martes, 26 de mayo de 2009

INTERMITENCIAS CON SU ETCÉTERA

La humildad es la dosis de soberbia que necesita el sabio para no sentirse mediocre.
La modestia es la sobredosis de humildad que necesita el mediocre para soñarse sabio.
La ignorancia no concibe los estadios de humildad ni comprende las sutilezas de la modestia, mas a menudo deviene mezquina.
La mezquindad se arroga la humildad del sabio y la modestia del mediocre, pero jamás reconocerá parentela alguna con la ignorancia.
Entre tanto, sale y se esconde el mismo sol -el de los unos y el de los otros-, el mismo sol sale y se esconde, sale y se esconde, sale y se esconde, sale y se esconde, sale y se esconde, sale y se esconde...


lunes, 18 de mayo de 2009

INTUICIÓN EN CARRERA

Hace un rato, mientras completaba mi corretear nocturno de cuarenta minutos por ese circuito que ya me conoce y por el que me dejo llevar muy de tarde en tarde -"una constante en mi estancia / ha sido y es la inconstancia", escribí hace tres décadas y media, imitador precoz de Benedetti-, se me ha ocurrido algo que inmediatamente he juzgado digno de mi talento: que desde el momento mismo en que nacemos, a tan sólo un segundo del útero materno, ya estamos sin embargo más cerca de la muerte que del nacimiento, por la simple razón de que éste se queda en una zona del tiempo que ya es irrecuperable, irreversible, mientras que el final llegará sin remedio, se dilate cuanto se dilate la espera, porque si no es en un segundo o en un minuto o en una hora o en un día o en un año por delante, lo será en diez o en veinte o en cincuenta o en ochenta y ocho, que son los años que han esperado a Benedetti después de aquel primer segundo al que nunca hubiera regresado.
Esto fue hace un rato, en carrera, sudando, controlando el ritmo de mi cuerpo. Pero después de la ducha y de la fruta reconstituyente y del cigarrillo inevitable, me he puesto a gestionar por escrito aquella intuición y he concluido para mí que se me había extraviado su genialidad en algún recoveco indigno de mi talento. No obstante, en un día en el que tocaba hablar de Benedetti a cualquier precio, o citar esos versos suyos que nos hicieron más personas en la travesía de la vida, me he resignado a dejar aquí esta reflexión atropellada que tal vez mañana mismo vuelva a leer como el insospechado homenaje en el que ya se habrá convertido. La viceversa está servida, don Mario, Poeta.

sábado, 9 de mayo de 2009

ÁLBUM DE CROMOS

Somos restos de un sueño
que no nos consultaron,
mas sueño al fin, pues restituye intacta
nuestra antigua querencia,
y al hombre que hoy seremos le revela sin trampa
que triunfos y derrotas son fórmulas triviales,
resignados sumandos
que ni pautan ni estorban
la única y postrera y fatal claudicación:
sentir ya para siempre
que no volverá nunca
la hierba rediviva de aquel cielo perfecto,
de aquella fe del niño bajo el color del mito
-camiseta con franjas y un escudo en el pecho,
y un número a la espalda,
y un balón cuyo cuero
untábamos a veces
con sebo de caballo.

Pero el sueño se eleva sobre llaves y olvidos,
rehabilita sus cauces imperiosos, indemnes,
si hoy de pronto descubro
-mientras busco otra cosa en la casa del tiempo-
aquel álbum de cromos
que llené con mi primo...
que llené con mi primo un otoño imposible
de un año que se aleja
-tal vez el mismo otoño doblegó al Dictador-,
y en mi pecho se agita la impagable ventura
de inventar un remate desde fuera del área
y un centro a la cabeza desde el córner,
y un regate tras otro,
de repente admitido por los restos intactos
de ese sueño alquilado
que no nos consultaron,
de aquel sueño de entonces
-el más alto y más noble que rindió nuestra vida-,
la ventura impagable,
la verdad absoluta de vestir ese atuendo
y salir a la calle de un sábado pretérito
con las medias caídas al cuidado descuido,
y saber no sé dónde
que uno vuelve a ser Neeskens,
Rexach, Marcial, Asensi
o tal vez Johan Cruyff.

domingo, 3 de mayo de 2009

LA MÁS COMÚN DE LAS MUERTES

Años atrás subrayé en una novela de García Márquez que "nada se parece tanto a una persona como la forma de su muerte", y admito que esa idea me ha rondado el pensamiento cada vez que he tenido que atender de cerca a la muerte.
Formas de morir hay muchas (no así de nacer, cuyo abanico es limitado), pero hoy se me ocurre que la más común es también la que nunca aparece en las estadísticas: me refiero a la muerte en vida, a esa renuncia paulatina que circula entre la desilusión y el tedio y que, enferma de amargura, consume sus días lamentando la irreversibilidad del tiempo ido y la minucia de tiempo que a uno le queda para seguirlo lamentando.
Morimos en vida cuando se nos agotan los sueños, cuando el conformismo nos lleva el pulso, cuando perseveramos en los peores hábitos del ser que nunca creímos que llegaríamos a ser, cuando alegamos cualquier excusa para dejar de crecer, cuando ni siquiera buscamos esa excusa. Es una muerte que no tiene edad, pero que se ensaña sobre todo con aquellos que se afanaron en blindarse frente al azar y las pasiones.
Miremos a nuestro alrededor y mirémonos a nosotros mismos: no hay duda de que la muerte en vida es la más común de las muertes.