lunes, 20 de octubre de 2014

GENTE QUE SE ALEJA

Alguien vino a decirme que nuestras vidas son como un viaje en tren, pero un tren de los de antaño, con pequeños compartimentos y pasillos transitados. Tú miras el paisaje que huye tras la ventana mientras los diversos tipos humanos suben, se acomodan ahí enfrente y dormitan, o bien leen una novela en cuyo título querrás averiguar su verdad profunda y su destino, o te observan con el impúdico recelo de los recién llegados, o emprenden una conversación que poco a poco se convertirá en el monólogo extraordinario de toda su existencia; luego hacen un gesto impostado, se apresuran a recoger sus paraguas, sus abrigos, sus maletas de mano, y sin pronunciar un triste adiós desaparecen de tu vista y de tu mundo, cambian de vagón o se apean definitivamente. De ellos solo queda en ti su imagen escurridiza, la invención perdurable de un recuerdo que gime en soledad.
En los últimos meses he visto alejarse tanta gente -febriles colegas, maestros y discípulos, asiduos contertulios de café vespertino, cómplices en el afán de las palabras, convidados al calor de la casa y la prodigalidad de la mesa, amistades que mi fe de entonces juzgó verdaderas- que ya no sé si quien continúa en su compartimento y mira el paisaje que huye tras la ventana soy todavía yo o es otro que ocupó mi sitio cuando salí a tomar el aire, a fumar un cigarrillo, y fui yo quien no supo o no quiso recuperar su abrigo, su paraguas, su maleta de mano, el hilo extraordinario de aquel monólogo.
Proclive a los balances, a la impunidad de los saldos, a menudo me pregunto cuántos adioses en bocas ajenas vagarán por el purgatorio de las distancias, cuántos se habrán ido marchitando en el borde orgulloso de mis propios labios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Proclive a los balances, a la impunidad de los saldos, a menudo me pregunto cuántos adioses en bocas ajenas vagarán por el purgatorio de las distancias, cuántos se habrán ido marchitando en el borde orgulloso de mis propios labios.

Sin palabras nos dejas.

Juan