domingo, 26 de octubre de 2008

A LAS TRES SERÁN LAS DOS

Acabo de ver La lista de Schindler y no tengo sueño. Normal. Un cigarrillo en el balcón: será el último de ayer o el primero de mañana, porque esta hora no tiene día, está en el límite (Isabel, los límites) entre lo que fue y lo que será. ¡Oh absoluto presente! También vale decirlo al revés, porque al final los pretéritos y los futuros se confundirán en un todo único que es como una única nada. Son las dos y cuarenta y siete. Todos duermen. Mas el silencio de la noche en la ciudad nunca es pleno: hay como un rumor que vive instalado en los intersticios cerebrales y que ya nunca se marcha. Ahora debería retrasar el reloj, los relojes, los incontables medidores del tiempo que controlan nuestros pasos. Escrito queda que cuando te regalan un reloj no te regalan solamente un reloj, también te regalan la obligación de adelantarlo o atrasarlo. ¿Hubiera podido Primo Levi ver íntegra La lista de Schindler? Nunca lo sabremos, claro. Bendita anacronía. A veces me he preguntado si a Jorge Luis Borges le leyeron El nombre de la rosa, por aquello de que él es de hecho el bibliotecario ciego que responde al nombre de Jorge de Burgos y que se carga a medio monasterio por leer lo que no puede ser leído. A esto a lo mejor podría responder María Kodama, si sabe o quiere. Y cuando -a las dos y cincuenta y nueve minutos y cincuenta y nueve segundos- el salto no sea de un segundo adelante, sino de una hora completa hacia atrás, entonces me reiré solemnemente en la cara del tópico. Tempus non fúgit, ja ja ja. Todo ingresará en un maravilloso estancamiento donde lo único que progrese serán mis dedos sobre el teclado. Y nada más. Y tú, Mamen, empeñada en buscarle nombre a lo innombrable, a eso que de repente nos atrapa y nos domina y nos posee y nos lleva de la mano y nos hace beber de ese agua de la que nunca hubiéramos bebido y nos cambia el paisaje de las cosas y nos enajena para brindarnos la única plenitud digna de ser vivida. Un descuido que nos da cuidado, una herida que duele y no se siente... En lo que a mí respecta, mañana no voy a despertarme porque salga el sol, es la letra que no me abandona desde el jueves. De vez en cuando me toma y luego me deja, como aquella otra, elegiste a la más guapa y a la menos buena y tal. Y tampoco voy a renunciar a este insólito paréntesis de tiempo sin tiempo. A las tres serán las dos. Lo leí en el diario y me lo quedé prestado, es genial. ¿El tiempo que no se mide sigue siendo tiempo? ¿Qué me dices a esto, Vargas, o Antonio, o Cortázar? Sea lo que sea, cuando la hora pase, me devolverá a la hora que ahora es o iba a ser según todos los pronósticos. Porque, de hecho, ya volvieron a ser las dos, y yo teclea que teclea. Misterios. Hay una copa de Chivas Regal al alcance de mi mano, es como la inercia entre paréntesis de aquellos sábados lejanos en que a lo más que alcanzaban las monedas de mi bolsillo era a un triste güisqui de garrafón con pepsicola y resaca inminente en la barra donde se bebe sin sed de una discoteca del pueblo a las afueras en la que nunca supe bailar. No sé bailar, estoy sordo de un pie. Se me ocurre que este minúsculo detalle de poderme permitir un Chivas Regal cuando me dé la gana me otorga el ejercicio de un poder ilimitado sobre la memoria de mí mismo, una sensación de suficiencia y de altura y de dominio sin vértigo. Fito es un poeta, caramba. ¿Dónde se gana el prestigio para poder ser llamado poeta sin que las musas se sonrojen, Orfeo? ¿Dónde se adquiere esa herencia, Sebas? En el fondo, lo sé, lo del Chivas Regal es tan sólo el conformismo pretencioso del cuarentón aburguesado que soy, ése que sabe que puede permitirse ciertos caprichos. Quién te ha visto y quién te ve... Soy ése que intuye que algunos caprichos ya no están a su alcance aunque resulten más baratos que aquel güisqui de garrafón con pepsicola. La vida da y quita, solía decir aquel primo mío que no cumplió los veintisiete. Y yo ahora me acuerdo de la dedicatoria en otro libro: la vida a veces es tan breve y tan completa que un minuto -cuando me dejo y tú te dejas- va más aprisa y dura mucho. Gil de Biedma, el muy cabrón sabía lo que escribía. Al cabo todo lo que pensamos o decimos, y todo lo que escribimos, hasta la lista de la compra, hata La lista de Schindler, tiene que ver con el puto tiempo. Esta tarde salí a correr por las calles, sorprendido de que mis piernas y mis pulmones me sigan respondiendo a pesar de los excesos y la edad. Todavía me queda cuerda, pero no me engaño si pienso que ya sobrepasé il mezzo del cammin, que de alguna manera soy otro desde hace pocos meses o desde hace unos minutos. ¿Por qué desde hace pocos meses? ¿Por qué desde hace unos minutos? No te esfuerces, Superviviente, que esa respuesta la escribirá el destino. He dicho que la escribirá porque el destino no está escrito, lo aprendí en aquella película, Lawrence de Arabia. Lo dispuesto por el destino no pueden evitarlo los dioses, leo subrayado en otro libro, éste prestado. Leer un libro subrayado nos obliga a detenernos e indagar por qué esta frase concreta y no aquella otra, qué pensabas en el instante en que pasabas el lápiz bajo los signos, Isabel, qué condicionantes emocionales o psicosomáticos o comoquiera que les llamen crees que te llevaron a señalar eso que se ha quedado ahí con una fuerza más viva que el resto de la página. Decía que he corrido casi cuarenta y cinco minutos constantes, a ese ritmo cauteloso pero firme que ya me pertenece. Aunque me pase semanas o meses sin salir, siempre cubro sin dificultad los cuarenta minutos. No es vanidad: son misterios. La mente lo agradece, más que el cuerpo. O los dos. Pero ahora caigo en la incongruencia que supone separarlos, porque es obvio que la mente está dentro del cuerpo, la culpa es otra vez de los clásicos y de sus frases memorables. Iba tan cómodo, tan inspirado pensando en nuevos pasajes para mi novela, que incluso me ha tentado la idea de seguir otro rato, completar otra vuelta más en mi habitual circuito callejero. Pero (este 'pero' no quiere ser adversativo) he vuelto y me he puesto a leer. Estos días estoy haciendo el viaje de Kapuscinski con Heródoto, y me llama la atención que este Heródoto de los nueve libros sitúe el rapto de mujeres como razón y comienzo del enfrentamiento secular entre Oriente y Occidente. Da para una ardua reflexión, porque a renglón seguido añade que la mayoría de las veces esos raptos eran consentidos por las propias mujeres de uno y otro lado. También hoy se me deslizó un poemilla en un papel; de ahí que, con toda justicia, merezca ser presentado como mi último poema, condición que se desvanecerá en el mismo instante en que escriba otro, tal vez mañana: Desvaída ternura / hace añicos la tarde / de mi octubre lejano. / Frío aquí, ahora. / Y mi alma de alféizar / se ahoga contra ti / como un iceberg de la tristeza. En fin, otra vez las dos y cincuenta y nueve. Faltan segundos: diez, nueve , ocho... Regresamos al fúgit, tempus. Cinco, cuatro, tres... Y yo me retiro a la oscuridad de mi insomnio con un vale cervantino.

jueves, 23 de octubre de 2008

ENCUENTRO INTERGENERACIONAL DE POESÍA MUY ACTUAL

Ah cuánta falsa pose!
-lamentó ella.
Uf, y cuánta perilla ilusa!
-añadió él.
Y cuánto endecasílabo sin alas
silbando en el balcón de la soberbia!
-unisonaron ambos,
después de los aplausos extasiados
al postrero cantor de la experiencia.

Y
discretamente
se ausentaron los dos,
y follaron de nuevo en la 507,
sin condón ni esperanza,
a tientas por si acaso,
a ratos verticales,
poetisos y tiernos,
casi en serio
follaron.

martes, 21 de octubre de 2008

SIETE RESPUESTAS A SIETE PREGUNTAS

P: ¿Cómo se compatibiliza la enseñanza con la creación literaria?
R: Compatibilizar la creación, del signo que ésta sea, siempre es difícil, porque implica sacrificios y renuncias, y porque la propia naturaleza del ser creador necesita vivir instalada permanentemente en un ámbito propicio, de expectación exclusiva. La enseñanza de la Lengua y la Literatura es quizás la opción menos mala, pues permite el contacto con personas que todavía están descubriendo el mundo y las palabras que lo nombran con una inocencia gemela a la del artista. Parafraseando a un personaje, también profesor, de Coetzee, digamos que la enseñanza es un medio de ganarme la vida, y que con ella aprendo la virtud de la humildad, porque me ayuda a comprender cuál es mi lugar en el mundo.

P: ¿Es verdad, como se dice, que ya no se puede dar clase en los institutos por el gamberrismo que hay dentro y fuera de las aulas?
R: El clima social de los institutos se ha deteriorado mucho, y la culpa es de todos, incluidos los que en apariencia nada tienen que ver con los institutos. La condescendencia de las familias, los palos de ciego en las sucesivas leyes educativas, el entorno socio-económico basado en la facilidad, los roles imitados de esos falsos triunfadores del deporte o de la música o de cualquier otra parcela... todos son factores que determinan situaciones realmente insostenibles. Creo que alumnos y profesores somos las primeras víctimas de un sistema que no funciona, donde impera la frivolidad y la apatía; pero las familias y después la sociedad serán quienes sufran en el futuro inmediato esa carencia esencial que, repito, tiene que ver con todos.

P: Haga de crítico de su propia obra y dígame qué clase de escritor es usted.
R: Hablar de la propia obra es un acto de orgullo encubierto que, por eso mismo, resulta excitante para el artista. Al final, lo que importa de uno son sus obras, así que cuando hablo de mis obras estoy hablando de mí, y esto me lleva a intentar conciliar el orgullo con la humildad (extraña aleación que debo a la herencia de mis padres). Por eso procuro ser un escritor honesto, coherente con ese destino que arranca de las raíces, y en consecuencia comprometido con la verdad esencial de lo que hago, sin concesiones a la facilidad o a los moldes más actuales y aceptados. Soy muy perfeccionista y al propio tiempo nada conformista, y quizás por eso mis cuatro libros de poesía (y el quinto y sexto, inéditos) han tirado por caminos tan distintos para desembocar en ese yo poliédrico que los hermana sin remedio.

P: ¿Se acabó aquello de que la poesía es un arma cargada de futuro?
R: Mientras haya un ser humano sobre la tierra, la poesía seguirá siendo un arma cargada de futuro. No porque quiera restaurar el romanticismo belicoso de ese verso de Celaya, sino porque el uso de las palabras para decirnos lo que somos y lo que queremos ser, lo que nos une, lo que sentimos, lo que pensamos, lo que ignoramos... todo eso, forma parte del barro que nos hace personas, y es algo a lo que no podremos renunciar. Estoy convencido de que el mundo sería mejor si el mundo escribiera y leyera más poesía; éste es el argumento más optimista que conozco para seguir creyendo en el futuro de la poesía como arma.

P: Dígame el nombre de dos o tres escritores de esta tierra que merezcan ser leídos.
R: Hay varios escritores en esta tierra que merecen ser leídos; hablo de los que siguen vivos. Dar dos o tres nombres sería injusto, porque quedarían fuera de nómina otros dos o tres (no más, en mi modesta opinión). Lo grave de la situación, de puertas adentro, es que no se sabe por qué hay algunos nombres que, sin más talento que su obcecación, estorban publicitariamente a esa media docena que sí que lo tiene (hablo del talento), y que afortunadamente persiste en él a pesar de los favoritismos provincianos, que los hay, y que huelen mal pero que muy mal. En esta tierra se ejercen los cargos y los oficios con un personalismo excesivo, y es en este punto donde afloran los celos, las envidias, las navajas traperas y los bandos literarios. Yo presumo de independencia, de no tener, por ahora, débito personal con ningún mandarín de la cultura, y así espero seguir por mucho tiempo.

P: ¿Sánchez Bautista o Sánchez Rosillo, Pérez Reverte o Miguel Espinosa?
R: La pregunta, con perdón, está mal formulada, porque Bautista y Rosillo no son dos poetas cuyos estilos y estéticas puedan oponerse según un juicio crítico objetivo. Son diferentes hasta el punto de que no cabe comparación posible entre ellos. A Bautista lo he leído poco, pero sus tonos clasicistas me parecen muy dignos de ocupar un lugar fundamental en nuestra historia literaria reciente. De Rosillo lo he leído casi todo, respeto su coherencia poética y lo tengo por un autor de mucha altura en el panorama nacional actual; lo que no significa que le encienda velas, porque sé que mi camino es otro. En cuanto a Reverte y Espinosa... Para mí hay una distancia considerable. Yo a Miguel lo tengo en una estantería junto a Kafka, Pessoa, Borges o Saramago. Y Pérez Reverte está donde tiene que estar.

P: Dígame algo, sólo si le apetece, de la política cultural de la Región de Murcia.
R: Ignoro los recovecos de la política cultural de esta Región, que seguramente los hay (cómo no). Pero, ya lo he dicho, como todo termina siendo un afán personalista, me temo que esa política se traduce en un dispendio de favoritismos y, en nuestro caso, en la triste farsa de la consagración de falsos vates. La política casi siempre se sirve de la cultura, que se deja seducir a cambio de casi nada. Al revés es más difícil: la política nunca se deja seducir por la cultura, porque ésta es de naturaleza subversiva, al menos la gran cultura, no esta suerte de folclorismo regionalista que hoy tanto se lleva y se aplaude. Presiento que en materia cultural la actitud más digna de un político sensible sería "no menealla", no meter las narices, dejarla florecer a su aire.

martes, 14 de octubre de 2008

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A mediados de enero recibí un correo de M en el que me informaba a su vez de un escueto mensaje de T, el amigo común de los tiempos aquellos de la Facultad. El texto, directo, sin vanos artificios, se hacía eco de la efeméride inminente -el próximo verano habrán transcurrido veinte años desde nuestra licenciatura universitaria- y proponía la ocurrencia de volver a reunir en una cena a los componentes vivos de aquella generación de Letras, así, con la mayúscula. Yo respondí de inmediato a la llamada, ensalzando la buena nueva y sumándome a esa voluntad sana de recuperar de algún modo la intensísima memoria de un lustro tan lleno de proyectos e ilusiones, muchos de ellos sesgados por la inercia de la propia vida, pero todavía latentes en nuestros corazones. Añadí que, por mi parte, podía rastrear las direcciones y convocar con éxito a C, a F y a S, pero que del resto no tenía noticia desde más de una década atrás. A las pocas semanas se coló en la bandeja de entrada de mi correo electrónico la misma invitación, ahora formulada por O, quien después de varias pesquisas se congratulaba de haber dado conmigo y también con L. La red de antiguos compañeros estaba tan bien tejida que a finales de febrero ya nos habíamos citado por varias vías los veintiséis que aún quedábamos, pues de CH, LL y RR nadie se atrevió a insinuar nada.
Por fin, la noche del sábado 26 de junio me dirigí al restaurante en el que nos darían la cena. Nada más llegar se me acercó M, me abrazó muy efusivo y me llevó hacia la barra: allí saludé sin demasiada convicción a A, que había engordado algunos kilos; a T, que no daba crédito a la evidencia de mis canas; a S, tan risueño como de costumbre; y a D, que se había desplazado desde las Islas Mauricio nada menos. Mientras tomábamos unas cervezas para hacer tiempo fueron entrando en el local, en este orden, G, R, Z, B, E, C, F, H y L. Con la tercera tanda de cervezas, opinó T que ya era hora de sentarse, así que enfilamos el pasillo hacia un reservado y nos fuimos situando en el orden que los nada imaginativos responsables del establecimiento habían predeterminado para el grupo: según el alfabeto. Durante ese intervalo llegaron, más o menos escalonadamente, X, P, K e Y, que saludaban con incredulidad a los que nos levantábamos para estampar dos besitos al aire de la mejilla o para estrechar una mano tibia o para darnos el mutuo abrazo del reencuentro. J e I entraron juntos, y juntos se sentaron, y conviene resaltar aquí y ahora que durante toda la noche estuvieron muy pendientes el uno de la otra, o viceversa. Con un retraso de media hora surgió V, tan elegante como todos la recordábamos. Y unos cinco minutos después, cuando el camarero se llevaba la nota de los platos, se presentaron con su sonrisa incómoda U y Q. De repente, T sorprendió dos espacios vacíos, y casi como si una acción condujera a otra, todos y todas desviaron su mirada hacia mí, pues en efecto me había quedado como un islote con el ceño fruncido: sólo faltaban la N de mi derecha y la O de mi izquierda.
Como había pedido pescado, opté por un Ribeiro; no entiendo de vinos pero hasta ahí llego. Observé que los demás preferían seguir con la cerveza, quizás porque el día estaba siendo caluroso en extremo. Tan sólo X solicitó un tinto para acompañar la carne, y guiñó un ojo con ese gesto de picardía que siempre le había caracterizado. En ese instante surgió a mi espalda una O realmente espectacular, de ésas que quitan el hipo, envuelta en un vestido rojo púrpura y con una mantilla leve sobre los hombros. Me levanté para besarla y sentí que me flojeaban las piernas: nunca hubiera sospechado que aquella O del montón pudiera convertirse en la O que estaban viendo mis ojos y los ojos entre admirados y envidiosos del resto de la mesa. Al fin, al otro lado acabó sentándose N, el más impuntual, que se había dejado crecer una barba rala y que, con toda seguridad, usaba peluquín.
Durante el desarrollo de la cena hubo momentos para todo, desde el asombro exagerado por las revelaciones de G acerca del famoso punto, a la más absoluta hilaridad por las ocurrencias de H, está claro que algunos no cambiarán nunca. Luego, ya más sosegados, se produjo el cruce habitual de conversaciones: C agitando las manos para hacerse entender por M en su diatriba absurda sobre las letras y las ciencias; E quejándose amargamente de todo el trabajo que han de asumir las vocales, y que aún haya quien la quiera en su versión minúscula para darle nombre a un número, alguien debería darse cuenta de que no tenemos el don de la ubicuidad, zanjó; F contando sus progresos como fabricante de teclados para una multinacional; Z disputándose con A, codo con codo, el protagonismo de una velada en la que no podía faltar alguna alusión siniestra a los caprichos del diccionario. Y, entre tanto, yo dejaba que O susurrara a mi oído los pormenores de su vida de casada infeliz, con una prole numerosa, tratando yo de ejercer de seductor seducido e imaginando como una bendición la desnudez de su cuerpo bajo el vestido rojo púrpura que se agotaba en el ecuador de sus muslos. Hubo cava y café, y no recuerdo quién propuso sin mucho afán ir a bailar al Etimológico, un antiguo antro no lejos de allí; pero nadie le hizo caso. Tampoco faltó la promesa de repetir este encuentro todos los años en la misma fecha, efecto de la falsa euforia del momento, como apuntó la clarividencia de R. Antes de que cada mochuelo se volviera a su olivo, O me dejó una servilleta con un número de teléfono. Por fin, ya en la calle, mientras W se eternizaba en el servicio, K se empeñó en hacernos una fotografía caótica que nunca olvidaré, pues me permitió poner mi mano nada inocente en la cintura de una O cuyo teléfono, a día de hoy, todavía no he marcado.

lunes, 13 de octubre de 2008

CELEBRACIONES


De Günter Grass: "No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee".

De Jorge Martínez de Paco: "Subrayar un libro es estrechar la mano de su autor, pero anotarlo es conversar con ese autor y plantearle, acaso, la paradójica complicidad de las discrepancias. Y el ejemplar respira a través de ese resquicio abierto a la eternidad".

De José Saramago: "Hay un momento que es verdaderamente extraordinario en la lectura: cuando uno la interrumpe. Cuando uno está leyendo tiene el libro con las hojas abiertas, pero de pronto levanta la vista del libro y mira adelante. Se suspende la lectura, algo ha ocurrido, algo mágico: es como si la lectura quisiera transportar al lector a otro universo. Y es que el lector, al levantar la mirada, se está mirando a sí mismo".

jueves, 9 de octubre de 2008

VARIACIÓN SOBRE UN POEMA DE PESSOA

El artista es un seductor.
Seduce tan sutilmente
que hasta su orgullo mayor
franca humildad nos parece.

De la modestia que emana
se nutren nuestros afectos,
no porque ignoren sus armas,
sino por fe en el talento.

Y así su mundo cautiva
nuestra incauta percepción,
y adoramos la mentira,
cómplices de seducción.

domingo, 5 de octubre de 2008

LA LÍNEA DE HOY

Sé un grande o sé un maldito -me digo ante el espejo en que se convierte momentáneamente la hoy nada inspirada pantalla del ordenador-, pero no prostituyas tu talento según el dictado de la medianía.

(Porverbium est: nulla dies sine linea.)

sábado, 4 de octubre de 2008

POEMA (COMO HAY MIL) DE LA EXPERIENCIA

La mañana de octubre transcurre indiferente
mientras afuera el sol ciega los huertos.
Un soplo de tristeza contagia las paredes
cuando los niños abren la página más triste
e irrumpen en el aula -modales y aspectuales-
las eternas perífrasis.

Esta hora ya ha sido, ciertamente.
La mañana de octubre también tuvo su sol
en otros huertos, y eran otros los rostros,
otra el aula, y era yo aquel muchacho
rebelde ante el rigor de las perífrasis:
observo al profesor que nos miraba
pintando en su cuaderno la desidia
de un tiempo de ceniza.

Cualquiera de esos niños se acodará mañana
en esta misma mesa, contemplará su octubre
detrás del ventanal frente a los huertos,
esbozará tal vez algún poema triste,
y alumnos por nacer lo mirarán
atónitos, abierto por su página
el eterno sopor de las perífrasis.
Y yo ya me habré ido; me fui
por donde vine.