viernes, 13 de noviembre de 2009

HACE MEDIA VIDA

Por supuesto, no creo en los premios, o, para mejor decirlo, no creo que los premios literarios, per se, añadan nada significativo al talento de un escritor o al valor intrínseco de lo que haya escrito o pudiera escribir en el más generoso de los porvenires. Sin embargo, allá en aquel antaño donde se insinuó la gloria o su espectro, yo también fotocopié morosamente mis primeros esbozos y también yo los metí en un sobre ingenuo bajo plica, y aguardé, sí, con la especie de paciencia que sólo el concursero conoce, a que los jurados ilustres propagaran su veredicto en forma de bendición o de condena. Recuerdo un remoto noviembre en que el título de mi relato -La sonrisa del ahorcado- y el lema que acuñé para significar mi temprana veneración por Borges -Abenjacán el Bojarí- emergieron en el rincón del diario que anunciaba los finalistas del Certamen Jara Carrillo, de Alcantarilla (Murcia): juro que mis huesos dieron un bote, ahora no sé si por vanidad o por orgullo, y que no dormí bien durante los días que duró la espera. Junto a mi amigo Andrés, lego en literaturas y en solemnidades de tal estirpe pero conductor del coche que me traía y me llevaba, me personé la tarde del evento para asistir incrédulo a la consagración de mi arte. Mi relato acabó segundo y yo con un cheque de 25.000 pesetas; algún enviado de la prensa me entrevistó acerca de mi cuento-monólogo; y, lo más grande, el presidente del jurado –D. José Luis Castillo Puche, hoy fallecido- se vino hacia mí como si no hubiera otro vencedor en la sala y alabó la bonanza coloquial de mi estilo y me lo comparó con la maestría de Juan Rulfo desde esa vehemencia cansina que a veces gastan los artistas maduros. Mientras mi amigo Andrés decía sí y sí con la cabeza, yo naufragué en una parálisis de monosílabos abrumados.
Esto sucedió en 1988. Sólo tres años después alcancé el honor del primer premio y toqué muy cerquita, con la mano, el segundo. Pero el sabor de aquel instante ya no era de triunfo satisfecho, sino la escenificación de un tedio precocísimo -enfermedad de la que todavía no me he curado-, quizá consciente de que el más generoso de los porvenires literarios no se puede construir en la región de los premios. (Ni acaso fuera de ella, o tal vez sí; pero ésta es otra modalidad del tedio aquel que...).

viernes, 6 de noviembre de 2009

RELACIONES INTERMITENTES (5)

Él, perezoso, consciente de su lugar subalterno en un mundo edificado a base de frases concluidas por otros, dijo al fin, mientras apagaba la colilla con un desdén aprendido:
-Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Y ella, imaginativa y audaz, sin compasión, se atrevió a rectificar:
-Pero lo breve, si bueno, jode más que se acabe.

martes, 3 de noviembre de 2009

RELACIONES INTERMITENTES (4)

Por enésima vez, he alcanzado esa novela y la he abierto sobre mi regazo. Por enésima, he acariciado sus tapas, he rememorado su texto de contraportada y los datos biográficos del autor, he tasado el equilibrio potencial de sus capítulos en el índice, he gestionado las sucesivas dosis de felicidad que me deparará cada una de sus páginas... Por enésima, he volcado mi afán sobre la primera frase, sobre el primer párrafo, casi hasta agotar todos los renglones de la primera hoja impresa, y, sin transición, con la inercia acostumbrada, me he distraído unos segundos, unos minutos, para volver a constatar la precisión del título en la portada, breve descanso que me ha catapultado por las altas regiones del pensamiento y que, al fin, por enésima, se ha confundido con el suave gesto de cerrar la novela sobre mi regazo y abandonarme a la ensoñación y a la modorra. Luego, venciendo la pereza, la he restituido a su verticalidad en el estante y me he venido al blog con la vaga idea de colgar algo.

lunes, 2 de noviembre de 2009

ABSOLUTAMENTE

Si uno repara en la real dimensión de nuestra existencia humanoide -y sólo nosotros, humanoides, estamos cualificados para reparar en el desfase entre nuestra motita de vida y el abismo de universos y galaxias-, cualquier empeño se nos ha de antojar desorbitado -o, para mejor decirlo: inútil-, una quimera demasiado costosa como para, encima, pretender perseverar en ella con esa tenacidad tan nuestra, tan prestigiada entre nosotros. Ahora entiendo mejor al Oscar Wilde que, en sus últimos años, apostolaba desde aquel ideal suyo de no hacer absolutamente nada, lo que por otro lado es la cosa más difícil de este mundo, y también, por lo mismo, la más intelectual de todas. Y me acuerdo del consejo de algún heterónimo de Fernando Pessoa: "Siéntate al sol. Abdica y sé rey de ti mismo".