jueves, 25 de febrero de 2016

Doy la vuelta a mis bolsillos y caen algunas cosas, calderilla del pensamiento o garabatos sin porvenir que no sé ni cuánto tiempo llevarán ahí, escondidos, al acecho:

¡Cuántas cosas que hacemos por amor se convierten, más tarde, en un lastre para ese mismo amor!

"Dante es uno de los precursores de la dolce vita, que es el género que se llevaba por entonces en esa época" (de un examen de Selectividad corregido en 2015).

De joven, solo una cosa me aterrorizaba más que perder el tiempo: desperdiciarlo.

Día tras día,
el sol se tensa en arco
para bastarse.

El dulce vértigo de las decisiones drásticas, definitivas.

"En el rostro del tiempo permanece
una sonrisa, aún, de gratitud" (Joan Margarit).

Hasta que los sorprendió -era inevitable- el ocioso cáncer de las comparaciones.

"Las novelas cuentan lo que ni la Historia ni el Periodismo pueden contar" (Juan Gabriel Vasques).

No concibo el final y no lo admito.
Cada pieza del puzle de la vida
encontrará el lugar de su certeza
y en él la llave del amor, su triunfo.

"[...] y que nunca sabré cuál de mis caras
escogerás un día al recordarme" (Joan Margarit).

lunes, 8 de febrero de 2016

Cualquier tarde de la semana pasada, mirando libros en un bazar moderno, se me ocurrió que, hace años, cuando adquiría títulos que primero colmaban los estantes de la casa y luego se amontonaban en cajas de cartón según criterios volubles, lo que de verdad buscaba en ellos, en los libros, era invertir en idílicos futuros de inteligencia y reflexión, en horas sucesivas de crecimiento y placer, en jornadas enteras de laboriosa quietud y de soledad conmigo. La paradoja es que hoy vivo en ese porvenir que entonces imaginaba y muchos de aquellos libros dejaron de interesarme o ya no están al alcance de mi mano, o el discurso del tiempo me ha enredado poco a poco con quehaceres triviales, con poderosas excusas.
No, apenas leo. Empiezo varios libros y concluyo muy pocos, o negocian su tregua interminable por un capítulo intermedio, o son tan sugerentes que decido aplazarlos para cuando sepa despacharlos con un mínimo de continuidad: este es, al cabo, el modesto paraíso que todavía se tolera mi fe.