viernes, 11 de abril de 2014

MIGAJAS DE PERFECCIONISTA

Un diario íntimo lo hace la caligrafía. El color de la tinta, el trazo de la pluma, el tamaño de un cuaderno. El diario cuenta lo que no se puede o no se sabe contar en otra parte, y se vale de una trama dada: el día siguiente va a ocurrir. Ejercicio misántropo contra la pérdida de asombro, se corre al diario a revalidar las noticias personales, a ensayar el gusto, a falsear lecturas y viajes, a reencontrarse con la propia sombra o con los muertos venerados. El diario consigna las distracciones de un destino, lo vivido dos veces y las vocaciones vicarias. La cueva donde fingirse otro: Pessoa encomendando la escritura de su diario a uno de sus heterónimos; Wittgenstein regalando el desasosiego de una fortuna heredada. La contraseña del diario se calla en el blanco entre una frase y la siguiente. Sin una continuidad ostensible, cada oración conserva su incandescencia, su temperatura original. Diario: pereza que se niega a escribir lo otro, la obra. Migajas de perfeccionista. El diario íntimo como esténcil: el recorte de una figura, escena, rapto, la creación de un vacío al que se procederá a aplicar un color. Orilla limítrofe entre vida y literatura, iguala estilos y arriesga sabiendo que no será juzgada con la misma vara. En su estado edénico, no presupone fecha de entrega ni pie de imprenta. Un género tan amplio que es como decir novela (y una novela es entre otras cosas el diario de su avance). […]
Matías Serra Bradford

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