Alguien vino a decirme que nuestras
vidas son como un viaje en tren, pero un tren de los de antaño, con pequeños
compartimentos y pasillos transitados. Tú miras el paisaje que huye tras la
ventana mientras los diversos tipos humanos suben, se acomodan ahí enfrente y
dormitan, o bien leen una novela en cuyo título querrás averiguar su verdad
profunda y su destino, o te observan con el impúdico recelo de los recién
llegados, o emprenden una conversación que poco a poco se convertirá en el monólogo extraordinario
de toda su existencia; luego hacen un gesto impostado, se apresuran a recoger
sus paraguas, sus abrigos, sus maletas de mano, y sin pronunciar un triste adiós
desaparecen de tu vista y de tu mundo, cambian de vagón o se apean
definitivamente. De ellos solo queda en ti su imagen escurridiza, la invención
perdurable de un recuerdo que gime en soledad.
En los últimos meses he visto
alejarse tanta gente -febriles colegas, maestros y discípulos, asiduos contertulios
de café vespertino, cómplices en el afán de las palabras, convidados al calor
de la casa y la prodigalidad de la mesa, amistades que mi fe de entonces juzgó verdaderas-
que ya no sé si quien continúa en su compartimento y mira el paisaje que huye
tras la ventana soy todavía yo o es otro que ocupó mi sitio cuando salí a
tomar el aire, a fumar un cigarrillo, y fui yo quien no supo o no quiso
recuperar su abrigo, su paraguas, su maleta de mano, el hilo extraordinario de
aquel monólogo.
Proclive a los balances, a la impunidad de los saldos, a menudo
me pregunto cuántos adioses en bocas ajenas vagarán por el purgatorio de las
distancias, cuántos se habrán ido marchitando en el borde orgulloso de mis
propios labios.
1 comentario:
Proclive a los balances, a la impunidad de los saldos, a menudo me pregunto cuántos adioses en bocas ajenas vagarán por el purgatorio de las distancias, cuántos se habrán ido marchitando en el borde orgulloso de mis propios labios.
Sin palabras nos dejas.
Juan
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