sábado, 31 de enero de 2009

ESTA NOCHE

Esta noche que habito está cargada, henchida, de los ecos de otras noches que ya creía disueltas en las aguas calmas del olvido.
Durante algunos años de aquella juventud remota frecuenté los tugurios de la ciudad con una vocación transgresora tal vez impostada, tal vez proclive a la promesa de unos excesos que en el fondo detestaba. Pero era lo que había que hacer, era mi hora de ser el hombre que se busca a deshoras en el alcohol y en el humo y en la luz tenue de tiniebla, y un instinto de anticipación me convencía de que todo lo que mis sentidos no alcanzaran entonces quedaría para siempre en el limbo de lo no sucedido, seguro pasto de ese arrepentimiento sutil que nos avasalla cuando los lustros pasan, y pasan las décadas, y la perspectiva del camino andado va dibujando a nuestra espalda sombras habitadas por fantasmas. Mejor dolerme de lo que fue, de lo que hice, de lo que mañana pueda recordar porque tiene nombre y formas y es materia tangible, que cargar con la nostalgia ilimitada de lo que estuvo a punto de ser o pudo haber sido -me decía, poseído por la euforia de los instantes inmortales.
Hoy, esta noche, intruso ocasional de uno de aquellos antros que agotaron muchas noches de mi juventud lejana, me ha inspirado la certeza del retorno y me ha sorprendido la imagen de mí mismo acodado en aquella barra de hace veinte o veinticinco años, abrazado a una mujer que nunca me abrazó y besando unos labios que nunca me besaron. Sólo entonces he mirado el reloj para recordar que ya es tarde, que mi tiempo es otro, que todas las noches se alimentan de la misma, y sólo existe ésta.

martes, 20 de enero de 2009

INCLUSO

No
hay
nada
tan
importante
que
no
pueda
dejar
de
serlo.

Incluso lo que ahora estás pensando.
Incluso eso, sí.

miércoles, 7 de enero de 2009

LA EDAD DE PAVESE

Me impregné de Cesare Pavese en aquellos meses de 1993 en que una beca inconsciente me llevó a Turín. Toda la ciudad remitía a la enigmática presencia de este autor del que todo el mundo hablaba (me refiero al mundo académico que frecuenté), pero del que yo no había leído nada. Fue después, a mi regreso, cuando accedí a sus relatos y novelas, que siempre me han dejado un halo de tristeza difícil de cuantificar. Sus poesías completas (editadas erráticamente por Visor) he de reconocer que nunca me dijeron gran cosa, y sólo algunos atisbos en versos sueltos que trascienden el forzado hermetismo de su lírica. Pero la gran revelación me llegó entre las tapas de sus diarios, El oficio de vivir, un volumen que recoge sus últimos quince años, desde 1935 hasta 1950. Inmediatamente se convirtió para mí en un libro de referencia, subrayado a varios colores y susceptible de sucesivas relecturas sin fin, y emparentado con otros de la estirpe del dietario de Kafka o del Libro del desasosiego de Pessoa, ahí es nada. La peripecia vital íntima de Cesare Pavese está grabada a sangre en este documento de la soledad humana, soledad que poco a poco fue derivando hacia la desesperación y el suicidio como desenlace previsible, inevitable. Pavese se enamoró muchas veces y muchas veces sufrió el revés del rechazo, no es difícil rastrear una creciente misoginia en sus escritos y cartas privadas, quizás bajo el dominio de la impotencia o de una inclinación sexual mal asumida, confusa. Su primer golpe importante fue aquella mujer metida en política por la que es detenido y encarcelado, y que luego, a su regreso, halló que se había casado con uno de sus amigos. Años más tarde, ya novelista de fama e influencia, volvió a fracasar con una actriz norteamericana que lo abandonó; a ella le había dedicado el poemario Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
El 17 de agosto de 1950 Pavese salió de la casa de su hermana y su cuñado, con quienes vivía, y se hospedó en el Hotel Roma de Turín, y allí aguantó buscando alguna salida hasta la tarde del sábado 26, cuando se tragó dieciséis sobres de somnífero mezclados con algún veneno. Acababa de recibir el Premio Strega, entonces uno de los más meritorios de los concedidos en Italia, y, pues había nacido un 9 de septiembre, le faltaban tan sólo doce días para celebrar su 42 cumpleaños, exactamente los mismos días que hoy me faltan a mí para alcanzar esos años. Así que estoy en la crítica edad de Pavese, quién lo diría.