miércoles, 28 de enero de 2015

PEQUEÑA EDITORIAL RUINOSA

Si me sobrara el dinero, fundaría una pequeña editorial ruinosa.
Es la idea que se me pasó por la cabeza esta mañana, mientras progresaba con paso rápido hacia la oficina de Correos del barrio, primero, y luego cruzaba a la administración de loterías que queda justo enfrente. Si en aquella dejé un relato bajo seudónimo, siete páginas multiplicadas por cinco para concurrir a un certamen literario cuyo premio promete 3000 € (de los que también promete que se hará la retención fiscal que lo reduzca a 2370 €), en la otra puse los seis números de mi suerte, una combinación que incluye fechas familiares y en la que, por eso mismo y porque la esperanza es lo último que se pierde, he reunido un buen pellizco de mi fe.
La pequeña editorial ruinosa alumbraría cinco libros anuales, uno por género. Solo yo decidiría lo que finalmente se publicara, caprichoso y exigente a partes iguales. Reuniría inéditos raros, inencontrables o inencontrados, mecanuscritos despreciados por los grandes sellos, heterodoxos, sin vocación de best-seller, póstumos y apócrifos inventados por mí mismo. Daría prioridad a autores sin ningún tirón ni nombre ni padrino, a los que se sepan fracasados, a los que se extraviaron en sus sueños, a los suicidas. Cada título limitaría su tirada a cien ejemplares: los sesenta primeros los distribuiría de forma personal y gratuita, a cambio de un café y una charla en cualquier terraza del centro; los treinta siguientes los sortearía a beneficio de causas perdidas; los últimos diez los ofertaría a precios desorbitados.
Sí, fundaría una pequeña editorial ruinosa que se llamara así.

lunes, 19 de enero de 2015

VOLVEMOS A VER

Volvemos a ver, ahora en la intimidad del salón de casa, Midnigth in Paris, otra de las sencillas genialidades a que ya nos tiene acostumbrados Woody Allen. El recurrido viaje en el tiempo y las cenicientas campanadas de la medianoche se alían en la construcción de una historia más veraz que verosímil, impecable en la transición del artificio, de un tono intelectual moderado. Bajo los compases envolventes de la bohemia parisina de entreguerras, la cámara va recreando a pinceladas la cara más simpática (decir caricatura sería excesivo) de ese alocado matrimonio Fitzgerald, de ese Hemingway que monologa en su continua borrachera lúcida, de esa faraona del arte que debió ser Gertrude Stein, de ese Toulouse-Lautrec en su observatorio, de ese Picasso ególatra y de ese Buñuel taciturno y de ese Dalí que sueña con rinocerontes. Y de este lado, en la certeza del tiempo que vivimos, el desenlace de esa típica pareja de turistas americanos (él aprendiz de escritor, ella hija de sus papás) cuyo compromiso se gestó en algún lugar donde ya no existe el amor. Una joya discreta que, como siempre, no ciega ni encandila, pero que destila sus buenas dosis de inteligencia y de talento en todos los planos, en todas las escenas.
A quienes existimos con el anzuelo en ristre para pescar ideas y argumentos que se sometan a la ficción no puede dejar de admirarnos la exquisitez sin aspavientos y la insultante prolijidad (filma una película al año) de este necesario hijo de Manhattan.

sábado, 17 de enero de 2015

SABINA Y YO

Las letras de Joaquín Sabina son un surtido bazar de recursos y figuras que más de una vez sentí la tentación de someter a estudio. Seguro que otros lo habrán hecho por mí. Las comparaciones y metáforas, las antítesis, los abismos de la hipérbole y la antonomasia, unido a una percepción cordial y a menudo desenfadada de la poesía y de la propia vida, convierten sus palabras en un manantial fresco que nunca dejará indiferente a quien trabaja y se preocupa por el lenguaje. 
La otra tarde, mientras revisaba por enésima, con determinación de poda, la prosa esforzada de unas páginas mías, antiguas, me di de bruces con cierta escena en que el personaje cerraba el párrafo "como un perro sin amo". Lo borré de inmediato, convencido de que el mismo símil ya lo había usado Sabina en cualquiera de sus éxitos, aunque no recordaba bien dónde; luego continué con la purgativa labor de lima, quitando de donde mi buen juicio me dictaba que sobraba.
No era la primera vez. Ya sacado de imprenta, en la página 13 de Libro ciudad (Renacimiento, 2006), me topé con el verso "hasta fletar las cientotreintaiséis muecas o miembros agarrotados como signos de interrogación", e inmediatamente reparé en aquella canción, una de las más celebradas de Sabina, en que "el portazo sonó / como un signo de interrogación". ¿Cómo no lo había detectado hasta entonces, si a todos los poemas del libro les había dado mil vueltas antes y después del premio, antes y después de revisar las galeradas previas a la impresión? ¿Se trataba de un plagio inconsciente, de un contagio lírico, de un burdo descuido, de un triste azar?
Por la noche, como si dudara de mi intuición, el insomnio me levantó a hurtadillas e indagó por mí. En efecto, se trataba del tema Y sin embargo te quiero; pero -oh sorpresa- el sintagma que a mí me había sonado a Sabina por la tarde no era "como un perro sin amo", sino "como un gato sin dueño", lo que viene a ser lo mismo, o similar.

miércoles, 14 de enero de 2015

EL PUÑO DE LA DIGNIDAD

Nada desaparece, todo se transforma. Que el rap es la poesía social de nuestros días, el refugio de palabras de una juventud marginada y rebelde, la canción protesta que ganó adeptos en los sesenta y los setenta y los ochenta, el romántico desahogo de tantas y tantas causas perdidas, es una realidad que ya a pocos puede sorprender. Y todo en medio de un espíritu de cambio imprescindible, de redemocratización y de conciencia ciudadana que ocupa las calles y las plazas y levanta ilusionada y esperanzadoramente el puño de la dignidad.
Me reenvía Federico, mi hijo adolescente, el vídeo mordaz que circula por los pasadizos de Internet. Transcribo el texto:

Hablo con tristeza desde un país reprimido
Ya no hay rabia, ya que nos la habéis prohibido
Quizá fue disney quien os sobornara
Porque nuestros derechos ahora
No son más que un cuento de hadas
¿El sistema? Funciona perfectamente
El honrado sin trabajo y al poder los delincuentes
Mira a raj-hoy raj-oayer y rajarámañana
Claro que no hay crisis si no escuchas la voz ciudadana
Pregúntale a la anciana enferma y desahuciada
O a los familiares de los que se quitaron la vida
Aunque es probable que no puedan decir nada
Con el alma amordazada y las bocas cosidas
Querida españa, el intelecto está de más
Que si sálvame, viceversa, que si el pequeño nicolás
Y que emigren los mejores y uf qué tarde
Invito a putas mi tarjeta black está que arde 
Aren’t you ashamed? Oh, sorry, ¿no comprende? 
Relaxing cup of... que ni google os entiende
¿No es vergonzoso que un rapero cualquiera
Pueda dar clases de idiomas a las altas esferas?
¿Ves esto? Tu sanidad y tu educación
La de tus hijos y el futuro de vuestra nación
Suelta la plaga hecho el negocio muerto el perro...
Ya no hay ébola, y a repartir entre los socios
Nuestros países la definición de la utopía
¿Qué democracia, si nos coláis la monarquía?
Familias con hijos discapacitados que viven al día
¿Y luego hay que pagaros vuestros viajes y cacerías?
Es triste casi nadie mueve un dedo
Robots idiotizados y educados con el miedo
Quitadles sus derechos, les dará igual
Prohibid el fútbol y preparáos para la tercera guerra mundial
A veces quisiera no haber nacido
Vivir en mátrix no tiene sentido
Y me quedo corto cuando digo que es algo nauseabundo
Que la ley te multe por luchar contra el corrupto en este mundo
Me dais asco os lo digo con cariño
Como el cura en su sermón para violar a un pobre niño
No creo en dios ni en la verdad absoluta
Pero sueño en un infierno para tanto hijo de puta

jueves, 8 de enero de 2015

LOS IMPOSTORES

Por exigencia del guion (eso que en la jerga educativa sacralizamos con el nombre de temario), hablábamos en clase de Tartufo, la comedia quizá más conocida de Jean-Baptiste Poquelin. Fue entonces cuando cualquier alumno apuntó el título de la película de Woody Allen Match Point: según parece, el director de Manhattan reconocía en una entrevista haberse inspirado en este clásico de la literatura francesa. Por mi parte, creí oportuno ilustrarlos con alguna otra referencia literaria (Borges orbitaba en mi pensamiento, pero no sé si lo mencioné), hasta desembocar en la última novela de Javier Cercas, que no he leído, pero de la que sé que está basada en la historia real de Eric Marco, un catalán que saltó a la fama cuando, hace algunos años, se descubrió que se había hecho pasar por superviviente de un campo de exterminio nazi. Naturalmente, no hizo falta tensar la agradecida cuerda de las analogías para que salieran a la palestra personajes reales y actualísimos, como el notorio Nicolás (que decía colaborar con el Centro Nacional de Inteligencia) o el otrora yerno del rey, un tal Urdangarin, ahora imputado cuñado del vigente (que se instaló en la borbónica familia con el aire acomodaticio de un buenazo).
Luego, ensimismado ante el café de media mañana, se me ocurrió que el de la impostura es un territorio que literariamente me seduce, y me acordé (he de añadir que con una punzada de satisfacción) de dos relatos de La sonrisa del ahorcado por los que todavía siento algún apego: “Cartas al director” y “Discurso del Nobel”.

jueves, 1 de enero de 2015

RITUALES DE TRANSICIÓN

Desde que me pudo la conciencia del tiempo, siempre he asistido a las mudanzas cíclicas del calendario con espíritu regenerador, poseído por una fe inaugural que se abastece de energías renovadas, de sutiles proyectos, de ilusos propósitos de enmienda, de sueños todavía. No sé por qué, subsiste en mí una inclinación supersticiosa que colma su buena voluntad con la excusa de los cambios estacionales, de los aniversarios sucesivos, del tránsito fugaz de un año al que lo sigue.
Me recuerdo adolescente, todos los 31 de diciembre, rey absoluto de mi soledad, caminando hasta la cima de un cerro desde el que se domina el pueblo, para sentarme en una piedra y meditar allí sobre los doce meses transcurridos y los doce aún por transcurrir. Más tarde adopté el rito de los conciertos de año nuevo desde el sofá de la casa de los padres, solo ante el televisor, con el invariable avispero de resaca zumbándome las sienes, fiel hasta el palmeo efectista de la Marcha Radetzky.
Después la vida me ha zarandeado por distintos escenarios, cobrándose el tributo que reclama a las edades del hombre; pero cada día de nochevieja y cada mañana del primero de enero acude a mí, como un rescoldo casi ajeno, la nostalgia de aquellas sensaciones antiguas que jugaban a provocar o a descifrar los derroteros de mi presente y mi futuro, de mi inescrutable porvenir.