seleccioné la más amable y mi arrebato la publicó; pero a los pocos minutos ya la había retirado: en una fotografía, sobre todo si se trata de rostros, el uso del color le roba el potencial de misterio o de romanticismo que late en ella para cuando sea contemplada desde el futuro. Al fin colgué una instantánea que aún desprende cierto magnetismo -imagen movida, difuminada, casual- y que debo a la pericia de Sebastián Mondéjar, el amigo que la capturó en la presentación de mi último libro de poesía, allá por 2006.

viernes, 29 de agosto de 2014

EL TIEMPO ES EL AMO

De aquel hombre apenas conservo imagen física, pero aún lo siento deslizarse como una sombra por los cautelosos escenarios de mi infancia. El mote por el que lo llamaban y mentaban en el pueblo, intraducible al castellano, adquiere hoy resonancias mezquinas, como si se cebara en ese desaliño campesino que ya entonces nos resultaba anacrónico a los jóvenes de mi generación, impropio de los nuevos tiempos. Testigo de la guerra y sus miserias, desde mozo había trabajado duro para los señores de una hacienda en la que solo presumía de comer bien, como un Sancho satisfecho de su suerte. Su decir era el de un iletrado con coeficiente intelectual límite; gastaba un habla de chascarrillo, veteada de frases previsibles que lo convertían en pequeño bufón de la calle por la que pasaba. Siempre que se le preguntaba por cualquier evento o circunstancia, fuere más o menos cotidiano o trascendente, su respuesta invariable parecía robada a la clarividencia sentenciosa de un filósofo. Hace pocos días, en el pueblo, después de algunas décadas, volví a escuchar esas palabras que inevitablemente van ligadas a aquel hombre que cruzó por la vida sin otra pena ni otra gloria, o eso creemos quienes ahora lo citamos: "El tiempo es el amo", como solía decir El C...

sábado, 23 de agosto de 2014

MICRORRELATOS

Amanece en mi bandeja de correo (bandeja ya tan solo abastecida por media docena de páginas comerciales y otra media de propaganda) el anuncio de un concurso de microrrelato que presume de ser el mejor dotado del mundo por palabra (limita su extensión a un máximo de cien). Precisamente la semana pasada hacíamos tertulia con unos amigos, a pie de playa y en traje de baño, a propósito del dificilísimo cultivo de la novela corta, género que se debe al equilibrio de la media distancia, que no se agota en el efectismo inmediato del cuento y que tampoco quiere abandonarse a la complejidad estructural de la novela. Tirando de ese hilo, acordándonos tal vez del ineludible dinosaurio de Monterroso pero citando algún narrador contemporáneo que pudo ser pionero o al menos instigador inocente, el diálogo derivó sin mucho esfuerzo hacia la moda del microrrelato en la última literatura española. Y todos coincidimos en que el microrrelato conoce tres caminos y ninguna meta: o se confunde con un poema aprosado; o se postula primo hermano del aforismo, de la greguería o de sus innumerables variaciones; o naufraga en los intestinos de un mal chiste, jajajá incluido, en una de esas ocurrrencias de sobremesa que amenizan las avenidas democráticas de las redes sociales.

viernes, 22 de agosto de 2014

UN POCO DE ORDEN

Para quienes hemos transcurrido media vida mirando a la pizarra y la otra media dándole la espalda, el ciclo de los años se corresponde con el curso escolar. Es irremediable: el mundo, para nosotros, se crea fatalmente en las primeras semanas de septiembre, y luego va escribiendo trimestre a trimestre los renglones más o menos azarosos de su historia, hasta doblegarse ante la agonía repetitiva y previsible de cada mes de junio. Para nosotros, que fuimos bendecidos con sesenta soles y sesenta lunas de vacación consecutiva, las últimas jornadas de agosto se postulan como una bisagra estúpida, tierra de nadie en que se evidencia el antiguo desencuentro entre el calendario de los hechos y lo que los modernos han dado en llamar reloj biológico. Ahora urge limpiar la casa, cambiar o restaurar algunos muebles, atemperar el hábito de la holganza, renovar ciertos proyectos, acomodar cuerpo y espíritu a esa especie de la disciplina que solo triunfa en los espacios cotidianos. Y todo para hacernos la ilusión de que seguimos creciendo, de que todavía es posible.

miércoles, 13 de agosto de 2014

CAZANDO MOSCAS

Me había aplicado a la lectura de La broma, la novela de Kundera, en la terraza de la casa alquilada para la primera quincena de agosto. Llevaba un par de días sumergido en la historia, casi un tercio de sus páginas. De vez en cuando levantaba la vista para cerciorarme de la aspereza rotunda del paisaje y para agradecer a lo lejos, acotado entre dos montañas, el azul vespertino del mar. La densidad de la fábula se encabritaba o languidecía entre mis manos, párrafo a párrafo, mientras a mi pensamiento se le insinuaba alguna idea para un relato futuro o trataba de retener cualquier intuición desprovista de palabras. El atardecer me sorprendió sentado y sentado seguí hasta que el disco redondo de la luna se suspendió en el horizonte. Miré hacia la pared, a mi espalda, y vi que la bombilla estaba encendida y que a su luz había acudido una salamandra que permanecía quieta, imperturbable, al acecho. Cada cierto tiempo, a intervalos de pocos segundos, efectuaba una sacudida unitaria que, como un latigazo, la involucraba completamente y la devolvía al instante anterior. Entonces pensé lo que ahora anoto: que esa es la imagen más certera para el artista, para el escritor, especie de saurio que vive en un continuo estado de alerta para alcanzar al vuelo y hacer suya cada ocurrencia pasajera, cada azar y cada signo, el barro hostil de las cosas, la materia huidiza de la vida.