sábado, 23 de agosto de 2014
MICRORRELATOS
Amanece en mi bandeja de correo (bandeja ya tan
solo abastecida por media docena de páginas comerciales y otra media de
propaganda) el anuncio de un concurso de microrrelato que presume de ser el
mejor dotado del mundo por palabra (limita su extensión a un máximo de cien).
Precisamente la semana pasada hacíamos tertulia con unos amigos, a pie de playa
y en traje de baño, a propósito del dificilísimo cultivo de la novela corta,
género que se debe al equilibrio de la media distancia, que no se agota en el
efectismo inmediato del cuento y que tampoco quiere abandonarse a la
complejidad estructural de la novela. Tirando de ese hilo, acordándonos tal vez
del ineludible dinosaurio de Monterroso pero citando algún narrador
contemporáneo que pudo ser pionero o al menos instigador inocente, el diálogo
derivó sin mucho esfuerzo hacia la moda del microrrelato en la última
literatura española. Y todos coincidimos en que el microrrelato conoce tres
caminos y ninguna meta: o se confunde con un poema aprosado; o se postula primo
hermano del aforismo, de la greguería o de sus innumerables variaciones; o
naufraga en los intestinos de un mal chiste, jajajá incluido, en una de esas
ocurrrencias de sobremesa que amenizan las avenidas democráticas de las redes
sociales.
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