lunes, 28 de noviembre de 2011

BRUTAL

Es un adjetivo que venía oyendo con frecuencia creciente en los ámbitos de la cotidianeidad, aplicado a menudo a cosas y situaciones que no transigen con el sentido primigenio del vocablo, pero que uno admite y consiente a pesar de todo, especie de superlativo que se pliega a cualquier objeto y cuya contundencia fija sin fisuras la apreciación subjetiva del interlocutor. Lo que no me esperaba era escucharlo en boca de periodistas y de otras gentes formadas para dirigirse a un público, y ello fue durante la emisión de los debates televisivos que amenizaron el recuento de votos en la noche electoral: parece ser que ya en las encuestas a pie de urna se vislumbraba el resultado "brutal" de los comicios, "brutalidad" que luego confirmaron los datos. Me acordé entonces de los dardos agudísimos que lanzaba en sus columnas don Fernando Lázaro Carreter, aquel lingüista y académico, pero sobre todo aquel profesor, que con su elegancia pedagógica interceptó y denunció los malos hábitos y el mal ejemplo de quienes se suben al micrófono y dicen sin saber. Aquella labor resultó tan encomiable como inútil: basta escuchar una retransmisión deportiva cualquiera, por radio o por televisión, para entender que todo sigue en el mismo sitio, si no peor; y las previsiones de futuro, lo escribo a pie de aula, son todavía más "brutales".

jueves, 24 de noviembre de 2011

DEMOCRACIA

Me reencuentro con E. M. Cioran (y con su ensayo Contra la historia) mientras paso esta tarde las hojas mustias de aquellos cuadernos míos, de lecturas y de citas, que conservo desde la época universitaria. Y, entre otras muchas que hablan de Tiempo, de Libertad, de Religión (verbigracia: "¿Qué hacía Dios mientras no hacía nada?, ¿en qué empleaba sus terribles ocios antes de la Creación?"), me ha sorprendido la lúcida actualidad de una frase que deseo suscribir aquí, esta tarde:
"Maravilla que no tiene ya nada que ofrecer, la democracia es, a la vez, el paraíso y la tumba de un pueblo".

domingo, 20 de noviembre de 2011

EL BESO Y LA TAZA

Sucedió en Madrid, julio el mes. Habíamos querido -fue la excusa perfecta- que nuestro fin de semana en la capital coincidiera con la toma pacífica de la Puerta del Sol por los indignados que marchaban desde toda España. Después de un sábado multitudinario y de su alud entrañable de consignas, para la tarde del domingo se preparaba la gran manifestación en las proximidades de Atocha. A mediodía nos sentamos a comer en una casa de comidas cuyos platos se ajustaban a la exigencia de nuestros paladares y también a nuestro bolsillo. Estaba completo, así que hubo que esperar un rato. Mientras llegaban los manjares estuve hojeando la edición antigua de El rojo y el negro que acababa de comprar en un puesto de la cuesta Moyano. De repente se oyó un golpe y luego un grito casi inmediato dentro del local, en la sala contigua. Le siguió un pequeño alboroto de voces, y todos los comensales nos miramos con la sorpresa paralizada en los rostros. Me levanté y miré y escuché a una camarera: el hombre mayor, ese al que un joven retiene junto a la puerta, le ha tirado una taza a aquel chico que permanece en su silla, atendido por otro que le tapona con la servilleta la brecha abierta en su frente; desde los cuatro metros que nos separan se aprecia el escándalo de la sangre. Volví a mi sitio y relaté el resto: según parece, al hombre mayor que acababa de pedir café (junto a su mujer y a una hija treintañera) le molestó que a dos muchachos varones de la mesa de al lado se les ocurriera darse un beso, así que les lanzó lo que tenía más a mano. Ahora uno de los tres amigos le impide marchar, a la espera de que llegue la policía. Cabe añadir que tanto el agredido como el que le tapa la brecha y el que retiene al agresor poseen cuerpos de gimnasio, perfectamente musculados, pero no hacen ningún ademán de disputa, ni siquiera verbal, frente a las previsibles barbaridades de razón política que escupe por su boca el hombre de la taza. Finalmente llega una ambulancia y llegan los agentes, que toman nota de lo sucedido y se lo llevan en el furgón, rumbo a la comisaría.
Me he despertado pensando en el beso y en la taza, y he constatado que por desgracia aún hay en este país miles de individuos que arrojarían su taza hirviendo contra un beso, sea del género que sea. Y sé que esos energúmenos, cuando hoy introduzcan su invariable papeleta en una urna, estarán legitimando la taza y proscribiendo el beso, aparte de otras muchas causas excluyentes cuya sola mención me provoca urticaria. Aunque mi desengaño y mi indignación no tenían muy claro si votar o no, acabo de decidir que sí, que ahora mismo me voy al colegio electoral y que me decantaré simbólicamente contra la taza de aquel domingo de julio en Madrid. Y a favor del beso, por supuesto.

sábado, 19 de noviembre de 2011

LOS ANIVERSARIOS

Conforme pasa la vida, la vida que nos resta se va poblando de fechas que preservamos a toda costa del olvido, de números de calendario que nos empeñamos en honrar de año en año, marcados con trazo grueso en el devenir cíclico de las emociones más privadas. Son esas cifras que solemos admitir como definitivas porque apuntalan los pasos firmes o errabundos de nuestra identidad presente, las mismas fechas que nos reconcilian poco a poco con los azares cuyos hilos tejieron sin cálculo nuestro pasado, aquellas que prestaron su luz a momentos de vida que -ahora lo sabemos- significan mucho más de lo que entonces prometían. Y si hoy las celebramos es para conmemorar la verdad de su ayer, y, quién sabe, también para justificarnos, en ellas y con ellas, frente a la incertidumbre de cualquier mañana.

martes, 15 de noviembre de 2011

ELIMINAR CONTACTOS

Creo que fue en diciembre de 2004 cuando sucumbí a la llamada del correo electrónico y solicité una cuenta con una dirección que todavía conservo. Pese a mi reticencia natural -nunca supe integrarme con rapidez en la órbita de determinados progresos, llámese conducir mi propio coche o escribir poemas en una pantalla de ordenador o llevar un teléfono en el bolsillo-, sería necio no admitir la utilidad objetiva de este medio, las innumerables ventajas, las maravillosas facilidades que indiscutiblemente me ha regalado una herramienta cuyo mérito mayor es la inmediatez. Si al principio me pudo la obsesión, esa especie de euforia incontenible que me obligaba a mirar y a volver a mirar si se había ejecutado el milagro, es verdad que poco a poco todo aquello fue derivando hacia una tranquila indiferencia, hoy solo atemperada por un resto saludable del hábito de entonces: recibo un número ridículo de mensajes personales y envío aún menos de los que recibo.
Ayer se me ocurrió abrir mi carpeta de contactos y revisar uno a uno los 97 que guardaba; de algunos había olvidado hasta la identidad de quien pudiera estar detrás, de otros muchos atisbé apenas la vaga intención comunicativa que los pudo haber depositado ahí, de la mayor parte me sorprendió que hiciera ya tantos años que ni los había usado yo ni se habían asomado ellos a la paciencia de mi bandeja de entrada. Urgido por un resorte que no sé si llamar "impulso depurativo", señalé unos veinticinco y pinché en eliminar, luego quince más y pinché en eliminar, después diez, y otros diez, y alguno más que se resistía a cualquier criterio, y pinché en eliminar... Al fin comprobé que salvaba 29, una cifra sin redondez ni encanto. Siento que todavía sobra la mitad de 30.

viernes, 11 de noviembre de 2011

EL CULO DEL PODER

Tanto ellas como ellos son jóvenes de aspecto sano y de buena presencia. Seguramente acuden con sus libros a las facultades o aguardan su primer contrato de trabajo mileurista o ya medran su destino en los pasillos y despachos de la organización. A menudo, atendiendo o no a la vehemencia del líder cuyo rostro no ven -salvo que se vuelva un instante para propiciar la complicidad unánime-, despliegan una sonrisa inteligente o bobalicona o neutra que en cualquier caso pretende ser simpática, como si a cada uno de los miembros de este escaparate selecto les importara mucho convencer a la cámara de su pertenencia satisfecha y de su lealtad sin fisuras; pero una sonrisa que sin embargo se torna penosamente artificial y definitivamente impostada cuanto más se repite en la pantalla del televisor, sobre todo si es acompañada de ese impúdico cabeceo cuyos síes sucesivos son marca del adepto y reino de la estulticia. No importa cuál sea la sigla y el emblema que los convierte a su fe, ni tampoco las raíces ideológicas ni el itinerario que los ha traído hasta ese estrado: unos se llamarán de derechas y otros de izquierdas, e incluso habrá quienes no sepan ubicarse sino en ese limbo indefinido que se sitúa a medio camino. Da igual, están ahí, detrás siempre del orador, llenando el espacio turbio de la retaguardia con su sana juventud y su dentífrica sonrisa, conminándonos a ser tan guapos y felices como solo pueden serlo ellos. Siempre estuvieron ahí y siempre lo estarán. No les basta mirarlo: son el culo del poder.

jueves, 10 de noviembre de 2011

AL BORDE...

"De pronto era un hombre sin ambiciones. Y, al perder mis ambiciones, me encontré de golpe al margen del mundo. Peor aún: no tenía ningunas ganas de encontrarme en otra parte. Tanto más cuanto que no me sentía amenazado por la miseria. Pero, si no tienes ambiciones, si no te sientes ávido de éxitos, de reconocimiento, te instalas al borde del abismo. Me instalé allí, es cierto, con todas las comodidades. Aun así, me instalé al borde del abismo".

La identidad, Milan Kundera

lunes, 7 de noviembre de 2011

LA RAZÓN DE LA SINRAZÓN

Leo en una hoja de periódico atrasado que el historiador Fernando Prado está decidido a dar con los huesos (con lo que quede de ellos) del insigne Miguel de Cervantes Saavedra, sepultado en el año de 1616 en algún lugar del convento de las Trinitarias de Madrid. Está previsto que el proyecto de búsqueda dure unos dos meses y que alcance un coste aproximado de 100.000 euros, pues aparte de la cuadrilla de operarios habrá que echar mano de un moderno georradar para que se rastreen los muros y el suelo.

Objetivamente, me parece una empresa más propia de arqueólogo que de historiador, si bien es cierto que tanto el uno como el otro acaban alimentando su ciencia con los despojos del pasado, en este caso con los restos de un grande de la literatura que ni sabe ni entiende la razón de la sinrazón que ampara este empeño, ni puede protestar que lo dejen tranquilo en la paz de su criadero de malvas. Me pregunto si vale la pena remover la tierra tranquila de los muertos cuando no existe una causa ética justificada. Me pregunto de qué nos sirve a los hombres y mujeres de hoy o de mañana conocer el lugar exacto de un cuerpo que murió cinco siglos atrás. Me pregunto qué número de criaturas de ojos limpios aliviarían su hambre y su sed durante todo un año si contaran con la gestión óptima de un donativo de 100.000 euros.

sábado, 5 de noviembre de 2011

SUSANA Y LA LENTITUD

El otro día se cruzó en mi camino Susana (1938), una novela corta, de Baroja, escrita en París durante la guerra civil española. Me dejé llevar por la brevedad de los capítulos, abandonándome a una lectura ligera, casi purgativa, sin mayores pretensiones que alcanzar su final previsible en tres o cuatro acostadas de sofá. Casi sin transición, inspirado por el antiguo propósito de despacharme toda la ficción de Kundera que aún me queda pendiente, busqué y hallé un texto también breve cuyo título, La lentitud (1994), siempre llamó mi atención por tratarse del autor checo. Los dos libros los tomé al azar, en dos arranques consecutivos y próximos, pero sin que mediara en ningún caso una verdadera voluntad, sino más bien movido por el descarte de otros volúmenes de mayor ambición y alcance en la historia de la literatura; en efecto, la una y la otra son obras menores, livianas, que he leído con la sensación creciente de que podrían haber dado mucho más de sí.
La curiosidad que quiero significar es que, conforme leía la segunda, se fue solapando en mi pensamiento una pequeña extravagancia de la primera, de modo que en ambas ha querido imponerse -extraña casualidad, conexión chocante- un cierto discurso o referencia lateral a las moscas, ese molesto animalillo. Si Pío Baroja habilita un personaje obsesionado con inventar un aparato que acabe de una vez para siempre con estos insectos y que apela con sus peculiares guiños humorísticos a una supuesta sociedad de cazadores de moscas, Milan Kundera sitúa la acción de su relato en un castillo convertido en hotel donde se celebra un congreso de entomólogos, uno de los cuales viene a presentar y no presenta una especie desconocida de mosca que él había descubierto y bautizado como Musca Pragensis.
Lo que antes me pareció un azar reseñable, noto ahora, mientras lo releo ya trasladado a mis palabras, que tal vez ha perdido su consistencia originaria. Pero ahí queda.

jueves, 3 de noviembre de 2011

VUELTAS DE TUERCA (y 2)

De acuerdo, admito que sí: hace más el que quiere que el que puede; sin embargo, no me cabe duda de que en innumerables ocasiones quiere más el que puede que el que hace por querer, lo cual condiciona no solo nuestras querencias sino también nuestras posibilidades de éxito.
Pero, por encima de toda variación, sostengo, como principio definitivo, que puede más el que hace que el que quiere.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

VUELTAS DE TUERCA (1)

Detrás de un gran hombre siempre suele haber una pared; delante, una espada.

El hombre no viene del mono: regresa progresivamente a su encuentro.

El hombre es un hombre para el lobo.

martes, 1 de noviembre de 2011

LA DESPEDIDA

Ese día bajábamos al cementerio en pandilla, adelantando con el ansia viva de nuestra impaciencia a los grupos de mujeres oscuras que cargaban con los tiestos de flores para sus muertos. El aire festivo iba adquiriendo sensaciones sombrías, de una gravedad casi adulta, mientras dejábamos atrás esa gran puerta de barrotes de hierro y nos fundíamos con el olor funerario de los cirios y con la tristeza infinita de los ramos. Nos perdíamos en el laberinto de callejuelas curioseando de nicho en nicho, penetrando en el misterio de cada lápida, de cada nombre, descifrando el paréntesis entre dos fechas definitivas, tratando de averiguar el rostro del enterrado en una fotografía que de repente se mostraba más antigua que el mundo. Una fijación mórbida se apoderaba de nosotros si advertíamos la imagen pura de un joven, de un niño, de un bebé, porque en aquel tiempo creíamos aún, desde la insolencia de la edad, que la muerte se asomaba solamente a los ojos hundidos de los viejos.
Ese mismo día pudo venir conmigo al cementerio aquel primo con quien soñé por última vez la semana pasada, aquel de quien me despedí una tarde de domingo sin sospechar que me despedía para siempre, aquel que se despidió en los salones de mi boda sin sospechar que se despedía para siempre. El 4 de diciembre próximo se cumplirán diecisiete años.