Cuando el otro día supe que a
Goytisolo (Juan) le habían concedido el premio Cervantes, lo primero que me pregunté
fue si lo aceptaría; lo segundo, si tendrá ganas de venir a recogerlo; lo
tercero, con qué clase de discurso saludará a las autoridades que presidan el
suceso.
Luego me acordé de mi lejana lectura
de Señas de identidad, aquel invierno
incierto de 1993-94 que para mí significó una tregua, el regreso fugaz y la
despedida definitiva de la casa de los padres. Yo entonces no hacía más que
pensar novelas que nunca escribiría, engordar dietarios y cuadernos de apuntes,
descreer de mis posibilidades de acceso a una plaza en la enseñanza pública,
acarrear pequeñas cargas de leña y vigilar el fuego de la estufa junto a la que
me cobijaba, leyendo desde la caída del sol.
Mantengo muy viva la sorpresa de
que el relato de Goytisolo (Juan) comenzase con el Réquiem de Mozart: precisamente yo había imaginado el mismo inicio
para alguna de las historias que pensaba perpetrar en un futuro, y esa
coincidencia me jodió y me alentó a partes iguales. Después, en el capítulo III,
me maravilló que Goytisolo (Juan) situara la trama en escenarios vecinos de
donde me hallaba: Elche de la Sierra, Molinicos, Riópar, Letur, Socovos; hasta
tuve la tentación de acercarme al lugar para comprobar si en efecto allí estaba
la cruz de piedra con la inscripción de los cinco caballeros españoles asesinados
por la canalla roja de Yeste.
Me vislumbro como una sombra en el recodo
perverso de la edad, inclinado sobre el libro aquel de Goytisolo (Juan),
subrayando renglones y pasajes con la diligencia imperturbable de un aprendiz
con todas las vidas por delante, soñando.
Cuando estuve en Marrakech, hace
cuatro o cinco nocheviejas, un amigo que vive en la ciudad me informó, entre
otras cosas, de la costumbre de Goytisolo (Juan) de despedir el día desde la
terraza del Café de Francia, frente al espectáculo único de la plaza de Jemaa
El Fna. Pero no di con él, así que no le pude preguntar por qué no le habían otorgado aún el Cervantes que tanto merecía, ni si aceptaría el honor pese a su
actitud sobradamente conocida frente a la farsa de los premios, sobre todo los institucionales,
ni si no obstante acudiría a recogerlo de manos de un rey, ni con qué clase de
discurso se atrevería a saludar a las autoridades.
Pronto se sabrá. Pronto Goytisolo (Juan) dejará de ser noticia, otra vez.
viernes, 28 de noviembre de 2014
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