sábado, 25 de octubre de 2014

EL POZO DE ONETTI

"Una mujer quedará cerrada eternamente para uno, a pesar de todo, si uno no la poseyó con espíritu de forzador".
"A veces me parece que es un ser perfecto y me intimida".
"Huxley era un cerebro que vivía separado del cuerpo".
"el surrealismo es retórica".
"[...] el sarampión antiburgués de la adolescencia".
"Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene".
Libreta de citas, febrero 87

lunes, 20 de octubre de 2014

GENTE QUE SE ALEJA

Alguien vino a decirme que nuestras vidas son como un viaje en tren, pero un tren de los de antaño, con pequeños compartimentos y pasillos transitados. Tú miras el paisaje que huye tras la ventana mientras los diversos tipos humanos suben, se acomodan ahí enfrente y dormitan, o bien leen una novela en cuyo título querrás averiguar su verdad profunda y su destino, o te observan con el impúdico recelo de los recién llegados, o emprenden una conversación que poco a poco se convertirá en el monólogo extraordinario de toda su existencia; luego hacen un gesto impostado, se apresuran a recoger sus paraguas, sus abrigos, sus maletas de mano, y sin pronunciar un triste adiós desaparecen de tu vista y de tu mundo, cambian de vagón o se apean definitivamente. De ellos solo queda en ti su imagen escurridiza, la invención perdurable de un recuerdo que gime en soledad.
En los últimos meses he visto alejarse tanta gente -febriles colegas, maestros y discípulos, asiduos contertulios de café vespertino, cómplices en el afán de las palabras, convidados al calor de la casa y la prodigalidad de la mesa, amistades que mi fe de entonces juzgó verdaderas- que ya no sé si quien continúa en su compartimento y mira el paisaje que huye tras la ventana soy todavía yo o es otro que ocupó mi sitio cuando salí a tomar el aire, a fumar un cigarrillo, y fui yo quien no supo o no quiso recuperar su abrigo, su paraguas, su maleta de mano, el hilo extraordinario de aquel monólogo.
Proclive a los balances, a la impunidad de los saldos, a menudo me pregunto cuántos adioses en bocas ajenas vagarán por el purgatorio de las distancias, cuántos se habrán ido marchitando en el borde orgulloso de mis propios labios.

sábado, 11 de octubre de 2014

LIBRETA DE CITAS

No, no se trata de un secretísimo censo de animación promiscua, al modo del que antaño esgrimían los mujeriegos compulsivos y aquellos aprendices de seductor que mi adolescencia idolatraba. De lo que hablo es de un relicario intelectual (por así decirlo) que dormita no en una, sino en dos libretas en las que fui anotando aplicadamente, mes a mes, entre 1987 y 1991, con la caligrafía esforzada que imprimimos a los empeños de juventud, todas mis lecturas de entonces y el caudal respectivo de frases y fragmentos que me parecían memorables, dignos de ser citados. En la primera, de pasta verde, volqué hasta ochenta títulos; en la segunda, de pasta amarilla, que quedó interrumpida, sesenta y seis. Eran los dorados tiempos de la universidad, cuando las horas ociosas se saciaban de libros ajenos y de versos propios, de ensoñaciones soberanas y de futuros perfectos. Me atraía el decir sentencioso, la agudeza de un símil o de una paradoja, la palabra exacta puesta al servicio de la inteligencia. Releo aquellas citas, hoy descontextualizadas, y en muchas no alcanzo su razón o su atractivo, o bien mi edad las reinterpreta con cierto sonrojo, como si quien las subrayaba al hilo de la lectura y luego las transcribía a modo de inventario fuese alguien que no sabría reconocerse en quien he venido a ser. Abro al azar y me ilumina la certeza próxima de Borges, uno de sus cuentos, anotado en agosto del 88: "Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es".

domingo, 5 de octubre de 2014

LA ESPERA

Habían ido desapareciendo durante la primera quincena de septiembre, aferrados a sus pesadísimas maletas, nerviosos con la inminencia de una travesía que en aquel entonces duraba jornada y media entre vagones y trasbordos y horas muertas, rehenes de ese vértigo sin medida que se ceba en los humildes cuando se ven forzados a cruzar fronteras.
Aquí solo quedaban los más viejos y los más niños, y también alguna familia extraviada que este año no encontró patrón o que regentaba su pequeño negocio, de modo que las callejuelas se convertían en espacios fantasmales donde al caer la tarde apenas se escuchaban esporádicos pasos misteriosos, intrigantes voces que susurran, el aporreo persistente de una puerta; o el ladrido nocturno de los perros.
A su llegada, los vendimiadores mandaban una carta de caligrafía penosa que informaba de los cuatro tópicos -los rigores del viaje, el sol y la lluvia, las añoranzas-, y tan solo los más osados y cosmopolitas se atrevían a concertar una conferencia telefónica en el locutorio del pueblo. Narbona, Florensac, Pézenas, Montblanc, Béziers o Sainthibery eran para nosotros nombres míticos, lugares referidos que coloreaban el mapa de la emigración estacional y prometían el desahogo de muchas familias.
Ahora, vencido san Miguel, se anunciaba el retorno jubiloso de los primeros grupos. Pero no había manera de saber con certeza qué día ni a qué hora, si en el autobús de la mañana o en el de la noche o en el intempestivo taxi de la madrugada. Así que cada atardecer, por si sí o por si no, con lluvia o sin ella, caminaba con mi madre hasta el punto de venta de billetes y me sentaba en el banco de una sala escueta a esperar, nunca se aseguraba por cuánto tiempo, compartiendo la desidia con otros vecinos que aguardaban a los suyos lo mismo que nosotros, conversando entre suspiros fúnebres, tolerando la tos endémica de los fumadores.
Casi siempre regresábamos tristes, doblegados por la evidencia, sumidos en un silencio apático. Pero hubo alguna vez en que se insinuó el rostro al otro lado de la ventanilla y era él, el padre o el tío o el abuelo; sucedía el abrazo y el chasquido de besos, y luego caminábamos todos juntos calle arriba, tirando de las mismas maletas pesadísimas, con una punzada de alivio, como si también los que esperábamos estuviéramos volviendo.