domingo, 31 de diciembre de 2017

Simplemente el siete se desliza hacia el ocho, el XII romano regresa al I, el treinta y uno pide paso al uno para reiniciar el ciclo. Así ha sido desde que el homínido que evolucionó hacia homo sapiens se detuvo a observar el movimiento de los astros y aprendió a cifrar y a organizar la línea incesante del tiempo, los días sucesivos con sus noches, las aperturas y las clausuras, el reguero sin tregua de la Historia. Así será mientras el hombre y la mujer permanezcan, mientras no acaben de estropearlo del todo, no sabemos hasta cuándo ni cómo. Y después otra vez nada, nada por siempre jamás, hasta que a algún dios aburrido de tantas eternidades se le ocurra otro argumento, otro suspiro de inquietud, otra obra en la que entretener sus ocios.
Ah la sugestión de los dígitos...
Salud!

sábado, 30 de diciembre de 2017

No hay dietario que no se brinde con cierta periodicidad, a modo de pulso íntimo o de balance de cierre, la oportunidad de escribir sobre sí mismo. Al nuestro le es propicia la fecha de hoy, por ser el día que es y porque me pasé varias horas de la tarde terminando de volcar en un archivo los textos de todo el año, barriendo migajas sin trascendencia y uniformando lo que todavía tolero desde un criterio que ya se sueña de papel. Han sido, al cabo, más de trescientas notas o apuntes robadas al sueño o a la lectura, reflexiones de toda índole que casi había olvidado, arrebatos del ánimo y ocurrencias intrépidas y miserias cotidianas que ahora conviven en unos cien folios bien apretaditos. A falta de mejor cosecha -en este 2017 apenas dejo siete haykus, la mayoría irrelevantes, y cinco poemas, entre ellos el dedicado a mi hijo Federico; ningún relato que me convenza; ninguna novela definitivamente revisada-, la existencia tozuda de este diario abierto y su inmediatez pública se ha convertido en el amable envés de mis frustraciones creativas, un bonito sustituto de todo cuanto quiero y no puedo, asumida mi incapacidad para emprender y sostener objetivos más ambiciosos. Hoy me sé, si no orgulloso, sí al menos satisfecho.

viernes, 29 de diciembre de 2017

Alguien saldrá una tarde en busca de un obsequio para alguien, un obsequio premeditado o no, y al poco rato habrá entrado en una superficie comercial del centro y sopesará en sus manos dos o tres libros de cierto grosor, pensando acaso en los gustos del destinatario, y al final se irá con uno de ellos hacia la caja más próxima y dirá que sí, que se lo envuelva para regalo, por favor. Pero de regreso, por la calle, recordará que aunque se ha tomado la molestia de ir a buscarlo, en realidad lo han pagado entre dos para regalarlo a medias, y que no es corriente ofrecer un libro sin una mínima dedicatoria que inmortalice la ocasión. Así que, en presencia del socio comprador, despegará el papel con cuidado de no rasgarlo y en la primera página, con tinta azul y trazos ágiles, escribirá: "15-Enero-2004. Esperamos que te guste y que te recuerde a nosotros. Muchos besos y feliz cumpleaños. Te quieren". Debajo, las dos firmas ilegibles. Lo envolverá de nuevo y, no sabemos con cuánta celeridad o inminencia, llegará el 15 de enero de 2004 y con gran cordialidad se le hará entrega a alguien que ese día sumaba un año más a los que ya tenía.
El ejemplar de El mundo de ayer -Memorias de un europeo- (El Acantilado, 2003) lo hallé hace poco, impecable, expuesto en un rastrillo solidario para ser vendido por cuatro euros. Lo adquirí sin pensarlo, en parte por ayudar a la causa y en parte porque últimamente me interesan mucho ciertos diarios y ciertas autobiografías, máxime si se trata de un escritor de vida tan azarosa y muerte tan romántica como las de Stefan Zweig. Pero no vi las palabras premiliminares dibujadas a mano hasta varias horas más tarde, y fue entonces cuando me embargó un resto inaudito de melancolía: melancolía por la persona que casi catorce eneros atrás recibió el libro y quizás un par de abrazos y los besos, melancolía por ese alguien de quien todo lo ignoro, de quien nada sé, ni siquiera si lo leyó, ni siquiera si le gustó, ni siquiera si aún sigue en este mundo. Melancolía.

jueves, 28 de diciembre de 2017

El otro gran aprendizaje de la vida es la soledad. A unos les cuesta más que a otros, la toleran con más o menos gusto; pero todos llevamos, como una cicatriz que nos recuerda lo que somos, aquella rima de Bécquer que a esta hora se adhiere a mi ánimo: "¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!" 

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Desvelado, se incorpora de la cama y mira tras la ventana de una quinta planta. Su figura se insinúa en la oscuridad, silenciosa y lenta, como un espectro que masculla pretéritos, que trama soledades. El viento zarandea las ramas de las palmeras mientras sus troncos permanecen fijos, fieles a un destino que solo de tarde en tarde cede a la leve inclinación de su estructura vertical. Amaneció el día, la sombra se borró de la ventana, hace siglos y milenios que no existe la casa ni hay palmeras que mirar. 

martes, 26 de diciembre de 2017

Nació mi padre el 26 de diciembre del 38, a dos meses de que acabara la guerra, y le dieron de nombre Federico, como su abuelo materno.
En la década de los cuarenta fue a la escuela de don Antonio (con el que aprendió mucho) y a la de don Vicente (con el que no aprendió nada), y ya se le veía por los caminos de los cerros con tres o cuatro cabras o ayudando en las labores cíclicas de la huerta.
En la década de los cincuenta salía al alba hacia los picachos altos de la sierra, él solo, seguido de un burro que cargaba de haces de leña; trabajó sin edad en las noches eternas de una almazara del pueblo; sustituyó a su padre enfermo en el duro mes de la siega que se libraba en Albacete. Luego, la patria lo reclutó para el servicio militar y lo mandó a su destino en el norte de África, y allí permaneció sin tregua dieciséis meses.
En la década de los sesenta emigró a la campiña francesa, ribera del Herault, donde se estableció con mi madre tras casarse, y con los ahorros de tres años de jornadas a destajo regresaron a su origen, compraron vivienda, taberna y unas tierras, dieron vida a quien esto escribe.
En la década de los setenta les nació otra hija, emprendieron el negocio de la tienda de comestibles y bebidas, adquirieron otras tierras; consiguió mi padre su permiso de conducir, se dejó el bigote que ya no se ha quitado, compró una furgoneta verdeamarilla de la marca Renault cuya matrícula no olvido: MU7059K.
En la década de los ochenta lo golpeó el creciente desengaño de un hombre de la izquierda; poco a poco terminaron de construir la casa soñada, la que él mismo dibujara en un folio al que solo le faltaba la firma del arquitecto; con esfuerzo y orgullo costearon la carrera de su primogénito en la capital de la provincia.
En la década de los noventa visitó una Ceuta muy distinta de la otra, enterró a su padre nonagenario, cambió de coche, se convirtió en abuelo.
El cambio de siglo le ha traído más nietos y algún disgusto, la pensión vitalicia del Estado, desavenencias enquistadas en familia, un huerto de hortalizas que atiende con talento, el gradual deterioro de una esposa delicada.
Hoy mi padre cumplió setenta y nueve. Presumo de su sensatez y honestidad, de su coherencia. Sigue siendo la persona cuya opinión más respeto.      

domingo, 24 de diciembre de 2017

La virtud de distanciarse, de mirar con perspectiva, sin apasionamiento. El arte de relativizar, de flexibilizar cada acto, de asumir con humildad nuestra suprema insignificancia, la condición efímera de todos y de todo. Tal es, entiendo, el gran aprendizaje de la vida.
Retales para hilvanar unas memorias:
35. SOCORRO.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Una madre joven que tiraba del brazo de su hijo de seis o siete años, enfilando hacia la puerta del colegio, cualquier día de la semana pasada:
-Pues le dices al maestro que como eso se vuelva a repetir voy a ser yo quien venga a explicárselo en persona.
En fin...

martes, 19 de diciembre de 2017

Constato que el misterioso personaje en el que había reparado, ahora con guantes de lana negros, pasa todas las mañanas a la misma hora y minuto -hacia las 08.50- por la misma acera y en la misma dirección, lo cual me induce a pensar que a lo mejor no es el jubilado andarín que imaginé, sino un asalariado o un funcionario que vive por la zona y trabaja cerca. Un día lo seguiré.

domingo, 17 de diciembre de 2017

Retales para hilvanar unas memorias:
34. EL ABUELO PEDRO.

sábado, 16 de diciembre de 2017

[¿] El concepto verdad y mentira se relacionan en un texto porque lo escrito en ese texto puede ser de verdad o mentira lo que ha escrito, la realidad y la ficción puede ser que en un texto sea realidad y ficción se puede decir que la realidad es diferente de la ficción la ficción es aquello que imaginamos y la realidad es aquello que existe de verdad y se puede decir que son lo opuesto, pero no es lo mismo ficción que mentira, porque mentira es aquello que ni imaginamos y pasa lo mismo con verdad y realidad. [?]
[¿] La verdad es cuando una persona dice algo que es cierto y la mentira es cuando una persona te dice algo que es verdad pero es mentira. [?]
[¿] La ficción es todo aquello que no se puede representar en la realidad y la realidad es lo que sí se puede representar. [?]
[¿] Se relacionan entre sí refiriéndose a lo contrario de cada uno, es lo opuesto a lo otro. [?]

Son chicas y chicos de quince y dieciséis años que este curso concluyen, se supone, su periodo obligatorio de enseñanza, tras el cual obtendrán un título mínimo pero necesario. Para introducirles los temas de literatura, juzgué oportuno dedicar una clase a la reflexión sobre algunos términos; llené de tiza la pizarra, puse ejemplos que les eran próximos, solicité opiniones que pudieran contrastarse, participaron con alguna idea que yo matizaba, vi que casi todas y todos asentían como si hubieran entendido. Luego -¡ingenuo de mí!- quise que pensaran con el bolígrafo y el folio (que es como se piensa) y recabé sus respectivos índices de madurez con una pregunta de examen que reza así: "Verdad y mentira, realidad y ficción: explica cómo se relacionan estos conceptos". El de arriba, lo admito, es parte interesada del muestrario de incongruencias que han escrito. No obstante, de tarde en tarde...
La verdad se opone a la mentira, la realidad es paralela a la ficción. La verdad, sin embargo, no es lo contrario de la verdad y la ficción no es la mentira. Algo ficticio puede ser verosímil, y algo real puede ser difícil de creer. La Metamorfosis, por ejemplo, es ficción, pero es verdad ya que la historia es una realidad un poco distorsionada, con un poco de ficción.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Quién me lo iba a decir: ahora prefiero el horario de invierno. La tarde se va poniendo mustia entre las cuatro y las cinco, y en torno a las seis ya se ha instalado la noche, salvo que el día venga nublado desde la mañana y el abanico de grises adopte tonos sucesivos. Me embarga la dulce promesa de un tiempo largo, recogido, íntimo, al calor del hogar y de las pequeñas querencias domésticas. Desde la ventana miro las azoteas y el cielo embarrado y la línea de los montes, y entonces me entra una inefable cosquilla de poesía, una veta de gratitud elegíaca proclive a la palabra justa y al balanceo métrico. La velada deriva poco a poco, emergen los afanes secretos de otras vidas; las farolas toman la calle y en los pisos de enfrente cunden puntos de flexo o rincones de lámpara, y progresivamente se evidencian los claroscuros de la emisión televisiva. A lo lejos, los neones de reclamo navideño y los faros móviles de los autos agreden la mirada y van rasgando el misterio. La inspiración se despereza, sucumbe al bostezo.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Mis vecinos de planta han retirado la bandera del balcón y han puesto un cableado de bombillas multicolores, intermitentes, cuyo ingenio se activa al atardecer y no sé hasta qué hora de la madrugada se prolonga. Debajo, como si progresaran por una escala, penden tres muñecos que han de representar a los tres reyes magos de la tradición cristiana, tres figuras que se eternizan en su esforzado ascenso día tras día y noche tras noche, acaso hasta el prometido amanecer del seis de enero.
Entre tanto, ignoro el destino de esa bandera, no sé si la habrán hecho jirones para limpiar el polvo, si la habrán doblado en un armario con bolitas de naftalina o si la habrán echado a lavar después de tanta intemperie; me intriga, además, si transcurridos los fastos navideños se acordarán de devolverla a su torreón de privilegio, pregonando a los cuatro vientos su orgullo rojigualdo. 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

¿Se puede ser poeta con solo tres versos?
En la noche propicia de un septiembre que se aleja, en la terraza no menos propicia -cigarrillos sin tasa, granizado de limón-, la musa me susurró un poema al que inmediatamente le inventé autor. Lo bauticé, no sé explicar por qué, Elio Alonso Rosales, y durante una buena temporada le imaginé nacionalidad, fechas señaladas, estudios secundarios, amores y desamores, noticias que lo inmortalizaban, amistad con intelectuales que aplaudían su talento, títulos de libros que tal vez escribiría pero que nunca se decidió a escribir y otras peripecias de su existencia discreta. Era un apócrifo, una especie de heterónimo con su oportuna psicografía, y yo el perseguidor cortazariano llamado a redimirlo, a facilitarle la gloria. La gracia es que su obra se sostenía en tres versos, solo en tres, y que ni a él ni a mí nos apetecía mancillar el encanto casi insultante de tamaño laconismo. Así que al cabo de mi pereza le asigné una fecha definitiva y una muerte misteriosa y noble, y dejé de pensar en él. Pero su único poema -las diez palabras que lo integran- vuelve a mí con la fuerza del reproche, como si quisiera pedirme cuentas -todavía- por mi extraña traición:
Esta ciudad sin mar
tiene dos faros:
son tus ojos.
E. A. Rosales

lunes, 11 de diciembre de 2017

Dichosa edad y pretéritos dichosos aquellos en que regresaba de las aulas inflamado de proyectos y haciendo cábalas sobre los folios que emborronaría esa tarde.
Mi destino literario -porque persiste en mí un ascua indeleble que solo puedo llamar destino- se ha instalado en una espiral de horas hipotecadas y de tiempos ajenos, en un paréntesis de inacción que equidista entre el erial y el barbecho, entre la renuncia definitiva y el deseo contenido.
Sueño aún, es cierto, con un amanecer de años sabáticos que saque de sus cajones los cuadernos marchitos, los argumentos olvidados, los versos que me vencen; me ilusiono aún con una primavera abundante que me contagie su verdor, su savia fértil, y me conceda ser quien soy.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Salgo a pasear las calles del centro y crece la probabilidad de que me tope con alguien a quien conozco o me conoce. Seguramente tuvimos alguna relación más o menos constante, más o menos esporádica, pero la frecuencia en el trato disminuyó hasta desaparecer, y ahora, pasado el tiempo, o a ese alguien no le apetece reconocerme o es a mí a quien no le apetece reconocerlo. Aumenta sobre todo el porcentaje de los antiguos alumnos; me los he encontrado tras la barra de un bar o sirviendo las mesas de un restaurante, tirando del carrito con un bebé en el pasillo de un supermercado o sentados entre el público en la sala de un cine, o esperando bajo un semáforo, o en una manifestación... Hace poco, el magro empleado de una empresa de limpieza urbana detuvo el camión que conducía, gritó mi nombre sin bajarse y saludó con gesto emotivo a su profesor de literatura del instituto. Ayer -con alegría, con gratitud- me tocó el brazo y me habló de sus progresos laborales una chica que asistió a mis clases hace tres o cuatro años y que era, bien me acuerdo, irregular y conflictiva. Ayer, solo unos minutos más tarde, se cruzó conmigo en un callejón ineludible una mujer adulta que desvió deliberadamente el rostro, una mujer de la que nada esperé ni espero, salvo, quizá, una pizquita de memoria y elegancia.    
Retales para hilvanar unas memorias:
33. LIBRETA DE CITAS.

sábado, 9 de diciembre de 2017

También están esos requiebros de la lengua, esas luminarias de la inteligencia, esos fuegos de artificio del pensamiento que suelen durar lo que dura un oh largo y unánime: los aforismos.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Hoy no hice casi nada de lo que había previsto hacer, lo que, por otro lado, era altamente previsible.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Cada día me siento más inclinado a la literatura testimonial. Me acerco a los dietarios antes que a las memorias, a las memorias antes que a las autobiografías, a las autobiografías antes que a las biografías. Cualquier novela (hablo sobre todo de los eventos editoriales) me provoca desde la portada una infinita pereza, y los volúmenes de versos, si es que ganan mi interés y los hojeo, rara vez me contagian algún atisbo de lo que en ellos busco. Solo me apetece leer lo que otros (antiguos y modernos, y no cualquier advenedizo) escribieron o escriben sobre sí mismos, sus observaciones y reflexiones cotidianas, sus verdades reales o fingidas, sea desde la espontaneidad del apunte fragmentario o desde la perspectiva serena de los años vencidos. Relaja indagar los códigos de la frustración, abonarse más pronto que tarde al aprendizaje del fracaso.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

¿Qué leyes inspiran el mecanismo sorprendente de la casualidad, sus voluntades y caprichos, sus burlas al destino? ¿Hay un resorte del pensamiento que provoca, sin saberlo, conexiones improbables, impenetrables? ¿Habrá una ciencia disparatada que sin embargo cifre y descifre las geometrías del azar?
El último fin de semana, mientras recorría el circuito de canales del televisor, di con una película que protagonizó Hugh Grant en 1999, y me quedé un rato. Tengo cierta facilidad para establecer parecidos razonables entre los rostros de los famosos y los rostros de quienes voy conociendo en mi día a día, así que me reproché en secreto no haberme dado cuenta mucho antes de que a principios de los noventa compartí piso de estudios con un chico que le daba más que un aire a este actor que yo descubrí en Lunas de hiel, de Polanski. Me pregunté qué habría sido de él, que derroteros habría seguido su vida. Recuerdo que en aquella época era lector de Terenci Moix, que trabajaba ocasionalmente en un bar de la costa y que, aunque no se le notara ni se prestase a la confidencia, poco a poco afloraron evidencias de su homosexualidad. Y sí, se dan un aire, sin duda.
Ayer entró a una librería recién abierta en el centro. Paseó por los anaqueles durante unos minutos y luego se marchó con su acompañante. Tenía la misma planta de entonces y vestía la misma especie de gabán beige con un corte por detrás, salvo que sus rasgos faciales estaban más marcados, los ojos más hundidos y la nariz más prominente. No le dije nada; no sé si él me reconoció ni cuánto de mí recordará. Su nombre, Rubén. Hacía todos estos años que no coincidíamos en ningún sitio.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Se ha metido el frío, por fin. Las calles de la tarde están menos frecuentadas.
En el expositor, un libro nuevo, voluminoso, recién sacado del horno de la imprenta. Son las cartas que Miguel Espinosa escribió durante casi tres décadas a Mercedes Rodríguez, su Azenaia literaria, su musa.
Hubiera entrado al cine, pero ya ha bajado del cartel el título que me atraía por sí mismo, por su enorme caudal de sugerencias: La librería de Isabel Coixet. No he leído críticas de la película, nadie me la ha recomendado ni desaconsejado, no sé nada del guion.
Vuelvo callejeando, con la brújula oscilante, pensando que a menudo he sentido inclinación por los argumentos y las tramas que se ambientan en una librería o en una biblioteca. Las bibliotecas y las librerías albergan un potencial erótico, para mí, muy superior al de una discoteca o al de cualquier otro refugio para el ocio.
La luna de este lunes, redonda, inmensa, se postula a baja altura, como si posara para esa fotografía eterna en la que siempre es protagonista.
He vuelto con los pómulos fríos.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Me pusieron delante una especie de pergamino que imitaba los antiguos, uno de esos con los bordes como roídos que se dispensan en papelerías, y me invitaron a escribir algo para una compañera que se nos jubila, una dedicatoria con autógrafo que debía hacerse un hueco entre las otras. Sin pensarlo, deprisa, con bolígrafo prestado, deposité un apunte del último verano, un casi verso que me nació emblemático: "Vivir es dejar atrás". Pero mientras me aplicaba a la firma se me impuso otra frase que añadí, apretadita, una especie de sentencia que no ha parado de rondarme desde entonces: "Solo los buenos recuerdos nos sobreviven". ¿Qué azar me dictaría esa idea, las palabras que la izan?
Retales para hilvanar unas memorias:
32. LA ESPERA.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Se me ocurrió que con el pescado frito que sobró de las migas del miércoles podía preparar un guiso que no saboreo hace años; así que, bolígrafo y papel en mano, tomé nota de lo que entrambos me iban diciendo. Empezó mi madre, con su memoriosa anarquía, pero mi padre se postuló al quite para subsanar sus olvidos y corregir el orden narrativo: primero hay que sofreír la cebolla y el tomate, echándole al final una cucharada de harina, dos golpes de pimentón, laurel y piñones; a continuación se sofríen, aparte, las patatas cortadas; luego se vierte todo en la cacerola con agua precalentada y se añaden los boquerones, un pimiento seco, colorante y sal. Hoy he tenido que prescindir de los piñones y del laurel, y el medio pimiento ha sido del tiempo. Más de una hora cociendo con el gas muy bajo, removiendo de tarde en tarde para que no se asentara la harina. El plato sabía a pueblo y negociaba su misterio en el pretérito, pero ellos lo llaman aún, simplemente, como entonces, caldo de patatas y pescado.