martes, 29 de abril de 2014

DE ELINA SANTOS, CON AMOR

Entro en mi cada vez más abúlico correo y me sorprende en la bandeja el insólito mensaje de la señorita Elina Santos, a quien no tengo el gusto de conocer. Mi imprudencia morbosa sacude la tecla sin calcular el riesgo de un contagio virulento que se apodere de todo el sistema. Ya es tarde para deshacer la acción: el texto salta a la pantalla y yo lo recorro de un vistazo, descreídamente, pero con una ráfaga creciente de interés malsano, tratando de imaginar e interceptar los secretos derroteros de esta nueva versión del timo de la estampita. Recorto y pego, y luego me apresuro a eliminar de mi bandeja, temeroso de cualquier rastro.  

El más estimado,
Es para mí un placer ponernos en contacto con usted para una empresa que tengo la intención de establecer en su país, aunque no me he reunido con usted antes, pero creo que uno tiene al riesgo, confiar en alguien para tener éxito a veces en la vida.
Hay esta enorme cantidad de dinero Trece millones quinientos mil Dólares de los Estados Unidos). USD ($ 13.500,000,00) que he heredado de mi difunto padre, en un banco local aquí en Costa de Marfil antes de que él fue asesinado por personas desconocidas.
Ahora me decidí a invertir este dinero en su país o en cualquier lugar suficientemente seguro fuera de África con fines de seguridad. Quiero que me ayudan a la transferencia de este fondo en su país con fines de inversión. Si puede ser de una ayuda a mi se complace en ofrecerle el 20% del total de fondos.
Gracias y que Dios los bendiga.
Con amor,
Srta. Elina Santos.

lunes, 28 de abril de 2014

LISA SIMPSON

Hace poco, entre cucharada y cucharada, en un capítulo restituido de Los Simpson, los personajes de la serie se sumergieron en el delicado asunto de la enseñanza de la religión –de cualquier religión– en las escuelas públicas de un país que se dice democrático y aboga por la libertad de credos; y una vez más el contrastado talento de los guionistas tensó el hilo y resolvió la causa de modo irreprochable, sirviéndose apenas de esa virtud que hasta no ha mucho entendíamos por sentido común. Se manifestaron dos posturas universales, antagónicas –la Evolucionista y la Creacionista–, y en el seno del debate la una llevó a la otra ante un tribunal de justicia tan patético como verosímil. Salvando esos pormenores hipercríticos que oscilan entre el humorismo y el cinismo y que suelen garantizar el tono y la empatía del espectador fiel, recuerdo que al final, dirigiéndose educadamente a su educadísimo y devotísimo vecinito Ned Flanders, la incansable Lisa Simpson –remedo de una Mafalda que la contracultura anglosajona ha adoptado como propia– le replica muy digna, con estas o con similares palabras: "Respeto tu fe porque sé que es muy importante para ti; pero lo mismo que en tu iglesia no se tolera la palabra de un científico, tampoco la escuela pública debe admitir los argumentos de esa religión tuya". Y se marchan juntos a merendar.

viernes, 25 de abril de 2014

HELENA Y LOS CLAVELES

Tal día como hoy, hace cuarenta, las fuerzas militares emprendieron una revolución paradójica e insólita rebelándose contra la dictadura salazarista que oprimía a su pueblo, el pueblo de Portugal, nada menos que desde 1926. En uno de esos instantes que solo ilumina el destino, en una plaza de Lisboa, la joven Celeste Caeiro se convirtió en inesperada protagonista de la Historia al repartir claveles entre los soldados. Ellos los lucieron con orgullo, los adoptaron como símbolo de la libertad recobrada y de la comunión entre los portugueses y su ejército, y de ese gesto impremeditado, de ese entrañable capricho de la voluntad o del azar, surgió y se impuso ante todos el poético título de Revolución de los Claveles.
Y tal día como hoy, hace dieciséis, a eso de las diez y veinte de una noche de sábado, nació Helena, mi Helena.

jueves, 24 de abril de 2014

MARATÓN DE PRINCIPIOS

Hubiera sido un golpe de efecto prohibido a la mala literatura -pero verosímilmente legitimado por las tozudas leyes de la casualidad- que al patriarca universal de las letras, Gabriel García Márquez, se le acabaran los días de la vida el mismísimo día y mes en que dieron la suya, según se certifica con pequeños matices sin importancia, los inmortales William Shakespeare y Miguel de Cervantes. No fue así, sino que el colombiano se anticipó lo justo para no coincidir con la silenciosa noche de fastos procesionales que rige el calendario cristiano y para alcanzar a la fiesta anual del Libro ya convertido en cenizas, definitivamente alejado de los oropeles y las multitudes de una celebridad que siempre contempló con complacida distancia. Gracias por tantas páginas, por tanta luz.
En cuanto a mí, ayer me quedé en la casa con el propósito exclusivo, alentado por el insomnio de madrugada, de releer el primer capítulo, y solo el primero, de una docena o más de novelas que significaron mucho o que aún significan algo en mi particular periplo como lector de novelas, sin otro criterio que el placer de principiarlas al azar, huyendo de cualquier atisbo de perversidad canónica, con vocación aleatoria, sabiendo que me faltan algunas, sin plan. Así, fueron pasando por mis manos El Quijote, El Lazarillo y La Regenta, El extranjero, Madame Bovary, La muerte en Venecia y Crimen y castigo, El túnel, El invierno en Lisboa, Rayuela, Escuela de mandarines y Juegos de la edad tardía, Memorial del convento y El año de la muerte de Ricardo Reis y La caverna, El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada y Cien años de soledad. En todas recaudé algo nuevo, algún mensaje dirigido a mí, un pensamiento o una pirueta emocional que había olvidado o que no supe ver o interpretar las otras veces.

martes, 22 de abril de 2014

BANDO DE LA HUERTA

Hay un día en que la ciudad conmemora sus raíces, un día en que oleadas de lugareños y forasteros inundan sus calles y abarrotan sus parques uniformados bajo el disfraz moderno de los antiguos atavíos. Ese día, auspiciado por las autoridades y bendecido por altos valores incuestionables como la identidad y la pertenencia, los locales de ocio sacan a la puerta sus barras y sus estrépitos de lo que llaman música, y el común de la ciudadanía deambula de la mañana a la noche, comiendo y bebiendo sin tasa de las longanizas y los chorizos y las morcillas y otras suculencias de la región que almacenan en sus carritos del Carrefour o del Eroski. Ese día casi todo está permitido, casi todo se legitima y se ensalza, desde la producción de toneladas de basura que ya vendrán a recoger los escuadrones de la limpieza a la consagración de cualquier rincón en meadero público durante toda la jornada. Ese día los más niños aprenden de la liberalidad contagiosa de sus padres, y ese día, también, decenas de adolescentes emancipados para la causa de la fiesta, jóvenes imberbes que nunca se habrán subido a un árbol ni sabrán distinguir una era de un bancal, colapsarán los servicios de urgencias de los hospitales con la fe suprema de su bautismo identitario. Ese día es hoy.

martes, 15 de abril de 2014

DEPENDENCIA DIGITAL

Pocas cosas me exasperan más que el que cualquiera de mis hijos, rehenes de ese victimismo tribal que a menudo acusa la edad adolescente, venga a decirme que se aburre. Me aburro, papá…, y al pronunciarlo para mí apenas se percata de que el dardo de su aburrimiento, su formulación expresa, se clava con todo su veneno en la conciencia protectora del vocativo, que soy yo. Cómo es posible que te aburras, y qué culpa tengo yo. Aburrirse, para ellos, se traduce en un estado transitorio de intolerable quietud, en un paréntesis de inacción forzosa, en una quiebra de la expectativa inmediata, en un atisbo de orfandad que hoy por hoy solo acallan con éxito esas maquinitas del demonio que colman el mapamundi de sus dependencias. Tantos libros por leer, tantas películas por ver, tantas canciones por escuchar, tanto que aprender y tanto que disfrutar, tantos proyectos aguardando la hora dulce de su imaginación, tanta energía para sentir o para pensar o para no hacer absolutamente nada, y sin embargo ahí está la moderna fiebre del aburrimiento, y ahí están para anestesiarla esos monstruos digitales, se apropian de su voluntad y de sus dedos y de muchas cosas más, ya casi son indisociables de la palma de esa mano que consultan a cada instante para no aburrirse, para existir en el mundo global y virtual con el que han nacido, y cuyos efectos sobre su sistema nervioso y sobre sus neuronas ya circulan fatalmente por la sangre de las generaciones futuras.

lunes, 14 de abril de 2014

UN ANÓNIMO

Con ese acento intempestivo en que zozobran las respuestas retardadas, hoy me sorprende el comentario a una entrada tan antigua que casi la había olvidado, pues la escribí y la colgué en junio de 2008 bajo el título Borges y el otro. El circunstancial comentarista, con la desmañada pero inequívoca inquina de ciertos mensajes anónimos (eso deduzco de su hilaridad onomatopéyica), viene a reprochar la “floritura y pedantería” de mis argumentos, y a su manera concluye que podría decirlo de otro modo y hubiera quedado “igual de mono”.
En lo primero que he pensado al leerlo ha sido en aquel cuento, compilado por don Juan Manuel, que receta la anécdota del padre y del hijo que se subían o se bajaban del burro según la opinión de las gentes, resultando que no había forma de contentar a todos: en la vida como en la literatura, uno al fin tiene que intentar hacer lo que buenamente quiere o sabe o le dejan. Que todo puede ser dicho de otro modo es una obviedad afortunada; en efecto, es en el decir donde se vierten y advierten los matices que dan cuenta de un estilo propio o impostado, de una voz genuina o del eco torpe de otras voces. Uno escribe como escribe, a veces con regocijo íntimo y otras muy a pesar suyo, a veces para bien y otras paral mal, a ratos recaudando algún piropo o palmadita y otras provocando el bostezo y hasta el desencuentro de quien lee. En cuanto a lo de “floritura y pedantería”, ahí sí que me ha dado: admito que es en la afectación de estilo que ambas palabras denotan y denuncian donde más inseguro me siento cuando escribo, donde a menudo más se empantanan muchas de mis páginas, sobre todo las de ficción narrativa, sobre todo las que todavía no he sabido dar por concluidas y permanecen en el limbo incierto de los inéditos.
Firme defensor de las curas de humildad, de su terapia infalible y necesaria, en tal medida agradezco y canalizo el comentado comentario de este anónimo.

viernes, 11 de abril de 2014

MIGAJAS DE PERFECCIONISTA

Un diario íntimo lo hace la caligrafía. El color de la tinta, el trazo de la pluma, el tamaño de un cuaderno. El diario cuenta lo que no se puede o no se sabe contar en otra parte, y se vale de una trama dada: el día siguiente va a ocurrir. Ejercicio misántropo contra la pérdida de asombro, se corre al diario a revalidar las noticias personales, a ensayar el gusto, a falsear lecturas y viajes, a reencontrarse con la propia sombra o con los muertos venerados. El diario consigna las distracciones de un destino, lo vivido dos veces y las vocaciones vicarias. La cueva donde fingirse otro: Pessoa encomendando la escritura de su diario a uno de sus heterónimos; Wittgenstein regalando el desasosiego de una fortuna heredada. La contraseña del diario se calla en el blanco entre una frase y la siguiente. Sin una continuidad ostensible, cada oración conserva su incandescencia, su temperatura original. Diario: pereza que se niega a escribir lo otro, la obra. Migajas de perfeccionista. El diario íntimo como esténcil: el recorte de una figura, escena, rapto, la creación de un vacío al que se procederá a aplicar un color. Orilla limítrofe entre vida y literatura, iguala estilos y arriesga sabiendo que no será juzgada con la misma vara. En su estado edénico, no presupone fecha de entrega ni pie de imprenta. Un género tan amplio que es como decir novela (y una novela es entre otras cosas el diario de su avance). […]
Matías Serra Bradford

jueves, 10 de abril de 2014

UN TAL AVELLANEDA

Con el pulcro rigor del calendario -docto en ciclos contables y en eventuales efemérides-, este año se cumplen cuatrocientos desde que se editara en una imprenta de Tarragona una continuación del Quijote no escrita por el autorizado padre de la primera entrega, Miguel de Cervantes, sino por un tipo que dice ser de Tordesillas, un tal Avellaneda de quien hoy apenas sabemos que también ese apellido pudo ser impostado. Como presiento que no se harán grandes rememoraciones ni congresos en los saraos literarios al uso, he querido acordarme de este misterioso personaje y de su obra para insistir en el papel objetivamente providencial que su famoso plagio ejerció en el pulso narrativo y en la inventiva de Cervantes a partir del capítulo cincuenta y tantos de la segunda parte, al extremo de tener que reconocerle aquí su involuntario pero definitivo granito de arena en la suerte y la gloria del inmortal complutense. No negaré que es este un episodio de la historiografía literaria que desde muy temprano reclamó mi atención -tan atenta a las inescrutables líneas del azar-, sea en un breve artículo de impronta borgiana que titulé El plagio necesario, sea en “La víspera”, un cuento no menos breve incluido en La sonrisa del ahorcado que imagina el encuentro del mismo Avellaneda con un Cervantes que agoniza en su cama.  

martes, 8 de abril de 2014

POR SENDEROS IMPENSADOS

El destino nos lleva por senderos impensados. El día de ayer, todavía con el color de París en la retina, se me ocurrió despachar un texto de Julio Cortázar en que responde a las preguntas de una revista norteamericana y aprovecha para no dejar títere con cabeza, empezando por la propia revista y continuando con el neocolonialismo yanqui, que tan a menudo se disfraza de otras cosas para servir a la causa suprema del capitalismo, “triste paraíso de unos pocos a costa de un purgatorio cuando no de un infierno de millones y millones de desposeídos”. Más adelante ya sí habla de literatura, de su compromiso literario en el contexto latinoamericano del año 1969, de su visión desmitificadora del fenómeno bautizado como boom, de la libre y respetable versión cinematográfica que hiciera Michelangelo Antonioni de uno de sus cuentos (lo que a mí me descubre que casualmente tengo el DVD de Blow up en el estante y que nunca supe que hubiera surgido de Las babas del diablo y que esa película me apetece verla ya), del futuro de la novela (que por cierto le “importa tres pimientos; lo único importante es el futuro del hombre, con novelas o televisores o todavía inconcebibles tiras cómicas o perfumes”) y de su marginalidad sin ninguna pretensión de hacer carrera, actitud expresada en algún pasaje como este que no quisiera extraviar de mi modesto horizonte: “Un escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe y después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; solo los imbéciles pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones internacionales”. La tarde se fue apagando en un tórrido desguace de automóviles al que por primera vez en mi vida no tuve más remedio que acudir, en busca de un faro.

lunes, 7 de abril de 2014

NO HAY COMENTARIOS

Un suave giro de llave, un par de vueltas a la cerradura, una puerta que se abre desde fuera. Se recortan en el pasillo de la planta dos sombras humanas con sendas maletas de mano, e inmediatamente esos bultos se convierten en siluetas y luego en cuerpos sorprendidos de su reflejo en el recibidor de la entrada, solo unos segundos, solo un instante en el que caben el recelo y el inmediato reconocimiento tras una semana de ausencia. A estas horas de la noche la casa expide un silencio seco, distante, como si no esperase ya ninguna visita, ningún regreso. Las paredes y los muebles se han habituado a la soledad sucesiva de los días; se diría que existen orgullosamente detenidos en su misteriosa quietud de objetos y de cosas. Poco a poco los recién llegados iluminan cada cuarto, colonizan los espacios, escudriñan las huellas imposibles de su propia deserción, reconquistan los antiguos gestos para inventar de nuevo la dulce monotonía de las horas. Sobre la mesa del despacho continúa abierto, dibujando un ángulo de cuarenta y cinco grados, el ingenio al que el hombre se acerca, termina de abrir y activa con un certero golpe del índice en una de sus teclas. Hay entonces un momento de secreta expectativa, una especie de fe para la que no halla razón sensata y que muy pronto se diluye como un espejismo, mientras su rostro se da contra la sentencia impasible de la cifra roja que ameniza la pantalla: algo más de un centenar de visitas, calcula, a medio camino entre la gratitud y el desánimo y la resignación. Y añade: ¡pero ningún comentario!