martes, 20 de mayo de 2014

ES ARTE

Es Arte la voluntad de trascender y trascenderse en la emoción estética, siquiera sea torpemente. 
El desprecio gratuito de la obra ajena evidencia el prejuicio de esa plaga de oficiantes de la crítica que quisieran reducir lo que es Arte a laborioso producto de un oficio, el del artista, significado como otro oficio cualquiera. 
La mezquindad es la anticrítica, el torpe argumento que esgrimen los mediocres. 
Pese a ellos, muy al margen de ellos, es Arte cuanto escapa a la ilusión de un criterio que aspire a confinar el Arte. 
Y ahí es donde más les duele.
Jorge Martínez de Paco 

viernes, 16 de mayo de 2014

MENOS DEPORTE Y MÁS FÚTBOL

Conforme agoniza la densa temporada con su reguero de golazos, de lesiones fatales, de glamour futbolero, de arrogancia verbal, de zarandeos múltiples, de compraventas inmorales, de árbitros errantes y de mediocridades sin fin, se hace más enérgica la obligatoriedad de las pasiones primarias. Para que este crescendo no se detenga, para que no cunda el pánico en la masa desasistida de su ración de circo, hay un canal que anticipa el paraíso en un pack de sesenta y cuatro partidos, esto es, unas cien horas de balompié, cuatro días íntegros concentrados en tres semanas.
Aunque muchos no lo sepan y otros lo hayan olvidado (por edad o por méritos propios), los rotativos y las tribunas parlamentales de la España tardofranquista conocieron a cierto ministro de sonrisa eminente al que la historia le adjudica un eslogan visionario: "Menos latín y más deporte". Dicho y hecho. Hoy día, deudores de ese modelo de modernización patria, los hijos y los nietos de aquella promesa ínclita nos dejamos engatusar, queriendo o sin querer, por la actualidad zalamera que los medios públicos y privados conceden a un espectáculo que nació deporte, o así se documenta, pero que desde hace décadas se expende como anestésico definitivo de buena parte de la ciudadanía, sobre todo masculina. ¿Quién dijo que la religión era el opio del pueblo? No solo prolifera el fanatismo tertuliano en los platós; ni siquiera los noticiarios más reputados se avergüenzan ya de su amarillismo servil y de su trato tendencioso: más de un tercio de su tiempo de informaciones se consume en un circuito previsible por banales ruedas de prensa y por patéticos lances en los entrenamientos (de fútbol, claro), ello cuando no sucumben a transitar por otros escenarios aún más zafios y bochornosos.
Enterrados el latín y el griego (y ahora la filosofía y la música y la plástica), minimizado el deporte a la consagración mediática de la élite triunfante (Gasol, Nadal, Alonso y los moteros velocísimos), ¡larga vida al fútbol!

martes, 13 de mayo de 2014

DECIDIDO

Conforme se acerca el verano, la gozosa expectativa de las horas libres se va adueñando de uno, de sus querencias más arraigadas, y recupera para sí la esperanza cíclica de leer mucho y escribir mucho, en una tasa que al común de los mortales le parecerá insensata, porque seguramente lo es.
Fue, si no me engaño, hacia el mes de junio de 1989 cuando acudí por vez primera a la llamada de una musa inusitada y ambiciosa, y mi mucha vocación de aquel entonces y mis limitados talentos de casi siempre se volcaron con avaricia primigenia en los folios blancos de un proyecto de novela -Lo que pesa un muerto iba a titularse-, novela que afortunadamente sigue inédita, como la segunda y la tercera. Pero el asombro de irla forjando, de verla crecer entre mis manos, de sentir el latido de las palabras y la respiración de los espacios derramándose en cada página, colma aún el significado íntimo de lo que, cada día con mayores cautelas, hemos dado en llamar felicidad.
No me voy a prometer nada; solo sé decirme que desde hace semanas o meses arrastro conmigo una fe caprichosa, una inquietud de proporciones novelescas, un ansia casi suicida de lanzarme de nuevo a ese abismo del que cada vez va resultando más difícil regresar.
Mientras cuaja o no, como lectura de verano me he decidido por la vastedad y la certeza de Fortunata y Jacinta. (Qué alegría, a mis años, haberme reservado un clásico de tantos quilates literarios).

viernes, 9 de mayo de 2014

SÍ O SÍ. Y PUNTO

Una cosa que me enerva es el imperio de los modismos taxativos, sin derecho a réplica, a los que probablemente la jerga academicista etiquetará de otra forma. Son rachas, que pueden durar meses o años, en que el coloquialismo del lenguaje se cuelga la suprema toga de la verdad, una verdad con V mayúscula, y no repara en la desconsideración ni en el desprecio de las razones del otro, si el otro las tuviere. Recuerdo una larga temporada en que las conversaciones, fueran más o menos acaloradas, se solían zanjar con un "y punto" que estrangulaba cualquier solución de continuidad, cualquier atisbo de consenso; ahora, observo, los requerimientos de toda índole aparecen salpicados de continuos "sí o sí", un sí o sí todopoderoso, incontestable, falsa disyuntiva que se clava en la cerviz del interlocutor, a menudo subordinado, y que lo abandona como un harapo en la cuneta de los argumentos. En la casa o en la oficina, en la calle o en el plató de televisión, sí o sí, los totalitarismos siempre empiezan por las palabras. Estoy convencido. Y punto.

jueves, 8 de mayo de 2014

LAS DOCE EN EL RELOJ

De la amplia nómina de poetas que la crítica adscribe al grupo del 27, Jorge Guillén nunca ha sido de los que haya sentido más próximos, quizá por esa percepción afilada y hermética del verso, se diría que con aristas que cortan. Solo lo he leído en antologías, como aquella de Vicente Gaos en Cátedra, y a menudo por imperativos académicos. Recuerdo particularmente la explicación certera que del poema "Desnudo" hizo mi profesor del Curso de Orientación Universitaria, un tal Eduardo Thiers Wotton, o Theirs, argentino errante, hijo de cualquier exilio, que en mitad de su vida llegó a España -presumía de haber entrado en Europa por Florencia-, se casó, engendró, preparó oposiciones y se dedicó a dar clase de lengua y literatura.
Ayer me tocó a mí hincarle el diente a otro poema de Guillén, "Las doce en el reloj", en riguroso directo y con las esperanzas muy justitas. Fue sorprendente: mientras lo desgranaba para mis alumnos sentía que sus versos me iban alumbrando a mí, que me contagiaban lo que no había hallado hasta entonces, su esencia se me revelaba inopinadamente en mi propio discurso, era como si las palabras, en el esfuerzo inmediato de traducirlas e interpretarlas para chicos y chicas de quince y dieciséis años, recobraran su sentido exacto, y que todo asumiera la condición de plenitud que acecha en el texto. Algunos no entenderían nada, otros me pareció que tal vez sí; pero a mí me transportó a una fe antigua, casi ajena de tan profunda, y por desgracia cada vez más esporádica. "Era yo, / Centro en aquel instante / De tanto alrededor, / Quien lo veía todo / Completo para un dios".

martes, 6 de mayo de 2014

UN LIBRO CANAYA

La mayoría de los niños de mi infancia solíamos sucumbir a la ociosa tentación de anteponer una C (o una K, que se presumía como más subversivo) en nuestros ejemplares de Anaya. Era una pequeña insolencia, fácilmente perdonable, que arrastraba consigo la travesura impune de un atentado ortográfico: donde está la Y todos queríamos ver una LL.
Ahora leo en prensa que esta casa editorial, de tan larga y fructífera tradición en España -yo mismo debo mucho de lo que soy a la pedagogía y a la selección de textos de Fernando Lázaro Carreter-, acaba de comunicar que retirará y destruirá todos sus libros de lengua dirigidos a niños de seis años, tras la denuncia de un padre que tuvo la curiosidad de hojear el volumen de su hijo. Parece ser, según fuentes contrastadas, que en las biografías respectivas de Antonio Machado y de Federico García Lorca se deslizan perlas eufemísticas de cierto calibre histórico: del primero dice que se fue a Francia con su familia, donde vivió hasta su muerte en 1939; en cuanto al otro, admite que murió en la guerra de España, cerca de su pueblo, poco tiempo después de terminar su última obra de teatro.
Hay textos en que la verdad escueta se evidencia como una caricatura pueril de la gran verdad, siendo ambas, a menudo, rivales irreconciliables.

domingo, 4 de mayo de 2014

MI ORGULLO ESCINDIDO

Últimamente las gallinas han empezado a comerse sus propios huevos, y mi padre ha ingeniado para evitarlo una plataforma con desnivel y una especie de fosa blanda, separada por los flecos flexibles de un viejo toldo, adonde ruedan tras ponerlos. Antes hemos estado viendo las minúsculas macetas con el centenar de matas de tomate ya altas, listas para replantarlas, y luego las del pimiento y las de la cereza, y más allá unas pocas de calabaza. Todas son humedecidas a diario con un disparador que alguna vez contuvo lavavajillas, todas están recubiertas con unas celosías de quita y pon para que no las piquen los pájaros. 
Me alejo un poco por el huerto, pensativo, pisando la aridez de la tierra y sintiendo en el rostro la crudeza del sol del sestero. En el patio, mi hijo repasa de memoria las capitales de los países africanos, de Argelia a Sudáfrica. Desde la distancia, oigo decir a mi padre: tú ya sabes más que yo. Y la sensatez de sus trece años le replica con aplomo: de algunas cosas sí, abuelo, pero de otras tú sabes mucho más. Ha sido en ese instante cuando notaba que mi orgullo se escindía en dos mitades idénticas.