jueves, 30 de noviembre de 2017

Hay un arte subversivo y marginal, y hay un arte aburguesado y complaciente. Los dos se legitiman en la copa del talento, los dos ganan crédito y prestigio en la migaja de tiempo que subliman. Y, más allá del compromiso del artista, a los dos se les ha de exigir lo mismo: autenticidad.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

Vienen los hijos, los mayores, y te preguntan qué época de tu vida fue la mejor, qué paréntesis de edad, qué manojo de años consideras los más tuyos, los imprescindibles. Y tú les dices que, tal vez, tu gran década debió ser la de los ochenta, la que recibiste con doce añitos y despediste con veintidós. Ahí se sucedieron los cuatro cursos en el instituto del pueblo, luego jalonados con cinco más en la universidad, a un centenar de kilómetros, yendo y viniendo en autobuses de línea cada dos o tres semanas. Ahí empezaste a saber de las mujeres y de los libros, te derramaste en tus primeros versos y poemas, lloraste el desamor y las ausencias y el deseo, compartiste pisos sórdidos con la azarosa fauna estudiantil de entonces, te emborrachaste invariablemente todos los jueves y los sábados, y, en fin, disfrutaste la paradójica libertad que solo se alimenta de carencias. Se van los hijos, los mayores, y no sabes si les dijiste lo que ahora escribes o si solo lo has pensado; ni si te lo han preguntado.

martes, 28 de noviembre de 2017

Una película argentina que ignoraba, de 1992: El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela.
Extraña y sugerente, traspasada de simbolismos líricos. Contiene efectos sobrenaturales que, como el levitar de los cuerpos o los descensos inesperados, debieran emparentarse con el realismo mágico; aparte de las apariciones de la Muerte representada por una mujer de negro. Hay lugar hasta para el desliz cómico, como en ese par de escenas en que Mario Benedetti en persona se mueve por los burdeles recitando versos en alemán. Precisamente algunos poemas de Benedetti, junto a otros de Oliverio Girondo y de Juan Gelman, justifican el derrotero y colman la estética (entre pretenciosa y decadente, necesariamente arriesgada) por la que discurre la historia.
Una de esas cintas que -así lo presumo- cotizan más alto si se les sabe dar una segunda oportunidad.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Retales para hilvanar unas memorias:
31. EL FILÓSOFO.

sábado, 25 de noviembre de 2017

Tirado sobre la cama, convaleciendo. Otra vez el maldito lumbago, que sacude sin aviso, con esa estridencia eléctrica que sabe alcanzar el dolor físico. Ahora he logrado ponerme bocabajo, con gran suplicio en la región de los riñones. Me siento como Gregorio Samsa, inútil y culpable, dependiente, frágil. Pero hoy es sábado; quizá de aquí al lunes me habré repuesto por completo.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Se hace tarde. Tarde para todo y para nada, tarde para nunca y para siempre. En el gran recuento -insondable e inútil-, lo que aún no quiso ser ya dejó de ser, ya nació y murió sin remedio. Insaciable, el olvido engulló las migajas de cualquier futuro, de cualquier tiempo labrado en las estrellas, de cualquier parodia del porvenir. Se hace tarde, y ya pasó.

jueves, 23 de noviembre de 2017

Hoy lo he vuelto a ver. Ha pasado muy cerca, incansable, a menos de un metro de mis narices, ávido de su propio avance por la acera que se interrumpe en el paso a nivel de Santiago el Mayor, en dirección al centro. Yo tomaba mi segundo café de la mañana y casi lo he intuido a mi espalda, así que justo al volverme me ha sacudido su presencia ahí mismo, aquí -barba incipiente, gafas oscuras, cabello gris lacio, aspecto más abatido que de costumbre-, y me ha sobrepasado sin desviar el rostro, a buen ritmo, sin fijarse en mí, sin reparar en el extraño ciudadano que tantas veces lo observa. Ha sido como un déjà vu, imagen exacta de lo que a propósito redacté anteayer, la noche del martes; incluso se ha anticipado unos segundos al estruendo de sirenas que anunciaba la inminencia del tren, y ha cruzado a la otra parte. ¿Quién es? ¿Quién habrá sido o será para otros? ¿Por qué me habita tan poderosamente y se cuela en la entraña de mis escritos? 

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Mientras la tarde languidece, yo cotejo los diarios de Kafka y de Pessoa, los de Pavese y de Camus. Busco algún engarce, alguna conexión casual, algún azar del calendario que justifique mi inquietud impremeditada a esta hora fronteriza, a esta hora prestada, a esta hora de nadie.
El 19 de noviembre de 1915, mientras Franz (32 años) se queja en Praga de "días inútiles, fuerzas que se consumen en la espera y, a pesar de tanta inactividad, los persistentes dolores de cabeza" y responde a una carta de Werfel y se siente "indefenso ante todo el mundo" tras una visita a la casa de la señora M. T., Fernando (27 años) hace lo propio en Lisboa: "He perdido el día: una cadena de pequeñas contrariedades se han acumulado, tengo la sensación de haber recuperado mi vieja sensibilidad. Acudí al despacho de Franco, pero no copié ninguna carta. Me pasé el día entero, por lo menos hasta las nueve, con ansiedad. Sin querer escuché una conversación trivial donde un amigo decía cosas desagradables sobre mí, cosas que nunca me ha dicho a la cara. Mi idea era pasar la noche con la tía Lisbela, pero terminé con Ramos, Vilhena y Santa Rita. No fue un éxito, pero tampoco fue desagradable. He recibido el dinero para la tía Rita; no se lo he entregado todo, y parece que no se ha dado cuenta de lo que faltaba".
Por su parte, el 27 de mayo de 1950 Cesare (42 años) escribe en Turín: "La beatitud del 48-49 está enteramente expiada. Detrás de aquella satisfacción olímpica estaba esto -la impotencia y el rechazo a comprometerme. Ahora, a mi modo, he entrado en el remolino: contemplo mi impotencia, me la siento en los huesos, y me he comprometido en la responsabilidad política, que me aplasta. La respuesta es una sola -suicidio". En la misma fecha, Albert (36 años), desde algún lugar de Francia: "Solitario. Y los fuegos del amor abrasan al mundo. Esto bien vale el dolor de nacer y de crecer. ¿Pero hay que vivir después? Toda vida resulta, por ende, justificada. ¿Pero también una supervivencia?"; y debajo: "¡Cuántas noches en una vida donde uno ya no está!"
Los cuatro (cada cual a su manera, o a la manera que les dictó el destino) se fueron de este mundo antes de cumplir cincuenta.

martes, 21 de noviembre de 2017

La primera vez que lo vi, ágil y enjuto, fue en la zona norte de la ciudad, cruzando un paso de cebra, hace quizás un par de años. Caminaba a buen ritmo, con zapatos y ropa de calle bajo una gabardina ocre, y con un paraguas plegado que ni siquiera apoyaba en el suelo. No sé por qué, su figura ensimismada me hizo pensar en la sombra de un Fernando Pessoa pateándose las callejuelas altas de la vieja Lisboa. A los pocos días lo volví a encontrar en las inmediaciones de mi casa y me sorprendió que un hombre de su edad, sospecho que entre sesenta y sesenta y cinco, se sometiera a tales caminatas por la vía urbana.
Después me lo he tropezado varias veces más, en invierno y en verano, por la mañana y por la tarde, nunca parado, siempre con su indumentaria clásica y con esa determinación de ir dejando atrás, bajo la suela de sus zapatos, kilómetros de asfalto y de baldosa. No sé su nombre ni otras circunstancias, jamás lo he visto reposar o detenerse a hablar con nadie. No sé más que el enigma de su fuga.
Hoy, a una hora temprana, ha pasado muy cerca de mí para perderse al otro lado del bullicio de las vías casi al tiempo en que se activaba la barrera del paso a nivel. Hoy, viéndolo alejarse, he sentido que me intriga su vida, los pensamientos que lo impulsan a seguir adelante, los recuerdos que lo acucian o lo entretienen o lo alientan, los futuros que aún sueña.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Hay libros de versos y hay libros de poemas. En aquellos predomina la chispa ocasional y acaso el ingenio aislado de una línea, de dos líneas memorables cada tres o cuatro páginas; en estos, la solidez sumaria de unas cuantas composiciones que eclipsan a las que se suceden una tras otra para rellenar el índice.
Y hay, también, poemarios, cancioneros, volúmenes cuyas distintas piezas se ensartan en una sola unidad temática y en un impulso común, constituyendo un discurso trabado y a menudo complejo que responde a determinada vocación estructural. Lo que no excluye que esta última sea bendecida por algún verso memorable, por alguna secuencia de mayor alcance poético. 
Retales para hilvanar unas memorias:
30. LA BICICLETA DE ULRICH.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Lo más intrigante de una relación son los trapos sucios: solo se sacan y se esgrimen en el capítulo final, cuando el desenlace está servido, cuando ya no hay remedio.
La literatura no miente: finge verdades que el espíritu demanda y la realidad tolera.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Sentados en la sala de espera, mi madre, desesperada, me preguntó cuál de las dos puertas que nos quedaban de frente era la nuestra, y yo le contesté que en esa de ahí pone traumatología y en esta de aquí pone geriatría, así que esa de ahí es para las roturas de huesos y esta de aquí es para cosas como la memoria; por lo tanto, la nuestra es esta. Se sorprendió, porque no se acordaba de que la cita de hoy fuera para la memoria, y yo no pude menos que sonreír mientras le aclaraba que precisamente por eso estábamos aquí sentados.
Dado que era la primera visita, la doctora indagó algunos datos sobre la paciente -más bien la impaciente-, datos que yo le fui facilitando en un estilo cómplice, salpicado de vocablos y expresiones que la cultura de mi madre no sabría interpretar, de sobrentendidos que la doctora encajaba afirmando con la cabeza y sin dejar de mirar la pantalla del ordenador. Después avisó de que le iba a hacer algunas preguntas, a modo de prueba: su fecha de nacimiento (¡sí!), el nombre y los apellidos de sus padres (¡sí!); en qué sitio estamos (¡sí!), en qué ciudad (¡no!), qué día de la semana es hoy, qué día del mes y qué mes (¡no, no y no!); quién es el actual presidente del gobierno (duda y... ¡correcto!), quién lo fue antes que él (silencio sostenido en la punta de la lengua); cuántos euros me quedan si tengo veinte y te doy tres (¡sí!), y cuántos si te vuelvo a quitar cuatro (¡casi!); y alguna más. La irregularidad de los aciertos dejaba claro que, por lo general, se acuerda mejor de las cosas antiguas que de las más recientes, y también -he aquí el diagnóstico: demencia del tipo alzhéimer- que la enfermedad, aunque de naturaleza irreversible, se halla en un estadio muy primario todavía.
A los pocos minutos, cogida de mi brazo en medio del pasillo, mi madre se detuvo y me detuvo para decirme una sola palabra: ¡Zapatero! Y a continuación, casi ofendida, muy digna ella: ¡Si es que yo me acuerdo de más cosas de las que os pensáis...!

miércoles, 15 de noviembre de 2017

De puertas afuera, lo que se valora de un profesional de la enseñanza es que lleve muy preparada la clase, cada una de sus clases, y que la materia que imparte se ajuste a un calendario y a la programación oficial.
De puertas adentro, casi todos los que estamos en esto sabemos o llegaremos a saber que el gran reto es adaptarse a la realidad del aula, de cada una de las aulas, y que lo que más importa al cabo es la habilidad para improvisar, extraño talento que suele abastecerse en iguales proporciones de sentido común, de imaginación y de experiencia.

martes, 14 de noviembre de 2017

Cuando intuyo o se me desliza una idea y me dispongo a escribirla, mi indeterminación para someterme al molde de un género empieza a ser antológica. Un microrrelato que ya en la relectura percibo como una especie de poema o como un engendro híbrido, a medio camino entre este y aquel; un poema que desde los versos iniciales me susurra que extravió su gracia y que bastaría prolongarlo en el renglón para que dijera más como cuento o como página de un diario; un relato que en el instante mismo de terminarlo se postula como inicio de novela o tal vez como cierre de una trama más ambiciosa; un presunto novelón varios años madurado en secreto, curtido de anotaciones sobre ambientes y personajes y peripecias que, de repente, un día cualquiera, se me derrumba como un castillo de naipes y apenas hallo pulso para componer ocho o diez folios esenciales. Ya no sé si es el género el que no quiere conciliarse con la idea o si es la idea -tan soberana ella, tan orgullosa- la que prefiere no transigir, no someterse a los dictados del género. Me gustaría saber si a otros también les pasa, o si se trata de una de esas enfermedades que se catalogan como raras.

domingo, 12 de noviembre de 2017

Retales para hilvanar unas memorias:
29. LA CASA ROTA.
Lo que nunca se le perdonará a un artista es su orgullosa ausencia -casi menosprecio- de pragmatismo.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Contra los muros, murales.
Hubo un verano de hace muchos años en que acudí, tarde tras tarde, a la única academia del pueblo para adiestrarme en el arte de la mecanografía con todos los dedos. Era un entresuelo amplio, una sala dispuesta con una veintena de máquinas de escribir a disposición de los usuarios. Me ejercitaba con mucha fe, alargando el tiempo estipulado en la matrícula, con ese apego vocacional de mi edad de entonces y de mi sueño de siempre: escribir, perpetuar los renglones en el folio, sentir el golpe exacto de las teclas como el latido imperioso de mi destino ineludible.
Fue el mismo verano en que sonaba en los auriculares que nos poníamos para apagar el ruido circundante un disco recentísimo de Joan Manuel Serrat, más concretamente aquella canción, aquel himno en que el cantautor catalán prefería un buen polvo a un rapapolvo y un bombero a un bombardero, crecer a sentar cabeza o la carne al metal, y las ventanas a las ventanillas, y el lunar de tu cara a la Pinacoteca Nacional. Aquella letra era un maravilloso acicate para el universo de contrarios, paradojas y juegos de palabras que a mí me interesaba entonces, solo comparable, pongamos, con el Madrid de Sabina interpretado por Antonio Flores.
Alcancé una buena cifra de pulsaciones que, gracias a la práctica, he mantenido hasta hoy mismo, hasta este instante en que miro desde mi aula del primer piso y veo los progresos de las obras del AVE junto a las vías del tren. Y me acuerdo de aquel verano en que aún ganaba la revolución a las pesadillas, de aquellos versos que vindicaban los caminos frente a las fronteras.
Y se insinúa, grácil, mi modesta y pedagógica variante.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

-Una infidelidad soñada, ¿es infidelidad?
-Supongo que sí: un sueño no es del todo inocente.
-Anoche soñé que me eras infiel.

martes, 7 de noviembre de 2017

Por fin saco un par de horas y alguna fuerza para indagar en el laberinto de archivos y duplicidades poéticas que sestean en varias carpetas del portátil. Menos mal que de casi todo guardo copia física, en papel, aunque en un desbarajuste ordenadísimo de textos que creí definitivos y que luego no lo fueron o que se colaron con otra apariencia en el cuaderno más insospechado. Casi sin darme cuenta he agrupado veintiséis haykus (alguno más habrá por ahí, seguro) y he alfabetizado los títulos de treinta y tres poemas más o menos recientes, de nueva estirpe, pues han nacido fuera de esos volúmenes antiguos que ya tenían entidad de poemario antes de que acabara el milenio. La tarea será larga, pero confío en poder inventariar todo el material válido, inédito (acaso oscile entre trescientos y cuatrocientos poemas), para, después, empezar a cribarlo y organizarlo según criterios que todavía ignoro. Necesito ver aisladamente cada árbol, examinarlo y nutrirlo si se muestra robusto, o bien podarlo, o cortarlo de raíz, para hacerme una idea sensata del alcance y las posibilidades de mi bosque de versos. Tarde, en fin, bien aprovechada.

lunes, 6 de noviembre de 2017

El pequeño televisor de la cocina dejó de dar señales hace unas semanas. Mi proverbial ineptitud para trastear en aparatos electrónicos buscó aliados en el desinterés y en la pereza, así que ni he manipulado el mando ni he ensayado un solo intento de reanimación. Una creciente rebeldía hacia el moderno imperio de las pantallas se regocijó íntimamente, como si el destino me hubiera reservado esta mínima e inesperada victoria en una de esas guerras que sabemos perdidas.
El caso es que la vida sigue sin la necesidad de consumir el bombardeo diario de noticias mientras metemos la cuchara en el plato, mientras partimos el pan y bebemos de nuestro vaso y acuciamos al niño para que mastique más rápido. Pero el televisor permanece en su lugar, suspendido en su grisura plana, gélida presencia que persevera en su silencio y que aún, de vez en cuando, nos roba un movimiento inconsciente de cabeza.
Días atrás, en la horizontalidad de un folio DIN-A4, escribí un rótulo -"¡Dejad de mirarme!", dice- que oculta casi toda la pantalla. Estaba seguro de que la ocurrencia no iba a durar mucho, de que alguna mano próxima la despegaría con saña o sin ella y me reprocharía la chiquillada. Sin embargo, ahí sigue; y no imagino qué pensará de esta familia la asistenta que viene la mañana de los lunes. 

domingo, 5 de noviembre de 2017

La solvencia intelectual y la santurronería no casan bien. No concibo que la religiosidad combativa, si es sincera, sepa convivir con un cerebro dotado para el ejercicio honesto del pensamiento y del lenguaje.
De vez en vez sigo a un colega letraherido -profesor él, como yo, y sin duda padre de familia, e intuyo que más o menos de mi quinta- que va dejando su impronta dietarista en una página similar a esta. La perspicacia que sustancia muchas de sus observaciones cotidianas, la sutileza con que intercepta la tentación del propio alarde, incluso la discreta ironía que desliza, pierden vuelo y caen en picado -para mí, claro- cuando sus dedos ceden al relato de su cristianísima fe, cuando sus neuronas se humillan en liturgias ante la faz tradicional y sectaria de su único dios verdadero. Entonces me pregunto si se puede ser sabio y creyente a un mismo tiempo, si no habrá en ello contradictio in términis.
Ya bramó Nietzsche que la mera idea de Dios es un insulto a los pensadores. La otra tarde, conversando frente a sendos refrescos en una terraza, un amigo fue más lejos al afirmar que creer, en el fondo, es un acto supremo de soberbia.  
Retales para hilvanar unas memorias:
28. AQUEL RECITAL DE HIERRO.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Como cada curso desde hace unos cuantos, sigo con mi proyecto de las autobiografías. En mi cartera de trabajo llevo ahora, para revisar y anotar, los treinta y tantos folios escritos a mano, uno por alumno, del capítulo tres, "Paisaje desde mi ventana". Al presentárselo a ellos, siempre surge alguna excusa reticente, siempre levanta su mano algún muchacho remolón que dice no tener ventana a la que asomarse, o que esgrime que desde la suya no se ve más que un solar abandonado o la pared ciega de un edificio que le tapa cualquier horizonte. Y siempre he de lidiar para convencerlos de que a esa ventana se asoman no sus ojos, sino sus soledades y sus sueños, sus apatías y esperanzas, sus estados de ánimo, la vida que late en sus corazones y triunfa en las incertidumbres de sus catorce y quince años. Se impone un orden de la descripción -un arriba y un abajo, un a la derecha y un a la izquierda, un cerca y un lejos-, un saber mirar lo primario y lo secundario, lo infinitesimal y lo infinito; pero lo que más importa, al fin, es que sepan trasladar al folio las palabras que expresen el marco invisible de su propio mundo, su secreta identidad, su yo. Y siempre aprendo de ellos.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Haciendo tiempo... La pregunta es para cuándo y para quién, y con qué esperanza. Pero huye de mí cualquier simulacro de respuesta; o, mejor aún, aquello que semejaba una respuesta regresa al directorio de todas las preguntas. ¿Quizá para presentir el vacío, para ensayar la eternidad? Nadie lo sabe.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Frente a la corriente misógina -tan extendida en las historias de la literatura-, observo también, en autores muy señalados, una condescendencia exagerada hacia las bondades del otro sexo, lo cual tal vez resulte argumentalmente rentable. Véase el ejemplo de José Saramago -una de mis confesas debilidades-, el trato que en sus novelas brinda al personaje femenino, de la Blimunda del Memorial a la Lidia que acompaña a Ricardo Reis o a la María Sara de su Historia del cerco de Lisboa. Y cómo no mencionar la Magdalena del Evangelio. O la otra sin nombre que sin embargo presta sus ojos al mundo en plena epidemia de ceguera. O Marta, la entrañable hija del alfarero de La caverna. Y cuántas más...

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Dedico parte del día a reordenar carpetas, archivadores y papeles viejos, tratando de aplicarme un criterio sensato que los readmita y los haga más visibles, más presentes en medio del caos, o bien que los deseche definitivamente. Se me podrá objetar -con razón, pues obedezco a una llamada cíclica que se repite con los mismos papeles y archivadores y carpetas desde hace quizá dos o tres décadas- la inutilidad del esfuerzo. Pero ocurre que me relaja el orden, la inquietud de doblegarlo a mi favor, entretenerme en discriminar y cambiar de sitio esas cosas mías que la dejadez o la inercia van dejando por ahí, prorrogando su vigencia, indultándolas. Y hoy, miércoles feriado, no hallé mejor excusa para sentir la densidad del tiempo.