sábado, 9 de abril de 2011

LA FORTALEZA DEL NO

Fue en 1964 cuando Jean Paul Sartre renunció al Premio Nobel de Literatura que la academia sueca le concedía pese a sus avisos reiterados para que no se lo dieran porque lo iba a rechazar. Dicho y hecho. El revuelo fue sonado, y las razones de su no –razones políticas, según arguyó el protagonista- muy debatidas por quienes informaron del suceso y por quienes, después, animaron sus tertulias con este desplante sin precedentes. Y es que no es fácil asumir que alguien decline el beneficio económico y el prestigio intelectual de un premio que otros muchos se afanan en merecer a toda costa, como si en ello les fuera la eternidad.

Un caso parecido, en el ámbito hispánico, es el de Gabriel García Márquez, que todavía no es Premio Cervantes y que probablemente nunca lo será por la simple razón de que no quiere serlo, y no seré yo quien ahonde en razones ni quien se atreva a juzgar la pertinencia de su renuncia avant la lettre, si se me permite decirlo así. Tal actitud le ha granjeado innumerables detractores, a los que se les antoja que es de muy malnacido el no ser agradecido cuando a uno se le oferta la oportunidad indiscutible de un reconocimiento de tan alto calibre, un mérito que ya otros muchos pelearon sin pudor hasta que al fin se lo dieron, o bien murieron sin alcanzarlo, pobrecillos.

Salvando los motivos ocultos que cada cual tenga para decir sí o decir no, más allá de la estrategia paradójica que pueda esconderse tras unos noes tan mediáticos como los arriba citados, admito que la insolencia del rechazo me seduce vagamente, quizás porque, a la postre, se constituye en un acto de valentía frente al espectáculo del arte de consumo y frente a la impostura y el alarde que subyace en sus gestos. A propósito de todo esto, meses atrás me sorprendió la noticia de que un desconocido para mí, Santiago Sierra, dijera no nada más y nada menos que al Premio Nacional de Artes Plásticas, decisión que desató en los foros de debate un aluvión de posturas enfrentadas, unas a favor, otras en contra. Su carta abierta a la ministra es, a mi juicio, un derroche de coherencia, o eso me pareció en su día, aunque me consta que las interpretaciones en sentido opuesto no se hicieron esperar entre quienes conocen mejor que yo la trayectoria de este joven y laureado artista. Más allá del contexto y de la verdad íntima de las cosas, hoy yo quiero quedarme con sus palabras, con la fortaleza de su no:

“Agradezco mucho a los profesionales del arte que me recordasen y evaluasen en el modo en que lo han hecho. No obstante, y según mi opinión, los premios se conceden a quien ha realizado un servicio, como por ejemplo a un empleado del mes. Es mi deseo manifestar en este momento que el arte me ha otorgado una libertad a la que no estoy dispuesto a renunciar. Consecuentemente, mi sentido común me obliga a rechazar este premio. Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local. El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio. No señores, No, Global Tour. Santiago Sierra