viernes, 30 de diciembre de 2011

MOMENTOS DE ORO

Cuando estoy con mis hijos, últimamente, noto que las horas se han ido vaciando de minutos, y los minutos de segundos, para convertirse estos y aquellos en momentos de oro, instantes de una dichosa plenitud que por primera vez desprecia la sustancia que llamamos tiempo.
Tanto leer y tanto escribir, tanto indagar en una y otra dirección, tanto perseguir quimeras, tantos conatos de definición de la felicidad, y de repente descubro en esto lo más valioso que me ha enseñado el año que ya expira.

jueves, 29 de diciembre de 2011

LOS PAPALAGI NO TIENEN TIEMPO

"Los Papalagi (u hombres blancos) siempre están asustados de perder su tiempo; todos saben exactamente cuántas veces el sol y la luna se han levantado desde el día en que vieron la gran luz por primera vez. Sí, juega un papel tan importante en sus vidas, que lo celebran a intervalos regulares, con flores y fiestas.
En Europa hay realmente poca gente que tenga tiempo, puede incluso que ninguna. Esa es la razón por la que corren por la vida como una piedra lanzada. Casi todos mantienen sus ojos pegados al suelo cuando caminan y balancean sus brazos para llevar mejor el paso. Cuando alguien los para, le gritan malhumoradamente: ¿Por qué me has parado?, ¿no ves que no tengo tiempo?
Con toda su fuerza y todas sus ideas, los Papalagi intentan ensanchar el tiempo tanto como pueden. Usan agua y fuego, tormentas y relámpagos del firmamento, para refrenar el tiempo. Ponen ruedas de hierro bajo sus pies y dan alas a sus palabras, sólo para ganar tiempo. ¿Y para qué sirve todo ese trabajo y esos problemas? ¿Qué hacen los Papalagi con su tiempo? [...] El tiempo resbala de sus manos como una serpiente deslizándose, porque tratan siempre de agarrarse a él. No permiten que el tiempo venga a ellos, sino que lo persiguen. [...]
¡Oh, mis hermanos amados!, nosotros nunca nos hemos lamentado del tiempo. Lo hemos amado como era, sin perseguirlo ni cortarlo en rebanadas. Nunca nos da preocupación o pesadumbre. Si hay entre vosotros alguno que no tenga tiempo, que hable. Nosotros tenemos tiempo en abundancia, siempre estamos satisfechos con el que tenemos, no pedimos más del que ya hay y siempre nos basta. Sabemos que alcanzamos nuestras metas a tiempo y que el Gran Espíritu nos llamará cuando perciba que ya es nuestro plazo, incluso si no sabemos el número de lunas consumidas desde la primera.
Debemos liberar de sus desilusiones al engañado Papalagi y devolverle el tiempo. Cojamos sus pequeñas y redondas máquinas del tiempo, aplastémoslas y digámosle que hay más tiempo entre el amanecer y el ocaso del que un hombre ordinario puede gastar."

Tuiavii de Tiavea, jefe samoano (hacia 1929)

miércoles, 28 de diciembre de 2011

CALLE LEALTAD

-Si le hago a usted una foto, sale mi yerno.
Regresaba yo a mediodía por esa callecita cuyo nombre siempre me ha llamado la atención, y, de frente, venía una mujer a la que le faltará muy poco para doblar mi edad. Ella se ha parado delante, a dos pasos de mí, cuan menuda es, y me ha dicho la frase de arriba con una gracia simpática, si se me permite el epíteto. Yo he indagado que cómo es eso y, quitándome las gafas de sol para que me reconociera mejor, he añadido que dónde vive y cómo se llama mi duplicado, porque no es la primera vez que alguien me descubre en esta ciudad (también me ha ocurrido en otras partes, es cierto) mi increíble parecido físico con otro individuo.
-Mi yerno se llama Juan Francisco Marín Belando y vive ahí cerca, en el barrio de Santiago El Mayor.
Yo esperaba que, con el paso de los segundos y la proximidad, la mujercita se apercibiría de alguna diferencia entre el otro y yo; pero se ha despedido muy segura de su observación, felicitándome las pascuas con esa gracia simpática que ya la define e insistiendo en sus palabras iniciales:
-Si le hago la foto a usted, le digo que sale él, mi yerno.

jueves, 22 de diciembre de 2011

LA ESPAÑA AZAROSA

No es verdad que la mejor lotería sea el trabajo y la economía, como insinuaba aquel refrán que se aplicaban mis abuelos y que heredaron mis padres, siempre a cuestas con su bandera de austeridad. Basta con atender a las reales imputaciones de corrupción que se ciernen sobre el real yerno de SS. MM., o a las comisiones inverosímiles que se adjudican los magnates de las finanzas y se pactan sin escrúpulo en los despachos consistoriales, o al volumen de fraude que calculan los inspectores de la hacienda pública; basta con esa puntita del iceberg de las indignaciones para convencernos de que no, que no es verdad. Si ayer se hacían quinielas sobre la estructura de un gobierno que viene a salvarnos de la crisis más crítica que recordarse pueda, hoy se conoce que los españoles -con sueldo o sin él, con prestación o sin ella- han invertido la vertiginosa cantidad de dos mil seiscientos ochenta millones de euros en tentar a la suerte, lo que se traduce, dicen los que saben, en una media de cincuenta y seis euros por habitante. La mejor lotería -hoy lo certificarán algunos- es la que de pronto nos toca con el azar de su dedo, aunque en algún recodo del camino que conduce a la felicidad más exultante y a la botella de cava y al mercedes pretencioso se nos extravíe la gracia antigua de la rima.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

AMIGOS

Nada más triste que afirmar de alguien que fue nuestro amigo, siquiera durante una etapa de la vida, porque ese pretérito aparentemente inocuo traiciona sin embargo los cimientos invencibles de la amistad y, de algún modo, nos exige explicaciones de veracidad con carácter retroactivo. ¿Estás seguro de que lo fue?, ¿se desautoriza por sí solo? Por eso, a veces, añadimos matices tales como amigo "verdadero" o amigo "de circunstancias" o simplemente "conocido antes que amigo".
Yo nunca supe con exactitud -ni lo sabré jamás, me temo- en qué dominio del lenguaje se dirime el significado de esta ni de otras palabras emocionales que no suelo usar a la ligera, quizás porque soy muy pudoroso con las etiquetas verbales, y cuando las coloco lo hago con la absoluta vocación de comprometerme por entero, de no defraudar ni defraudarme, aunque luego el discurso de la vida nos zarandee a su antojo y nos obligue al examen de conciencia.
Ahora la moda de las redes sociales contabiliza a los amigos por millares, parece que todo vale para engordar la generosa ubre del concepto, como si cualquier tipo de relación humana tuviera acceso a la intimidad cómplice que uno presupone a la amistad. Yo, más restrictivo y más prudente -¿más sensato?-, observo mi mano abierta y me reconforta advertir que sus dedos cuentan apenas la solidez de dos, de tres personas amigas, y me repito que podré sentirme honrado de que al menos esas tres o esas dos quieran decirlo de mí, y asumo la bonita expectativa de que aún me queden dedos para añadir un par de amigos más; pero amigos de verdad.

martes, 20 de diciembre de 2011

SÁBATO (O SABATO)

A finales de abril falleció el casi centenario Ernesto Sábato (o Sabato), apenas un par de días después de que alguien me preguntase si todavía estaba en este mundo y yo le dijese que creía que sí. Me resistí entonces a que la fuerza de la actualidad edificase una esquela que, inevitablemente, iba a ser tan coyuntural como todas las esquelas mortuorias que la actualidad exige. Sentí que los hombres y mujeres perdíamos una conciencia íntegra irremplazable, acaso el último de los "humanistas" que en pleno siglo XXI aún hacía honor a la pureza del concepto.
Al hombre Ernesto Sábato (o Sabato) lo vi en el paraninfo de la universidad de Murcia el día que le concedieron el honoris causa, allá por el mes de mayo de 1989. Después, claro, frecuenté El túnel, esa joya de novela que habré leído media docena de veces, y subrayé por todas partes El escritor y sus fantasmas, compendio reflexivo que explora el compromiso de quien escribe y el valor de verdad suprema que se ha de conceder a la imaginación literaria, al oficio de fabular. Pero hoy solo deseo rescatar para mis retales unas cuantas frases que no usurpo de sus libros, sino que las cacé al vuelo vivo de su palabra, mientras en la sala abarrotada de jóvenes se afianzaba la emoción cómplice y tronaba el fervor de los aplausos. Dijo Sábato (o Sabato):
"Las grandes novelas están hechas por instinto".
"La obra más subjetiva, si es auténtica, alcanza universalidad".
"Todo espíritu religioso, generalmente, es anticlerical; empezando por Cristo".
"La Iglesia no teme al ateo violento, sino a los indiferentes".
"Uno no escribe para pasar a la historia".
"El verdadero arte es siempre una reacción".

lunes, 19 de diciembre de 2011

NOSTALGIAS

Solía decir Primo Levi -tantos años en la frontera de la depresión y del suicidio- que existía un rincón de la casa familiar en Turín que le era especialmente confortable, y que al cabo de la vida había averiguado que fue ahí, en ese preciso espacio, donde tiempo atrás se ubicó el antiguo dormitorio donde lo alumbró su madre. Antes que la improbable justificación sensorial o extrasensorial del fenómeno, me interesa su virtud de símbolo, la magnífica metáfora significada en la nostalgia del paraíso intrauterino.
Escribo esto porque no hace mucho constaté -supongo que ya lo sabía, pero que mi conciencia no había reparado en ello- que cada vez que visito la casa de mis padres, allá en el pueblo, y duermo en la cama que me tienen dispuesta, disfruto de un bienestar íntimo que nunca me he atrevido a describir, pero que ahora, a la luz evocadora de Primo Levi, se colma de simbología y acaso de sentido: esa es la misma cama de matrimonio (su estructura lo es, aunque el viejo colchón de lana ya fue sustituido por otro más moderno) donde yacía mi madre cuando la asistió la comadrona para traer al mundo a su primogénito.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

EL MÓVIL

Después de comentar dos significativas frases que la habilidad de García Márquez inserta en su novela Crónica de una muerte anunciada (una: "me resistía a creer que la vida terminara por parecerse tanto a la mala literatura"; otra: "nunca le pareció legítimo que la vida se sirviera de tantas casualidades prohibidas a la literatura"), se me ocurrió indagar opiniones sobre la complicidad múltiple del coro de personajes en la ejecución del sacrificio, y también, cómo no, les pregunté por el móvil de los asesinos. Y sus respuestas me sorprendieron casi hasta el delirio, como si buscaran emular el chiste de cualquiera de esos monólogos de humor que amenizan nuestras veladas de domingo. Algunos advirtieron que no había ningún móvil, por la razón de que en el tiempo de la historia todavía no se había inventado o no había llegado a los pueblos pequeños; otros, más sutiles, apreciaron que tal vez se lo había requisado el juez y que precisamente el rastreo de las llamadas le ayudó a determinar por dónde habían pasado durante aquella larga noche los hermanos Vicario. Pero la más enigmática de todas admitía que el móvil era la principal clave de la historia, porque Ángela, la hermana repudiada, afirmó que se lo había robado Santiago Nasar aunque no pudiera demostrarlo, no tenía pruebas pero estaba segura de que pudo ser él, y de ahí el desarrollo de la trama y su fatal desenlace.

sábado, 10 de diciembre de 2011

ALEGRÍA DE SÁBADO

Me he despertado anticipándome en más de media hora a la música fatídica del despertador: aunque es sábado y no me esperan en el instituto, quería levantarme con tiempo para acompañar a mi hijo a su partido de fútbol. Sin embargo, he permanecido en la cama un rato más, entregado a esa dulce sensación que se nutre de silencio y de tiniebla y de sábanas calientes, aguardando el aviso puntual que anoche negocié en el reloj de mi teléfono móvil.
Desde el principio de mis días -creo que nací un viernes-, siempre preferí la promesa del sábado, reverso necesario a la tristeza que me embargaba y me embarga los domingos. Cuando era niño amaba las mañanas amplias y libres de cada sábado sin obligaciones escolares, el bullicio de las gentes en la angostura de la calle donde se instalaba el mercadillo del pueblo. Luego se me fue imponiendo la expectativa irrepetible de ir a jugar nuestro partido contra los muchachos de otro barrio, siempre en campos improvisados de cemento o de tierra, con dos pedruscos por toda portería, sin árbitro ni público, sudando camisetas sin el número ni el nombre de ningún ídolo, mas con nuestro sueño anacrónico de imitar en su regate y su remate a los héroes de entonces (Camacho, Breitner, Pirri, Santillana; Asensi, Neeskeens, Rexach, Johan Cruyff...). Después llegó la época de los deseos inmediatos, de la urgencia por vivir el vértigo insensato de tantas tardes y noches de los sucesivos sábados que ya se me extraviaron poco a poco tras su nebulosa de alcohol y de tabaco.
Hoy he llevado a mi hijo a su cita con el balón, poseído por una variedad de la alegría que es, sin duda, deudora de la de otros sábados de antaño; y él, enorme sobre sus diez años de vida, pisando el césped artificial de un campo reglamentario y con porterías de tres palos y red, ha querido colmar la nostalgia creciente de su padre con la dicha indiscreta de su gol. Ni que decir que hemos ganado este partido.

jueves, 8 de diciembre de 2011

JORGE, ARTISTA VERDADERO

Pasó la jornada del 30 sin que hallara el ánimo para sentarme a redactar la efeméride que tenía prevista en recuerdo de Jorge. Ese día se cumplieron diez años de su muerte -acaecida, en efecto, el último de noviembre de 2001, casualmente a la hora en que yo disfrutaba de una comida académica como colofón a la lectura de mi tesis doctoral-, pero lo cierto es que no conocí el triste desenlace hasta que hubieron transcurrido un par de semanas, acaso tres. Fue su hermana Mariola quien me informó por teléfono, y fue ella quien me transmitió su deseo de concertar una entrevista cuanto antes. El 3 de enero la visité en la finca familiar de Trieta, donde casi sin transición me hizo partícipe de la herencia inusitada: Jorge había dejado archivados con sus correspondientes indicaciones un montón de cuadernos y un manojo de papeles sueltos, además de una novela frustrada (así rezaba a mano, en la portada del mecanuscrito) y dos libros de poemas que tuve el honor de leer. Asumido el encargo de la albacea Mariola, me puse a trabajar con entusiasmo y en menos de un año había reunido y organizado en un volumen de casi doscientas páginas aquel compendio de reflexiones y de notas de diario que aún sigue en la sombra. Llevará por título, si conseguimos editarlo, El verdadero artista. Su autor, aquel chico con quien compartí inquietudes en la universidad y que supo admitirme como amigo: Jorge Martínez de Paco. In memóriam.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

MISÓGINOS O GINOFOBOS

"El misógino no desprecia a las mujeres. Al misógino, lo que no le gusta es la femineidad. Desde siempre los hombres se dividen en dos grandes categorías: adoradores de las mujeres, llamados también poetas, y misóginos o mejor dicho ginofobos. Los adoradores o poetas adoran los valores tradicionales femeninos, como el sentimiento, el hogar, la maternidad, la fertilidad, los santos rayos de la histeria y la divina voz de la naturaleza dentro de nosotros, mientras que a los misóginos o ginofobos esos valores les producen un cierto pavor. Los adoradores adoran en la mujer la femineidad, mientras que el ginofobo prefiere a la mujer antes que a la femineidad. No os olvidéis de una cosa: la mujer solo puede ser feliz con un misógino".

El libro de la risa y el olvido, Milan Kundera

lunes, 28 de noviembre de 2011

BRUTAL

Es un adjetivo que venía oyendo con frecuencia creciente en los ámbitos de la cotidianeidad, aplicado a menudo a cosas y situaciones que no transigen con el sentido primigenio del vocablo, pero que uno admite y consiente a pesar de todo, especie de superlativo que se pliega a cualquier objeto y cuya contundencia fija sin fisuras la apreciación subjetiva del interlocutor. Lo que no me esperaba era escucharlo en boca de periodistas y de otras gentes formadas para dirigirse a un público, y ello fue durante la emisión de los debates televisivos que amenizaron el recuento de votos en la noche electoral: parece ser que ya en las encuestas a pie de urna se vislumbraba el resultado "brutal" de los comicios, "brutalidad" que luego confirmaron los datos. Me acordé entonces de los dardos agudísimos que lanzaba en sus columnas don Fernando Lázaro Carreter, aquel lingüista y académico, pero sobre todo aquel profesor, que con su elegancia pedagógica interceptó y denunció los malos hábitos y el mal ejemplo de quienes se suben al micrófono y dicen sin saber. Aquella labor resultó tan encomiable como inútil: basta escuchar una retransmisión deportiva cualquiera, por radio o por televisión, para entender que todo sigue en el mismo sitio, si no peor; y las previsiones de futuro, lo escribo a pie de aula, son todavía más "brutales".

jueves, 24 de noviembre de 2011

DEMOCRACIA

Me reencuentro con E. M. Cioran (y con su ensayo Contra la historia) mientras paso esta tarde las hojas mustias de aquellos cuadernos míos, de lecturas y de citas, que conservo desde la época universitaria. Y, entre otras muchas que hablan de Tiempo, de Libertad, de Religión (verbigracia: "¿Qué hacía Dios mientras no hacía nada?, ¿en qué empleaba sus terribles ocios antes de la Creación?"), me ha sorprendido la lúcida actualidad de una frase que deseo suscribir aquí, esta tarde:
"Maravilla que no tiene ya nada que ofrecer, la democracia es, a la vez, el paraíso y la tumba de un pueblo".

domingo, 20 de noviembre de 2011

EL BESO Y LA TAZA

Sucedió en Madrid, julio el mes. Habíamos querido -fue la excusa perfecta- que nuestro fin de semana en la capital coincidiera con la toma pacífica de la Puerta del Sol por los indignados que marchaban desde toda España. Después de un sábado multitudinario y de su alud entrañable de consignas, para la tarde del domingo se preparaba la gran manifestación en las proximidades de Atocha. A mediodía nos sentamos a comer en una casa de comidas cuyos platos se ajustaban a la exigencia de nuestros paladares y también a nuestro bolsillo. Estaba completo, así que hubo que esperar un rato. Mientras llegaban los manjares estuve hojeando la edición antigua de El rojo y el negro que acababa de comprar en un puesto de la cuesta Moyano. De repente se oyó un golpe y luego un grito casi inmediato dentro del local, en la sala contigua. Le siguió un pequeño alboroto de voces, y todos los comensales nos miramos con la sorpresa paralizada en los rostros. Me levanté y miré y escuché a una camarera: el hombre mayor, ese al que un joven retiene junto a la puerta, le ha tirado una taza a aquel chico que permanece en su silla, atendido por otro que le tapona con la servilleta la brecha abierta en su frente; desde los cuatro metros que nos separan se aprecia el escándalo de la sangre. Volví a mi sitio y relaté el resto: según parece, al hombre mayor que acababa de pedir café (junto a su mujer y a una hija treintañera) le molestó que a dos muchachos varones de la mesa de al lado se les ocurriera darse un beso, así que les lanzó lo que tenía más a mano. Ahora uno de los tres amigos le impide marchar, a la espera de que llegue la policía. Cabe añadir que tanto el agredido como el que le tapa la brecha y el que retiene al agresor poseen cuerpos de gimnasio, perfectamente musculados, pero no hacen ningún ademán de disputa, ni siquiera verbal, frente a las previsibles barbaridades de razón política que escupe por su boca el hombre de la taza. Finalmente llega una ambulancia y llegan los agentes, que toman nota de lo sucedido y se lo llevan en el furgón, rumbo a la comisaría.
Me he despertado pensando en el beso y en la taza, y he constatado que por desgracia aún hay en este país miles de individuos que arrojarían su taza hirviendo contra un beso, sea del género que sea. Y sé que esos energúmenos, cuando hoy introduzcan su invariable papeleta en una urna, estarán legitimando la taza y proscribiendo el beso, aparte de otras muchas causas excluyentes cuya sola mención me provoca urticaria. Aunque mi desengaño y mi indignación no tenían muy claro si votar o no, acabo de decidir que sí, que ahora mismo me voy al colegio electoral y que me decantaré simbólicamente contra la taza de aquel domingo de julio en Madrid. Y a favor del beso, por supuesto.

sábado, 19 de noviembre de 2011

LOS ANIVERSARIOS

Conforme pasa la vida, la vida que nos resta se va poblando de fechas que preservamos a toda costa del olvido, de números de calendario que nos empeñamos en honrar de año en año, marcados con trazo grueso en el devenir cíclico de las emociones más privadas. Son esas cifras que solemos admitir como definitivas porque apuntalan los pasos firmes o errabundos de nuestra identidad presente, las mismas fechas que nos reconcilian poco a poco con los azares cuyos hilos tejieron sin cálculo nuestro pasado, aquellas que prestaron su luz a momentos de vida que -ahora lo sabemos- significan mucho más de lo que entonces prometían. Y si hoy las celebramos es para conmemorar la verdad de su ayer, y, quién sabe, también para justificarnos, en ellas y con ellas, frente a la incertidumbre de cualquier mañana.

martes, 15 de noviembre de 2011

ELIMINAR CONTACTOS

Creo que fue en diciembre de 2004 cuando sucumbí a la llamada del correo electrónico y solicité una cuenta con una dirección que todavía conservo. Pese a mi reticencia natural -nunca supe integrarme con rapidez en la órbita de determinados progresos, llámese conducir mi propio coche o escribir poemas en una pantalla de ordenador o llevar un teléfono en el bolsillo-, sería necio no admitir la utilidad objetiva de este medio, las innumerables ventajas, las maravillosas facilidades que indiscutiblemente me ha regalado una herramienta cuyo mérito mayor es la inmediatez. Si al principio me pudo la obsesión, esa especie de euforia incontenible que me obligaba a mirar y a volver a mirar si se había ejecutado el milagro, es verdad que poco a poco todo aquello fue derivando hacia una tranquila indiferencia, hoy solo atemperada por un resto saludable del hábito de entonces: recibo un número ridículo de mensajes personales y envío aún menos de los que recibo.
Ayer se me ocurrió abrir mi carpeta de contactos y revisar uno a uno los 97 que guardaba; de algunos había olvidado hasta la identidad de quien pudiera estar detrás, de otros muchos atisbé apenas la vaga intención comunicativa que los pudo haber depositado ahí, de la mayor parte me sorprendió que hiciera ya tantos años que ni los había usado yo ni se habían asomado ellos a la paciencia de mi bandeja de entrada. Urgido por un resorte que no sé si llamar "impulso depurativo", señalé unos veinticinco y pinché en eliminar, luego quince más y pinché en eliminar, después diez, y otros diez, y alguno más que se resistía a cualquier criterio, y pinché en eliminar... Al fin comprobé que salvaba 29, una cifra sin redondez ni encanto. Siento que todavía sobra la mitad de 30.

viernes, 11 de noviembre de 2011

EL CULO DEL PODER

Tanto ellas como ellos son jóvenes de aspecto sano y de buena presencia. Seguramente acuden con sus libros a las facultades o aguardan su primer contrato de trabajo mileurista o ya medran su destino en los pasillos y despachos de la organización. A menudo, atendiendo o no a la vehemencia del líder cuyo rostro no ven -salvo que se vuelva un instante para propiciar la complicidad unánime-, despliegan una sonrisa inteligente o bobalicona o neutra que en cualquier caso pretende ser simpática, como si a cada uno de los miembros de este escaparate selecto les importara mucho convencer a la cámara de su pertenencia satisfecha y de su lealtad sin fisuras; pero una sonrisa que sin embargo se torna penosamente artificial y definitivamente impostada cuanto más se repite en la pantalla del televisor, sobre todo si es acompañada de ese impúdico cabeceo cuyos síes sucesivos son marca del adepto y reino de la estulticia. No importa cuál sea la sigla y el emblema que los convierte a su fe, ni tampoco las raíces ideológicas ni el itinerario que los ha traído hasta ese estrado: unos se llamarán de derechas y otros de izquierdas, e incluso habrá quienes no sepan ubicarse sino en ese limbo indefinido que se sitúa a medio camino. Da igual, están ahí, detrás siempre del orador, llenando el espacio turbio de la retaguardia con su sana juventud y su dentífrica sonrisa, conminándonos a ser tan guapos y felices como solo pueden serlo ellos. Siempre estuvieron ahí y siempre lo estarán. No les basta mirarlo: son el culo del poder.

jueves, 10 de noviembre de 2011

AL BORDE...

"De pronto era un hombre sin ambiciones. Y, al perder mis ambiciones, me encontré de golpe al margen del mundo. Peor aún: no tenía ningunas ganas de encontrarme en otra parte. Tanto más cuanto que no me sentía amenazado por la miseria. Pero, si no tienes ambiciones, si no te sientes ávido de éxitos, de reconocimiento, te instalas al borde del abismo. Me instalé allí, es cierto, con todas las comodidades. Aun así, me instalé al borde del abismo".

La identidad, Milan Kundera

lunes, 7 de noviembre de 2011

LA RAZÓN DE LA SINRAZÓN

Leo en una hoja de periódico atrasado que el historiador Fernando Prado está decidido a dar con los huesos (con lo que quede de ellos) del insigne Miguel de Cervantes Saavedra, sepultado en el año de 1616 en algún lugar del convento de las Trinitarias de Madrid. Está previsto que el proyecto de búsqueda dure unos dos meses y que alcance un coste aproximado de 100.000 euros, pues aparte de la cuadrilla de operarios habrá que echar mano de un moderno georradar para que se rastreen los muros y el suelo.

Objetivamente, me parece una empresa más propia de arqueólogo que de historiador, si bien es cierto que tanto el uno como el otro acaban alimentando su ciencia con los despojos del pasado, en este caso con los restos de un grande de la literatura que ni sabe ni entiende la razón de la sinrazón que ampara este empeño, ni puede protestar que lo dejen tranquilo en la paz de su criadero de malvas. Me pregunto si vale la pena remover la tierra tranquila de los muertos cuando no existe una causa ética justificada. Me pregunto de qué nos sirve a los hombres y mujeres de hoy o de mañana conocer el lugar exacto de un cuerpo que murió cinco siglos atrás. Me pregunto qué número de criaturas de ojos limpios aliviarían su hambre y su sed durante todo un año si contaran con la gestión óptima de un donativo de 100.000 euros.

sábado, 5 de noviembre de 2011

SUSANA Y LA LENTITUD

El otro día se cruzó en mi camino Susana (1938), una novela corta, de Baroja, escrita en París durante la guerra civil española. Me dejé llevar por la brevedad de los capítulos, abandonándome a una lectura ligera, casi purgativa, sin mayores pretensiones que alcanzar su final previsible en tres o cuatro acostadas de sofá. Casi sin transición, inspirado por el antiguo propósito de despacharme toda la ficción de Kundera que aún me queda pendiente, busqué y hallé un texto también breve cuyo título, La lentitud (1994), siempre llamó mi atención por tratarse del autor checo. Los dos libros los tomé al azar, en dos arranques consecutivos y próximos, pero sin que mediara en ningún caso una verdadera voluntad, sino más bien movido por el descarte de otros volúmenes de mayor ambición y alcance en la historia de la literatura; en efecto, la una y la otra son obras menores, livianas, que he leído con la sensación creciente de que podrían haber dado mucho más de sí.
La curiosidad que quiero significar es que, conforme leía la segunda, se fue solapando en mi pensamiento una pequeña extravagancia de la primera, de modo que en ambas ha querido imponerse -extraña casualidad, conexión chocante- un cierto discurso o referencia lateral a las moscas, ese molesto animalillo. Si Pío Baroja habilita un personaje obsesionado con inventar un aparato que acabe de una vez para siempre con estos insectos y que apela con sus peculiares guiños humorísticos a una supuesta sociedad de cazadores de moscas, Milan Kundera sitúa la acción de su relato en un castillo convertido en hotel donde se celebra un congreso de entomólogos, uno de los cuales viene a presentar y no presenta una especie desconocida de mosca que él había descubierto y bautizado como Musca Pragensis.
Lo que antes me pareció un azar reseñable, noto ahora, mientras lo releo ya trasladado a mis palabras, que tal vez ha perdido su consistencia originaria. Pero ahí queda.

jueves, 3 de noviembre de 2011

VUELTAS DE TUERCA (y 2)

De acuerdo, admito que sí: hace más el que quiere que el que puede; sin embargo, no me cabe duda de que en innumerables ocasiones quiere más el que puede que el que hace por querer, lo cual condiciona no solo nuestras querencias sino también nuestras posibilidades de éxito.
Pero, por encima de toda variación, sostengo, como principio definitivo, que puede más el que hace que el que quiere.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

VUELTAS DE TUERCA (1)

Detrás de un gran hombre siempre suele haber una pared; delante, una espada.

El hombre no viene del mono: regresa progresivamente a su encuentro.

El hombre es un hombre para el lobo.

martes, 1 de noviembre de 2011

LA DESPEDIDA

Ese día bajábamos al cementerio en pandilla, adelantando con el ansia viva de nuestra impaciencia a los grupos de mujeres oscuras que cargaban con los tiestos de flores para sus muertos. El aire festivo iba adquiriendo sensaciones sombrías, de una gravedad casi adulta, mientras dejábamos atrás esa gran puerta de barrotes de hierro y nos fundíamos con el olor funerario de los cirios y con la tristeza infinita de los ramos. Nos perdíamos en el laberinto de callejuelas curioseando de nicho en nicho, penetrando en el misterio de cada lápida, de cada nombre, descifrando el paréntesis entre dos fechas definitivas, tratando de averiguar el rostro del enterrado en una fotografía que de repente se mostraba más antigua que el mundo. Una fijación mórbida se apoderaba de nosotros si advertíamos la imagen pura de un joven, de un niño, de un bebé, porque en aquel tiempo creíamos aún, desde la insolencia de la edad, que la muerte se asomaba solamente a los ojos hundidos de los viejos.
Ese mismo día pudo venir conmigo al cementerio aquel primo con quien soñé por última vez la semana pasada, aquel de quien me despedí una tarde de domingo sin sospechar que me despedía para siempre, aquel que se despidió en los salones de mi boda sin sospechar que se despedía para siempre. El 4 de diciembre próximo se cumplirán diecisiete años.

viernes, 28 de octubre de 2011

EL CARRO DE LA CELEBRIDAD

Esta tarde, Mario Vargas Llosa visita la ciudad para clausurar un congreso que honra su nombre y su obra. Me parece loable que, en los tiempos que corren, las instituciones públicas y privadas sigan aún patrocinando actos socio-culturales de esta índole. Yo no iré, no me apetece verlo disertar sobre esto y aquello, en parte porque ya lo escuché una vez o dos -cuando observó que de Flaubert había aprendido que el genio también se hace; cuando en la misma charla sancionó con ligereza inoportuna que la Rayuela de Cortázar se le caía de las manos-, y en parte, sí, porque no simpatizo con la persona Mario ni con el personaje Vargas Llosa. A nadie ofendo si admito que prefiero sus novelas, sobre todo las de antes, de las que me gusta resaltar la solvencia de La guerra del fin del mundo. A propósito del evento, me acuerdo del finísimo retrato que, en nota fechada hace ahora la friolera de cuarenta años -el 4 de julio de 1971-, inserta en sus diarios Julio Ramón Ribeyro:
"Mario Vargas Llosa a almorzar en casa, con Patricia y sus dos hijos. Uno de los tantos encuentros esporádicos, en los últimos años, desde que, digamos, subió al carro de la celebridad. Difícil comunicación, a pesar de la presencia de Alfredo Bryce. En MVLL hay una afabilidad, una cordialidad fría, que establece de inmediato (siempre ha sido así, me doy cuenta cada vez más) una distancia entre él y sus interlocutores. Noté esta vez, además, una tendencia a imponer su voz, a escuchar menos que antes y a interrumpir fácilmente el desarrollo de una conversación que podía ir lejos. Quizás esta especie de indiferencia o de olímpica capacidad de flotación -estar presente y al mismo tiempo no estarlo- sea un privilegio del talento. Todo esto naturalmente hace de él una persona impenetrable. Tengo la impresión de que cuando uno alcanza cierta fama vive más para los artículos, las relaciones mediatas de la nota, la correspondencia, el coloquio multitudinario de un congresso literario, la entrevista, etc., que para la relación directa de persona a persona. Entre el hombre célebre y el mundo se tiende o se extiende un mundo de papel, una cortina libresca, letresca, de comentarios, citas, glosas y exégesis que en definitiva contienen y aíslan al hombre de la realidad para colocarlo en una especie de Olimpo del cual es difícil hacerlo descender para situarlo en el plano de la simple humanidad. Todo esto unido, claro, a un gran aplomo, una seguridad que convierte en apodícticas las más leves de sus observaciones. MVLL da la impresión de no dudar de sus opiniones. Todo lo que dice, para él es evidente. Él posee o cree poseer la verdad. No obstante, conversar con él es casi siempre un placer por la pasión y el énfasis que pone al hacerlo y su tendencia a la hipérbole, lo que hace de su discurso algo divertido y convincente".

sábado, 22 de octubre de 2011

CAÍN SEGÚN SARAMAGO

Inicié su lectura y la interrumpí por la mitad hace exactamente dos años, en un momento muy difícil de mi vida, extraviado en un laberinto lleno de azules y de rojos, de paso por un apartamento alquilado. Era entonces la novela más reciente de José Saramago, de quien yo solía leerlo todo con una voracidad inmediata, y ha terminado siendo, a la postre, la última de las quince nacidas de su ingenio en apenas tres décadas. Murió el hombre, y yo me resistía a apurar de una vez para siempre ese sorbo de felicidad que supusieron sus páginas; así que fui aplazando la versión de Caín hasta la madrugada del jueves, cuando desperté insomne y, sin premeditación, me fui derecho al estante y recomencé lo que había dejado en suspenso. Mientras leía los dos primeros capítulos en el silencio de la casa, sentí como si el propio autor me los estuviera susurrando, y sonreí con él las ocurrencias de aquel narrador único, como el fragmento donde refiere el regreso de Dios al paraíso con el propósito de enmendar un defecto de fábrica: se le había olvidado ponerles el respectivo ombligo a sus criaturas. Este fin de semana me lo acabo.

jueves, 20 de octubre de 2011

AÑOS DE VIDA

De todos los miedos que he conocido, no sé de ninguno que se asemeje más al terror indescifrable de una pesadilla que el que me zarandeó aquella tarde. Salí de casa con Federico, mi hijo, que entonces contaba unos seis años, para buscar el coche aparcado en una calle próxima y conducirlo a las instalaciones del colegio, adonde acudía una o dos veces a la semana para realizar su actividad extraescolar, deportiva. La puerta del edificio se cerró con estruendo a nuestra espalda, y yo, mientras avanzaba por la calle peatonal, me puse a consultar algo en la agenda. Cuando a los pocos segundos se elevaron mis ojos -con la inercia protectora que nos vence a los padres de hoy- mi hijo ya no iba por delante de mí ni tampoco venía a mi lado ni por detrás: simplemente había desaparecido del dominio de mi vista y todo mi cuerpo se suspendió en una especie de tensión infinita. Corrí los quince metros que me separaban de la calle que cruza perpendicular, a esa hora con escasa circulación y casi desierta de viandantes, y miré ansioso, a derecha e izquierda, por encima de la hilera de coches estacionados. Ni rastro. No puede ser. Era como si se lo hubiera tragado la tierra, o como si... Seguí corriendo y pronunciando su nombre. ¡Mierda! Era como si alguien que pasaba lo hubiera introducido rápidamente en su vehículo y... Me incliné para mirar debajo de todas las ruedas, un coche tras otro, a lo mejor se le había ocurrido gastarme una broma... Nada. Grité su nombre, corrí de un lado a otro de la recta, cincuenta metros, luego cien, gritando, sudando, creo que algunos vecinos a los que mi pánico no podía ver se asomaron a las ventanas de sus casas con esa estúpida cara de complicidad que ponen los curiosos ante una tragedia. Supongo que mi desesperación no duró más de tres o cuatro minutos, acaso cinco, pero la recuerdo como un fragmento de eternidad, como si todavía, al recordarla, se ensañara en mi pecho. Derrotado, fuera de mí, me hallé de nuevo a la puerta del edificio y vi que su madre, desde el balcón, me hacía señales y me decía que el niño estaba en casa, que había vuelto a subir porque no me encontraba. Después supe que se metió por el paso angosto que se dibuja entre la pared de un muro y una de esas casetas de hidroeléctrica, y mientras yo la rebasaba por fuera, buscándolo, él la rodeó de vuelta para reencontrarme a mí, y no me vio, y desanduvo lo andado.
Esa tarde tuve la certeza de haber perdido varios años de vida.

lunes, 17 de octubre de 2011

CATA FAVORABLE

El texto que sigue lo leí hace poco, en internet, buscando aposta referencias sobre su autor, de quien no tenía ninguna noticia hasta que me llegó su nombre por un par de vías fiables. Es el misterio del boca a boca, supongo, porque esta breve muestra captó de inmediato mi atención, me sedujo con una naturalidad contagiosa, y ahora soy yo quien pasa el relevo y la voceo a mi modo. Al parecer, Iñaki Uriarte escribe diarios:
"He estado en la cárcel, he hecho una huelga de hambre, he sufrido un divorcio, he asistido a un moribundo. Una vez fabriqué una bomba. Negocié con drogas. Me dejó una mujer, dejé a otra. Un día se incendió mi casa, me han robado, he padecido una inundación y una sequía, me he estrellado en un coche. Fui amigo de alguien que murió asesinado y fue enterrado por los asesinos en su propio jardín. También conocí a un hombre que mató a otro hombre, y a uno que se ahorcó. Sólo es cuestión de edad. Todo eso me ha sucedido en una vida en general muy tranquila, pacífica, sin grandes sobresaltos".

viernes, 14 de octubre de 2011

CAQUIS

Mi abuelo Pedro dedicó su vida a trabajar la tierra, sea la que algún señorito le cedía en usufructo compartido, sea la que con tesón humilde y laborioso pudo al fin tomar en propiedad. Lo recuerdo ya viejo montado a lomos de su burra, avanzando en la estrechez de una calle por la que no cabía nadie más que la figura indivisible del hombre sobre el animal, todavía solemne en su atalaya después de una jornada extrema en la que siempre hacía mucho sol o mucho frío. A menudo portaba en perfecta promiscuidad alguna muestra de las hortalizas que él mismo hubo sembrado y arrancado, un vergel apetecible que hoy siento antiquísimo y que sin embargo esplende y respira en mi memoria con el reguero de aromas y colores que dejaba a su paso. En su huerto había construido una pequeña casa con un patio exterior al que daba sombra la frondosidad de las parras, por cuyos troncos retorcidos veía yo deslizarse las lagartijas. Detrás, casi en la linde, junto a media docena de melocotoneros y algún manzano, triunfaba de año en año la promesa anaranjada de los frutos más exóticos, esos que solo alcanzaba la altísima mano de mi padre y que se nos ofrecían como un don escaso, con la textura dulce de sus lenguas. Es una asociación inevitable: cada vez que como caquis me acuerdo de mi abuelo Pedro.

miércoles, 12 de octubre de 2011

OYERON PASSAR PAXAROS

Hay palabras, sociedades de palabras, que surgen leves como un verso solo y que casi sin transición, desde que nacen, se imponen con el peso de la Historia que inauguran. Imagino el pulso del almirante mientras unta su pluma en la tinta inverosímil, aquel martes 9 de octubre, y deja caer su gracia sobre la superficie sin mácula del diario: "Toda la noche oyeron passar paxaros". No sabía entonces ni llegó a alcanzar después que con esa frase prefiguraba un continente, que con esos signos que nombran la inminencia estaba de algún modo, a la manera de un dios, inventando un Nuevo Mundo.

lunes, 10 de octubre de 2011

CONCURSOS

A uno le caen en las manos las bases de un concurso y mientras averigua los detalles ya se pone a fantasear que a lo mejor esta vez sí, que seguramente la suerte está llamando a su puerta, que sin duda se lo van a dar. Entonces busca cualquier inédito en los cajones polvorientos, decide qué título se adaptará mejor a las condiciones de la convocatoria, emplea media hora en pensar un seudónimo con enjundia literaria y otra media en redactar los datos de la plica junto con los requisitos legales, pide que le fotocopien de tres a cinco veces el original y manda que le encuadernen cada ejemplar, hace con todo ello un paquete compacto, de una solidez metalúrgica, paga el envío con un billete de veinte euros y regresa aturdido por las avenidas democráticas de la fantasía, dispuesto a sentarse, decidido a esperar.
Cuántas veces habré sucumbido a ese proceso en el que no creo, en el que jamás creí, y cuántas me habré jurado que nunca más, que mis versos y mis narraciones nacen de la necesidad íntima del arte con mayúscula y que no debiera exponerlos a la trampa de la competencia, chuleándolos por una triste cifra o por una mala publicación.
Pero el tiempo pasa con la impasibilidad de la sentencia latina, y la hora del reconocimiento no llega ni se atisba, y los agentes que todo lo negocian van retrasando su juicio, y los que se llaman editores ni siquiera responden a esas cartas donde nadie más que yo parece apreciar la cuantía de mi talento. Y entonces uno se resigna entre comillas, y uno se vuelve a ilusionar entre paréntesis cuando le caen en las manos las bases del enésimo concurso, y se somete al mismo ritual y a la misma farsa con espíritu renovado, y, mientras se sienta a esperar lo que ya no tiene espera, una punzada le confirma que su alto sueño de juventud ha caído otro escalón: aquel sueño ya vive casi a ras de la tierra que lo vio surgir.

sábado, 8 de octubre de 2011

¿ALGÚN SENTIDO?

Sé que no significa nada que pueda ir más allá de una mera coincidencia, pero yo mismo lo presidí ayer en una clase y estoy seguro de que sus dos protagonistas lo habrán comunicado con sus familias y que se pasarían la tarde del viernes y buena parte de este sábado dándole vueltas y tratando de encontrarle algún sentido, porque su juventud todavía ignora que el azar y la casualidad se alimentan de lo que no tiene un sentido.
Es un grupo de treinta y un alumnos y alumnas de entre doce y trece años, pero hay que constatar una ausencia: como se sientan por parejas, se advierte de un vistazo que una chica de la última fila está sola y que en la primera fila también se quedó soltera otra chica, así que el profesor invita a aquella a tomar asiento junto a esta, la de delante, para que nadie quede aislado, al menos por este día. La clase transcurre según lo previsto, de modo que cuando faltan unos diez minutos se retoma el tema de las autobiografías, un proyecto de creación que se inició con la semana y que se ha de continuar con un segundo capítulo, ese que versa sobre "El día en que yo nací". Aclaradas las dudas acerca del aspecto formal de los escritos, del enfoque que hay que darles, de los contenidos que se pueden aprovechar, de cómo se organizará la información recabada tanto de los propios padres como de las bases documentales de Internet -esa enorme hemeroteca-, suena el timbre de las once y todos se levantan para bajar al patio de recreo.
Todos, sí, excepto las dos alumnas que reunió el azar en la primera fila, quienes apenas se conocen y de repente han sabido que las dos nacieron el 10 de abril de 1999, el mismo sábado en que la ciudad clausuraba sus fiestas con el tradicional Entierro de la Sardina. ¿A qué hora se produjeron los nacimientos respectivos? ¿Sucedería el parto en el mismo hospital, con la misma comadrona, por manos del mismo ginecólogo...? Admitir la probabilidad de un sí sería excesivo, una concesión tal vez demasiado literaria. El próximo lunes lo sabremos.

martes, 4 de octubre de 2011

VINDICACIÓN DE LEÓN FELIPE

"Así es mi vida, piedra, como tú”…

Embotado, incapaz de emprender cualquier tarea, tullido para imponerme un orden de prioridades y asumirlas funcionarialmente, salí de camino al centro y la misma inercia de antaño me condujo hasta ese último rincón, entre expositores y anaqueles y columnas, que un librero de la ciudad reserva aún a las publicaciones de poesía, donde se respira un aire clandestino, casi mórbido.

…“como tú, piedra pequeña”…

De pronto se afianzó en la palma de mis manos el ejemplar de Visor con todos los poemas de León Felipe, el mismo volumen que tantas veces estuve a punto de adquirir y que siempre se me resiste, no sé explicarme por qué ni por cuánto tiempo aún.

…”como tú, piedra ligera”…

Lo transité con la parsimonia embelesada de otra vida, poseído por un resto de aquella fe de juventud que ya no volverá a pertenecerme como entonces, degustando el discurrir sencillo de una voz que siento gemela, deteniéndome en los mismos versos de siempre, repitiéndome para mí y para nadie que nunca he dejado de conectar con este hombre, con este nombre que hace tanto se debate en el limbo de nuestra memoria poética, un hombre y un nombre que, apenas de tarde en tarde, me apetece reivindicar ante los más legos.

…“como tú, canto que ruedas por las calzadas y por las veredas"…

Regresé con las manos vacías, mas regocijado en la música de aquellos versos.

domingo, 2 de octubre de 2011

NO REGRESES, ULISES

He dedicado algunos ratos de la última semana a rastrear la permanencia literaria de Ulises, el mito, sea en su paso por el infierno dantesco, sea en las celebradísimas versiones poéticas de Tennyson o Kavafis, las mismas que en pleno siglo XXI continúan siendo el paradigma de un símbolo universal, inagotable. Pero la sobremesa de este agónico domingo que no sabe a qué estación pertenece me tenía reservada la ocurrencia de presentarles a mis hijos, por fin, una película que siempre consigue sacarme sonrisas cómplices y que siempre concluyo con ojos turbios: Cinema Paradiso. Y he aquí la sorpresa de una conexión con la que yo no contaba, no al menos hoy: ha habido varios momentos, en el último tercio de la cinta, en que la fuerza gravitatoria del personaje de Homero se ha posado, benévola, sobre las imágenes del film, e inopinadamente ha acabado iluminándome con un guiño generoso y nuevo; así la escena en que Alfredo, ya ciego y sabio como aquel Tiresias, aconseja al joven Totó que huya de ese pueblo, que busque su verdadera vida en otras partes, que no regrese nunca; así cuando la paciente madre que lo aguarda, como otra Penélope, se incorpora para recibirlo después de tantos años y cae al suelo el ovillo de lana y entonces los puntos del jersey que tejía se van deshaciendo sobre la silla, espléndida metáfora del tiempo volviendo a nuestro encuentro.
Volver para contarlo, para no ceder al olvido: el regreso -de Ulises, de Totó, de tantos otros- solo se justifica en el relato, a través del relato.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

HASTA A MÍ MISMO...

"Debiéramos estar ya desengañados de todo, debiéramos haber perdido todo anhelo de arte: y sin embargo, cada día escribo... ¿para quién? Y cada vez que pongo la pluma en una cuartilla blanca el corazón me tiembla de emoción, de reverencia y de miedo, como si me acercase a un ara. ¿No son también las aras blancas y cuadradas? Y todo mi ser tiembla del pánico de pensar que acaso podría escribir una obra maestra... ¡Oh este enorme pensamiento! ¡Poder escribir una obra maestra! Y esta gran felicidad, esta inmensa dicha puede ocurrirle a cualquiera que, desencantado de sí mismo, de su arte y de su inspiración, después de haber adornado los márgenes del papel en que escribe con toda clase de garabatos, con formas de flores y de monstruos, toma la pluma distraídamente y empieza a coordinar palabras... ¡Una obra maestra! Esta dicha -y esto es lo que me infunde más pánico-, esta felicidad superior a la de ser amado y a la del hallazgo de la sortija en la torta de pascua, puede sin embargo ocurrirle a cualquier, hasta a mí mismo..."

El divino fracaso (1918), Rafael Cansinos-Asséns

domingo, 25 de septiembre de 2011

VERBA MANENT

Para glosar nuestra desconfianza frente a la promesa verbal del prójimo, sobre todo cuando hay en juego intereses materiales, solemos objetar que las palabras vuelan, que se las lleva el viento, que se olvidan; e inmediatamente sugerimos a la otra parte que el acuerdo quede expreso como especie de contrato, sellado y firmado por escrito, de modo que luego no demos lugar a desavenencias en cuanto al fondo o la forma. "Verba volant, scripta manent", así arguyó un senador romano y así permaneció en la memoria de las personas de cultura hasta no hace tanto, hasta que el uso de latines y latinajos dejó de admitirse como modelo de cultura.
Durante los últimos veinte años he escrito algunos discursos cuyo objetivo inmediato fue pronunciarlos, en vivo y en directo, ante un aforo tan escaso como variopinto, textos que nacían del encargo amistoso o de cualquier otra excusa para morir desangrados en el mismo instante de decirlos, devorados por el viento del olvido. En el mismo saco, y ello pese a que alcanzaron el dudoso mérito de la impresión en letra de molde y papel, introduzco también algunos artículos periodísticos y otras colaboraciones más o menos literarias que, sin saber cómo ni por qué, se me fueron de las manos y se hicieron sitio en libros multitudinarios y en revistas de vario linaje, libros y revistas en cuya promiscuidad de páginas han de seguir aún esas reliquias efímeras. Ahora, al padre que las dejó ir y que no se acordó de reunirlas para hablarles de su sangre común, se le ha ocurrido ir en su busca y restaurarlas, aunque tal vez ya sea tarde para encontrarlas a todas.
Por cierto, el blog se inauguró ayer y lo he bautizado Verba manent.

viernes, 23 de septiembre de 2011

SANTA TECLA

No he conocido a nadie con tal nombre ni sé si habrá por ahí algún desalmado capaz de propinárselo a una hija; el caso es que el calendario que tan católicamente nomina nuestros días anuncia que el de hoy, 23 de septiembre, se debe a la fe de Tecla, joven de familia rica que acompañó a San Pablo en su labor predicadora y que luego fue perseguida y padeció incontables tormentos, de donde hemos de inferir y legitimar su santidad. Pero uno -que no sabe hacer mucho más que teclear y teclear desde que aprendió el arte de la mecanografía, antes martilleando papel, ahora con suaves roces digitales que conquistan la pantalla- se sorprende aún de la existencia de una santa con un nombre tan próximo a mi fe, y entonces me encomiendo a la virtud multiplicada de todas esas letras y esos signos que aguardan la caricia selectiva de mis yemas para crear palabras, para enristrarlas en frases y oraciones, para construir con ellas jaulas como párrafos, para orquestar al fin la secreta sinfonía de cada texto. Y yo, que no me presto a credos, hasta me atrevo con un ¡viva Santa Tecla! para conmemorarla en su efeméride.

jueves, 22 de septiembre de 2011

POÉTICAS DEL FRACASO

Para los lectores, cada verano negocia su título infalible -evoco particularmente los ya remotos sesteros de Mi familia y otros animales o El Aleph-, y este que ya nos va diciendo adiós con su cielo indeciso será siempre para mí el verano en que transité las páginas de La tentación del fracaso, los diarios de Julio Ramón Ribeyro. Durante un periodo de casi mes y medio se hizo un hueco en mi bolsa de viaje, compartiendo conmigo una etapa de transición reflexiva y ayudándome a encontrar la salida desde esa especie de fraternidad sigilosa y altruista que solo aciertan a brindarnos algunos libros. Cuando supe de la existencia de este título no tuve duda de que iba a leerlo más pronto que tarde, porque la idea del fracaso como tentación de todo artista que convive con su sola incertidumbre estaba fija en mí desde mucho antes, era como si el mero título me hubiera sido arrebatado de un sueño del que por fin ahora despertaba para verlo en una portada ajena.
En las antípodas de la frustración y del fracaso literario no está el éxito, como suele suponerse, sino la negación del triunfo mediante una rara resistencia que suele conducir a los autores a la más cabal de las renuncias. A este respecto recuerdo que, hará dos o tres veranos, cayó en mis manos Bartleby y compañía, de Vila-Matas, un trabajo que habla de esa pléyade de escritores -cuyo paradigma podrá ser Rimbaud- que hicieron carrera y que aún conservan viva su gloria, pero que por una u otra razón un día se plantaron y dejaron de escribir y se ocultaron a los medios.
No es el caso del título que recientemente he repescado de su estante y que de alguna forma cierra el círculo de mis afinidades actuales: El divino fracaso, de Cansinos Asséns. Lo adquirí en 1997 y a los pocos párrafos interrumpí su lectura por un prurito de cobardía, pues entendí que su lucidez desengañada podía asestarle un arañazo irreversible a mis ilusiones de entonces. Hoy lo revisito y lo desgrano palabra a palabra, ganado por su perspicacia psicológica, sí, pero -y esto es lo que más me sorprende- con un desapego casi orgulloso, desde una distancia que juzgo más propia de un 'bartleby' circulando por los laberintos del No que de lo que en verdad soy, un ermitaño al que la musa le sigue siendo esquiva.

martes, 20 de septiembre de 2011

EL HORARIO

Hay un día de septiembre en que los profesores españoles de a pie, hoy tan desprestigiados y vilipendiados, recibimos nuestro horario para el curso que empieza. Ayer me dieron el mío e inmediatamente nos pusimos manos a la obra, aprendiendo a reconocernos -el horario y yo- como dos extraños que hubieran sido presentados de improviso, pero que saben que van a tener que convivir y soportarse una larga temporada. Me trasladé de aula en aula e hilvané un primer discurso ante quienes serán mis alumnos, siempre con el papelito del horario a la vista, y luego, por la tarde, ya en casa, lo revisé a conciencia, con tanto empeño que casi lo aprendí de memoria.
Esta mañana, de camino al trabajo, concentrado en los temas previos que debía tratar con los chicos de cada grupo y maquinando mis humildes proyectos pedagógicos para ponerlos en práctica con ellos, me ha asaltado la breve intuición de que algunos no sabemos existir sin unos ritos, sin unas obligaciones públicas, sin una disciplina que se nos imponga desde fuera y estimule y fuerce los resortes de nuestra creatividad, cada vez más perezosa o desilusionada. Algunos nos debemos a la servidumbre de un horario fijo y a unos hábitos de trabajo compartido, por mucho que a menudo nos quejemos de nuestra suerte y añoremos un tiempo de interminables vacaciones para entregarnos a nuestras aficiones particulares. Sólo así se entiende que hasta tres excompañeros recién jubilados, cada uno con más de treinta años de servicio y se supone que con unas ganas inmensas de ser libres para vivir otro modelo de vida, no hayan tenido que ponerse de acuerdo para que una rara inercia los acercara al instituto entre ayer y hoy.

viernes, 16 de septiembre de 2011

EL RICO, EL GUAPO Y EL MEJOR

Estábamos tan tranquilos saboreando los postres cuando, de pronto, se hizo la luz en la pantalla, callamos todos y se nos reveló en su sola persona la Santísima Trinidad, que se queja con acento luso y oficia su liturgia en el real atavío de un blanco inmaculado. Como no quiere abogado, que al parecer todos lo son del Diablo, ni tiene abuela digna de predicar sus dones, escupe su arrogancia trinitaria haciéndonos sentir que la modestia ya no es virtud, sino una conspiración de los débiles, y la humildad, un pecadillo de los tristes mortales que no saben ser los más ricos ni los más guapos ni los mejores. El nombre no es lo de menos: su manifestación en el Orbe solo podía darse bajo el signo de Cristiano. Y, claro, la envidia nos corroe.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

PLANETARIOS Y CÁNDIDOS

Se ha divulgado que a la vigente edición del Premio Planeta de Novela concurren 484 originales. No tengo interés ni curiosidad por averiguar el nombre del afortunado o afortunada ni del finalista o finalisto que seguramente ya saben que lo son, pero me temo que sendos receptores del cheque y los honores no serán escribidores del todo desconocidos para el mercadillo de las letras actuales (ojalá me equivoque y tenga que excusarme aquí mismo y copiar cincuenta veces que no volveré a decir..., etc., etc.). Lo que me fascina es que en un país como España haya todavía 482 personas, nada más y nada menos, que, siendo capaces de levantar con palabras la complejidad de una historia y de sostenerla durante trescientas o cuatrocientas páginas, derrochando en ello quién sabe cuántos meses o años de tenacidad e incertidumbre, cedan sin embargo a la farsa de remitirla a un concurso que la experiencia más elemental y el más común de los sentidos nos demuestran cada año que no lo es. De manera que lo que por mi parte pretendía significarse como otro grito indignado (para sumar dignamente a los que se oyen en las inmediaciones de la Puerta del Sol) ha acabado convirtiéndose en triste denuncia de la candidez que nos circunda, pues ella es la que robustece la legitimidad del próximo planetario o planetaria y del finalista o finalisto que hayan de serlo. Un año más.

martes, 13 de septiembre de 2011

ROMERÍA

Hoy han sacado de su residencia catedralicia la forma escultórica de la patrona del lugar y se la han llevado entre vítores, en procesión, al santuario erigido unos kilómetros arriba, en la montaña, de donde la volverán a bajar hacia la primavera del año que viene. Por eso me he aferrando a las sábanas y me he levantado tarde, con esta rara sensación de día de asueto local, exclusivo, a sabiendas de que el resto de la región y del país funciona con la normalidad de un martes de septiembre que desde las primeras horas se consagra a sus afanes cotidianos. Entre el desayuno tardío y la comida temprana he tenido tiempo de leer unas cuantas páginas, de amodorrarme de nuevo, de mirar al techo, de intuir dudosos objetivos para mis ya inminentes clases de literatura, de acordarme de Los pájaros de Hitchcock que volví a ver ayer y de enmarañarme en los ramales de poder de una iglesia que de tal manera condiciona el calendario de los ciudadanos, todavía. Ahora me voy a sacarle los colores a una acuarela que tengo empezada.

lunes, 12 de septiembre de 2011

EL TERROR

Me pregunto cuántas veces habrá sido narrado, qué palabras imposibles se habrán solidarizado con el terror de las imágenes.
Aquel día yo terminaba de comer y de tumbarme como solía en el sofá de casa, con mi hijo de seis meses encima, y había pulsado el mando a distancia con una vaga expectativa de sorpresa ante lo que pudiese estar pasando en este mundo. Pero me topé de repente con el comentario aturdido de Matías Prats y con esa primera impresión de que una avioneta habría chocado por accidente contra un edificio de Nueva York, de cuyas plantas más altas se propagaba una gran columna de humo visible desde toda la ciudad, y visible, también, en todas las televisiones del planeta. El segundo impacto es ya un hito en la historia de la información, porque se retransmitió en un directo tan riguroso que ni siquiera el locutor supo si era verdad lo que él y yo veíamos por primera vez y con un estupor simultáneo: aquello no estaba previsto en la programación ni formaba parte de la cabecera del noticiario, pero se había colado ya para siempre en nuestras vidas, la bola de fuego inmediata no dejaba lugar a dudas. Hasta aquí la imagen global del terror; el resto es una sucesión de vidas y de muertes contadas, de experiencias que se enristran para conjurar a los azares, de palabras que se esfuerzan en decir lo indecible.

sábado, 10 de septiembre de 2011

21 GRAMOS

¿Cuántas vidas vivimos? ¿Cuántas veces morimos? ¿Cuántas...?
Una película de 2003, escrita por Guillermo Arriaga y dirigida por Alejandro González Iñárritu, donde la estructura del azar se da un abrazo con la poética del destino para depararnos una historia llena de conexiones insospechadas -entre la paz y el abismo no hay frontera, como tampoco ha de haberla entre el cielo y el infierno- que invitan a la reflexión, y que durante un par de horas nos reconcilian con lo humano para entender y soportar algo mejor el tenue baile de letras que se insinúa entre la casualidad y la causalidad.

viernes, 9 de septiembre de 2011

SOCORRO

Mientras regresaba del instituto, a mediodía, dando un plácido paseo de quince minutos, me he topado a la puerta de un colegio con ese grupo inconfundible de madres jóvenes y de abuelos jubilados que aguardaban la salida de los niños tras su primer día de este nuevo curso. Para algunos habrá sido también el primerísimo día de sus vidas en calidad de alumnos, seguramente inconscientes de que con él, hoy, inauguran un periodo de no menos de diez o doce años de escolaridad, a los que habrá que sumar, si la cosa funciona, todos los que sepan ganarle al bachillerato y luego a la universidad. Y me he acordado de aquel chaval de casi cinco inviernos que tal día de tal septiembre acudió nervioso y pálido a la misma cita, de la mano de su madre, y que después de varios ruegos y preguntas sin éxito forzó a la maestra a cerrar con llave por dentro, hasta que cesara su llanto irrepetible. Si a quien me llevaba de la mano y a mí mismo nos hubieran dicho entonces que mi paso por las aulas se extendería dos décadas y que, casi sin transición, cada septiembre continuaría reiniciando el curso y las clases hasta después de los cuarenta, ya como profesor, no hubiéramos acertado a imaginarlo. Hoy sigue en la memoria de mi olfato, con su resto de pánico invencible, el perfume que gastaba aquella señora gorda y vieja, maestra cuyo nombre, acaso para coronar la escueta verdad con un guiño estructural siniestro, no podía llamarse de otro modo: doña Socorro.

jueves, 8 de septiembre de 2011

INSOMNIO

Anoche se repitió, como anteanoche y como la que las antecede. Llevo casi toda la semana tardando en conciliar el sueño, lo cual no ha de interpretarse en modo alguno como preocupación (¿quién convirtió en sinónimos eternos el "desvelo" y los "problemas"?), sino que, en mi caso, es más bien lo contrario: la señal exacta de que a mi cerebro y a mi sistema nervioso han regresado antiguas inquietudes, la alegría inefable de que ya se me insinúa y me empuja la certeza de nuevos proyectos literarios, la obviedad de que a mi obstinación o a mi talento los acompaña por fin el optimismo, después de un largo periodo de hastío contemplativo, encharcado de perezas. Y la inercia de las cosas me ha traído aquí, susurrándome al oído que había llegado la hora de restaurar mi diario abierto, mis queridos retales, a la luz de este propósito.

viernes, 8 de julio de 2011

SUSPENDIDO POR REFORMAS

Hace tres años y medio que inauguré esta página. Desde entonces, con más o menos regularidad, sorprendidos de su extraordinaria inmediatez y de la atención de media docena de seguidores fieles y de otros tantos ocasionales, han ido apareciendo artículos y reflexiones, notas críticas y relatos, algún poemilla, pensamientos viudos, meras ocurrencias de diario personal que ya pertenecen a su día y a su hora, a su instante y a su noche. A veces dudé de la rentabilidad de estos textos que surgían espontáneos de un diálogo con amigos, de un paseo solitario por la ciudad o de una lectura recién. Admito que a menudo padecí en primera persona el ancestral reproche de quienes se saben o se quieren escritores y temen dilapidar su talento y su energía en empresas menores, en bagatelas que nunca los sacarán de este barro donde chapotean mil brazos con ansias de celebridad y de gloria. Afortunadamente, supe sortear el derrotismo arguyendo para mí mismo que este espacio, que estos retales robados a mi alforja, me ayudaban a enderezar mi ánimo confuso y decían por mí lo que, sin el hábito providencial de este blog, tal vez nunca hubiera sabido decir, o no de ese modo.
Con el final de curso y la llegada del calor, en estos primeros días de julio me ha sorprendido una desconfianza que me neutraliza, un desapego verbal que ni siquiera podría ampararse en la pereza o en la ausencia de ideas, sino en la sensación creciente de que todo lo que escribo ya fue escrito, de que mis devaneos reflexivos han adoptado poco a poco el molde de la trivialidad, de que ante la falta de motivación que me embarga suelo naufragar como un insensato en la misma receta elegíaca que gasta un amplio y actualísimo sector de versificadores autóctonos. O acaso es que me ha vencido una fiebre tan simple como el hartazgo de incertidumbre, esto es, el empacho que se deriva de pretender lanzar a la blogosfera mi mensaje en la botella con una inmediatez periódica que paradójicamente no encuentra la respuesta ni el debate inmediatos. Ahora ya pienso en alguna salida, en las incontables alternativas posibles para no echar el cierre definitivo. Pero necesito tiempo, y me lo voy a tomar.
Disculpen las molestias. Gracias singularizadas, a cada uno y a cada una, por la complicidad y por el desacuerdo, por las opiniones vertidas, por los gestos... y, en fin, por haber estado ahí. Salud!

domingo, 26 de junio de 2011

MIL COSAS SECUNDARIAS

A finales de los ochenta, en una cita de autoridad que Antonio Muñoz Molina antepone a una de sus novelas, leí y retuve con aquel fervor de entonces que "existe un momento en las separaciones en el que la persona amada no está ya con nosotros".
Hoy, hace unos minutos, tras varias semanas abocado al placer irrepetible de saborear los universos sutiles de Gustave Flaubert en La educación sentimental, casi al final, justo en la página 608 de mi edición, me he topado con esas mismas palabras y he sentido el impulso antiguo de subrayarlas en rojo, como si todo el proceso de mi lectura se sostuviera sobre un extravagante reencuentro que ya se prolongaba más de veinte años. Se me ha ocurrido que entre ambas citas que sin embargo son una y la misma se alza un paréntesis inequívoco, uno de los tantos que abren y cierran nuestros pasos por el mundo; y me he preguntado, pese a que el lector de hoy no es ni por asomo el lector de ayer, si entre aquel joven universitario y el adulto que ahora escribe podrá siquiera atisbarse algún espacio de sentimientos educados -llámese madurez, si se prefiere.
Después, febrilmente, he leído las cinco páginas del último capítulo y me he permitido anotar otra genialidad casi epilogal, casi póstuma:
"Y resumieron sus vidas.
Ambos las habían malogrado, tanto el que había soñado con el amor como el que había soñado con el poder. ¿Cuáles podían ser las razones?
-Quizá haya sido por falta de una línea recta -dijo Frédéric.
-En cuanto a ti, es posible. Yo, al contrario, he pecado por exceso de rectitud, sin tener en cuenta que hay mil cosas secundarias que son más fuertes que todo. Yo tenía demasiada lógica y tú demasiado sentimiento.
Acusaron luego al azar, a las circunstancias, a la época en que habían nacido".

sábado, 25 de junio de 2011

RELACIONES INTERMITENTES (11)

La víspera de San Juan fue sin duda el día más caluroso de lo que llevamos de año. Me encaminé hacia la parada de Gran Vía para alcanzar el rayo-bus número 80 de las 9.15, último servicio. Una joven a la que tal vez doblaré en edad salió del supermercado y se anticipó a mis pasos para reinar durante un trecho de la acera con los suyos de tacón alto. Llevaba un minipantalón azul muy ajustado que concluía muy arriba para más exagerar la generosidad de sus piernas; salvo que la guinda de su andar altanero se significaba en la doble firmeza de unos pechos que presionaban contra la blusa con la mano impostada de la cirugía. Permaneció de pie junto al bordillo, impasiblemente esbelta, ejecutando un desdén aprendido de las divas. Yo también esperé, delante o detrás, gestionando mi no menos aprendida indiferencia cobarde. Llegó el número 80; ella subió primero y yo después; ella buscó el final entre las dos hileras de asientos y yo también. Se me ocurrió que si esta fuera la escena de una película o la página de una novela alguien forzaría las cosas para llevarlas a un terreno interesante. En el barrio del Carmen la muchacha hizo un gesto que solo intuí, pero que valió para que por una vez posara mi mirada en unos ojos, los suyos, que en ese instante que se abasteció de cuatro o cinco segundos retaron a los míos con un principio de saludo o de reconocimiento. Casi sin transición, el rayo-bus número 80 había estacionado y ella descendía los peldaños hasta saltar a la baldosa. Se perdió en un recodo de ensueño entre el atardecer y los primeros signos de la noche, y no hubo más. Fue sin duda el día más caluroso de lo que llevamos de año.

jueves, 16 de junio de 2011

COMO UNA MUTANTE

"A veces me despierto en plena noche con el claro sentimiento de que la novela es algo tan infinito como la sucesión de los cuerpos celestes, más allá de toda posibilidad matemática o imaginativa, y que lo que llevamos hecho es su prehistoria, su primer planteo. También veo la novela como una mutante, un vehículo del hombre que irá reflejando transformaciones vertiginosas e inconcebibles. La novela es una forma de multiplicar la realidad".

Este fragmento de Julio Cortázar (ignoro la fuente exacta) lo escribí a mano en un folio suelto, no recuerdo dónde ni cuándo, o tal vez sí: en un aula de la Facultad, en algún seminario de algún curso de Doctorado. El otro día arrojé al contenedor de papel varios kilos de apuntes y de fotocopias de aquel tiempo, casi todos subrayados y anotados en azul y rojo, y luego estudiados para rendir exámenes u oposiciones; en fin, incontables horas de secretos afanes. Ante la expresión interrogativa de mis padres, que no daban crédito a tal volumen de desprendimiento, sentencié: hay que tirar lastre para seguir avanzando, para seguir creciendo.
Pero este folio con esta cita de Julio Cortázar parecía estarme esperando más de dos décadas, milagrosamente inmaculada dentro de un archivador y con algunas apreciaciones, sin duda prescindibles, debajo:
- Silogismo en forma de tríada hegeliana.
- En arte, el término 'evolución' ya no sirve, porque se opone a 'creación'.
- Cortázar ve la novela como una mutante, lo que significa dos cosas al menos: que ya tiene suficiente historia como para ser tenida en cuenta; y que a partir de ahora solo cabe su mutación, el cambio cualitativo o cuantitativo, siempre hacia adelante.

Me pregunto qué quise decir con todo eso que hoy no acabo de entender, qué profesor olvidado lo insinuó desde su tarima para que mi bisoñez de entonces lo trasladara al folio. Y, sobre todo: ¿por qué el otro día lo rescaté de entre tantos mamotretos fatigados que mis manos ya no volverán a tocar, nunca más?

viernes, 10 de junio de 2011

RESOLUCIÓN, POR SIEMPRE

Tomo por el lomo la obra completa de Jaime Gil de Biedma para reencontrarme con aquel poema suyo donde se evocan las lejanas noches de un lejano mes de junio, unos versos de los que a mi vez suelo acordarme vivamente cuando vuelven estos días, mejor dicho, la ilusión de aquellos días de los exámenes finales y de las calenturas de otra edad frente a un balcón abierto de par en par. Pero voy pasando las hojas de papel de biblia y no hallo lo que busco -sépase que no es esta la misma edición que solía acudir a mis manos-, y mi urgencia se distrae de su primer impulso demorándose con otras páginas que me sé de memoria -pandémica y celeste, infancia y confesiones, t'introduire dans mon histoire, no volveré a ser joven-, hasta dar con la que un azar más poderoso que la propia voluntad me obliga a transcribir ahora, para mí, para nadie, aquí mismo, por siempre:

Resolución de ser feliz
por encima de todo, contra todos
y contra mí, de nuevo
-por encima de todo, ser feliz-
vuelvo a tomar esa resolución.

Pero más que el propósito de enmienda
dura el dolor del corazón.

J. GIL DE BIEDMA

lunes, 6 de junio de 2011

LOS ALBARICOQUES

Llega este tiempo con sus amaneceres tibios y con su luz nueva que se anticipa al verano del calendario, y es como si a uno le destaparan el frasco de las sensaciones adormiladas y todas se fundieran en la nostalgia unívoca de una imagen, de un sabor, de una cultura que se aleja.

Ya en la primera edad, pero sobre todo en la adolescencia, los muchachos salíamos a los caminos que dibujaban la huerta -aquella huerta de la que se alimentaba aquel pueblo- para alcanzar como un regalo la primicia del fruto verde, su textura de cáscara agria. Poco a poco, los árboles se iban cargando de jugosas bolas amarillas que de un día para otro pretendían disfrazarse de rojo, y entonces a los muchachos dejaban de interesarnos porque ya había desaparecido la emoción de las primeras veces, esa inquietud de novedad cíclica que infaliblemente regresaba año tras año. Mientras maduraban en lo alto de las ramas, nosotros, los de entonces, raspábamos los huesos para fabricar silbatos o nos pasábamos las horas muertas de la siesta ensayando con ellos juegos austeros sobre las baldosas, juegos fáciles como el de las tres en raya, u otros que la fragilidad de mi memoria habrá extraviado en las galerías del olvido. Durante una o dos semanas, muchos chicos de catorce o quince años dejábamos de acudir al colegio para ayudar a nuestras familias en la tarea de la recolección, pues los precios que las conserveras ofrecían a través de sus intermediarios nunca fueron los más justos para salvar la temporada del pequeño productor, y, por contra, los jornales seguían subiendo y subiendo.

Cuando viajé a otra ciudad con la excusa de mis estudios, mi padre continuó acudiendo sin descanso al reclamo de sus árboles, continuó adelantándose a la luz de la mañana y transitando los caminos de la huerta en esos amaneceres tibios que colman mi evocación de tantos junios. Hoy contemplo el cesto lleno con los "abercoques" que sus manos, las manos de mi padre, han traído a mi mesa y amarillean sobre el mantel, y siento en una ráfaga de sentimientos la verdad marchita de su encanto, la promesa efímera de las labores que ocuparon aquel tiempo.

jueves, 19 de mayo de 2011

DE LA LUCIDEZ

Llevo unos cuantos días -en verdad, casi los mismos que llevan miles de personas concentrándose en la Puerta del Sol y en otras puertas de España- acordándome de aquella fábula de José Saramago que nace de una ocurrencia utópica: ¿y si, tras el recuento de las papeletas en un país que facilita el voto periódico de sus ciudadanos y que por eso se autodenomina "democrático", resulta que más del ochenta por ciento de los electores ha optado por la abstención, para evidenciar así la inepcia sempiterna y el descrédito de sus políticos?
Es alentadora la sospecha de que de vez en cuando la realidad quiere parecerse a la ficción y que incluso se apropia verosímilmente de sus fantasías más osadas: hoy se me antoja menos descabellado que ayer el sueño de una juventud -sí, sobre todo de una juventud- que no está tan anestesiada ni tan ciega como dicen, de una juventud que se sabe imprescindible para que triunfe eso que llamamos progreso social, de una juventud que intuye que con sus sentadas multitudinarias y con sus eslóganes de siempre revive el germen necesario de la rebeldía de sus abuelos, esa rebeldía que nadie, nunca, sabrá esgrimir mejor que la propia juventud.
Yo aún no sé lo que haré el domingo cuando me acerque a la urna a dejar la opinión que se me pide porque el calendario lo exige; debo ser uno de esos indecisos que barajan a diario las encuestas. Pero lo que es seguro es que acudiré con la confianza renovada, porque ahora vuelvo a creer que no todo está perdido, porque ahora me siento representado por la actitud de resistencia de esos jóvenes y de los mayores que se les suman para gritar que ya basta, y me va ganando el orgullo íntimo de poder al fin escuchar de sus gargantas el caudal de indignación durante tanto tiempo silenciado.
La novela de aquel portugués irrepetible tiene su planteamiento, su nudo y su desenlace. Lo que el domingo próximo ocurra ya ha empezado a ocurrir, ya se ramifica en todas y cada una de las voces que salen a la calle y manifiestan su verdad y me devuelven la esperanza.

miércoles, 4 de mayo de 2011

EN LA VIDA COMO EN EL FÚTBOL

El perdedor siempre encuentra una excusa; pero la más flagrante de todas es el victimismo, esa especie de trama que poco a poco va tejiendo su teoría conspirativa para regodearse minuciosamente en la autocomplacencia de la excusa, arma arrojadiza que, en el caso del perdedor y de quienes lo jalean, se convierte al final en paradójico triunfo.
Sé bien de lo que hablo: yo mismo lo he practicado muchas veces.

sábado, 9 de abril de 2011

LA FORTALEZA DEL NO

Fue en 1964 cuando Jean Paul Sartre renunció al Premio Nobel de Literatura que la academia sueca le concedía pese a sus avisos reiterados para que no se lo dieran porque lo iba a rechazar. Dicho y hecho. El revuelo fue sonado, y las razones de su no –razones políticas, según arguyó el protagonista- muy debatidas por quienes informaron del suceso y por quienes, después, animaron sus tertulias con este desplante sin precedentes. Y es que no es fácil asumir que alguien decline el beneficio económico y el prestigio intelectual de un premio que otros muchos se afanan en merecer a toda costa, como si en ello les fuera la eternidad.

Un caso parecido, en el ámbito hispánico, es el de Gabriel García Márquez, que todavía no es Premio Cervantes y que probablemente nunca lo será por la simple razón de que no quiere serlo, y no seré yo quien ahonde en razones ni quien se atreva a juzgar la pertinencia de su renuncia avant la lettre, si se me permite decirlo así. Tal actitud le ha granjeado innumerables detractores, a los que se les antoja que es de muy malnacido el no ser agradecido cuando a uno se le oferta la oportunidad indiscutible de un reconocimiento de tan alto calibre, un mérito que ya otros muchos pelearon sin pudor hasta que al fin se lo dieron, o bien murieron sin alcanzarlo, pobrecillos.

Salvando los motivos ocultos que cada cual tenga para decir sí o decir no, más allá de la estrategia paradójica que pueda esconderse tras unos noes tan mediáticos como los arriba citados, admito que la insolencia del rechazo me seduce vagamente, quizás porque, a la postre, se constituye en un acto de valentía frente al espectáculo del arte de consumo y frente a la impostura y el alarde que subyace en sus gestos. A propósito de todo esto, meses atrás me sorprendió la noticia de que un desconocido para mí, Santiago Sierra, dijera no nada más y nada menos que al Premio Nacional de Artes Plásticas, decisión que desató en los foros de debate un aluvión de posturas enfrentadas, unas a favor, otras en contra. Su carta abierta a la ministra es, a mi juicio, un derroche de coherencia, o eso me pareció en su día, aunque me consta que las interpretaciones en sentido opuesto no se hicieron esperar entre quienes conocen mejor que yo la trayectoria de este joven y laureado artista. Más allá del contexto y de la verdad íntima de las cosas, hoy yo quiero quedarme con sus palabras, con la fortaleza de su no:

“Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes. Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local. El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour. Santiago Sierra

domingo, 27 de marzo de 2011

VAMPIROS DE GUANTE BLANCO

En una época sin genios,
la mediocridad se las ingenia.

Esa frase (sentencia, intuición, aforismo, lo-que-sea...) la enhebré hace un montón de primaveras, y luego la di a imprimir en una página de mi primer libro, camuflada entre un decálogo de paridas de la misma parentela. El caso es que de vez en cuando -últimamente con mayor frecuencia- las circunstancias me obligan a repetírmela, o incluso a citarla con un pudor inexplicable, como si su verdad se hubiera instalado poco a poco en nuestro mundo y hubiera echado raíces definitivas. Pero hoy, no sé por qué, me apetece abrirla a un nuevo giro que mi inocencia de aquel tiempo nunca hubiera sospechado:

En una época sin genios, la mediocridad se las ingenia. Y la mezquindad campa a sus anchas, relamiéndose la comisura de los labios.

miércoles, 23 de marzo de 2011

RELACIONES INTERMITENTES (10)

Inverosímilmente, el personaje ha burlado los márgenes de una página de Chéjov en la que había una habitación de hotel y un inquietante clavo oxidado en el techo, y ha paseado más de tres mil kilómetros y casi cuarenta años para sentarse a la mesa en un bar en el que verosímilmente disertaba el fantasma de Miguel Espinosa. Oídas sus cuitas, mientras el maestro ruso duerme la siesta antes de afrontar el desenlace de la historia, el autor murciano sentencia a su manera, con esa voz estentórea de griego resucitado:
-Mira, amigo Dimitri, no te aflijas, admite la verdad del suceso, por lo demás tan común a la generalidad de los mortales. Las cosas como son, no como quisieron ser. Tú te sabes frustrado porque te reconoces incapaz de poner remedio a tu destino, porque no acabas de coger las riendas. Llamo frustración a la certidumbre de que, quedándote por contar menos años de los que ya has contado, adviertes que el hombre que hoy eres no se parece en poco ni nada al hombre que soñaste ser. De ahí esa tortura, ese tormento que tu genuino autor ha calculado para ti y que te aguarda al doblar la página, esta misma noche o quizás mañana por la mañana, porque en efecto no hay ningún modo de remediar tu destino, esa alta palabra que nos vincula a los dioses.
Dimitri, cariacontecido -vocablo acorde con el gusto decimonónico de su traductor a nuestro idioma-, regresa al relato que le dio la vida.

lunes, 21 de marzo de 2011

SÍGUELA TÚ

Se me ocurrió de repente, en el fragor de una clase en que los adjetivos se confundían con patitas y los verbos con antenas, y prometí que lo anunciaría en mi blog por si alguien se animaba. A Kafka no le hubiera importado, creo. Lo prometido es deuda.

Cuando una mañana se despertó, después de un sueño intranquilo, Cristiano Ronaldo se encontró en su cama convertido en un espantoso insecto.
-¡Dios mío, qué me ha pasado, qué son esas patitas!
[...]

lunes, 7 de marzo de 2011

UN PRIVILEGIADO COMO YO

Soy funcionario, sí. Desde hace dieciséis años pertenezco al Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria, y, como tal, he ejercido labor docente en ocho institutos públicos de la Región de Murcia, lo que significa, traducido a cifras sensibles, que hasta la fecha habré contribuido a formar por encima de 2000 alumnos.
Para ser el funcionario que soy y pertenecer a este colectivo tuve que esforzarme en un bachillerato menos descafeinado que el actual y superar una prueba que en aquel entonces merecía el nombre de Selectividad; tuve que afrontar con incertidumbres de becario un lustro completo de estudios en nuestra universidad pública, alquilando celdas por cantidades abusivas que nadie declaraba en ningún sitio; y tuve que preparar durante tres años más, bajo el sempiterno flexo de mis dudas existenciales, aquel concurso-oposición concebido para aplicar la ley de la criba, examen que felizmente aprobé compitiendo por siete plazas exactas con otro medio millar de licenciados tan voluntariosos como yo. Junto a la alegría de ver cumplido mi propósito, de repente me embargó una especie de terror: la conciencia de haber extraviado muchas horas de mi juventud medrando de la generosidad heroica de mis padres, nada menos que veintisiete años tratando de justificar para mí y para ellos la inversión más orgullosa de sus vidas.
Mientras tanto, mis colegas, los mismos que se pusieron a trabajar en cualquier negocio con la celeridad que les reclamaba la mayoría de edad y la poca o nula predisposición para culminar un ciclo de estudios superiores, ajenos a estos desvelos, cada fin de semana paseaban su automóvil por la puerta de la discoteca y esgrimían el argumento tentador de su cartera llena de billetes de color verde. Era lo justo: ellos trabajaban para su presente y yo estudiaba para mi futuro, y ya se sabe que si el futuro ostenta alguna virtud, esa es la paciencia. Salvo que cuando el tal futuro me alcanzó con una nómina de funcionario, esos mismos amigos u otros de perfil muy similar —patanes cuya hora de trabajo de albañilería no cualificada cotizaba más alto que una clase de idioma a domicilio— empezaron a recelar de la seguridad de mi sueldo fijo y de mis tardes aparentemente libres; e incluso me reprochaban, en la sobremesa de bodas, comuniones y bautizos, con la ternura diáfana que procura el alcohol a quienes desprecian cuanto ignoran, los infinitos meses vacacionales que nos regalamos los maestros de escuela.
De ahí que cuando el mandarín de turno eructa ante los medios el privilegio de ser un funcionario, a mí no me extrañe nada que el coro de abonados a la causa del agua y del ladrillo se adhiera a la indignación y no quiera ni sepa entender que, en el epicentro de esta crisis, un privilegiado como yo decida manifestarse junto a otros miles de privilegiados por la Gran Vía, esa prohibitiva calle de la ciudad. Incluso ha habido voceros que pretendían convencerme de que mi cabreo se compraba al precio miserable de esos 75 euros que ahora, dicen, reducen a la mitad, cuando lo cierto es que hay en juego cosas mucho más importantes, decisiones político-presupuestarias de las que nadie habla porque no interesa, no aquí, no ahora. Yo, que todavía no soy sospechoso de corporativismo les replicaría con palabras sencillas a quienes me escrutan como a bicho privilegiado que mis paseos vespertinos por la Gran Vía de Murcia para manifestar mi descontento no están motivados por mi pertenencia al colectivo de funcionarios, sino por el doble privilegio de ser padre de dos niños en edad escolar, dos niños a los que sé de buena tinta que les afectará el deterioro paulatino y el desprestigio institucional al que se viene sometiendo a la enseñanza pública de la Región.
Soy funcionario, sí; pero por encima de eso soy profesor, y cada día desde hace dieciséis años procuro enseñar a mis alumnos algo parecido a lo que a mí me enseñaron aquellos maestros sucesivos que nunca olvidaré, porque iluminaron mi camino para ayudarme a ser mejor de lo que era. Un pueblo que no comprende esta gratitud es un pueblo enfermo, sin alma. Y hay que estar muy ciego, si no algo peor, para no ver o al menos atisbar hacia qué modelo de sociedad conducen los últimos recortes en la educación regional, un área tan identificada con el servicio público, es decir, con el servicio al mismo ciudadano de a pie que luego sabrá quejarse de no ser bien atendido.
Pero lo más triste, lo que colma el vaso de mi escepticismo, es que quienes dicen representarme en estas lides, los cabecillas firmantes y los cabecillas no firmantes, los que antes sí pero ahora no y después quién sabe, o viceversa, apenas testimonian con sus actos y decires la desvergüenza de los intereses más primarios, los que probablemente alcanzan su verdad definitiva en el marco incomparable de un despacho bien alejado de las tizas y de los chicos y las chicas sobre los que se ensañará el mañana con el peso rotundo de la realidad que entre unos y otros les estamos forjando.

La Opinión de Murcia
martes 1 de marzo de 2011

lunes, 28 de febrero de 2011

SE PUEDE VIVIR SIN TODO

-Se puede vivir sin nada -dije, a modo de sentencia, en el transcurso de un café vespertino con un amigo poeta y músico, o con un poeta músico y amigo, o con un músico amigo y poeta.
Nos habíamos sentado en un enclave de nomenclatura irrepetible, casi mágica: frente a la fachada del Museo Ramón Gaya, en la terraza de la cafetería Aromas, a dos pasos de la plaza de Las Flores. El diálogo venía a cuento de un viaje mío a Marrakech, reciente, y de las carencias seculares de esos pueblos que, como el marroquí, viven inmersos en sus particulares crisis perpetuas; y de ahí derivó, casi sin transición, hacia dominios más íntimos: le hice notar que propiedades que alguna vez nos parecieron irrenunciables, por ejemplo ciertos libros o ciertos objetos próximos, de repente dejan de estar a nuestro lado y la ausencia nos acostumbra a prescindir, o nos enseña que son prescindibles. Mientras él se liaba su cigarrillo, yo pensaba en un poema de Borges que se titula Las cosas y concluye con este par de endecasílabos: "Durarán más allá de nuestro olvido. / No sabrán nunca que nos hemos ido". Pero entonces él, el amigo músico y poeta, o el poeta amigo y músico, o el músico poeta y amigo, antes de activar la mecha y acercarla al extremo de su manufactura, me corrigió sutilmente con su habitual clarividencia:
-¿Sin nada, dices? Se puede vivir sin todo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

23 DE TEJERO

Recuerdo que aquel 23 de febrero yo tenía catorce años recién cumplidos -menos de los que hoy alcanzan mis hijos-; que estaba jugando a la pelota en una calle de mi pueblo y que me enteré vagamente de lo que ocurría porque algún vecino se lo dijo a otro, al pasar. Recuerdo que aquellos niños siguieron jugando a la pelota, y recuerdo que esta misma tarde, hace apenas un rato, yo he vuelto a jugar a la pelota con mi hijo, aunque no haya sido en una calle de aquel pueblo ni yo sea el niño que recuerdo haber sido.
Solo quiero añadir que se me antoja que ha pasado una eternidad desde entonces.

viernes, 18 de febrero de 2011

NOTAS SIN PORVENIR

A menudo anoto cosas que se me ocurren en los momentos más insospechados, y luego, al tiempo, me las voy reencontrando con cierta sorpresa en viejas servilletas de bar, en papeles doblados entre dos páginas de un libro, en reversos de folletos publicitarios que perdieron vigencia, en una de las tantas libretas que inauguro con esa vaga voluntad de perseverancia que luego traiciono. Hoy hago limpieza de mis bolsillos:

Orégano, tomillo y eneldo (y no sé si albahaca). Patatas fritas cortadas a lo pobre, con cebolla a la juliana. Todo ello revuelto con queso.

"La verdad está en alguna parte entre el documental y la ficción" (Frank Capra).

¿Cómo ahorrar al repostar gasoil?
-Llenar por la mañana, temprano.
-Hacerlo sin que haya bajado de la mitad del depósito.
-Apretar la manguera muy flojito.

El paréntesis aclara; la raya interrumpe.

Descubrimiento inopinado de un poeta con el que, oh azares de luz, al fin conecto: José Emilio Pacheco.

¿Lo que importa de las cosas es que son, o el cómo sean?

Entre las múltiples formas que adopta el machismo, la más inquietante es la que se vuelve contra el macho.

Aquí contigo soy
como la nube lenta
que vence sobre el mundo
su presagio de pluma.

Ordenar, ordenar y volver a ordenar... Así ha sido desde que me recuerdo, así será (¿?).

La ignorancia del arte, su desprecio tácito, no es en modo alguno un acto inocente, y su efecto sobre el hombre futuro será decisivo, determinante...

La poesía y su ejercicio (y por extensión la literatura en su amplio registro) me ha servido para crearme la ilusión de no ser cómplice en esta madeja de hilos anodinos que todo lo envuelve, que todo lo engulle; me ha ayudado a mirarme en el espejo y, de vez en cuando, contemplarme con un volumen de dignidad humana que nunca supo darme el fútbol, por ejemplo, ni su estela de conversación inútil.

lunes, 31 de enero de 2011

FWD: INFORMACIÓN CONFIDENCIAL

Pedro,

debo hacerte una revelación que cambiará tu vida.

Sólo tú debes saberlo.

Es muy importante que ELLA no se entere.

Te espero en el 806.557.100.

Llámame cuanto antes, es muy urgente.

Un abrazo,

Araceli.


*Sólo pagarás el coste de la llamada: 1.18€/mn. si llamas desde un fijo o 1.54€/mn. si llamas desde un móvil.

sábado, 29 de enero de 2011

CUENTA DE CRÉDITO

-Ha debido de pasarme por encima todo este tiempo que el calendario cifra en décadas para comprender que la felicidad no sabe ni quiere hipotecarse, que no admite que la mercadeemos en cómodos plazos, que su plenitud solo puede adquirirse al vencimiento de este instante, aquí mismo y ahora mismo, pagándola a tocateja, arriesgando por ella los últimos ahorros y renunciando a los quiméricos planes de pensiones que a veces promete.
-¿Comprender? Han debido de transcurrir todos esos años para que tú encuentres las palabras que expresan lo que siempre habías intuido sin atreverte a formularlo por escrito. El camino de la comprensión comienza ahora.