lunes, 7 de abril de 2014

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Un suave giro de llave, un par de vueltas a la cerradura, una puerta que se abre desde fuera. Se recortan en el pasillo de la planta dos sombras humanas con sendas maletas de mano, e inmediatamente esos bultos se convierten en siluetas y luego en cuerpos sorprendidos de su reflejo en el recibidor de la entrada, solo unos segundos, solo un instante en el que caben el recelo y el inmediato reconocimiento tras una semana de ausencia. A estas horas de la noche la casa expide un silencio seco, distante, como si no esperase ya ninguna visita, ningún regreso. Las paredes y los muebles se han habituado a la soledad sucesiva de los días; se diría que existen orgullosamente detenidos en su misteriosa quietud de objetos y de cosas. Poco a poco los recién llegados iluminan cada cuarto, colonizan los espacios, escudriñan las huellas imposibles de su propia deserción, reconquistan los antiguos gestos para inventar de nuevo la dulce monotonía de las horas. Sobre la mesa del despacho continúa abierto, dibujando un ángulo de cuarenta y cinco grados, el ingenio al que el hombre se acerca, termina de abrir y activa con un certero golpe del índice en una de sus teclas. Hay entonces un momento de secreta expectativa, una especie de fe para la que no halla razón sensata y que muy pronto se diluye como un espejismo, mientras su rostro se da contra la sentencia impasible de la cifra roja que ameniza la pantalla: algo más de un centenar de visitas, calcula, a medio camino entre la gratitud y el desánimo y la resignación. Y añade: ¡pero ningún comentario! 

3 comentarios:

Juan Ballester dijo...

A veces, porque no hay nada que decir, o que añadir, las palabras sobran. Y mientras que al menos haya solo una visita, todo tiene sentido.

Incluso hasta sin visitas.

Feliz retorno.

Pepe Abellán dijo...

Yo he echado de menos las entradas cada pocos días. Me he acostumbrado, desde que llegué a él, a visitar RETALES a menudo y lo he seguido haciendo estos días de ausencia, pero...

Pedro López Martínez dijo...

Gracias a ambos y también a los que pasan por aquí y no comentan; me consta que los hay. Por supuesto que todo tiene sentido, incluso sin comentarios, incluso sin visitas. Tal vez mi entrada parezca un tanto abrupta, pero solo pretendía describir la expectativa del viajero que acaba de regresar a lo cotidiano. La mayoría de las veces, contrariamente a lo que la mayoría piensa, no se escribe sino para uno mismo, para corroborar que sigue existiendo y sintiendo, para saber mejor lo que siente poniéndole palabras. O simplemente para pasar el rato con uno mismo, en la buena compañía del lenguaje, que es quizá la razón más convincente y menos apreciada de la escritura.

Salud!