jueves, 31 de diciembre de 2009

FINIS CORONAT OPUS

Bajo el telón de 2009 con una de mis citas preferidas -más que una cita es un lema-, sacada, cómo no, de donde hay más: Marco Aurelio, Meditaciones (Libro VIII):

"TOMA SIN ORGULLO, ABANDONA SIN ESFUERZO".

martes, 29 de diciembre de 2009

TUNNEL OF LOVE

Vuelvo a escuchar a Dire Straits, como los escuchaba hace... (uf, de repente, de todo hace ya media vida). Y al recuperar su aliento me acuerdo de alguien que, en el fragor de la velada estudiantil, colgado de un canuto sempiterno, comentó con desdén (supongo que para cuestionar mi gusto, supongo que para denostar a Dire Straits) que Mark Knopfler era el Julio Iglesias del rocanrol (sic). Lo poco que consiguió es que nunca como entonces tuviera en tan alta estima a Julio Iglesias.

lunes, 28 de diciembre de 2009

DE LA INOCENCIA Y SUS SANTOS

Durante un buen trecho de mi infancia creí, como a menudo me contaban, que yo había nacido en la región francesa que albergó a mis padres en sus años inmigrantes, y que había venido de aquel país escondido en una vieja maleta, revuelto con la ropa sucia: ésa fue la justificación verosímil que mis padres dieron a los guardias al cruzar la frontera, que en la maleta sólo iba ropa sucia, pero la realidad es que mi madre me llevaba en su barriga, a sólo un par de meses de alumbrarme en el exacto pueblo de mis ancestros. También, por aquel tiempo de fantasías sin fábula, maquiné en secreto que los buzones de correos estaban conectados entre sí por una infinita red de conductos subterráneos que llevaban las cartas a su destino simplemente con dejarlas caer, gracias a una suerte de mecanismo de selección automática que sabía dónde estaban Moscú o Buenos Aires, Nueva York o Madrid; hasta que un día apareció el empleado del servicio y abrió el candado y observé incrédulo cómo cargaba con la saca delante de mis ojos, porque en el suelo del buzón no había ningún agujero.
Hoy sigo cayendo con demasiada frecuencia en la trampa de la sinceridad y de las buenas intenciones, no sé ver más allá de las palabras y los modos de quienes se cruzan en mi camino, de manera que ellos se sirven de mi condición de incauto y yo voy acumulando méritos para mi futura santidad.

sábado, 26 de diciembre de 2009

LAS DOS CIUDADES

Son dos ciudades superpuestas, una sobre la otra. Estamos y sabemos que están; están y saben que estamos. Nosotros no queremos verlas y ellas prefieren no vernos. La convivencia es casi perfecta, el respeto es mutuo, tácito, salvo que se despisten ocasionalmente los pasos de unas y de otros. Nosotros dormimos de noche y ellas duermen de día. Nosotros, las ratas.

jueves, 24 de diciembre de 2009

HORACIANA

“¿Estás escribiendo algo que va a superar a los opúsculos de Casio de Parma? ¿O caminas lentamente, en silencio, entre los bosques saludables, pensando en algo digno de un hombre bueno y sabio?”

(No cito del original, en realidad ni siquiera sé si pertenece a libro alguno de Horacio; pero la fuente me parece fiable y, aunque no me lo pareciese, me subyuga la contundencia de estas palabras interrogándome de tal modo).

martes, 22 de diciembre de 2009

LA SEBASTIÁN HERENCIA MONDÉJAR INVISIBLE

Nuestros pasos nos llevan a donde deseamos incluso si ignoramos los deseos, los pasos. De los libros de poesía estimo sobre todo su sustancia tangible, ese halo de luz suave que proyecta en nosotros su Verdad desde el primer manoseo, desde el primerísimo abrazo, y que se nos impone como un sustrato emocional que ya nunca se agota, que, antes al contrario, cobra renovado vigor con cada relectura. Las calles las generan nuestros pasos, la vida. Y no sólo su Verdad: también la Belleza que indefectiblemente la acompaña por los corredores de la existencia cuando uno acierta a mirarla en toda su amplitud sin desdeñar la brizna, sin obviar sus minucias, en todo el esplendor de lo creado. De tallos, hojas, pétalos y espinas tienen forma los tiempos; de troncos y raíces invisibles. Tal es, a mi entender, el talento singular que atesora Sebastián Mondéjar (Murcia, 1956), poeta por cuyos versos discurre esa ráfaga lúcida que parece recaudada en el manantial calmo de las sabidurías orientales, allí donde el mínimo gesto festeja la eternidad del todo y cada sonido, cada palabra, hallan sigilosamente, discretamente -como sólo a la modestia laboriosa del artista curtido le es dado hallar-, su exacto lugar en el espacio. Ala quieta de instante. Latido detenido en su constancia. Conforme se avanza por las páginas de La herencia invisible -éste es el título-, se respira una suerte de determinismo integrador, rebosante de armonía cósmica, una secreta vitalidad que ha aprovechado los mejores momentos de la mística española y que, tras el vuelo alto, sabe descender a la entraña misma de las cosas y, en soledad consigo, contemplativo y austero, nutrirse de la savia sencilla que regala la tierra. No desembocan. Los ríos, en el mar, siguen su cauce. El resultado es una misteriosa complicidad con el ser que somos, también con nuestra fragilidad y con nuestras dudas y miedos, en ese tránsito incomparable que nos hace únicos en la jornada de la vida. He vivido, he soñado, he pasado mis días siendo otro para poder ser yo sin fatigarme. Uno tuvo la suerte de descubrir algunas piezas de este libro interpretadas de viva voz por su autor (así, “Libélula dorada” o “Losas sueltas”, que a la postre se postulan entre mis favoritas); poco después las volví a saborear al abrigo de un manojo más amplio que las dotaba de la unidad necesaria, merced al mecanuscrito que llegó a mi dominio bajo el modo de plica; y finalmente las he leído y vuelto a leer en la cuidada edición de Calambur (Madrid, 2008). Como hiedra intangible en su insistencia, nuestra herencia sutil nos prevalece. Bien sé yo que Lo fortuito, a veces, nos sume en la aventura, bien lo sé y lo agradezco; pero también a mí, cuando menos falta me hace, me rondan otras verdades ancestrales con su enigma infinito: Volver, vivir, amar, ¿qué más quiere la vida? Anoche tomé en las manos mi ejemplar con su dedicatoria y su autógrafo, y mientras doblaba las hojas comprendí otra vez, una vez más, que sin duda La vida es de quien vive, entendí que Nuestra vida es la vida que hay después de la muerte, que probablemente Es bueno distanciarnos, vaciar nuestro lugar con nuestra ausencia, para volver después, como hijos pródigos, reconciliados con las discrepancias. Hoy, cuando el calendario refrenda el comienzo del invierno de los astros, he querido salvarme de nuevo en la Poesía, por la Poesía, a través de la Poesía, y sentir en la plenitud de tu palabra, Sebastián, amigo, que Nuestra herencia no es nuestra. Está en nosotros. No somos herederos. Somos la herencia misma.
Salud!

viernes, 18 de diciembre de 2009

TITULITIS AGUDA

Llevo más de tres y de cuatro semanas desempolvando papeles acartonados, llevándolos hasta el calor de la plancha fotocopiadora y asistiendo al misterioso gesto (no por repetido menos misterioso) del cotejo y la compulsa a cargo de la mano autorizada, ésa que con su palma presiona el sello de tinta azul y de propina destila un garabato por el cabo del bolígrafo. Trátase de un trámite necesario, ineludible, para así escalar otro peldaño en la pirámide laboral que dictan los que saben; esto es, un concurso de méritos, o al menos con tal pomposidad lo nombra la jerga de los administradores de la función pública, así que somos muchos los llamados (previo pago de la tasa estipulada, cómo no) y sólo unos pocos habrán de ser los elegidos. Durante estos días he observado el secretismo a menudo orgulloso de algunos colegas portando bajo el brazo su manojo de títulos, diplomas, certificaciones e infinitas pruebas de su inagotable servicio a la causa burocrática, y ha sido entonces (más acá de Kafka) cuando he querido acordarme de la monumental crítica que a mediados de los setenta deslizara la pluma irreverente y lúcida de Miguel Espinosa en Escuela de Mandarines. No he de ocultar aquí (en verdad, a eso he venido) que la mera compilación y el ulterior muestrario y alarde de créditos, tan extraviados en la prehistoria de mi vida que ni yo mismo recuerdo si alguna vez me pertenecieron, suponen un serio desafío a los fundamentos de mi sistema nervioso. Pero lo más triste ha sido advertir, y ello desde dentro, que esos colegas, y yo con ellos, no somos sino serviles piececitas de un portentoso engranaje basado en el espejismo de una ristra de títulos, títulos tan meritorios como inútiles, recaudados cansinamente según un principio de inercias ociosas y de desganados requisitos trienales o sexenales; un orden tan anciano como el mundo y que unos y otros interpretamos como una realidad falaz, mas al que sin embargo no sabremos negarle su imperio y al que nos seguimos sometiendo con la bíblica mansedumbre del cordero, porque está diseñado para tentarnos con prebendas ocasionales y porque nos iguala religiosamente en una mecánica corporativa que sacrifica los talentos en aras de la escueta funcionalidad.
Mañana, sin falta, doy curso al papeleo.

martes, 8 de diciembre de 2009

RELACIONES INTERMITENTES (6)

Me disponía a consumir mi café cortado en el bar de siempre cuando aquella belleza tocó mi hombro e hizo la pregunta:
-¿Eres Luis?
Yo no era Luis, desgraciadamente, pero se me ocurrió contraatacar sin demasiada convicción, sólo por probar el sabor de la aventura en su fase más primaria:
-¿Y qué si lo soy?
La mujer se presentó como Tania, hizo el ademán de besarme la mejilla, acercó el taburete y pidió un refresco. Me confesó que ésta era la primera vez que se citaba a ciegas, pero que mis palabras en el chat, mi manera de decir las cosas y de argumentar los sentimientos, la habían convencido de que tenía que intentarlo. Incluso, ahora le parecía que todo esto alcanzaba un punto de morbosa excitación. Después sacó un cigarrillo, agitó el mechero y, todavía sin activar el encendido, insistió, como si no acabara de creerlo:
-¿Seguro que eres Luis, Luis Menárguez?
-Me llamo Luis –mentí de nuevo-, pero mi apellido no es Menárguez, ya me gustaría…
Se excusó con cierto azoramiento, cogió su vaso y caminó como extraviada, barra adentro.


viernes, 13 de noviembre de 2009

HACE MEDIA VIDA

Por supuesto, no creo en los premios, o, para mejor decirlo, no creo que los premios literarios, per se, añadan nada significativo al talento de un escritor o al valor intrínseco de lo que haya escrito o pudiera escribir en el más generoso de los porvenires. Sin embargo, allá en aquel antaño donde se insinuó la gloria o su espectro, yo también fotocopié morosamente mis primeros esbozos y también yo los metí en un sobre ingenuo bajo plica, y aguardé, sí, con la especie de paciencia que sólo el concursero conoce, a que los jurados ilustres propagaran su veredicto en forma de bendición o de condena. Recuerdo un remoto noviembre en que el título de mi relato -La sonrisa del ahorcado- y el lema que acuñé para significar mi temprana veneración por Borges -Abenjacán el Bojarí- emergieron en el rincón del diario que anunciaba los finalistas del Certamen Jara Carrillo, de Alcantarilla (Murcia): juro que mis huesos dieron un bote, ahora no sé si por vanidad o por orgullo, y que no dormí bien durante los días que duró la espera. Junto a mi amigo Andrés, lego en literaturas y en solemnidades de tal estirpe pero conductor del coche que me traía y me llevaba, me personé la tarde del evento para asistir incrédulo a la consagración de mi arte. Mi relato acabó segundo y yo con un cheque de 25.000 pesetas; algún enviado de la prensa me entrevistó acerca de mi cuento-monólogo; y, lo más grande, el presidente del jurado –D. José Luis Castillo Puche, hoy fallecido- se vino hacia mí como si no hubiera otro vencedor en la sala y alabó la bonanza coloquial de mi estilo y me lo comparó con la maestría de Juan Rulfo desde esa vehemencia cansina que a veces gastan los artistas maduros. Mientras mi amigo Andrés decía sí y sí con la cabeza, yo naufragué en una parálisis de monosílabos abrumados.
Esto sucedió en 1988. Sólo tres años después alcancé el honor del primer premio y toqué muy cerquita, con la mano, el segundo. Pero el sabor de aquel instante ya no era de triunfo satisfecho, sino la escenificación de un tedio precocísimo -enfermedad de la que todavía no me he curado-, quizá consciente de que el más generoso de los porvenires literarios no se puede construir en la región de los premios. (Ni acaso fuera de ella, o tal vez sí; pero ésta es otra modalidad del tedio aquel que...).

viernes, 6 de noviembre de 2009

RELACIONES INTERMITENTES (5)

Él, perezoso, consciente de su lugar subalterno en un mundo edificado a base de frases concluidas por otros, dijo al fin, mientras apagaba la colilla con un desdén aprendido:
-Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Y ella, imaginativa y audaz, sin compasión, se atrevió a rectificar:
-Pero lo breve, si bueno, jode más que se acabe.

martes, 3 de noviembre de 2009

RELACIONES INTERMITENTES (4)

Por enésima vez, he alcanzado esa novela y la he abierto sobre mi regazo. Por enésima, he acariciado sus tapas, he rememorado su texto de contraportada y los datos biográficos del autor, he tasado el equilibrio potencial de sus capítulos en el índice, he gestionado las sucesivas dosis de felicidad que me deparará cada una de sus páginas... Por enésima, he volcado mi afán sobre la primera frase, sobre el primer párrafo, casi hasta agotar todos los renglones de la primera hoja impresa, y, sin transición, con la inercia acostumbrada, me he distraído unos segundos, unos minutos, para volver a constatar la precisión del título en la portada, breve descanso que me ha catapultado por las altas regiones del pensamiento y que, al fin, por enésima, se ha confundido con el suave gesto de cerrar la novela sobre mi regazo y abandonarme a la ensoñación y a la modorra. Luego, venciendo la pereza, la he restituido a su verticalidad en el estante y me he venido al blog con la vaga idea de colgar algo.

lunes, 2 de noviembre de 2009

ABSOLUTAMENTE

Si uno repara en la real dimensión de nuestra existencia humanoide -y sólo nosotros, humanoides, estamos cualificados para reparar en el desfase entre nuestra motita de vida y el abismo de universos y galaxias-, cualquier empeño se nos ha de antojar desorbitado -o, para mejor decirlo: inútil-, una quimera demasiado costosa como para, encima, pretender perseverar en ella con esa tenacidad tan nuestra, tan prestigiada entre nosotros. Ahora entiendo mejor al Oscar Wilde que, en sus últimos años, apostolaba desde aquel ideal suyo de no hacer absolutamente nada, lo que por otro lado es la cosa más difícil de este mundo, y también, por lo mismo, la más intelectual de todas. Y me acuerdo del consejo de algún heterónimo de Fernando Pessoa: "Siéntate al sol. Abdica y sé rey de ti mismo".

miércoles, 28 de octubre de 2009

NUESTROS OTROS. (PALABRA DE GINÉS)

La noche del viernes 23 de octubre, Ginés Aniorte (Murcia, 1960) presentó en su pueblo, Sangonera La Verde, su ultimísimo volumen de poesía, ése que ha dado en titular Nosotros (Renacimiento, Sevilla, 2009). Él nos había pedido -a Mamen Piqueras, a Soren Peñalver y a mí mismo- un breve apunte de lectura que huyera de la habitual glosa encomiástica y que se contuviera en los noventa segundos que palpitan en el minuto y medio. No cronometré mi intervención, pero entiendo que de todos modos se ajusta a la exigencia de humildad que mi amigo y poeta viene cultivando sin esfuerzo, una modestia que se sabe digna de quien la practica cuando deslizamos la mirada hacia la hondura pulcra de unos poemas que, como no conozco muchos casos, parecen tallados en el rostro de su autor. Transcribo lo que dije, sin añadir ni quitar, para que aquí quede junto a la pieza poética que escogí como soporte:

"He leído, creo, todos los libros de Ginés Aniorte, desde aquellos versos iniciáticos de Poemas de amor y de Es tiempo de vivir o de Fragmentos hasta este título que hoy nos regala desde la primera persona del plural, Nosotros. Y siempre, en todos sus versos, he encontrado dos cualidades o dos virtudes que quiero destacar aquí, en este minuto y medio que me ha pedido: la autenticidad de las cosas que dice y la transparencia en el modo de decirlas. Es cierto que todos sus libros hablan de él, como no podía ser de otro modo, pero me atrevo a afirmar que es en éste donde el fino bisturí de su sensibilidad creadora se adentra en un dominio de sí mismo que todavía no se había atrevido a explorar, tal vez porque en ese dominio, en esa región interior, viven aún aquellos fantasmas de la memoria y del olvido que ensanchan su radio de acción hacia quienes nos legaron el ser que somos o comparten con nosotros el secreto de la identidad, esto es, la razón originaria del ser que fuimos, del ser que seremos. En ese 'nosotros' se perfilan 'nuestros otros', que son todos los que nos habitan y dan fe de nuestros recuerdos. Me han emocionado y me han conmovido muchas páginas de este libro, quizás en una proporción muy superior a la de cualquier otro libro de Ginés; así que, como lector de poesía y como amigo desde hace casi tres lustros, sólo puedo agradecerle este regalo y confiar en que estos poemas sabrán encontrar la mano cómplice de cada uno de sus lectores, de ese lector al que se saben destinados. Mi minuto y medio acaba de cumplirse; así que, haciendo uso de la libertad que se me ha otorgado para escoger el que yo prefiera y mostrarlo aquí, a modo de presentación del volumen, voy a leer a continuación el titulado Nana, y lo voy a leer por tres razones; porque me tocó muy adentro desde el principio, desde aquella primera lectura en que cada heptasílabo quería mecerse conmigo; porque sirviéndose del verso corto alcanza, a mi modo de ver, una difícil tensión elegíaca que se resuelve en un hondo ejercicio de gratitud; y, en definitiva, porque me parece un buen ejemplo de esa autenticidad y de esa transparencia a las que me he referido como consustanciales a su obra toda".

NANA

Habla a veces, mi madre,
de una silla de anea
que heredó de mi abuela
y en la que, silenciosa
-desavenida al cabo-,
esa mujer de negro,
que he visto sólo en fotos,
pasó sus tardes últimas
bajo una higuera grande
que guardaba la casa
y ofrendaba su sombra.

Mi abuela me anidaba
en sus brazos ajados
de madre sabia y vieja
cuando mi edad cumplía
el año, como mucho.
Dicen que me cantaba
nanas que no recuerdo,
y que lloraba a veces,
escondida y a solas,
porque pensaba, enferma,
que yo no llegaría
a conocerla nunca.

Se equivocó, sin duda.
Existió desde siempre
en las voces de otros
que, fieles, relataban
su bondad desmedida,
y reconozco ahora
en las manos endebles
de mi madre ya anciana
la arrugada aspereza
de aquellas otras manos
que un día acariciaron
mi piel tan tierna y suave.
Veo también sus ojos
en los ojos que, hoy,
frente a mí son estrellas
que contemplan, caídas,
los rescoldos de un mundo
que ayer fue alta hoguera.
Y, a veces, en mi madre
-al mirarla- descubro
el semblante dulcísimo
que luce en el retrato
de la mujer aquella
que le diera la vida.

Por eso este homenaje
a destiempo y tan vano
que aquí quiero rendir
a la abuela que entonces
me acunara en su pecho.
Tal si fuera una nana
igual a aquellas suyas,
quiero cantarle hoy
con mis solas palabras,
y agradecer las horas
en que veló mi sueño,
los besos que imagino
encendiendo mi risa,
su voz como una música
que, al decir de mi padre,
acallaba mi llanto,
el abrazo y las lágrimas
al despedirse un día,
la protección secreta
de tus brazos, abuela,
que todavía, hoy,
como un ángel callado
-que siguiera mis pasos-,
parece que me asiste.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

POETA DE TRES VERSOS

Esta ciudad sin mar
tiene dos faros:
son tus ojos.

Elio Alonso Rosales

lunes, 7 de septiembre de 2009

SOBERBIO

Acabo de interceptar en un diario una cita de Borges (otra más) que no sé si es de Borges (como tantas) pero que viene como anillo al dedo a quien pudiera añadir a su currículum el Nobel Honorífico de Citador Más Citado. Transcribo de memoria, como seguramente transcribió de memoria quien la desliza en un diario adjudicándosela a Borges: "Si volviera a nacer procuraría cometer más errores, no empeñarme en ser tan perfecto". Y tal vez -añado yo- de ese modo sería más feliz, o al menos más humano.

RELACIONES INTERMITENTES (3)

-Confieso que he pecado, Padre.
Tras la rejilla se atisbó un lento balanceo de cabeza, un gesto entre la amonestación y la comprensión que sin embargo aguardaba la aventura sublime del detalle, de esas palabras que con su música amenizan el morbo del delito.
-Confieso que he deseado a la mujer del prójimo.
-¿Nada más, hijo?
-Confieso que he tentado a la mujer del prójimo.
-¿Eso es todo?
-Confieso que he yacido con la mujer del prójimo.
-¿Algo más?
-Confieso que no me arrepiento, que pase lo que pase nunca sabré arrepentirme de ésta mi verdad, y que si de algo he de culparme es de que no vuelva a suceder una y cien veces más.
-Entonces, en el nombre de Dios, no puedo perdonarte.
El arrodillado se irguió y salió del recinto; sin el perdón del Padre, pero ahora reconciliado consigo mismo, esto es, con su breve existencia de homo sapiens que desea y tienta y yace con mujer ciertamente prójima.

domingo, 6 de septiembre de 2009

TELE (DISTANCIA) SORDO, FONO (SONIDO) MUDO

La historia de tan utilísimo aparato móvil (allende los mares celular) ha venido a modificar el orden de las relaciones, el orden del boca a boca, el orden dentro del desorden existencial de cada cotidianeidad, anclando ese sonido -que se torna canción hortera dependiendo del usuario- en un sonido muchas veces anhelado, otras tantas detestado. Por momentos se desea que suene, que al fin llegue el sms (Su Majestad Soñada), o que la voz del otro lado nos dulcifique las ausencias impuestas; otras muchas querríamos no haberlo escuchado, no haber cedido siquiera a la tentación de rifar una respuesta, para no caer en la red de su hechizo.
La historia de tan utilísimo aparato bien podría medirse, en la mismidad de cada uno, como aquel objeto que, sin apenas ser percibido, ha mediado maravillosamente en la gesta de los grandes momentos de la vida. Y luego hablemos de tirarlo o de silenciarlo o de no encenderlo más. ¿Quién lo cree? Ingratos que somos…

jueves, 3 de septiembre de 2009

RELACIONES INTERMITENTES (2)

Entró secándose el sudor con el faldón de la camisa. Vino hacia la barra tanteando en el vacío y pidió una cerveza que tomó en dos tragos. Luego me hizo una reverencia cómplice y caminó firme hacia la mesa de billar. Susurró algo a la mulata más joven, la del tatuaje en el cuello, y fue ella la que lo guió de la mano, casi altanera, hasta que ambos desaparecieron tras la cortina de canutillos por donde se accede a la planta de arriba. Del ámbito del billar llegó una risotada impúdica que rápidamente fue absorbida por un clásico de Los Chichos.

martes, 1 de septiembre de 2009

¿PARA QUÉ?

Escribir es siempre pretencioso, pero a fin de cuentas un gesto íntimo que en determinadas ocasiones se torna, además, inevitable, necesario. Publicar, en cambio, es transigir a la vanidad para provocar el efecto patético del elogio o, como mal menor, para satisfacer la tristeza burocrática de un currículum, de un cartel anunciador en la feria literaria. Pero lo más ridículo, al cabo, es leer solemnemente para otros lo que uno ha escrito -hablo de la parafernalia del micrófono, del botellín de agua, de la erótica del púlpito-, porque entonces se revela la farsa toda en la amplitud social del evento, y aquel impulso pretencioso desciende al submundo de las frivolidades, a los terrores de la complacencia.

lunes, 31 de agosto de 2009

RELACIONES INTERMITENTES (1)

-¿Quién coño te ha dado permiso para levantar esa persiana?
Con repentino pudor, se aflojó la toalla y buscó su enredo de ropa entre los muebles y en el suelo. El zapato que faltaba había quedado de pie junto a la puerta, expectante. Cerró sin golpe, sintiendo el alivio íntimo de que así cruzaba el espacio imprevisible entre el error de una cama furtiva y la nueva dignidad del olvido.

viernes, 21 de agosto de 2009

PALABRAS OSCURAS

Pecado, arrepentimiento..., acaso las dos palabras más concienzudamente perversas y dañinas de la herencia judeocristiana. No me gustan nada: a decir verdad, son dos vocablos que detesto con la visceralidad, lamentablemente limitada, del lenguaje que uso. ¡Cuánto sufrimiento inútil -pecado, arrepentimiento- habrán generado en los mismos que las pronuncian y en aquéllos contra quienes son pronunciadas!

DEUS EX MACHINA

La idea de dios -o de Dios- es una cobardía que, paradójicamente, refuerza al débil. Luego, la historia -o la Historia- escrita por los hombres ha demostrado que, además, es un ilimitado instrumento de poder, es decir, de manipulación y de opresión, convirtiendo al débil en protagonista por la fuerza de su misma debilidad. Y el universo -o el Universo- sigue, ajeno, su curso inescrutable.

martes, 21 de julio de 2009

A LA LUNA DE MUÑOZ MOLINA

Lo alcancé hace un par de semanas de la leja en el rincón de las lecturas pendientes, y ha de haber sido la confabulación de los astros o la sabiduría obstinada del azar la que ha querido que lo fuera aplazando para terminarlo de leer precisamente hoy, o ayer -hace sólo un rato pero las horas pasan y cambian los dígitos del calendario-, en este día de julio en que la Humanidad recuerda y festeja la efeméride sin duda histórica de aquellos dos hombres y su equipación aparatosa -Neil Armstrong y Edwin Aldrin- pisando por primera vez, cuarenta años atrás, la superficie polvorienta de la Luna. El libro del que hablo -El viento de la Luna, 2006- es una novela que yo, en mi itinerario de lecturas, me había postpuesto a conciencia, con un resto ingrato de rebeldía, pertrechado en la sospecha peregrina de que acaso se trataba de una obra de ambición menor, emparentada a otros títulos más o menos prescindibles que inevitablemente serpentean en la que, sin embargo, no exagero si lo afirmo, sigue siendo para mí la trayectoria literaria más sólida, la más comprometida con la verdad esencial de las palabras, que uno haya conocido en la narrativa española del último cuarto de siglo: de quien hablo ahora es del autor, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), un nombre a la par humilde y rotundo que me resulta muy cercano, casi diría familiar, pese a que sus apellidos no coinciden con los míos ni he tenido jamás el valor (sí hubo ocasión, apenas una) de pedirle el clásico autógrafo despersonalizado ni de saludarlo con mi intempestiva timidez para quizás no saber con qué argumentos prolongar el saludo. Aquel lejano 1969 el autor y narrador protagonista de esta historia había cumplido trece años en enero, y yo tan sólo dos (también en enero), pero esa diferencia de once se diluye hasta convertirse en polvo lunar cuando leo con una complicidad milimétrica los detalles más sutiles que él ha sabido rememorar de los ámbitos exactos en donde nació y creció, extrapolables con extraordinaria precisión al niño y a la casa y a la calle y al pueblo de mi propia infancia, a esas maneras y labores que se quebraron de una generación a otra y que estaban imbuidas de “la monotonía agraria de la repetición”. Acierta la fábula a engarzar esas dos realidades antagónicas: por un lado la del mundo de progresos entonces inimaginables que llega a través de los primeros televisores en blanco y negro, la del mundo de la comunicación inmediata y de esos avances de la tecnología, fuese en forma de electrodomésticos o de misiones espaciales, que logran su impacto mediático fulgurante gracias precisamente al proyecto y la escenificación del Apolo XI; y por otro lado el mundo terrenal, sacrificado y miserable, hoy casi inverosímil, en el que muchas casas no disponían de agua corriente, y la simple tenencia de un cuarto de aseo se antojaba cosa exclusiva de los ricos, y una ducha rudimentaria se postulaba poco menos que como el mayor invento del siglo. Yo también fui muchas veces con mi abuela y con mi madre a ver la televisión (recuerdo sobre todo las corridas de toros) a la casa de cualquier Baltasar con más posibles que nosotros; yo también tuve una tía Lola a la que me encargaban vigilar mientras permaneciera dentro de la casa con el novio que la venía a visitar cada trasnochada; yo también he visto a mi abuelo muy ufano sobre la burra que lo llevaba y lo traía de la huerta, y he visto cómo se plantan los tomates y se apartan las mejores simientes, y cómo se arrancan las patatas a fuerza de azadón, y me he levantado muy temprano para ir con las mujeres a coger del suelo la aceituna que saltaba de las mantas... Pero, de manera singular, con aquella contundencia verbal entre el lirismo y la ironía que ya desplegara en párrafos completos de El jinete polaco o de Ardor guerrero, me ha llamado la atención la finísima observación que hace de las manos de su padre en el capítulo 7, un homenaje íntimo que alcanza colofón en las páginas postreras de la novela y que entrañablemente se resume en esta sentencia: “Debería uno conservar el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre”; y, cómo no, esa doble estimación del tiempo, cíclico para ellos, lineal y hacia adelante en la rebeldía libresca del preadolescente que no acaba de aceptar ese destino: “De la vida y del trabajo ellos no esperan novedad, sino repetición, porque el tiempo en el que viven no es una flecha lanzada en línea recta hacia el porvenir, sino un ciclo que se repite con la pesada lentitud con que gira la muela cónica de piedra de un molino de aceite”; o esa distancia proverbial entre la suavidad lisa de las novedades científicas y la aspereza hiriente y primitiva de lo cotidiano: “En el mundo donde yo nací y en el que es posible que tenga que vivir siempre todo o casi todo es áspero, las manos de los hombres, la pana de sus pantalones de trabajo, los terrones secos, las paredes encaladas, las albardas y los serones de los animales de carga, el cáñamo de las sogas, la tela de los sacos, el jabón basto y casero que fabrican en grandes lebrillos mi madre y mi abuela y pica las manos, y casi no deja espuma, las toallas con las que nos secamos, las hojas de papel de periódico con las que nos limpiamos el culo”. El relato, perfectamente documentado y no menos ameno en la crónica sucinta de la misión espacial, dibuja una intrahistoria de curso guadianesco, un manojo de peripecias bien trabadas -las antiguas rencillas de la abuela, la enfermedad de Baltasar, la historia del ahorcado- que al fin aciertan a resolverse en un encomiable ejercicio de la memoria, del respeto y la lealtad a un origen -simbolizado en la muerte del padre- en el que, a pesar de la lejanía y de la velocidad de los tiempos, todos los que de algún modo lo vivimos debiéramos aprender a reencontrarnos.

martes, 14 de julio de 2009

De pronto uno detiene sus pasos, mira al horizonte desde la terraza de un café y, con esa desgana atribulada de los días de verano, empieza a tirar de una madeja que parece interminable para hacer su estimación particular del rosario de jornadas que ha extraviado en ocupaciones en las que siempre se sintió extraño, compromisos socio-familiares imbuidos de su liturgia de absurda pertenencia, ceremoniales repetidos generación tras generación como una condena sucesiva que el sentir de lo correcto no hubiera sabido esquivar y que finalmente se declararon fatuos, inservibles, pura farsa que tan sólo precisaba de su público a veces jaleador, a veces consternado: hablo de bodas y entierros sobre todo, mas también de visitas pactadas, de fatigosas reuniones, de compadreos sin fin. Pero el que se lleva la palma en mi lamento es todo el tiempo que presté a quienes ahora sé que no han sabido merecerlo, o peor aún, a quienes ya en su día lo recibieron de mí -cuando hablo de mi tiempo hablo también de las horas de trabajo silencioso volcado en tareas ajenas, de la dedicación altruista a esas causas estériles que luego nadie valora ni recuerda como no sea para lamentarlo- con esa sutileza de fingido desaire que tiene su reino en el desprecio. Guardo en la memoria una frase leída recientemente en el bazar de la comunicación, una frase que, si no me engaño, se atribuía a Gabriel García Márquez, lo cual, muerto Jorge Luis Borges, es ya un tópico en el pequeño universo de las atribuciones fundamentadas por los galones del ingenio: decía el colombiano que, después de cumplir los cuarenta, lo más importante que ha aprendido en este mundo es a decir no.
No me cabe duda de que es en la armonización alterna, casi siempre intuitiva, de nuestros síes y nuestros noes donde poco a poco comparece ante los otros la persona que somos.

martes, 7 de julio de 2009

MARIO MURIÓ BENEDETTI

Hace unas semanas, el 17 de mayo, murió el poeta Mario Benedetti. De repente me acordé de la tarde de invierno en que descubrí por primera vez sus versos, hace de esto tantos años que no pienso perder mi tiempo en contarlos: el caso es que estaban colgados -sus versos digo, no mis años- en un póster enorme que alguien había clavado en la pared de la biblioteca municipal de mi pueblo. Aquel poema se titulaba Viceversa (no sé si sabréis que "viceversa" es, junto con "halo" y "asterisco", y por razones que tampoco voy a desmenuzar aquí, una de mis tres palabras favoritas), y rápidamente me lo aprendí de memoria y me lo recitaba a mí mismo cuando no tenía a nadie a quien recitárselo.
Hace unas semanas, el 17 de mayo, Benedetti murió Mario, aquel poeta nacido en Uruguay en 1920. Si hacemos cuentas, vivió ochenta y ocho años, durante los cuales escribió unos ochenta y ocho libros (dejadme creer que los ochenta y tantos que enumeran en las biobibliografías cibernáuticas son exactamente ésos, ochenta y ocho), casi se diría que a uno por año, repartidos entre los distintos géneros: cuentos, dramas, novelas, ensayos, artículos políticos, críticas de cine... y poemas como aquel Viceversa o aquel otro, Táctica y estrategia, escritos sin duda para que el adolescente que fui y otros adolescentes sucesivos que voy siendo se alimenten del sabor y de la pulpa y del poder nutritivo de su amoroso arrullo de palabras.
Aunque una biografía de ochenta y ocho años daría para enrollarse un rato y provocar más de un bostezo, yo tan sólo voy a destacar dos aspectos de su vida que me parecen muy importantes para comprender su literatura: el exilio y el asma. Tras el golpe de Estado que los militares dieron en su país en 1973, tuvo que renunciar a un cargo en la universidad de Montevideo y marcharse a vivir a Buenos Aires, de donde pasó después a países como Perú y Cuba, y finalmente se instaló en Madrid. De ahí que en sus textos notemos un fuerte compromiso social y una natural tendencia a defender a los oprimidos y a lo débiles, a los que no tienen donde caerse vivos ni donde levantarse muertos; como él mismo afirma en un poema, le dio la gana de ser parcial y no neutral para mejor defender esas causas perdidas que no podemos dejar de ganar. He dicho también que sufrió el asma, una enfermedad a una sola letra del alma, y que, seguramente por eso, le permitió escribir bellos poemas de amor y desamor, poemas muy directos, poemas que se convirtieron en himnos para quienes, jóvenes o viejos, hombres o mujeres, necesitábamos y aún necesitamos que unos versos nos aclaren sencillamente lo sencillo que es eso del amor y esotro del desamor si uno está dispuesto a querer comprenderlo.
Mario murió Benedetti hace sólo unas semanas, el 17 de mayo, pero nos dejó escrito el inventario de su vida y de sus sueños, miles de páginas que reflejan la humanidad de este hombre hecho palabra, o de esta palabra hecha hombre, creo que un me lío haciendo estoy, o viceversa, así que aquí dejo el poema Currículum, que escribió probablemente muy consciente de que alguna vez, en algún homenaje íntimo que se le hiciera tras su muerte, alguien con mi rostro lo pondría en la página de un blog-alforja cuyos retales a menudo hablan de poesía y de poetas.

CURRÍCULUM

El cuento es muy sencillo
usted nace
contempla atribulado
el rojo azul del cielo
el pájaro que emigra
el torpe escarabajo
que su zapato aplastará
valiente

usted sufre
reclama por comida
y por costumbre
por obligación
llora limpio de culpas
extenuado
hasta que el sueño lo descalifica

usted ama
se transfigura y ama
por una eternidad tan provisoria
que hasta el orgullo se le vuelve tierno
y el corazón profético
se convierte en escombros

usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que al fin el mundo es esto
en su mejor momento una nostalgia
en su peor momento un desamparo
y siempre siempre
un lío

entonces
usted muere.

M. B.

lunes, 6 de julio de 2009

A ESTO LLAMO ESPERANZA

Todo lo que tengo es el tiempo que me queda por vivir, el tiempo que -paradójicamente- aún no he tenido, porque el que tuve y me vivió ya no es mío. A esto llamo esperanza.

martes, 30 de junio de 2009

CON LA VENIA

"Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene". La cita la extraje de El pozo (1939), la novela de Juan Carlos Onetti que, según la crítica especializada, abrió la puerta a la explosiva fabulación de los maestros sudamericanos de la segunda mitad del siglo XX. En este fragmento, según creo, habla de la sutileza de la falacia, a menudo tan suya que sabe jugar la baza de su oponente apropiándose de sus armas y usándolas con saña.
Igual que la justicia -basada en un principio de verdad vs. mentira-, también la democracia -esa obsesión por la estadística, definirá Borges- nos conduce a veces por caminos tortuosos, si no torticeros, mostrándose a sus anchas en la tiranía ilimitada de las verdades a medias. Ayer mismo fui testigo, no diré cómo ni dónde ni entre quiénes. Y es que se extiende por ahí un prejuicio -democrático donde los haya, mas nada inocente- que consiste en tachar de "prejuicio" -esto es, enjuiciar por inducción, no por deducción- cualquier idea o parecer contrarios a los de quien se arroga la razón del "juicio" desde la falacia transitoria del poder -especie común en las comunidades de vecinos, en las comunidades escolares y en otras comunidades-, y es entonces cuando el individuo, ahí encaramado, maravillado de haberse conocido, ostenta su ostensiva sinrazón (¡valga!) cual títere penosamente reconvertido en destino de sí.
El fascismo tiene muchas caras, y una de ellas podría ser determinada interpretación de lo que llamamos democracia.

lunes, 29 de junio de 2009

EL SÍMIL PERFECTO

Su título, La duda: una película que vi de estreno, hace unos meses, y de la que conservo buen recuerdo por la atmósfera de sospecha que se instala en la pantalla y que se transmite al espectador hasta el final, mejor dicho, más allá del final, pues logra magistralmente que esa "duda" salga de la sala y se pasee por las calles y se alíe con nuestro insomnio, o al menos con la ración de insomnio que cada cual atesora. Que nadie me pregunte quiénes eran los actores de reparto, ni siquiera puedo aventurar la identidad del director; sépase que mi memoria cinematográfica (como la musical y como tantas otras) es muy corta, ello unido a que tampoco presto la atención singular de los cinéfilos: yo me suelo quedar en el desarrollo de la historia y en la peripecia de la intriga, salvando siempre escenas muy puntuales o frases ingeniosas -o que a mí me lo parecen- que se me graban sin esfuerzo, como si estuviera subrayando un libro. Pero hubo un momento de esta cinta que captó especialmente mi atención: el sacerdote protagonista -del que la autoritaria monja directora de un centro escolar sospecha, sin pruebas, inclinaciones pedófilas cuya consumación se empeña en demostrar- hace un brillante sermón de autodefensa. En sus palabras busca un símil, o una imagen que explique el carácter irreversible de las acusaciones que se le hacen, la imposibilidad de restaurar el honor perdido tras la difamación o la injuria, y lo halla en una especie de cuento tradicional que se resume en esta joya que tecleo a mi modo, ya desposeída del impacto emocional de la escena filmada: si vienes pidiéndome perdón por haber dicho de mí lo que no puedes saber, yo te digo que lo obtendrás cuando subas al tejado de tu casa con una almohada, la rasgues con un cuchillo y dejes que el viento se lleve sus plumas; por último, quiero que busques cada pluma originaria y que la devuelvas a su lugar en la almohada. Entonces ven a mí y serás perdonado.

jueves, 25 de junio de 2009

CADA CUAL EN SU SITIO

Dicen que, al final, el tiempo pondrá a cada cual en su sitio, cristianísimo aserto, tan piadoso como cualquier otro, pero tan falaz como todos, porque lo único cierto es que el tiempo, al final, nos pondrá a todos en el mismo sitio, siguiendo el grado de materialidad descendente que expuso el poeta en el celebérrimo endecasílabo que cierra su soneto. Así que a mi impaciencia se le ha ocurrido que es al espacio, no al tiempo, al que habrá que exigirle ese transitorio privilegio: es el espacio, no el tiempo, quien ha de poner a cada cual en su sitio, y para ello habrá que provocar su justicia y armonía aquí y ahora. ¿Cómo? Simplemente guardando las distancias, evitando el roce con el sarpullido que nos ronda, poniéndonos muy lejos de aquéllos y de aquéllas (maledicentes y envidiosos, enemigos en suma) a quienes el inútil tiempo les tiene reservado un fin tan semejante al nuestro.

martes, 26 de mayo de 2009

INTERMITENCIAS CON SU ETCÉTERA

La humildad es la dosis de soberbia que necesita el sabio para no sentirse mediocre.
La modestia es la sobredosis de humildad que necesita el mediocre para soñarse sabio.
La ignorancia no concibe los estadios de humildad ni comprende las sutilezas de la modestia, mas a menudo deviene mezquina.
La mezquindad se arroga la humildad del sabio y la modestia del mediocre, pero jamás reconocerá parentela alguna con la ignorancia.
Entre tanto, sale y se esconde el mismo sol -el de los unos y el de los otros-, el mismo sol sale y se esconde, sale y se esconde, sale y se esconde, sale y se esconde, sale y se esconde, sale y se esconde...


lunes, 18 de mayo de 2009

INTUICIÓN EN CARRERA

Hace un rato, mientras completaba mi corretear nocturno de cuarenta minutos por ese circuito que ya me conoce y por el que me dejo llevar muy de tarde en tarde -"una constante en mi estancia / ha sido y es la inconstancia", escribí hace tres décadas y media, imitador precoz de Benedetti-, se me ha ocurrido algo que inmediatamente he juzgado digno de mi talento: que desde el momento mismo en que nacemos, a tan sólo un segundo del útero materno, ya estamos sin embargo más cerca de la muerte que del nacimiento, por la simple razón de que éste se queda en una zona del tiempo que ya es irrecuperable, irreversible, mientras que el final llegará sin remedio, se dilate cuanto se dilate la espera, porque si no es en un segundo o en un minuto o en una hora o en un día o en un año por delante, lo será en diez o en veinte o en cincuenta o en ochenta y ocho, que son los años que han esperado a Benedetti después de aquel primer segundo al que nunca hubiera regresado.
Esto fue hace un rato, en carrera, sudando, controlando el ritmo de mi cuerpo. Pero después de la ducha y de la fruta reconstituyente y del cigarrillo inevitable, me he puesto a gestionar por escrito aquella intuición y he concluido para mí que se me había extraviado su genialidad en algún recoveco indigno de mi talento. No obstante, en un día en el que tocaba hablar de Benedetti a cualquier precio, o citar esos versos suyos que nos hicieron más personas en la travesía de la vida, me he resignado a dejar aquí esta reflexión atropellada que tal vez mañana mismo vuelva a leer como el insospechado homenaje en el que ya se habrá convertido. La viceversa está servida, don Mario, Poeta.

sábado, 9 de mayo de 2009

ÁLBUM DE CROMOS

Somos restos de un sueño
que no nos consultaron,
mas sueño al fin, pues restituye intacta
nuestra antigua querencia,
y al hombre que hoy seremos le revela sin trampa
que triunfos y derrotas son fórmulas triviales,
resignados sumandos
que ni pautan ni estorban
la única y postrera y fatal claudicación:
sentir ya para siempre
que no volverá nunca
la hierba rediviva de aquel cielo perfecto,
de aquella fe del niño bajo el color del mito
-camiseta con franjas y un escudo en el pecho,
y un número a la espalda,
y un balón cuyo cuero
untábamos a veces
con sebo de caballo.

Pero el sueño se eleva sobre llaves y olvidos,
rehabilita sus cauces imperiosos, indemnes,
si hoy de pronto descubro
-mientras busco otra cosa en la casa del tiempo-
aquel álbum de cromos
que llené con mi primo...
que llené con mi primo un otoño imposible
de un año que se aleja
-tal vez el mismo otoño doblegó al Dictador-,
y en mi pecho se agita la impagable ventura
de inventar un remate desde fuera del área
y un centro a la cabeza desde el córner,
y un regate tras otro,
de repente admitido por los restos intactos
de ese sueño alquilado
que no nos consultaron,
de aquel sueño de entonces
-el más alto y más noble que rindió nuestra vida-,
la ventura impagable,
la verdad absoluta de vestir ese atuendo
y salir a la calle de un sábado pretérito
con las medias caídas al cuidado descuido,
y saber no sé dónde
que uno vuelve a ser Neeskens,
Rexach, Marcial, Asensi
o tal vez Johan Cruyff.

domingo, 3 de mayo de 2009

LA MÁS COMÚN DE LAS MUERTES

Años atrás subrayé en una novela de García Márquez que "nada se parece tanto a una persona como la forma de su muerte", y admito que esa idea me ha rondado el pensamiento cada vez que he tenido que atender de cerca a la muerte.
Formas de morir hay muchas (no así de nacer, cuyo abanico es limitado), pero hoy se me ocurre que la más común es también la que nunca aparece en las estadísticas: me refiero a la muerte en vida, a esa renuncia paulatina que circula entre la desilusión y el tedio y que, enferma de amargura, consume sus días lamentando la irreversibilidad del tiempo ido y la minucia de tiempo que a uno le queda para seguirlo lamentando.
Morimos en vida cuando se nos agotan los sueños, cuando el conformismo nos lleva el pulso, cuando perseveramos en los peores hábitos del ser que nunca creímos que llegaríamos a ser, cuando alegamos cualquier excusa para dejar de crecer, cuando ni siquiera buscamos esa excusa. Es una muerte que no tiene edad, pero que se ensaña sobre todo con aquellos que se afanaron en blindarse frente al azar y las pasiones.
Miremos a nuestro alrededor y mirémonos a nosotros mismos: no hay duda de que la muerte en vida es la más común de las muertes.

jueves, 23 de abril de 2009

DE LOS DÍAS Y LOS LIBROS

Hace poco, en un texto que me pasó mi amigo Sebastián Mondéjar, subrayé una frase de la que pienso apropiarme cuando la oportunidad lo exija:

Leer tal vez no alarga la vida, pero seguro que la ensancha.

Hoy, único día que celebra el Libro con mayúscula entre los 365 que regala el calendario, se me han ocurrido un par de enmiendas -o variaciones unamunescas, vaya- que a lo mejor suscribe mi amigo Sebastián Mondéjar, tan aficionado a estos juegos:

Leer tal vez no quijotiza la vida, pero seguro que la ensancha.

Leer tal vez no ensancha la vida, pero seguro que la quijotiza.

VALE.

martes, 7 de abril de 2009

LOS TAMBORES DE MI PUEBLO

Frente a la sobriedad del culto cristiano que emana de los templos; frente al efectismo pasional que se incauta del paso riguroso de los cofrades en procesión; frente a la mística y al recogimiento devoto y a la paradójica parafernalia con que se escenifica muchas veces el martirio y la crucifixión de Cristo; frente a la espectacularidad de los desfiles que se suceden estos días bajo acordes fúnebres en tantos pueblos y ciudades de España; frente a todo eso, en el sitio donde me nacieron -Moratalla- lo que se adivina y se vive es otra cosa bien distinta.
Allí no se habla tanto de la Semana Santa como de Los Tambores, y en verdad que la excusa religiosa se diluye hasta convertir la fiesta en una especie de prolongación del carnaval. Allí mis paisanos obedecen a la glorificación del exceso y a la celebración sin concesiones, y lo hacen mediante una fórmula particular, vitalista, consagrada a una estética donde se apuesta por lo informe y donde triunfa lúdicamente una modalidad del caos. Allí, pertrechado en su antiguo individualismo y sediento de anarquías sensitivas, el pueblo renuncia al lucimiento corporativo de una imagen procesional y a sus aristas cortantes, apolíneas, y troca todo ello por el desacuerdo que impera en la confección de túnicas y capirotes y en la forma de llevarlos, y por supuesto lo cambia por el libre albedrío que se manifiesta en el toque, en ese toque característico que se distingue dondequiera que un nazareno de Moratalla va con su tambor, y que, como dije, se constituye en una suerte de homenaje colectivo al estatuto soberano del caos, un caos armónico -si se admite decirlo así-, un caos resuelto a medio camino entre la música y el ruido, mas sin someterse a uno ni a otra, un caos dignificado en una especie de limbo del sonido donde nunca falta el ritmo, ni la secreta cadencia, ni la pausa oportuna, y donde la suprema habilidad del buen redoble juega con la intensidad en altos, medios y bajos, y con los tempos lentos y rápidos, hasta cautivar cuerpos y almas con una embriagadora espiral que centrifuga cuanto alcanza.
No soy tradicionalista y a fe que huyo de cualquier brote de chauvinismo; pero ante la inminencia de la Semana Santa y el afecto mediático que se brinda a las comparsas tamborileras del Bajo Aragón, me ha parecido oportuno deslizar en mi blog esta breve apreciación folclórica que, cómo no, participa necesariamente de la memoria de mi infancia perdida. El foráneo tiene asegurada la instantánea más pintoresca.

domingo, 5 de abril de 2009

UNO...

Uno no es consciente de sus errores y flaquezas hasta que alguien viene a decirle que no es consciente de sus errores y flaquezas. Y entonces, aunque duela admitirlo, uno no necesita que alguien le enumere todos sus errores y flaquezas, porque uno sabe exactamente cuáles son y dónde se manifiestan; pero aun así provoca en el otro (en el que viene a decirle...) la enumeración detallada de cada una, de cada uno, como estrategia para forzar el mecanismo sutil de la compasión.

martes, 31 de marzo de 2009

LAS PRIMERAS VECES

Dice la sabiduría de la paciencia que para todo hubo una primera vez, y no voy a ser yo quien lo discuta; muy al contrario, en mi peripecia de hombre de libros que habitó una casa donde no había ninguno, se erigen dos recuerdos de un alto contenido sentimental en los que no podía faltar la sombra benévola de mis padres, aquellos padres no lectores que miraban el libro y sus alrededores con un respeto casi supersticioso. Son dos imágenes que se complementan inevitablemente en la reinvención mítica de mi propio pasado, pues si una apela al futuro escritor que aún no sabía que no sabría dejar de serlo, la otra se regocija en el entusiasmo de aquel lector adolescente que inauguraba su biblioteca de adulto.
Hablo, primero, del día en que mis padres me llevaron a la vecina localidad de Caravaca para comprar, en una tienda de la Calle Mayor que no sé si todavía existe, una máquina de escribir de color verde, una olivetti-lettera 32 que conservo en buen estado aunque ya no la uso, una máquina hoy definitivamente relegada y obsoleta con la que entre mis trece y mis veintiocho años mecanografié una buena parcela de la selva amazónica. Creo no exagerar si digo que nunca he recibido un regalo que me deparase más quilates de placer en bruto que aquella sencilla máquina, ni encuentro ahora los vocablos que sepan pronunciar la fascinación casi morbosa que me poseyó desde esa misma noche, cuando la dispuse como un altar sobre la mesa del comedor y asistí a la insólita magia de la tinta en el papel tras el estallido de la tecla sobre el rodillo, el golpe seco de cada una de las teclas mayúsculas y minúsculas, pues las quise probar todas esa misma noche, desgranando del fluir de mi conciencia nombres de personas y de cosas, palabras sueltas, o esos versos que mi memoria se sabía porque estaban en las selecciones del colegio.
Y el otro, el segundo momento, que se decanta del lado del bibliófilo en ciernes, se resume en la adquisición de mi primer libro no académico, Verso y prosa se titulaba, una antología no muy gruesa editada en Cátedra y autorizada por el poeta vasco Blas de Otero, a quien yo me había aficionado gracias a la providencia de un tal Fernando Lázaro Carreter, quien lo incluyó en el manual de literatura que por esa época manejé en el instituto. Recuerdo con bastante nitidez que aquel librito lo compré en El Corte Inglés de Murcia, adonde había llegado con mis padres en un autobús de línea que entonces tardaba dos horas desde mi pueblo; ellos se fueron a despachar algún asunto de médicos, que era lo único que podía traernos a Murcia, y a mí me dejaron con cincuenta duros en el bolsillo. Todavía me adivino a mí mismo sentado junto al enorme escaparate que hace esquina, entre gentes urbanas y perfectamente ajenas que van y vienen a la velocidad de las ciudades, yo hojeando aquel tesoro, aquel ejemplar de pasta negra que temblaba de una extraña emoción entre mis manos, recitándome hacia adentro la enigmática verdad de unos versos -“si he perdido la vida, el tiempo, todo / lo que tiré, como un anillo, al agua; / si he perdido la voz en la maleza, / me queda la palabra”-, mientras aguardaba el regreso de mis padres para irnos a un banco de la Redonda a comernos el bocadillo de calamares con tomate que traíamos en una bolsa, y luego caminar hacia la estación de San Andrés para ingresar en el único autobús de la tarde, avanzando entre el ruido de los coches y la seriedad de los semáforos con ese aire desacostumbrado de quienes no pueden ocultar que son de pueblo.

domingo, 29 de marzo de 2009

DE MARCO

Podría ser la oportunísima cita de un maestro zen; el caso es que la escuché en una tertulia radiofónica hace algún tiempo y que inmediatamente la adopté como cartel rotulado que presidió durante unos cuantos meses la pared de la cocina de mi hogar, con la pretensión -supongo que vana, como casi todas las pretensiones colgadas en la pared- de que mis hijos de diez y de siete años la memorizaran y, desde la altura de sus siete y sus diez años, la adoptaran como suya:

DE LO QUE NO NECESITO, NUNCA TENGO BASTANTE

Ahora me pregunto si no la colgué ahí para que fuese mi propio ego el que reaccionara ante la magnitud de su verdad.

sábado, 28 de marzo de 2009

A LAS DOS FUERON LAS TRES

Así será, así ha sido; pero yo no podré notarlo porque estuve durmiendo, después (¿o antes?) de haber releído aquel ensayo de Borges que subrayaré hace media vida, Nueva refutación del tiempo.

viernes, 27 de marzo de 2009

ESTABA DESEANDO HACEROS ESTAS PREGUNTAS

¿Somos soberanos de las emociones que nos llevan y nos traen por la geografía de la vida? ¿Lo somos de nuestras inclinaciones y de nuestras inhibiciones sensitivas, polos opuestos de una misma tentación?
Y, si se ha respondido a lo anterior, ¿somos dueños y, en tal caso, responsables -en la culpabilidad o en la inocencia que dictan las leyes no escritas- de los actos que de tales sentimientos y emociones se deriven?

miércoles, 25 de marzo de 2009

LLEGA, CARAY

Llega el día en que los instantes huyen de cualquier estrategia, de cualquier tentativa de gestión: dejan de jugar a ser la marioneta de nuestras ilusiones y ya no se suceden en su inconsciencia de fuga mortal.
Llega el día -hoy, aquí- en que nuestro tiempo se postula no como proyecto de recuerdo ni como festín de la memoria futura, sino como perla -inédita- cuyo presente -absoluto- nos reconcilia milagrosamente con la eternidad.
Y eso es mucho, caray.

lunes, 23 de marzo de 2009

IL VIAGGIO A ROMA

"Vorrei essere nato al contrario
per poter capire questo mondo storto"
J. MORRISON

(hallado en el escaparate de una tienda, a mano)

* * *

Bajo el cielo de Roma
todo murmullo es tiempo,
trasiego peregrino
de las voces antiguas.

Una ritual presencia
de palomas discretas
fija el tiempo en la tarde
bajo el cielo de Roma.

(en una terraza con vistas a Piazza d'Espagna)

* * *

Esta ciudad, más que andarse, se desanda.

La tentación del abismo, de perderse en el ojo del huracán o en lo ignoto que me habita.

Viajar a Roma con La inmortalidad de Kundera también tiene su guasa. (A propósito: "Uno puede quitarse la vida, pero no puede quitarse la inmortalidad").

En todas las estatuas -también en las de tiranos- se posó alguna vez una paloma blanca.

Hace falta mucha fe -toda la que yo no tengo- para gritar a estos mercaderes que se salgan del templo, entre otras cosas porque el templo es suyo.

Bostezo, dolor de pies: incapacidad para sentir en plenitud el valor de lo observado: alergia a los museos.

¿Por qué, a propósito de Roma, escribe Pavese que "esta ciudad no tiene recuerdos"?

(Via di Ripetta 66, 1º)

* * *

Roma ruinosa de robustos restos,
pedregales suntuosos y columnas
huérfanas hoy de sus pasadas glorias:
aquí las procesiones de turistas
miran por la ventana de su péntax
para captar apenas su derrota,
el destino severo, insobornable,
que aguarda sigiloso como el tiempo.
Esta Roma que piso fue mi duda.

(iniciado en el Foro, concluido en el Coliseo)

miércoles, 25 de febrero de 2009

OYENDO EL SEGUNDO TIEMPO

Min. 1. Acabo de regresar de la calle: tirar la basura al contenedor siempre ha sido un trabajo de hombres, hace años me lo dijo un vecino que ya no lo es (murió), y casi siempre que ejecuto ese menester me acuerdo de él.
Min. 3. Vivo tres días en actitud robinsoniana, sin juicio ni muela, y ahora que salgo de la isla estoy dudando entre dejarme la barba o afeitarme.
Min. 7. Todos hablan, pero ninguno dice. ¡Así de nada vale pretender escuchar!
Min. 8. Aquellos versos de Catulo me traen a la memoria mis primeros años en la Facultad, los traduje compulsivamente para no tener que enfrentarme a mi falta de entusiasmo para con las teorías de la gramática.
Min. 10. ...físicamente no está bien... no está bien... al igual no ha entrenado suficientemente... pues yo digo que no está bien... entonces que no lo ponga... quién dice que no está bien... no está bien, no... bueno, cada uno es como es...
Min. 11. Tengo muchas ganas de releer Madame Bovary.
Min. 15. ...Y La Regenta. A mí en su día me gustó más la historia de Ana Ozores que la de Enma, cuestión de pareceres, quizá es que el texto perdía mucho en la traducción.
Min. 18. El portero contrario ha elegido mal las botas, dice un invitado.
Min. 20. Cuando el pensamiento no fluye lo mejor es dejar de pensar.
Min. 25. En el monólogo de un loco, lo que importa es que él no diga nunca que los demás lo creen loco, porque entonces se delata y ya no es el monólogo de un loco.
Min. 30. Todo se resume en una cosa, pero casi nunca sabemos cuál.
Min. 33. Tedio.
Min. 37. ...ahí va... estaba claro... ellos por arriba van muy bien... es que le han dejado solo, es que solo... señores, esto sí que es peligroso...
Min. 39. Las palabras, Foucault, ¿se parecen a las cosas o son las cosas?
Min. 42. No tener nada que hacer no es fuerza mayor para tener que hacer algo, es otra manera de decir que cada cual a su bola, y basta.
Min. 43. ...aquí hay un equipo que está jugando a nada... a nada de nada...
Min. 47. ...se acabó...
Ahora, publicar entrada.

martes, 24 de febrero de 2009

TODO UN POEMA

En 1971 yo tenía cuatro años, los mismos que le faltaban al dictador para estirar la pata en la noche de noviembre de aquel hospital de nombre irónico, La Paz. En un libreto de lecturas selectas titulado Amiguitos, de un tal M. Antonio Arias, una publicación que conservo cual reliquia de la memoria y de la historia, los niños de aquel entonces éramos aleccionados con textos tan jugosos como éste que sigue (camuflado, por cierto, entre canciones de cuna, trabalenguas infantiles, poemas a Cristo y fábulas de siempre), una loa construida sobre versículos hiperbólicos en sucesión anafórica que, lo reconozco, uno no sabe releer si no es con un esbozo anacrónico de sonrisa en estos labios ya adultos, ya distanciados, ya definitivamente incrédulos:

FRANCO

Franco es el Caudillo de España.
Franco nació en El Ferrol del Caudillo.
Franco estudió la carrera militar.
Franco, en Marruecos, tomó parte en numerosas batallas. Y como es muy valiente y sabe mandar a los soldados mejor que nadie, a los treinta y tres años ya era general.
Franco, después, salvó a España. Y hace que cada día sea más rica, más poderosa y más respetada. Y que los españoles seamos más felices.

No hay que desdeñar la capacidad del exégeta para resolver toda una biografía en unas cuantas pinceladas. Creo que tampoco es casual ningún elemento, como la referencia a Marruecos o la glorificada valentía del protagonista-héroe. Además, en una excepcional pirueta, el segundo verso pretende que, cuando Franco nació, su ciudad ya era del Caudillo, de donde se infiere que su advenimiento ya estaba pactado en las alturas, como se sabe.

Francamente conmovedor, ahora que hemos reinventado la memoria histórica y la educación para la ciudadanía. ¿Quién da más?

sábado, 14 de febrero de 2009

MI PRIMER RECUERDO


In memoriam

Todos guardamos un primer recuerdo, todos hemos perseguido y propiciado en secreto la pervivencia casi mítica de algún suceso, o su imagen perdularia, del que ya ni siquiera estamos seguros, y lo hemos alentado y corregido sucesivamente hasta convertirlo en la ficción más verosímil de nuestra necesidad de haber sido, o de seguir siendo aún, a través de ese yo remoto, definitivo y proverbial, con que nos engaña la memoria.
En mi destello más antiguo yo soy un niño de tres inviernos detenido en medio de aquel cuarto donde estaban mi cama y la cama de mis padres, en aquella casa –número veintidós, calle del Palomar- que tenía un bajo y dos plantas y que, si ahora me lo propusiese, podría reconstruir palmo a palmo con los ojos cerrados. De pronto, en el recuerdo del recuerdo, alguien sube con esfuerzo el primer tramo de escaleras hasta llegar al descansillo, alguien a quien miro y que me mira con esa paralizada extrañeza de la simpatía inmediata: tiene el pelo corto y rubio, apenas rizado, y una expresión neutra a la par que firme en su determinación de no pasar adentro mientras nadie se lo ordene. Entonces mi madre, que está mullendo en ese instante los colchones de lana, se asoma y me pregunta con misterio mal fingido si no sé quién es ése, y en el mismo tono me conteste si no sé que es mi primo, que se llama Fede como mi padre, que ha vivido hasta hoy en el barrio de Los Pinos y que se acaba de mudar con los suyos a una casa en alquiler que queda justo frente a la nuestra. Él se desinhibe y se acerca para besarla, y luego me coge de la mano y me arrastra escaleras abajo, y con él cruzo los dos metros de calle por donde apenas cabe un coche, y entramos en un portal oscuro y profundo, y de ahí, a tientas, otra vez por una larga pendiente de escaleras hasta ese hogar suyo que siempre he concretado en el olor perenne al tabaco de hoja picada que su padre, hermano de mi abuela, consumía con ese deleite aristocrático que los ojos del niño mitifican y animan.
Éste es mi primer recuerdo, y, por lo mismo, el más incierto; pero también el más fiel, el más preciso en lealtades que uno nunca elige y que a menudo nos convierten en reos de nuestro pasado. Y es que durante los últimos años esa lejana escena de la infancia se ha erigido poco a poco entre las otras para constituirse en el enigma inopinado, o en el insospechado vaticinio de una fatalidad con día y hora en el calendario de los hombres. Si es verdad, me digo, que nuestros destinos están escritos, si es verdad que tan sólo nos limitamos a ejecutar un guion que nadie nos consulta, entonces puedo ahora entender que en la persistencia contumaz de aquella imagen estaba ya deletreado el germen, y estaba la consumación de un desenlace acontecido veinticinco años después, como necesariamente estaba cada uno de los encuentros y de los desencuentros, y cada olvido, y cada adiós, hasta desembocar en la vileza expresiva de estos párrafos que hoy perpetro –quizá por él, sin duda para mí- con esa necia vocación notarial en que acaban disolviéndose los rendidos versos de las elegías.

sábado, 31 de enero de 2009

ESTA NOCHE

Esta noche que habito está cargada, henchida, de los ecos de otras noches que ya creía disueltas en las aguas calmas del olvido.
Durante algunos años de aquella juventud remota frecuenté los tugurios de la ciudad con una vocación transgresora tal vez impostada, tal vez proclive a la promesa de unos excesos que en el fondo detestaba. Pero era lo que había que hacer, era mi hora de ser el hombre que se busca a deshoras en el alcohol y en el humo y en la luz tenue de tiniebla, y un instinto de anticipación me convencía de que todo lo que mis sentidos no alcanzaran entonces quedaría para siempre en el limbo de lo no sucedido, seguro pasto de ese arrepentimiento sutil que nos avasalla cuando los lustros pasan, y pasan las décadas, y la perspectiva del camino andado va dibujando a nuestra espalda sombras habitadas por fantasmas. Mejor dolerme de lo que fue, de lo que hice, de lo que mañana pueda recordar porque tiene nombre y formas y es materia tangible, que cargar con la nostalgia ilimitada de lo que estuvo a punto de ser o pudo haber sido -me decía, poseído por la euforia de los instantes inmortales.
Hoy, esta noche, intruso ocasional de uno de aquellos antros que agotaron muchas noches de mi juventud lejana, me ha inspirado la certeza del retorno y me ha sorprendido la imagen de mí mismo acodado en aquella barra de hace veinte o veinticinco años, abrazado a una mujer que nunca me abrazó y besando unos labios que nunca me besaron. Sólo entonces he mirado el reloj para recordar que ya es tarde, que mi tiempo es otro, que todas las noches se alimentan de la misma, y sólo existe ésta.

martes, 20 de enero de 2009

INCLUSO

No
hay
nada
tan
importante
que
no
pueda
dejar
de
serlo.

Incluso lo que ahora estás pensando.
Incluso eso, sí.

miércoles, 7 de enero de 2009

LA EDAD DE PAVESE

Me impregné de Cesare Pavese en aquellos meses de 1993 en que una beca inconsciente me llevó a Turín. Toda la ciudad remitía a la enigmática presencia de este autor del que todo el mundo hablaba (me refiero al mundo académico que frecuenté), pero del que yo no había leído nada. Fue después, a mi regreso, cuando accedí a sus relatos y novelas, que siempre me han dejado un halo de tristeza difícil de cuantificar. Sus poesías completas (editadas erráticamente por Visor) he de reconocer que nunca me dijeron gran cosa, y sólo algunos atisbos en versos sueltos que trascienden el forzado hermetismo de su lírica. Pero la gran revelación me llegó entre las tapas de sus diarios, El oficio de vivir, un volumen que recoge sus últimos quince años, desde 1935 hasta 1950. Inmediatamente se convirtió para mí en un libro de referencia, subrayado a varios colores y susceptible de sucesivas relecturas sin fin, y emparentado con otros de la estirpe del dietario de Kafka o del Libro del desasosiego de Pessoa, ahí es nada. La peripecia vital íntima de Cesare Pavese está grabada a sangre en este documento de la soledad humana, soledad que poco a poco fue derivando hacia la desesperación y el suicidio como desenlace previsible, inevitable. Pavese se enamoró muchas veces y muchas veces sufrió el revés del rechazo, no es difícil rastrear una creciente misoginia en sus escritos y cartas privadas, quizás bajo el dominio de la impotencia o de una inclinación sexual mal asumida, confusa. Su primer golpe importante fue aquella mujer metida en política por la que es detenido y encarcelado, y que luego, a su regreso, halló que se había casado con uno de sus amigos. Años más tarde, ya novelista de fama e influencia, volvió a fracasar con una actriz norteamericana que lo abandonó; a ella le había dedicado el poemario Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
El 17 de agosto de 1950 Pavese salió de la casa de su hermana y su cuñado, con quienes vivía, y se hospedó en el Hotel Roma de Turín, y allí aguantó buscando alguna salida hasta la tarde del sábado 26, cuando se tragó dieciséis sobres de somnífero mezclados con algún veneno. Acababa de recibir el Premio Strega, entonces uno de los más meritorios de los concedidos en Italia, y, pues había nacido un 9 de septiembre, le faltaban tan sólo doce días para celebrar su 42 cumpleaños, exactamente los mismos días que hoy me faltan a mí para alcanzar esos años. Así que estoy en la crítica edad de Pavese, quién lo diría.