martes, 4 de noviembre de 2014

LA VERDAD DE LA LITERATURA

Mientras la docilidad de mi coche se deja conducir en las idas y vueltas de la travesía cotidiana,  escucho en la radio el caso de las violaciones de niñas en un barrio de Madrid, la alarma social y el miedo, el avance de las pesquisas policiales, el cerco cada vez más estrecho, la detención de un sospechoso de apariencia normal, alguien de quien nadie había sospechado; y el sobresalto de la realidad me devuelve quince años atrás, a las tardes ociosas e idílicas y casi a las sensaciones transferidas desde las páginas de Plenilunio, aquella novela de Antonio Muñoz Molina.
Leo en los medios, con una mezcla intraducible de curiosidad y de pereza, mientras me tomo el café cortado que señala el ecuador de las clases, las últimas noticias sobre los rigores del Ébola en los países de origen y el contagio de una enfermera en los Estados Unidos y de otra enfermera en España, el pánico en los rostros del vecindario, la tendencia a culpabilizar a la paciente que permanece aislada en una planta de hospital; y el rigor de los acontecimientos y la insensatez secular de los gestores husmea en el itinerario de antiguas lecturas y me trae la imagen de un ejemplar de Ensayo sobre la ceguera, mi primer encuentro con Saramago, y antes aún, en el otoño de 1987, la precisión marmórea y los últimos renglones de La peste, de Albert Camus.
Comentan los tertulianos del mediodía televisivo, mientras ingenio cualquier exquisitez con las reservas del frigorífico y el apoyo indispensable de la despensa, el avance meteórico que los sondeos de intención de voto vaticinan para una formación que se sirve de la palabra "casta" para agrupar a los políticos de oficio, esos que hoy andan de boca en boca, de juzgado en juzgado, de celda en celda, y esos otros a los que no identificamos porque todavía los cubre el nivel de la mierda; y en el fragor de la tertulia, harto de actualidades sin talento, no puedo menos que reconciliar mis horas con el volumen de la primera edición de Escuela de mandarines, el universo de palabras de Miguel Espinosa.
A menudo la verdad del mundo es sórdida y mezquina y transpira la podredumbre que solo el ser humano genera. En cambio, la verdad de la literatura, de la buena literatura, se eleva sobre nuestras peores pesadillas, nos acompaña en un letargo benéfico y, cuando se sabe necesaria, reaparece y nos consuela, nos salva de nosotros mismos.

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