jueves, 31 de diciembre de 2009

FINIS CORONAT OPUS

Bajo el telón de 2009 con una de mis citas preferidas -más que una cita es un lema-, sacada, cómo no, de donde hay más: Marco Aurelio, Meditaciones (Libro VIII):

"TOMA SIN ORGULLO, ABANDONA SIN ESFUERZO".

martes, 29 de diciembre de 2009

TUNNEL OF LOVE

Vuelvo a escuchar a Dire Straits, como los escuchaba hace... (uf, de repente, de todo hace ya media vida). Y al recuperar su aliento me acuerdo de alguien que, en el fragor de la velada estudiantil, colgado de un canuto sempiterno, comentó con desdén (supongo que para cuestionar mi gusto, supongo que para denostar a Dire Straits) que Mark Knopfler era el Julio Iglesias del rocanrol (sic). Lo poco que consiguió es que nunca como entonces tuviera en tan alta estima a Julio Iglesias.

lunes, 28 de diciembre de 2009

DE LA INOCENCIA Y SUS SANTOS

Durante un buen trecho de mi infancia creí, como a menudo me contaban, que yo había nacido en la región francesa que albergó a mis padres en sus años inmigrantes, y que había venido de aquel país escondido en una vieja maleta, revuelto con la ropa sucia: ésa fue la justificación verosímil que mis padres dieron a los guardias al cruzar la frontera, que en la maleta sólo iba ropa sucia, pero la realidad es que mi madre me llevaba en su barriga, a sólo un par de meses de alumbrarme en el exacto pueblo de mis ancestros. También, por aquel tiempo de fantasías sin fábula, maquiné en secreto que los buzones de correos estaban conectados entre sí por una infinita red de conductos subterráneos que llevaban las cartas a su destino simplemente con dejarlas caer, gracias a una suerte de mecanismo de selección automática que sabía dónde estaban Moscú o Buenos Aires, Nueva York o Madrid; hasta que un día apareció el empleado del servicio y abrió el candado y observé incrédulo cómo cargaba con la saca delante de mis ojos, porque en el suelo del buzón no había ningún agujero.
Hoy sigo cayendo con demasiada frecuencia en la trampa de la sinceridad y de las buenas intenciones, no sé ver más allá de las palabras y los modos de quienes se cruzan en mi camino, de manera que ellos se sirven de mi condición de incauto y yo voy acumulando méritos para mi futura santidad.

sábado, 26 de diciembre de 2009

LAS DOS CIUDADES

Son dos ciudades superpuestas, una sobre la otra. Estamos y sabemos que están; están y saben que estamos. Nosotros no queremos verlas y ellas prefieren no vernos. La convivencia es casi perfecta, el respeto es mutuo, tácito, salvo que se despisten ocasionalmente los pasos de unas y de otros. Nosotros dormimos de noche y ellas duermen de día. Nosotros, las ratas.

jueves, 24 de diciembre de 2009

HORACIANA

“¿Estás escribiendo algo que va a superar a los opúsculos de Casio de Parma? ¿O caminas lentamente, en silencio, entre los bosques saludables, pensando en algo digno de un hombre bueno y sabio?”

(No cito del original, en realidad ni siquiera sé si pertenece a libro alguno de Horacio; pero la fuente me parece fiable y, aunque no me lo pareciese, me subyuga la contundencia de estas palabras interrogándome de tal modo).

martes, 22 de diciembre de 2009

LA SEBASTIÁN HERENCIA MONDÉJAR INVISIBLE

Nuestros pasos nos llevan a donde deseamos incluso si ignoramos los deseos, los pasos. De los libros de poesía estimo sobre todo su sustancia tangible, ese halo de luz suave que proyecta en nosotros su Verdad desde el primer manoseo, desde el primerísimo abrazo, y que se nos impone como un sustrato emocional que ya nunca se agota, que, antes al contrario, cobra renovado vigor con cada relectura. Las calles las generan nuestros pasos, la vida. Y no sólo su Verdad: también la Belleza que indefectiblemente la acompaña por los corredores de la existencia cuando uno acierta a mirarla en toda su amplitud sin desdeñar la brizna, sin obviar sus minucias, en todo el esplendor de lo creado. De tallos, hojas, pétalos y espinas tienen forma los tiempos; de troncos y raíces invisibles. Tal es, a mi entender, el talento singular que atesora Sebastián Mondéjar (Murcia, 1956), poeta por cuyos versos discurre esa ráfaga lúcida que parece recaudada en el manantial calmo de las sabidurías orientales, allí donde el mínimo gesto festeja la eternidad del todo y cada sonido, cada palabra, hallan sigilosamente, discretamente -como sólo a la modestia laboriosa del artista curtido le es dado hallar-, su exacto lugar en el espacio. Ala quieta de instante. Latido detenido en su constancia. Conforme se avanza por las páginas de La herencia invisible -éste es el título-, se respira una suerte de determinismo integrador, rebosante de armonía cósmica, una secreta vitalidad que ha aprovechado los mejores momentos de la mística española y que, tras el vuelo alto, sabe descender a la entraña misma de las cosas y, en soledad consigo, contemplativo y austero, nutrirse de la savia sencilla que regala la tierra. No desembocan. Los ríos, en el mar, siguen su cauce. El resultado es una misteriosa complicidad con el ser que somos, también con nuestra fragilidad y con nuestras dudas y miedos, en ese tránsito incomparable que nos hace únicos en la jornada de la vida. He vivido, he soñado, he pasado mis días siendo otro para poder ser yo sin fatigarme. Uno tuvo la suerte de descubrir algunas piezas de este libro interpretadas de viva voz por su autor (así, “Libélula dorada” o “Losas sueltas”, que a la postre se postulan entre mis favoritas); poco después las volví a saborear al abrigo de un manojo más amplio que las dotaba de la unidad necesaria, merced al mecanuscrito que llegó a mi dominio bajo el modo de plica; y finalmente las he leído y vuelto a leer en la cuidada edición de Calambur (Madrid, 2008). Como hiedra intangible en su insistencia, nuestra herencia sutil nos prevalece. Bien sé yo que Lo fortuito, a veces, nos sume en la aventura, bien lo sé y lo agradezco; pero también a mí, cuando menos falta me hace, me rondan otras verdades ancestrales con su enigma infinito: Volver, vivir, amar, ¿qué más quiere la vida? Anoche tomé en las manos mi ejemplar con su dedicatoria y su autógrafo, y mientras doblaba las hojas comprendí otra vez, una vez más, que sin duda La vida es de quien vive, entendí que Nuestra vida es la vida que hay después de la muerte, que probablemente Es bueno distanciarnos, vaciar nuestro lugar con nuestra ausencia, para volver después, como hijos pródigos, reconciliados con las discrepancias. Hoy, cuando el calendario refrenda el comienzo del invierno de los astros, he querido salvarme de nuevo en la Poesía, por la Poesía, a través de la Poesía, y sentir en la plenitud de tu palabra, Sebastián, amigo, que Nuestra herencia no es nuestra. Está en nosotros. No somos herederos. Somos la herencia misma.
Salud!

viernes, 18 de diciembre de 2009

TITULITIS AGUDA

Llevo más de tres y de cuatro semanas desempolvando papeles acartonados, llevándolos hasta el calor de la plancha fotocopiadora y asistiendo al misterioso gesto (no por repetido menos misterioso) del cotejo y la compulsa a cargo de la mano autorizada, ésa que con su palma presiona el sello de tinta azul y de propina destila un garabato por el cabo del bolígrafo. Trátase de un trámite necesario, ineludible, para así escalar otro peldaño en la pirámide laboral que dictan los que saben; esto es, un concurso de méritos, o al menos con tal pomposidad lo nombra la jerga de los administradores de la función pública, así que somos muchos los llamados (previo pago de la tasa estipulada, cómo no) y sólo unos pocos habrán de ser los elegidos. Durante estos días he observado el secretismo a menudo orgulloso de algunos colegas portando bajo el brazo su manojo de títulos, diplomas, certificaciones e infinitas pruebas de su inagotable servicio a la causa burocrática, y ha sido entonces (más acá de Kafka) cuando he querido acordarme de la monumental crítica que a mediados de los setenta deslizara la pluma irreverente y lúcida de Miguel Espinosa en Escuela de Mandarines. No he de ocultar aquí (en verdad, a eso he venido) que la mera compilación y el ulterior muestrario y alarde de créditos, tan extraviados en la prehistoria de mi vida que ni yo mismo recuerdo si alguna vez me pertenecieron, suponen un serio desafío a los fundamentos de mi sistema nervioso. Pero lo más triste ha sido advertir, y ello desde dentro, que esos colegas, y yo con ellos, no somos sino serviles piececitas de un portentoso engranaje basado en el espejismo de una ristra de títulos, títulos tan meritorios como inútiles, recaudados cansinamente según un principio de inercias ociosas y de desganados requisitos trienales o sexenales; un orden tan anciano como el mundo y que unos y otros interpretamos como una realidad falaz, mas al que sin embargo no sabremos negarle su imperio y al que nos seguimos sometiendo con la bíblica mansedumbre del cordero, porque está diseñado para tentarnos con prebendas ocasionales y porque nos iguala religiosamente en una mecánica corporativa que sacrifica los talentos en aras de la escueta funcionalidad.
Mañana, sin falta, doy curso al papeleo.

martes, 8 de diciembre de 2009

RELACIONES INTERMITENTES (6)

Me disponía a consumir mi café cortado en el bar de siempre cuando aquella belleza tocó mi hombro e hizo la pregunta:
-¿Eres Luis?
Yo no era Luis, desgraciadamente, pero se me ocurrió contraatacar sin demasiada convicción, sólo por probar el sabor de la aventura en su fase más primaria:
-¿Y qué si lo soy?
La mujer se presentó como Tania, hizo el ademán de besarme la mejilla, acercó el taburete y pidió un refresco. Me confesó que ésta era la primera vez que se citaba a ciegas, pero que mis palabras en el chat, mi manera de decir las cosas y de argumentar los sentimientos, la habían convencido de que tenía que intentarlo. Incluso, ahora le parecía que todo esto alcanzaba un punto de morbosa excitación. Después sacó un cigarrillo, agitó el mechero y, todavía sin activar el encendido, insistió, como si no acabara de creerlo:
-¿Seguro que eres Luis, Luis Menárguez?
-Me llamo Luis –mentí de nuevo-, pero mi apellido no es Menárguez, ya me gustaría…
Se excusó con cierto azoramiento, cogió su vaso y caminó como extraviada, barra adentro.