martes, 31 de diciembre de 2013

VIVIR

Las nubes, los proyectos,
la delicada forma que los dedos esculpen,
la vasija trizada y el olvido.

Aunque los hombres lloren
el tiempo que gastaron y el tiempo que les queda,
vivir tan solo es esto:

cobrar de cada instante su certeza.

30/XII/2013

lunes, 30 de diciembre de 2013

LA HORA DE LOS BALANCES

Acaba un año y comienza otro. Así ha sido desde que el hombre y la mujer se someten al imperio del tiempo, y así será hasta que deje de serlo.
Ningún balance sensato podría obviar que sigo vivo, que mantengo más o menos las formas (la física y las otras) y que en general gozo de buena salud, o que me siento afortunado porque los últimos doce meses no me arrebataron a ninguna de las personas que quiero y necesito para continuar el viaje.
Por lo demás, y pensando en el futuro inmediato, suscribo el vago propósito de leer dos o tres clásicos pendientes, de escribir algún poema que valga la pena (aunque sé que el poema que vale la pena no lo escribimos: él nos escribe), de disciplinar los impulsos y doblegar a la pereza y centrar las energías para que la fábula soñada halle al fin su destino de palabras en su tinta.
Confío en que no me abandone el espíritu de la letra. Hay más, mucho más, pero este es un blog público y no sería prudente... aquí... ahora...

domingo, 29 de diciembre de 2013

ESTATUA EN EL JARDÍN

Me desperté después de dormir durante no sé cuánto tiempo y descubrí que yo era un poeta anticuado e incapaz de moverme.
Como no sabían qué hacer conmigo, sentaron mi cuerpo de piedra en un jardín y me pusieron un libro de piedra abierto entre las manos. En las hojas del libro no había nada escrito.
Me aburro. Frente a mí han sembrado unas pocas flores blancas. A veces pasa alguien y yo quisiera gritar, o mover un brazo, o sonreír, cambiando la expresión de tristeza contenida que me han asignado.
Pero no puedo. Porque soy un poeta de piedra, porque soy un poeta muerto, porque soy un poeta anticuado.
Jose F. Kosta

sábado, 28 de diciembre de 2013

KOSTA

Lo conocí en una entrega de premios de poesía, allá por el año noventa del pasado siglo: él había obtenido el laurel y yo había quedado a continuación. Luego coincidimos en algún encuentro de vates con toda la vida por delante, en algún recital empapado de alcoholes primaverales, en alguna cena de ilustres medradores donde no pintábamos nada y en un viaje a Madrid de una semana, propiciado y costeado con dinero público. Era increíblemente locuaz, genuino, categórico, y se sabía tocado por una chispa de talento o de genialidad que, en la poesía como en la conversación, atisbaban en él la estatua de un maldito irredimible. Muy pronto supe que detrás de su máscara sorprendente y mordaz, casi divina -rimbaudina y wildeana a partes iguales-, alentaba una sensibilidad exquisita, con reminiscencias clásicas difíciles de pautar, pero abocada tal vez a su disolución por no venir arropada de un método o de una voluntad constante, elementos indispensables para afirmarse en una Obra. Abandonó las aulas universitarias echando pestes, trabajó en una cuadrilla de albañiles a los que descubrió la música de Mozart o las ideas de Platón, anduvo en Cambridge estudiando inglés y fregando platos, buscó la pista de Wittgenstein y descubrió a Owen, y, acto seguido, sin transición, recaló en Marrakech, ciudad donde existe y subsiste desde hace un lustro.
Hay amistades que el destino sella con una cualidad perdurable, pese a los silencios y las distancias que dispone la vida.
Ayer vino a comer a casa.

jueves, 26 de diciembre de 2013

PARA MIS ADENTROS

A la salida de un macrocentro comercial, con la irritación propia de quien no sabe tolerar el grueso de la estupidez ética y estética reunida en estos santuarios de moderno culto, me acuerdo otra vez de Cipriano Algor, el entrañable artesano de La caverna de Saramago, y me acuerdo sobre todo, y me recito como un bálsamo, mientras arranco el motor del coche y enfilo el carril abarrotado, para mis adentros, aquella oda de Luis de León que él escribió -dicen- en una pared de la celda donde permaneció cinco años:

A LA SALIDA DE LA CÁRCEL

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con solo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.

lunes, 23 de diciembre de 2013

DELIRIO DE ESTA NOCHE DE LUNES

De largo, a lo que más teme el orgullo es a la humildad, única forma humana de ponerlo definitivamente en su sitio sin mover un dedo, es decir, de dejarlo en evidencia a los ojos del mundo.
Por eso, el mayor empeño del orgullo siempre ha sido arrebatarle al hombre ese algo secreto, indefinible y mágico que la humildad le prestó en tiempos remotos.
Cuando el orgullo asoma al espejo su disfraz, la visión es patética; en cambio, cuanto más se apoca y se desnuda y se ensimisma, más prestigio gana la humildad.
Así es el horgullo; así, la umildad.

domingo, 22 de diciembre de 2013

MÉTODO PARA CORREGIR EL AZAR

Mañana propicia para releer La lotería en Babilonia, una ficción de Borges. “Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad”, admite el protagonista apenas en el segundo párrafo, mientras yo me arrellano en el sofá y prosigo expectante, como si restituyera la inocencia del lector que fui de veinte años. Después, la narración se remansa en observaciones de tamaña estirpe: “que la lotería es una interpolación del azar en el orden del mundo y que aceptar errores no es contradecir el azar: es corroborarlo”. Y luego -al tiempo que la voz engolada y repipi de los niños y las niñas del colegio de San Ildefonso airea sus números en todas las emisoras nacionales-, una conjetura que riza el rizo al más plausible de los estilos de Borges: “Si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caos en el cosmos, ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola?” Por fin, en el penúltimo párrafo, me doy de bruces con un enunciado que siempre tuvo vocación de título y que probablemente por eso lo subrayé en rojo -aún puedo ver el grueso del rotulador- en un ejemplar que no es el que hoy me sirve para articular esta nota.

viernes, 20 de diciembre de 2013

EL TIEMPO DE LOS ALATONES

Salgo a la avenida, titubeo entre derecha e izquierda, cruzo al otro lado con la prisa de la mañana en los talones, detengo mis pasos faltos de convicción, doy un giro de noventa, de ciento ochenta grados, deambulo unos metros más y al fin, al desandar un trecho, lo atisbo camuflado bajo la densa capa de hojas secas: es mi coche, que duerme al raso y que, tal vez para vengar su desamparo, cada día pone a prueba mi memoria perezosa. Voy retirando las hojas del parabrisas e intuitivamente examino al responsable, ahí quieto, sin culpa, con sus ramas casi desnudas y sus frutos negros y diminutos, esféricos como las heces de las cabras… No puede ser, no puede ser… ¿Alatones? Tres otoños completos transitando junto a la misma hilera de árboles y es ahora cuando advierto que… ¡sí, son alatoneros!, o al menos ese nombre les dábamos los amigos de correrías cuando nos aventurábamos por los caminos de la huerta, en los albores de la adolescencia. De tronco peligrosamente alto, con hechuras fantasmales a menudo, nos encaramábamos a ellos y aprovisionábamos nuestras bolsas con verdadera codicia, como si se tratase de un trofeo que entonces no hubiera encontrado parangón; y luego, desde lo alto o ya en tierra, los degustábamos uno a uno regodeándonos en la escasez dulzona de su pulpa, manteniéndolos en la boca hasta que, reducidos a mero hueso, asegurando diana con maldad o sin ella, los soplábamos por el conducto de una caña.
(Por cierto y entre paréntesis: según fuentes consultadas a tiro de Google, el alatonero es lo mismo que el almez, árbol de la familia de las ulmáceas).
¡Qué tiempos!

jueves, 19 de diciembre de 2013

CASA EN VENTA

Días atrás, de visita en el entorno de la Alpujarra almeriense, nos alojamos en un hotel rural ubicado a las afueras de un pueblecito típico. La zona era grata para el paseo de montaña y también para pisotear la nieve, unos kilómetros más arriba. A media tarde dejamos caer nuestros pasos por esas callejuelas laberínticas, frías y desiertas como las de mi tierra, donde solo existía alguna pareja de adolescentes manejando sus móviles como una extensión de la palma de sus manos. Al bajar, en un recodo propicio, la fachada de una casa con balcón y planta única anunciaba en amplio cartel su oferta de venta, e incorporaba un número de contacto. Al acercarme vi, incrustada en la pared por el consistorio, una vistosa placa de cerámica donde se declaraba que en ese lugar había nacido nada menos que Francisco Villaespesa, el poeta modernista que frecuentara los ambientes bohemios del Madrid finisecular y de los primeros años del XX, el que conoció a Rubén Darío y quiso ser su discípulo, el que compadreó con Eduardo Marquina, con Salvador Rueda y con otros, el mismo que viajó varias veces a Sudamérica como empresario teatral y recitador de sus propios versos. En algún papelito que se me extravió en el instante, apunté el teléfono, quizá impelido por la curiosidad de averiguar cuánto valdría esa casa y quién la vendía. No sé por qué llaman tanto mi atención estos azares, estas casi minucias de regusto dudosamente fetichista.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

SILENCIO ADMINISTRATIVO

En algún momento, el ciudadano de a pie se ha de enfrentar al odioso trámite de reclamarle a cualquier instancia pública la reparación de lo que a su juicio es un error en la aplicación de las legalidades vigentes, sean cuales sean y alberguen más o menos esperanza de éxito las razones argumentadas en la hoja que se le dispensa. Es entonces cuando el engranaje de la burocracia activa sus mecanismos de defensa y, pasivamente, lejos de atender la demanda, lejos de dirimir en tiempo y forma una solución al conflicto, lejos de resolver de manera favorable o contraria al interés particular, se inventa esta socorrida coletilla -silencio administrativo- que se evidencia como un escupitajo verbal en los labios del mensajero, lo que se traduce asimismo en el sutilísimo desprecio y ulterior insulto de la administración pública hacia el mismo ciudadano que la sostiene con su docilidad y con sus impuestos. Oscuro designio de ascensores y de corredores secretos y de despachos confortables contra el que no cabe otro recurso que la pataleta, esa bonita plataforma sobre la que se desahogan los indignados y que funciona de antesala opcional a la apatía y la resignación; o, peor aún, preludio de aquel olvido que nos conducirá, irremisible y poético, adonde habite la nada. Sucede a menudo, aunque ya no nos acordemos.

lunes, 16 de diciembre de 2013

HOMBRE SOLITARIO

Me despierto en la profundidad de la noche y en una fracción de segundo doy alcance a mi conciencia, que parecía estarme aguardando en algún recodo propicio a la magia, a medio camino entre el sueño y la vigilia. Entonces, con los ojos aún cerrados, noto que se me insinúa poco a poco la silueta de un hombre y más tarde un cuerpo de edad imprecisa y a continuación un rostro insignificante con una barba de dos o tres días. Me susurra gravemente que en todas las historias que se precien suele haber una secuencia o una página en las que, antes o después, aparece él, siquiera sea fugazmente, sentado en un banco en el parque o comiendo en un bar de carretera o mirando desde un puente mientras el protagonista o cualquier secundario ejecutan la acción que les haya sido encomendada. Me pide o me exige sin atisbo de amenaza que no me olvide de él, que necesita ese instante para justificar el anonimato de su eternidad gris, que lo defienda al menos como uno de los retales que abastecen mi alforja, ya que él mismo, el hombre solitario, me está brindando la oportunidad de vindicarlo a través de esta revelación nocturna. La presencia es tan nítida que siento el impulso primitivo de incorporarme y buscar una libreta donde anotar la idea, pero fuera de la cama debe hacer mucho frío, los miembros no responden a la llamada y ya ni siquiera estoy seguro de seguir despierto, así que dejo pasar otro par de minutos en que la conciencia se diluye y, sin más transición, reingreso en la profundidad de la noche.

domingo, 15 de diciembre de 2013

DIOS Y EINSTEIN

Un dios que necesita puntuar para la nota media tanto como el Teorema de Pitágoras es un dios con la autoestima por los suelos. Pero es el dios que el Gobierno de Rajoy acaba de introducir en nuestro sistema educativo, el dios de los siniestros Rouco Varela y Martínez Camino, el dios del recientemente fallecido general Videla, de misa y comunión diarias, el dios que perdona al violador y excomulga a la violada por deshacerse de su semilla, el dios que iluminó a Bush y Aznar, entre otros, para bombardear a la población civil de Irak y poner en marcha los centros de tortura conocidos como cárceles secretas, el dios de Franco, que creíamos olvidado, el de Pinochet y el de su amiga íntima, Margaret Thatcher, un dios neoliberal, ultracapitalista, partidario de las privatizaciones en curso, de la reforma laboral, de las leyes misóginas de Gallardón, de los paraísos fiscales, el dios de Ana Mato, de Bárcenas, de Wert, el dios de Ana Botella… 
Más que un dios, si lo piensas, parece un tipo con problemas de reconocimiento público. Pues bien, ya lo tenemos en los libros de texto, a la altura de los grandes físicos de la historia, de los más famosos matemáticos, a la altura de los más laureados lingüistas, de los grandes poetas, a la altura de Verlaine o de Rimbaud, con los que se codeará en los exámenes de fin de curso. Puntuará tanto traducir la Eneida como cantar el Venid y vamos todos con flores a María. Quizá esta hazaña legislativa de la Conferencia Episcopal, aliada con un Gobierno meapilas, acabe constituyendo la prueba más palmaria de que dios no existe o que, de existir, es un pobre diablo. En eso lo han convertido al menos quienes se arrogan el monopolio de su representación. Esperamos, ansiosos, las opiniones de quienes, creyendo sinceramente en él, renuncian por eso mismo a hacerle competir con Einstein. 
Juan José Millás 
El País, viernes 24 de mayo de 2013

jueves, 12 de diciembre de 2013

CLUB DE LECTURA

Esta tarde, La sonrisa del ahorcado nos ha traído a Caravaca, donde a eso de las ocho se prevé el encuentro con los socios de un club de lectura (pero es de suponer que alguien más acudirá, por libre). Aparte de la incertidumbre sobre el número de interesados físicos en estas cosas y causas de la creación y del arte, lo más terrible de estos actos, para mí, es que uno nunca sabe con qué caudal de ánimo o con cuántas calorías de elocuencia se sentará en la mesa y empezará a decir por su boca, ni si su discurso acaso previsible y las respuestas que demanden los lectores y prelectores estarán o no a la altura de lo que uno se propuso escribir o dejó escrito en las páginas de su libro, a lo largo de tantos años y de tantos desvelos, en ese océano agridulce de folios arrugados y de intuiciones felices. No obsatante, tomaré la palabra y, como siempre, admitiré no saber muy bien por dónde empezar, y luego se enlazarán las ideas y discurrirán las anécdotas y casi sin darme cuenta estaré leyendo el fragmento de la página 131, cuando el propio volumen, haciendo las veces de narrador de uno de los cuentos, averigua que "sin vosotros, los lectores, no hay literatura", y que "la obra de arte es un mensaje estético, y por supuesto ético, que hay que descodificar para que exista, y esta labor es solo tuya, lector, ya que mientras me lees me estás creando y me estás dando el oxígeno que necesito para seguir viviendo. Este libro existe como objeto desde el instante en que se escribe, se edita y se expone en una librería; pero la literatura que pueda haber en este libro solo existirá cuando tú me leas y me interpretes, es decir, que tú eres esencial para que yo empiece a ser eso que se supone que soy: literatura". Pero esto ocurrirá, calculo, alrededor de las nueve menos cuarto de esta noche, así que no nos anticipemos.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

FRAGMENTO DE LA PÁGINA 666 DE MI EJEMPLAR

-¿Acaso no expías la mitad de tu crimen al aceptar así el sufrimiento? –gritó, estrechándolo entre sus brazos y besándolo.
-¿Mi crimen? ¿Qué crimen? –rugió él en un repentino acceso de furia-. ¿Es un crimen haber matado a un piojo asqueroso y nocivo, a una vieja usurera que no le hacía bien a nadie, que les chupaba la sangre a los necesitados, cuyo aniquilamiento debería premiarse con la remisión de cuarenta pecados? Yo no pienso en el crimen ni tampoco en expiarlo. ¡Un “crimen”! No sé por qué tenéis que darle todos tantas vueltas a eso del “crimen”. Ahora es cuando veo toda la estupidez de mi cobardía, ahora que he decidido arrostrar ese oprobio innecesario. Solo por mi propia ruindad y por mi incompetencia me he decidido; y quizá también por cierta ventaja, como me propuso ese… Porfiri. 
Fiódor Dostoievski

Releo este y otros fragmentos de Crimen y castigo, la novela que me ocupó muchas horas del mes pasado, y cada vez presiento con más claridad el rostro de Raskólnikov, o al menos la fecundidad de su estirpe, dibujado en el extraño personaje monsieur Meurseult (L'etrangère), en el celoso compulsivo Juan Pablo Castel (El túnel) o en el desalmado psicópata Pascual Duarte, tres iconos de la novela existencial. Todos asesinos confesos, todos juzgados y condenados por la ley de los hombres, todos reos de una razón o de una sinrazón que casi nadie comprende. Me pregunto qué azares y qué caprichos del destino me habrán retenido tanto tiempo para reconocer la raíz benévola de tan poderosa trinidad literaria.

martes, 10 de diciembre de 2013

SOLO SE OYE LA IMAGINACIÓN DE VEINTITRÉS ADOLESCENTES

Inventa una historia que tenga un principio, un pequeño argumento o desarrollo y un desenlace; en ella han de aparecer necesariamente los siguientes elementos: una habitación de hotel, un hombre sentado en la cama, una maleta sin abrir y un clavo oxidado en el techo. Extensión aproximada: 20 renglones.

lunes, 9 de diciembre de 2013

UM CAFÉ SARAMAGO...

Tocamos tierra la noche del miércoles, descansamos e inspeccionamos la zona durante la jornada del jueves, pero el viernes a media mañana ya habíamos alquilado un coche y en veinte minutos, casi sin percatarnos, o al menos sin la conciencia clara de estar acudiendo a una cita ineludible, estábamos detenidos entre la casa y el museo de José Saramago, en el pueblo de Tías, en la canaria isla de Lanzarote. "Siempre acabamos llegando a donde nos esperan", dijimos o pensamos en el unísono de las frases memorables.
Se nos atendió con esa amabilidad que gastan las pequeñas empresas, y mientras aguardábamos el turno, en la tienda, se deslizó a nuestra espalda una figura discreta que repartía indicaciones en voz baja. "Esa es Pilar del Río", susurré al oído. El primer guía fue soltando artificiosamente el repertorio aprendido y tantas veces repetido a los turistas de paso, y la joven que le tomó el relevo se esforzó en llamar nuestra atención sobre determinados datos y detalles biográficos curiosos, en un alarde rehumanizador, como queriendo bajar de su pedestal literario nada menos que a un Premio Nobel. El austero dormitorio con la cama de siempre, el jardín con la silla donde se sentaba a mirar el mar, la biblioteca atestada de libros antiguos y modernos que dos becarios habían catalogado en meses o en años... La visita concluía con un café -por supuesto portugués, porque era el preferido de don José- en la misma cocina donde se sentaron y comieron junto a los anfitriones otros ilustres visitadores, llámense Vargas Llosa o María Kodama. A continuación nos recondujeron a la tienda, donde entablamos conversación con Pilar, que, nos dijo, acababa de regresar de Lisboa, donde aprobó ciertos eventos futuros de la Fundación que lleva el nombre de su marido. Yo le pregunté por... y ella me dijo que... Al poco, tras lamentar los problemas de financiación de la casa y del museo, nos invitó a adquirir algo, un libro, una taza diseñada con motivos de su obra, bolsitas de azúcar con palabras del autor, un tarro del café portugués que tanto amaba José...
Fue el 26 de julio. Hoy he preparado una cafetera y he servido dos cafés de ese tarro en el que ya se vislumbra el fondo, y con el rescoldo de su aroma y su sabor paradójico aún en mis labios pongo el punto final a mi memoria de aquel viaje.

domingo, 8 de diciembre de 2013

EL ZAPATO Y LA VIRGEN

En aquel pueblo que todavía lo es, cada vecino era identificado por un alias, por un apodo, por un mote. Nombres tan comunes como Juan, Pedro o Antonio, como Dolores, Josefa o María, nunca hubieran podido competir con ese colmo de la ocurrencia y el gracejo que, fatalmente, con maldad o sin ella, rebautizaba a cada uno y a cada una desde la potestad incontestable de la causa más peregrina: una anécdota descabellada o poco probable, un rostro que confirma su caricatura, una palabra pronunciada en el lugar y en el momento precisos, un defecto exagerado, una virtud ridiculizada, un oficio de entonces, cualquier error del destino... Y luego familias enteras, hijos y nietos y bisnietos de los apodados, cargaban el popular distintivo de su linaje con un algo de orgullo y, por qué no admitirlo, con un mucho de resignación.
De la calle donde yo nací no recordaría los nombres de los vecinos si no fuera por su alias sonoro prolongado en el tiempo. Ellos fueron, por ejemplo, el Chole, el Vici, el Cabañil, el Roto, el Andaluz, el Gorrión, el Peña, el Rojo, el Cojones o el Caparrota; y ellas, por ejemplo, la Posada, la Picante, la Panzas, la Trapitos, la Cerrajona, la Mancheña, la Palos, la Morena o la Gurulla. Y nosotros, los Puros, por la parte de mi abuelo paterno. Pero justo frente a mi casa, ya mayores y con los hijos independizados, vivían el Zapato y la Virgen, Juan y Dolores: ella -eternamente enemistada con la hermana que habitaba la casona de al lado- solía sentarse en el doble escalón de su puerta, con la fresca, mientras el esposo regresaba de cualquier taberna, tarde y mojado, haciendo eses con las tres patas, casi arrastrándose por las baldosas, o bien lo traían en volandas porque se había quedado sin fuerzas al comienzo del callejón. Cuántos años hará que se marcharon de este mundo, cuántos más serán necesarios para que aquel niño de entonces los olvide del todo.

jueves, 5 de diciembre de 2013

ENTRE DOS CITAS

En la calle, en los libros, en el mercado, frente al televisor, en una reunión de vecinos, en un claustro de profesores, en las disputas cotidianas, frente a un mensaje de texto, en cualquier lugar y casi a cualquier hora, acuden a mí alternativamente, indefectiblemente -no sé si para socorrerme o para terminar de hundirme en las miserias de la vida-, dos citas de dos autores que anoté cuando era joven e inmaduro y que en mi día a día -ya más viejo e igual de inmaduro- persisten con su letra pegadiza en mi memoria. Ninguna de las dos será textual, pero confiemos en que se aproximen a su espíritu. La primera, de Borges: "El infierno está lleno de las mejores intenciones". La segunda, de Cioran: "He decidido no detestar más a nadie desde que he observado que siempre acabo por parecerme a mi último enemigo".

martes, 3 de diciembre de 2013

OS DARÉIS POR ALUDIDOS

Sin que lo digáis, sé cuál es vuestra opinión
acerca de la poesía: una pérdida de tiempo,
un desvarío, un juego para quienes
no se contentan con vivir, y pretenden
soñar tras sus versos, huir de la rutina
de los días, alejarse de la realidad
del mundo. ¡Bah! Poetas incrédulos
-decís- que necesitan tocar las palabras
para confirmar la vida.
Y lleváis razón, mas no del todo,
pues otra cosa me sucede cuando escribo,
otra cosa que explicaros no sé,
ni necesito.
Ginés Aniorte

lunes, 2 de diciembre de 2013

LA VOCACIÓN

Frente a quienes, desde dentro y desde fuera, acostumbran a reverenciar (o a vilipendiar) este antiquísimo oficio (hablo de la docencia) y presumen en sus oficiantes (o les exigen) inequívocas dosis de lo que llaman vocación, yo siempre hui de la hipocresía con tufillo sacerdotal que secuestra esa palabra, tanto desde dentro como desde fuera: prefiero apelar simplemente al principio de responsabilidad, ese que debería regir todos los trabajos, vocacionales o no.

domingo, 1 de diciembre de 2013

ESPEJITO, ESPEJITO

Al filo de la veintena me gustaba arrastrar una barba de tres o cuatro días que me otorgaba un aire rebelde, o eso pensaba yo entonces; hubo alguna vez en que la aguanté sin tocarla hasta un trimestre, pero me picaba mucho la cara y no tenía vocación. Más tarde, alrededor de los treinta, lucí un bigote estacional, esporádico, quizá porque en el trabajo alguien me confundió con un alumno, quizá porque sin ser consciente emulaba el de mi padre, que se lo había dejado al principiar la democracia española y que aún lo conserva, a punto de coronar su año setenta y cinco. Ahora suelo afeitarme cada dos días, por la mañana temprano, en una especie de ritual previo a la ducha que dura siete u ocho minutos. Ayer sábado tocaba, pero, en la acucia de quehaceres domésticos, se me extravió el propósito, y cuando casi a mediodía de hoy domingo he vuelto a examinar mi rostro en el espejo para proceder a rasurarlo, este me ha golpeado con su incipiente perfil encanecido, colonizado por un ejército de puntas blancas que dictaban su elemental sentencia.  

viernes, 29 de noviembre de 2013

LA BONDAD DE LAS COSAS

No hará falta insistir en que las cosas, per se, no son buenas ni son malas, que lo que al fin importa para valorarlas es el uso que de ellas se haga, esto es, el equilibrio del usuario. Me lo recordaba hace unos días un amigo, a propósito de mi reticencia activa -casi recalcitrante- frente al fenómeno invasor de las redes sociales, enredo al que me resisto a suscribirme en la medida de mis posibilidades, que cada vez se parecen más a la batalla sinigual de don Quijote contra los molinos. Y esta conversación -por cierto, electrónica- me trajo a la memoria aquel personaje de aquella novela -ya no sé si escrita o por escribirse- que abogaba por la salubridad de un cigarrillo diario, solo uno, aliado con un solo café, como fórmula infalible para corregir su estreñimiento crónico sin recurrir a fármacos. O el caso de la televisión, ese invento del maligno que, sin embargo, alguien me justificó pedagógicamente, de la manera más inteligente que conozco: cuando la encienden en mi casa, yo me voy a la biblioteca y abro un libro.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

SOBRE GUSTOS Y DISGUSTOS

Me gusta el olor de las tomateras que aún cultiva mi padre en su huerto lejano; pero no me gusta el tufo de colonia cara en una fiesta de famosos que recaudan fondos contra la pobreza. 
Me gusta el chapoteo de la lluvia cuando salpica en la ventanita abierta de mi alma dormida; pero no me gusta el ruidillo triste que importuna al silencio cuando la soledad se queda a solas conmigo.
Me gusta contemplar las altas palmeras de mi ciudad, pues rivalizan con las farolas y con las torres de cemento; pero no me gusta acercarme y rebasar con mi coche el montículo sanguinolento de un animal atropellado a ciento veinte kilómetros por hora en una carretera secundaria.
Me gusta cómo sabe el pan que sabe hacer mi madre, porque sabe a pan, y porque sé que un día la ausencia de mi madre tendrá también ese sabor; pero no me gusta la aspereza turbia que me dejan en la boca la mentira o la envidia o el odio, ni las pequeñas venganzas que yo mismo practico en secreto.
Me gusta el amparo breve y definitivo de las manos de mis hijos cuando los dedos míos se me enfrían sobre el teclado angustiado de la vida; pero no me gusta el peso ajeno de mi reloj si señala la hora exacta en que trece corazones sin patria perecerán ahogados a menos de dos millas de la costa española.

martes, 26 de noviembre de 2013

HABÍA UNA VEZ Y HABÍA OTRA...

Había una vez un hombre que sabía algo. Por esta razón lo colocaron en un púlpito. Después lo metieron en una cárcel. Después lo internaron en un manicomio. Después lo encerraron en un hospital. Después lo pusieron en un altar. Después quisieron colgarlo de una horca. Cansado, el hombre dijo que no sabía nada. Y solo entonces lo dejaron en paz.


***

Había una vez un famoso imitador de circo que se llamaba Max. Con unas alas falsas y un pico de cartón, salía al ruedo y comenzaba a dar de saltos y a piar. ¡El avestruz!, decía la gente, señalándolo, y se moría de risa. Su imitación del avestruz lo hizo famoso en todo el mundo. Durante años repitió su número haciendo gozar a los niños y a los ancianos. Pero a medida que pasaba el tiempo, Max se iba volviendo más triste y en el momento de morir llamó a sus amigos a su cabecera y les dijo: “Voy a revelarles un secreto. Nunca he querido imitar al avestruz, siempre he querido imitar al canario”.
  
Julio Ramón Ribeyro
 Del cuento “Por las azoteas” (1958)

sábado, 23 de noviembre de 2013

MI REPERTORIO

-Hecho, de hacer, ¿se escribe con hache o se escribe sin hache?
-Pues con hache, naturalmente... ¿No ves que si no la lleva se pronuncia eco?
A esa hora me acompañaba un humor cínico, quizá pretencioso. Poco después les hablé del Lazarillo y de la cuestión de la autoría, y cuando empecé a notar que se me removían en el asiento tensé el hilo -lo tensé muy serio, sin cambiar el tono- y añadí que precisamente el más prolífico de los autores de nuestra literatura es, y seguirá siéndolo por muchos años, este Anónimo, de quien apenas sabemos que sus obras se remontan a la Edad Media. Algunos se quedaron pensativos o escribían en el cuaderno, ajenos al gazapo, otros me siguieron la corriente varios minutos, casi divertidos por la revelación, y solo el más quisquilloso de la clase me acusó de contar chistes muy malos.
Ya me van conociendo; por eso no les extraña que les explique que valle es con uve porque un valle tiene forma de v, o que horizonte es con hache porque, si te fijas bien, la hache es como una silla de perfil en la que hay que sentarse para mirar bien la o, la r, la i, la z, la o, la n, la t, la e y, más allá, la anunciada línea del horizonte. Otro día los ejercité en la búsqueda de cinco palabras tetrasílabas llanas y cinco palabras bisílabas esdrújulas, y juro que hubo quien se pasó tres minutos y medio de reloj intentando encontrarlas, pero resultó divertido y pedagógicamente convincente. En otra ocasión les puse un examen, una de cuyas preguntas prometía un dictado, y, tras una indagación inoportuna, no me aguanté las ganas de advertir que no se les ocurriera realizar el dictado por su cuenta, sin esperar al dictador.
Anteayer me armé de argumentos para desautorizar esa leyenda que todavía circula, según la cual las mayúsculas nunca llevan tilde, y empleé un cuarto de hora en inventar oraciones inconexas que acentuaba de tal guisa: "Alvaro Iñigo vive en Avila aunque veranea en Aguilas, pero Angela y Agueda lo esperan en Ecija". Esta vez hubo risas y sonrisas, un cabeceo piadoso, dos miradas de condescendencia y tres estufidos de sano orgullo intelectual. Algo es algo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

SOMETHING FORGETS US PERFECTLY

Pues sí, lo decía en un verso el cantautor y poeta canadiense Leonard Cohen: “algo nos olvida de manera perfecta”. Cuando, adicto a las frases ingeniosas, lo anoté en mi libreta a finales de los ochenta, aún no era consciente del interminable caudal de olvidos que me estaban esperando al otro lado de los años y de las vidas. Tampoco ahora puedo ser consciente de ese abismo, de ese precipicio sin fondo, pero si lo pienso y lo escribo es porque sé algo más.

jueves, 21 de noviembre de 2013

DE PUNTILLAS

Hubo una mujer sin nombre que se lanzó al río mientras Raskólnikov la miraba absorto, sin voluntad, una mujer a la que rescataron de las aguas para continuar su camino...
Como en las historias que me va deparando la propia vida, no conozco una sola novela en la que no pase de puntillas algún personaje ocasional -ni siquiera secundario, ni terciario-, tallado en la fugacidad de un renglón o de un triste párrafo, y que luego, al cabo de muchas páginas o incluso de otras lecturas y de estaciones o de años sin acordarme, no vuelva de repente a mi memoria con el único propósito de tentarme para que indague su porqué, y me reta a imaginar su identidad truncada, y me obliga a recrear los pormenores anteriores y posteriores a aquella escena lejana, de apariencia trivial, única, en que su breve existencia de papel se cruzó con la del protagonista, también de papel, y rozó la gloria en la eternidad del instante. Ahí hay otra novela, me digo, y la dejo pasar, contemplándola con un poco de soberbia, encaramado al extraño regocijo de los vagos propósitos.

lunes, 18 de noviembre de 2013

MEDIA HORA

Es un poema que se tropezó conmigo, y yo con él, allá por los dieciséis años, justo cuando me sentía sobrepasado por causas no del todo ajenas a mi voluntad. Lo leí tantas veces, a modo de terapia de las emociones, que lo acabé aprendiendo de memoria. Hoy no tolero bien ninguna traducción que no sea esta (aquí la versiono en prosa) realizada por Pedro Bádenas de la Peña para Alianza Tres:

Ni te he poseído, ni nunca, creo, te poseeré. Algunas palabras, un contacto, como en el bar anteayer, y nada más... Es, aunque no lo diga, triste. Mas nosotros, siervos del Arte, en ocasiones con la intensidad del pensamiento y, desde luego, solo por poco tiempo, creamos un placer que parece casi real. Así, en el bar, anteayer -con la ayuda, por lo demás, del muy compasivo alcohol- gocé media hora de total erotismo. Y lo comprendiste, me parece, y adrede te quedaste un rato más. Era sumamente necesario, porque con tanta fantasía y el mágico alcohol, tenía que mirar tus labios, tenía que tener cerca tu cuerpo.
Constandínos Kavafis

viernes, 15 de noviembre de 2013

UNA SOLA VIRTUD

Ayer vi una película soporífera (el adjetivo es mío, así que, para evitar los prejuicios inherentes a la generalización, no incurriré en la facilidad tendenciosa de revelar el nombre del director o su país de producción). Aguanté hasta el final, por respeto y porque soy así de testarudo, aunque desde la primera escena supe que me iba a suponer un pequeño sacrificio. Varias veces me acordé de la sentencia de Julio Ramón Ribeyro a propósito de las personas, de los amigos, a los que, según él, no hay que exigirles más de una virtud, porque una sola virtud basta para justificar esa amistad y para excusar de paso todos sus defectos. Pues bien, de la película de anoche me quedo con esta idea: clasificar todas las noticias de un periódico según sean buenas o malas, estableciendo una especie de ranking, y ello con la preciosa posibilidad pedagógica de que los alumnos, en el seno de la clase, tal vez por grupos, jueguen a reconvertir las malas en buenas, modificándolas en una nueva redacción.

jueves, 14 de noviembre de 2013

RITUAL SIN ALMA

De la propuesta de examen al tedio inmenso de la corrección, y de ahí a la aritmética fría de un dardo que se clava impasible entre el cero y el diez. Tal es el ciclo estúpido, el ritual sin alma en que a menudo naufraga el ejercicio de la docencia.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

CON RASKÓLNIKOV

Fue un gesto impremeditado, hasta cierto punto ordinario y azaroso -pasar revista a los estantes, fijar la atención en un título, alcanzar el volumen y hojearlo-, pero un gesto cuyo desenlace me estuve negando, casi con delectación morbosa, deliberadamente, desde hace nada menos que dos décadas. Lo empecé el sábado, poco antes de mediodía, a esa hora en que la luz invade la estancia y nada es más tentador que meterse de lleno entre las tapas de una novela bien contada, con crédito, a ser posible un clásico. Desde entonces deambulo con él por las calles de San Petersburgo, tomo silla a su lado en cualquier taberna de mala muerte o me encierro a dormitar en el cuarto que él alquiló y que no paga hace meses. De algún modo, soy él, habito su determinación, me abandono a su destino. El domingo me leyó, o leí con él, la larga carta de su madre. El lunes fui testigo del sueño en que una yegua es maltratada por su dueño hasta la muerte. En mi mañana de ayer, alrededor de las siete de la tarde, salió al fin en busca de la vieja prestamista y cometió el crimen que andaba maquinando. Ahora nos espera a los dos el largo y venturoso periplo del castigo que se anuncia en el título, unas quinientas páginas de entrega obsesiva a la lectura, a ese placer que parece remoto, pero que para algunos sigue siendo esencial, imprescindible.

lunes, 11 de noviembre de 2013

CONQUE AQUESTA LUZ QUE VES

Un ciego en Londres había
tal, que no determinaba
los bultos con quien hablaba
en el resplandor del día.
Y una noche que llovía
(como una de las pasadas)
a cántaros y lanzadas,
por las calles, caminando,
se iba mi ciego alumbrando
con unas pajas quemadas.
Uno que lo conoció
dijo: -Si no os alumbráis,
¿para qué esa luz lleváis?
Y el ciego le respondió:
-Si no veo la luz yo,
la ve el que viene, y así
no se encuentra conmigo aquí;
conque aquesta luz que ves
no es para ver yo, es
para que me vean a mí.


Calderón de la Barca

viernes, 8 de noviembre de 2013

EL PALACIO DE LOS SUEÑOS

A propósito de la intromisión del estado en la vida íntima del individuo (¡y no solo en el consabido ámbito de los regímenes totalitarios que la prepotencia de Occidente cree superados e irrepetibles!), me viene a las mientes una novela y un autor acaso menos conocidos y consagrados que los Kafka, Orwell y cía.: El Palacio de los Sueños (1981), de Ismaíl Kadaré. La descubrí hace años por casualidad, porque su título llamó mi atención en un catálogo de Círculo de Lectores. Y la recomiendo viva, vivísimamente.

jueves, 7 de noviembre de 2013

ME SORPRENDE LA SORPRESA

Después de tantas novelas y de tantas películas de espías, me sorprende la sorpresa con que los altos dignatarios y mandatarios de las políticas y de las finanzas de este globalizado mundo acogen las informaciones sobre los laberintos sutiles del espionaje internacional. Si Kafka y Orwell salieran un rato de sus tumbas y desempolvaran sus historias, si a Le Carré y a otros especialistas del género les preguntaran sobre las tramas posibles de nuestro delirio electrónico... Me sorprende tanta sorpresa, de verdad, tanto aspaviento inocentón, tanta pose de rasgadas vestiduras, tanto hacerse de nuevas, porque por mucho que lo intento no soy capaz de concebirlos tan rematadamente ingenuos.Y nosotros, los de abajo, los ciudadanos de a pie, asistimos al alboroto mediático de esos prohombres (y de alguna promujer también) desde una distanciada incredulidad, como si no lo supiéramos todos, ellos y nosotros, como si hiciera falta que alguien venga a confirmar ahora que se nos espía a diario, a cada instante, y que cuando no se nos espía es porque no les interesa espiarnos; resulta que para nosotros, sin echarle mucha imaginación, es una realidad asentada desde hace tiempo y desposeída de cualquier misterio. Es de lógica que los servicios de inteligencia se espíen entre sí y que vigilen a los ciudadanos, para eso están, y más en nuestro tiempo, con tantos recursos de la alta tecnología a su servicio, con tantos datos de usuarios enmarañados en la causa de las redes sociales y asociales, esas que todos manejamos a cada instante, desde cualquier punto del planeta.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

LLAMADME MANIQUEO

Las opciones son dos, y ninguna más: someterse o rebelarse. Y la mera formulación de derroteros tan opuestos decanta por sí misma la voluntad de los hombres y las mujeres de hoy, pues inhibirse equivale a no hacerse preguntas, y quedarse quieto y con los labios sellados ante el cúmulo de despropósitos significa vivir ya, de hecho, bajo el yugo de todo lo que nos viene dado: ideologías y banderas, símbolos y creencias, tradiciones muy nuestras, filias y fobias, todo.

martes, 5 de noviembre de 2013

DE FOTO

Estuve dando vueltas por el centro hasta encontrar espacio en la zona azul, en una calle perpendicular al río. La ciudad atardecía bajo el espectáculo de nubes de un poniente encarnado. No me decidía a echar monedas porque solo llevaba treinta céntimos y necesitaba estacionar más de una hora, hasta después de las ocho. Entonces me reclamó desde la acera de enfrente un chico sudamericano, muy agobiado porque no le arrancaba el auto, un viejo mercedes que al parecer no era suyo, sino de un amigo. A los pocos minutos lo estábamos ayudando entre el aparcacoches (un negro subsahariano) y yo mismo, mientras él se afanaba en redireccionar las ruedas para sacarlo del hueco. Ya enfilado, el guardia que vigila la zona azul vino a sumar sus energías tomando carrerilla. Logramos empujarlo entre los tres durante treinta o cuarenta metros, hasta que el motor recuperó a empellones parte de su aliento y continuó la marcha solo, desligado de nuestras manos. Cuando levanté la vista, un poco aturdido por el esfuerzo y por la escena que acababa de protagonizar, vi al hombre que nos apuntaba con su cámara desde detrás de un árbol.

lunes, 4 de noviembre de 2013

MÁS SÚBDITOS QUE CIUDADANOS

Parece que hemos triunfado si metemos muchos ordenadores en el aula desplazando al profesor, que es quien podría enseñar y transmitir los valores humanos. La formación así concebida no va encaminada a enseñar a vivir; se enseña a consumir y producir, no a vivir. De las aulas salen más consumidores y productores que vividores, más súbditos que ciudadanos. Esa es una de las razones de la pasividad de la gente ante las cosas que ocurren.
José Luis Sampedro

jueves, 31 de octubre de 2013

OTTO E MEZZO

Anoche, en la Filmoteca, Ocho y medio de Fellini, aquella cinta de 1963 que yo aún no había visto. Minutos antes, en una cafetería próxima donde hacíamos tiempo, en el lapso de ir al lavabo y volver, endulzado con esa ráfaga de promesa que acompaña al misterio de la inspiración, se me insinúa el argumento irrenunciable de una novela, otra más, sí, porque el cuaderno donde deposito las ideas para esos grandes proyectos novelísticos que no me atrevo a afrontar todavía acumula casi una docena de páginas con sus respectivas anotaciones y títulos. ¿Qué resorte se me activó en ese espacio tan escueto, en esos diez o quince segundos de esplendor absoluto, cómo pudo cortejar mi cerebro una idea así, tan genuina, tan mía, un arrebato inefable que a lo peor solo se queda en eso, en un destello, sin llegar a cuajar en nada perdurable? ¿Adónde van las historias pensadas, intuidas, las que nunca se escribieron ni se escribirán, las que viven y crecen y se amotinan tan solo en la imaginación, y en ella mueren? Momentos después, sin apenas transición, Fellini, el blanco y negro en la gran pantalla, la versión original con subtítulos deleznables, el rostro próximo de Mastroianni y el desfile de musas, el eterno conflicto de la creación artística.

miércoles, 30 de octubre de 2013

EN LA REUNIÓN DE 4ºD

Reunión de padres y madres con el profesor que ejerce la tutoría de sus hijos. Pero esta vez no soy yo quien se sitúa de espaldas a la pizarra y reparte fotocopias con horarios e hilvana un discurso de bienvenida salpicado de las inevitables apelaciones al sentido común. Esta vez soy uno más entre esas madres, sobre todo madres, que ocupan sillas y mesas y atienden desde la distancia de la edad, asintiendo con suficiencia o preguntando obviedades. Conforme pasan los minutos noto que mi empatía está más del otro lado que de este, más con las palabras previsibles de la tutora que con la reticencia enjuiciadora de una parte del auditorio que la interrumpe y la interpela sin turno, sin la sana solicitud de una mano levantada. Mientras miro la pizarra, las paredes con sus mapas, las dimensiones de la clase donde mi hija transcurrirá mañana seis o siete horas de su día, ante seis o siete profesores diversos, pienso en lo importante que es modificar nuestro lugar habitual entre las cosas, asumir el esfuerzo de ser también en el espacio físico del otro y de mirar por sus ojos. Creo que este mundo de locos lo agradecería.

martes, 29 de octubre de 2013

CADENA DE ERRORES

Nací un viernes de enero del 67. Otro siglo, otro milenio. Desde aquel umbral desligado ya del cuerpo de mi madre, me pregunto cuántos errores se habrán ido encadenando hasta alcanzar a la secreta paz de la mañana de este octubre que languidece, hasta converger con este yo interrogativo que se asoma a la pantalla del artilugio para teclear la maravilla, el vértigo, la perfecta amalgama de sucesos que me ha traído aquí, a esta reflexión, a este preciso texto, a esta palabra última y a los ojos de quien la lee, a este punto que no quiere ser final, sino aparte.

lunes, 28 de octubre de 2013

CUALQUIER PIRULA

Entre el acusado y la víctima se interpone el delito, que en términos jurídicos -no así morales, que cada cual gasta los suyos- ya no le pertenece a la una ni al otro, ya no incumbe a las partes, sino que deberá someterse a la interpretación que de las leyes escritas hacen los jueces, esto es, esos ciudadanos que conocen las leyes escritas y que les ha sido encomendado aplicarlas a cada caso con rigor, nos guste más o nos guste menos. Cualquier pirula que, más allá de la sentencia dictada, se las ingenie para contentar las expectativas de la víctima o para indultar la fechoría del ejecutor es una irregularidad que habrá de ser denunciada y reparada, acatando sus consecuencias y admitiendo el error. Otra cosa es que la sociedad en su conjunto, en frío, a través de sus representantes, decida ablandar o endurecer esas leyes escritas sin renunciar a los principios fundamentales de un estado que se dice progresista y que presume de democrático. Lo demás es provocación, chantaje de las emociones o, peor aún, oportunismo electoral, basura mediática, indignación bananera.

viernes, 25 de octubre de 2013

ESCRIBIR

Escribir es una mezcla de inspiración y cabezonería. Inspiración para encontrar -casi nunca buscar- un tema, una voz, un tono. Cabezonería para ponerse a diario a la tarea. Venciendo la desgana, la convicción de que no saldrá nada, de que a lo mejor uno se está equivocando, la tentación de tumbarse a leer o a escuchar música, o de irse al café de enfrente a tomar una cerveza, o un café, o un gin-tonic, lo que toque. Parece que nada va a salir. Y luego acaba saliendo algo, poco o bastante, pero unas líneas más, unas páginas más, ese montoncito creciente de folios que había junto a la máquina en las edades remotas, ese indicador de word en el que sabes cuántas palabras van y cuántas páginas.

Escribir es caminar, imaginar, recordar, escuchar, mirar. La naturalidad es tan perfecta que hace falta mucha atención para apreciar el artificio que la hace posible.
Antonio Muñoz Molina


jueves, 24 de octubre de 2013

¡BUENOS DÍAS!

Ya sé que solo es una fórmula de saludo, una manera de establecer el contacto por medio del lenguaje o, más aún, un simple hábito de educación. Habrá quienes hoy precisamente prefieran devolver las mismas palabras estranguladas entre dos grandes interrogaciones (¿buenos días?) o que tal vez las dejen escapar de sus labios casi escupiendo esos tres puntitos que suspenden cualquier presagio optimista (buenos días...). Pero ahí están, y no es malo pronunciarlas entre signos de júbilo, porque igual que un paso se encadena con el siguiente para construir el camino, también cada palabra pone su lucecita en la que vendrá después, edificando así la frase, el párrafo, el sucesivo texto de la vida.

jueves, 13 de junio de 2013

YA BASTA

Más de una vez en los últimos tiempos me he sorprendido preguntándome cuándo y cómo cerraría esta ventana abierta al mundo, con qué palabras clausuraría para siempre un sitio donde me propuse ejercitar el músculo literario sometiéndolo a la inmediatez del medio y a un principio elemental de disciplina de la reflexión.
No haré ningún balance: ahí queda mucho de lo que he sido y de lo que hoy soy, y también de lo que pude haber sido y de lo que nunca seré. Redacto esta esquela con un extraño desapego, casi con alivio, como si me hubiera desembarazado al fin del compromiso íntimo de mantener la expectativa de esta alforja sine díe, o como si mi propio aliento adivinara en sus retales futuros, en los que no afronté, en los que aún estaban por venir, la búsqueda de otro molde menos urgente, la discreción de una vasija más sabia donde poder verter la nueva fe de su destino perezoso.
Gracias por todas las visitas, las asiduas y las fugaces, las que fueron y las que serán, y también por los eventuales comentarios que han alimentado el encuentro.
Gracias por la complicidad y por la paradójica virtud que ampara el desacuerdo.
Gracias por la compañía, por la soledad, por el misterio, por la vida.
Salud!

miércoles, 5 de junio de 2013

ESO CREO

Días atrás anoté en mi libreta -mientras esperaba al amigo y el café- una idea que me ronda desde hace años, pero a la que no había prestado mucha atención hasta que se manifestó como excusa a partir de un poema recitado en clase, poema que desencadenó un debate con los alumnos y que me obligó a improvisar algo parecido a esto que anoté en mi libreta, días atrás:
Creer no creo en nada, o eso creo... Mi fe suprema oscila entre la militancia ateísta y el más puro agnosticismo. No obstante, más allá de dioses y de azares, de voluntades y de efectos causales, supongo que si en algo creo es en la inercia (sí, y no solo en el plano físico que postuló Newton) como principio rector del devenir universal. Creo que mi credo está emparentado con la idea clásica de fatalidad, mas no la fatalidad en tanto que destino escrito a voluntad de las divinidades, sino como corriente de agua que arrastra la existencia de todos y de todo con una fuerza natural e irreprimible, intrínseca. O eso creo...

miércoles, 29 de mayo de 2013

NO ME INTERESA

Un escritor al que sigo se quejaba hace poco de que alguien le hubiera manifestado su desinterés por Galdós, aduciendo que si no lo había leído no podía decir que no le interesa, y deslizando de paso el descrédito que le merece esa especie de desdén (tan español, dice) que a la vez que se declara hace gala de su ignorancia.
La lista de los autores que a mí no me interesan, si se me ocurriera perder el tiempo en hacerla, es infinitamente más amplia que la lista de los autores que acaso me interesan. Los hubo que me interesaron mucho y que ahora han dejado de interesarme, por tantos y tan variados motivos que no los voy a desgranar aquí. Los hay también que no me interesaron cuando debí haberlos buscado y que hoy los visito y los hallo con una veneración sospechosa, tal vez anacrónica; pero tampoco merecerá la pena que me pare a analizar la dignidad de mis querencias antiguas ni la licitud de mi apetencia moderna. Y, en fin, los hay que nunca me interesaron y que, mucho me temo, nunca me interesarán aunque ni siquiera los haya leído, no sé muy bien por qué ni pretendo averiguarlo en esta hora, es la esencia de un albedrío intangible que se disputa entre la intuición intelectual y la empatía emocional y que coquetea con el puro azar, misterio trinitario que tampoco se resolverá aquí, no por mí.
Creo que aún me asiste el derecho soberano a sentir interés o desinterés por un autor o por una obra, los haya leído o no los haya leído, se llame Benito o se llame Benedicto, simplemente por referencias, y entiendo que nadie debiera deducir de mi actitud juicio crítico alguno, ni aprecio o desprecio literario, ni nada de nada que se insinúe más allá de la estricta voluntad.
Es una opinión que no sé si interesa, pero es la mía.

lunes, 27 de mayo de 2013

EL TRAJE NUEVO...

Cuantos más años cumplo, más espacio gana en mí la desoladora sensación de seguir siendo como el niño aquel que se reía del rey desnudo mientras las ciudad entera aplaudía el talento sublime y los falsos sastres se frotaban las manos, en la conocida historia de Andersen.
Leo que España va a exponer en su pabellón de la Bienal de Venecia, a finales de mes, una montaña de más de cuatro metros de escombros, proyecto con un coste previsto de 400.000 euros. Los entendidos, para expresar lo que esto significa, hablan impúdicamente de "proceso de deconstrucción",  del "concepto land art en el que lleva tiempo trabajando la artista" y, cómo no, de la "búsqueda de una poética del escombro", poética que, no lo dudemos, acabará por encontrar si sigue escarbando en la materia de su fe mientras quienes gobiernan el despropósito le engordan la cuenta.
No me sorprende: hace años, en la ciudad por do camino, la misma artista ya descargó y deconstruyó la misma idea en un cruce de calles, no recuerdo en nombre de qué sarao de arte contemporáneo ni cómo acertaron a justificarlo los mandarines de la excelencia que por aquí discurren, pero sí que iguales o parecidos desechos, creo que tasados entonces en unos 600.000 euros, gozaron la polémica que apetecían bajo el señuelo de idéntica provocación.
Qué ingenuo soy, lo sé, y qué ignorancia la mía; los misterios del arte son tan inexpugnables como una montaña de escombro en un pabellón español. 

viernes, 24 de mayo de 2013

LEY DE EMPRENDEDORES

Emprender es verbo que suena a comienzo, a ilusión, a lucha; pero cuando abre la puerta de la acción para echar mano del sustantivo que lo ejecute, emprendedor, entonces la palabra se tiñe de un gris inesperado y presuntuoso, adquiere un perfil que me incomoda, que pone a prueba mi soberana empatía con los vocablos del idioma y que, al fin, me irrita cordialmente, si se me permite decirlo así. No sé más, salvo que tal desafecto vive agazapado en las vísceras de mi intuición semántica y casi me avergüenza admitirlo como lo que es: un prejuicio íntimo, una generalización subjetiva, un rechazo del marcado tufillo materialista que para mí destilan este y otros términos la mar de inocentes y de necesarios para nombrar el mundo.
Cuando acabé la licenciatura me hallaba tan desorientado y humillado de incentivos, y tan definitivamente escaso de viles metales, que decidí poner anuncios en determinados lugares para ofrecerme como mecanógrafo a tiempo parcial, cobrando no recuerdo cuántas pesetas por cada folio de trabajo. Fue un completo fracaso; durante dos o tres meses me volqué en la tarea con un celo nada práctico, pues de mero transcriptor pasé pronto a la categoría de corrector adjunto y de ahí a deslizar arreglos de estilo que ni siquiera consultaba a mis patrones sucesivos, y todo por el mismo precio. No sé si llegué a ganar más de cuatro o cinco mil pesetas, lo que hoy se traduce en veinticinco o treinta euros. Esa fue mi primera y última experiencia en el mundo de los negocios; menos mal que, años después, el destino me reservó plaza en una oposición y ya no me obligué a pensar en otros emprendimientos lucrativos.

miércoles, 22 de mayo de 2013

DESDOBLE

Tomo silla en la terraza de la tarde y aguardo la inminencia del amigo. Antes, en el paseo hasta la cita, se me ocurrieron un par de ideas que ahora amenizan mi espera y que me decido a garabatear en mi libreta de mano. Volcado en ese gesto casi primitivo, presiento a la chica que atiende las mesas y le digo que vuelva más tarde porque no voy a estar solo y no me quiero anticipar. Por el tono de su piel, ha de ser sudamericana, y mientras trazo secretamente mis notas la imagino a la distancia de unos metros, detenida en la prudencia de su oficio, al acecho de nuevos clientes para ofrecerse a servirlos, controlándolo todo sin quitar un ojo de ese hombre de mediana edad que escribe en su libreta y que aún no ha pedido nada. La muchacha se mira las uñas, se acuerda de una cosa que le dijo su abuela cuando vivió con ella una temporada, en Quito, la distrae un hombre que se quita el casco y deja la moto. Hay un mendigo con la mano extendida que se eterniza ante la mesa del que escribe y que desaparece de la escena justo en el instante en que entro por un lateral de la plaza y, tras aparcar debajo de un árbol, me aproximo al amigo preguntándome qué clase de pensamientos estará recogiendo en su libreta de mano. Disculpo mi retraso, pues habíamos quedado a las cinco y ya son las cinco y cinco: los dos somos bastante puntuales. Una chica me saluda, seguro una antigua alumna, pero no recuerdo el nombre. La otra, la que atiende las mesas de la terraza, viene hacia nosotros para tomar nota de nuestras peticiones: él un café cortado; yo un agua mineral. Oye, ¡qué fastidio de alergia!

sábado, 18 de mayo de 2013

DE CUANDO FUI POETA

Subo la persiana y el cielo del nuevo día se erige perfectamente azul, recortado por el contraste lineal de tejados y terrazas y, más al fondo, por el verde que ondula el horizonte de la montaña. Luce un sol limpio en la primavera rezagada del sureste, pero conforme discurren los minutos surgen nubecillas que poco a poco buscan alianza para constituirse en figuras imposibles que avanzan sin esfuerzo sobre el lienzo celeste. Al seguirlas desde la pereza de la cama, transportado por su irremediable ingravidez, siento que mi ánimo se contagia de antiguas inquietudes y retrocede hasta tres décadas, a mediados de los ochenta, quizá espoleado por la memoria repentina de un poema de entonces que gestionaba su particular olvido, unos versos que hablan de las nubes como símbolo de los sueños no alcanzados, lejanas nubes que aquel adolescente que fui miraba desde abajo, absorto, preguntándose al fin, en el último tramo de la composición, si el adulto que llegaría a ser y que se elevaría sobre ellas iba a observarlas entonces con parecido afán. Escarbo y recito: 

Mañana aplastaré las nubes desde arriba.
¿Habrá roído el tiempo sus rosados perfiles?
¿Seré uno más llorando en el abrazo la furia
de quien llega sediento hasta el origen,
mas ya no es éste el manantial que codiciara?
¿Estarás, Amor, si alcanzo,
tan alto y necesario como ahora?

Ha pasado mucho tiempo y he escrito muchos versos; pero aquella certeza inmaculada en el instante de atrapar las emociones, aquel éxtasis de la palabra buscando su exacta correspondencia en el asombro de un mundo adverso, aquel gozo indescriptible de la inspiración que se abre camino sin ser invocada y que triunfa en la ingenuidad del pecho sin ambicionar nada más que su propia complacencia, eso se ha repetido en muy contadas ocasiones, y hoy, contemplando esas nubes cada vez más oscuras, dudo mucho que la musa me vuelva a regalar aquella plenitud, aquellos dones.

miércoles, 15 de mayo de 2013

EN LA PROVINCIA


Otro inédito de Martínez de Paco:
"La provincia -entiéndase provincia en su acepción más provinciana- es el espacio idóneo para la mutua adulación y, cómo no, también para la navaja trapera por la espalda. Merodear en la provincia y medrar de sus ubres a ratos generosas requiere de la complicidad fanfarrona y del compadreo institucional. Por eso no hay que tentar sus favores ni dejarse malherir por sus esporádicos desplantes. Qué fácil, para un escritorcillo en ciernes, suscribirse a la nómina de don Fulano o a la opuesta nómina de don Mengano, o a las dos a un tiempo, arduo equilibrista de las artes hipócritas. Qué fácil para algunos, a cambio de una cita pactada en un artículo volandero, o de una invitación a un coloquio radiofónico, o de una charla sin clientes en las enmoquetadas dependencias de una caja de ahorros. ¡Y qué difícil para otros!"

martes, 30 de abril de 2013

CURIOSO ANACRONISMO

(EXTRACTO DEL DISCURSILLO QUE LEERÉ ESTA NOCHE)

He venido a presentar al público algo que a mí nunca dejará de sorprenderme: una cosa rectangular, de hechuras delicadas y de un peso tan leve que puede sostenerse sin esfuerzo en la palma de la mano, un artefacto confeccionado con finas hojas (cada una dos páginas) en cuyo interior se suceden ristras paralelas de signos en su tinta (que llamamos renglones) y provisto de una bonita cubierta, suave al tacto, que se dobla por el lomo para que destaque una portada en la que se postula un nombre y un título y en la que excepcionalmente se admite el generoso soporte de un subtítulo.
Pero el hecho en sí de presentar un libro, esto es, de anunciar un volumen que se construye a base de papel y de combinaciones de letras y de un porcentaje incalculable de fantasía, empieza a ser un empeño del pasado en estos tiempos de novedades informáticas y de ingenios digitales, un curioso anacronismo cuyo vaticinio sabrá reconciliarse con el futuro inevitable a la vuelta de muy pocos años, tal vez menos años de los que la antigua legión de los lectores más románticos nos atreveríamos a sospechar.
Seguirán escribiéndose historias porque no faltarán talentos con imaginación para escribirlas, y seguiremos leyéndolas porque las necesitamos para saber y sentir nuestra naturaleza humana; pero el libro, tal como lo hemos conocido hasta hoy, desaparecerá irremediablemente, y poco a poco lo iremos remplazando por otros formatos acaso más prácticos, y entre las evocaciones de los más nostálgicos y las rarezas de los nuevos coleccionistas, al fin lo terminaremos relegando en nuestra memoria y triunfará como reliquia en los desvanes del olvido.

viernes, 26 de abril de 2013

EN MITAD DEL OCÉANO

A menudo me pregunto de dónde nace el humor, qué ley de la causalidad rige sobre el ánimo de nuestro deambular sucesivo por el mundo, en qué secreto recodo del cuerpo o del espíritu se registran los signos de la voluntad cuando no la sentimos como tal voluntad, sino que se nos impone tan ajena como un dolor de cabeza o como un retortijón en el vientre.
Un día cualquiera, a cierta hora imprevista, a uno lo sorprende el maravilloso equilibrio de las cosas y de repente se nombra dichoso sin saber por qué, pieza perfecta en la superficie del puzle, como si la propia vida lo llevara en volandas y uno no tuviese que hacer ningún esfuerzo para disfrutar de los dones; o bien, a cierta hora imprevista de un día cualquiera, viudo de razones objetivas que lo justifiquen, sin que medie un agente externo -la mañana o la tarde, el lunes o el viernes, una fotografía antigua o reciente, una llamada de teléfono…- al que podamos reclamarle daños, a uno se le ensombrece el rostro y se forman nubes oscuras a su alrededor y se enreda en la espiral del desánimo.
Qué es lo que nos zarandea sin que acertemos a evitarlo, qué lo que caprichosamente nos eleva para hundirnos más tarde, qué abandono o qué inquietud se apodera con tal descaro de nuestro instante, qué resorte invisible nos sitúa del lado de la exaltación y del entusiasmo y nos condena luego a sestear en la ribera de la melancolía y a mirarnos en las aguas turbias de la tristeza.
Me lo pregunto a menudo, como un náufrago a merced de las olas, en mitad del océano.

lunes, 15 de abril de 2013

MÁS HUÉRFANOS AÚN

Me da algo de pudor admitirlo: no he leído casi nada de José Luis Sampedro; apenas -y fue porque en otra vida se me impusieron difusas razones investigadoras- una novela que lleva por título El amante lesbiano y de la que no conservo ningún recuerdo definido, ningún apunte ni ficha de lectura a los que pueda recurrir hoy para darle un toque de dignidad a mi ignorancia. Conocía su historial bibliográfico, su tardío asalto al ruedo literario, el respeto y el prestigio que suscitaba en el circuito de la intelectualidad española, pero por uno u otro azar mis manos nunca han llegado a sus libros y tampoco sus libros han llegado a mis manos. También tenía noticia de su compromiso con las causas perdidas y de su actitud verbalmente combativa frente a los desmanes y las injusticias que nos viene deparando la actualidad más cerril. Anoche volví a verlo en la entrevista que concedió hace un año escaso a un programa de televisión y me volvió a sorprender la lucidez que manaba desde la atalaya incontestable de sus noventa y cinco años bien vividos, me regocijé con la serenidad de sus convicciones y me identifiqué aún más, si cabe, con la agudeza crítica de su discurso, con la clarividencia de diagnóstico y de análisis en estos tiempos de creciente indignación ciudadana.
Se nos fue Ernesto Sábato, lo siguió después José Saramago y se acaba de marchar sin aspavientos, en silencio, José Luis Sampedro, nombres y hombres cuya autoridad moral residía no solo en su larga trayectoria y experiencia, sino en su ejemplo, referentes insustituibles de aquella antigua conciencia humanística -vale añadir, humanitaria- que se desmorona día a día, que nos abruma informativo a informativo, y con ella ese mundo posible que alguna vez soñamos para disfrutar en armonía con nuestros nietos.

jueves, 4 de abril de 2013

LAS MANOS MANCHADAS

La vida, su transcurso, me radicaliza inexorablemente, pese a aquel sentir antiguo de que con el paso de los años me acabaría convirtiendo en un ser más discreto, más tolerante y más flexible para con la estupidez humana. Al contrario, noto a menudo que muchos de los asuntos y las actitudes sobre los que antes me manifestaba a prudente distancia, buscando casi siempre relativizarlos y aprehenderlos y al fin discernirlos con una infatigable vocación mediadora, se han ido enquistando muy dentro de mí y adoptando poco a poco la forma rigurosa de los principios elementales, axiomáticos, esos que a cierta edad ya no se sabe ni se quiere negociar a ningún precio.
Cada día advierto con más énfasis y vehemencia, ante el noticiario de la tele o en las tertulias familiares de sobremesa o simplemente espiando las conversaciones de calle, la seguridad inifinita de mis convicciones cuando son esgrimidas a favor de un modelo social que defiende determinados valores irrenunciables frente a otros, sus opuestos, que juzgo inasumibles (dígase, por ejemplo, el debate actual entre lo público y lo privado, o entre el Estado laico y el Estado religioso), lo que se termina contagiando de un discurso maniqueo que, muy a pesar de mi profunda voluntad dialéctica, chapotea en el dudoso fango de las premisas ideológicas más primarias.
Pero es al toparme con la Iglesia cuando las vísceras se me remueven en su bolsa entrañable, y me sonroja las mejillas del alma tener que admitir ahora que, sin ser consciente o siéndolo solo a medias, fui colaborador necesario de su pompa, y que contribuí desde la generosa excusa que autorizan las tradiciones a la gran farsa que la sostiene en este mundo bajo el palio dorado de sus ceremoniales y sus ritos, de sus documentados fanatismos y de sus históricos desmanes. Fui cómplice, sí, porque toleré la inocencia del espíritu religioso sin comprender aún que la magnífica estructura de la fe que dictan en Roma tiene sus infalibles manos manchadas de todos los horrores descritos y de los que están por describirse, sin comprender aún que la perversión de su poder sobre la vastedad de la Tierra nunca ha sido inocente y que nunca lo será, porque no sabe serlo.  

jueves, 21 de marzo de 2013

LUZ DE LA MEMORIA, LUZ DEL ALMA

Primero conocí sus versos, el desgarro y la verdad terrible que arrasaba en los poemas de Elegía del Sureste, de Encuentros con Anteo o de Alto acompañamiento; después saludé a hurtadillas, como un novicio eterno, al casi octogenario Francisco Sánchez Bautista, el poeta autodidacta que había dedicado más de media vida a clasificar y a repartir cartas y que pronunciaba cada palabra con la discreción bautismal que distingue a los antiguos; y luego, algo más tarde, llegué al hombre y me abrió la puerta de su casa, alcancé a la persona que los amigos llaman Paco, Paco Sánchez Bautista, y me supe cómplice de esa figura menuda que sonríe con modestia cuando se habla de sus libros y que se emociona con dignidad de la mano de Teresa, un hombre que siempre -siempre- deja como un rescoldo invicto de humanidad, como una estela enternecida de honradez y compromiso, así en el arte como en la vida.
Hoy -Día Internacional de la Poesía- el Museo de Ramón Gaya propone a los ciudadanos la lectura pública e ininterrumpida de los versos del Poeta Sánchez Bautista; y yo, breve eslabón de esta cadena, dentro de un rato apenas, prestaré mi voz a estos que siguen, versos definitivamente fabricados de tierra que un Paco agradecido nos regaló, en los albores de 2009, a los entonces miembros de la comunidad educativa del instituto de Llano de Brujas, pueblo que lo vio nacer en 1925, con motivo de la adopción de su nombre por el centro:

Sobre esta tierra laboral, un día
el naranjo creció, y el limonero.
Hoy es tierra de luz, manantial puro
de profundo humanismo, donde bebe
sedienta de saber la adolescencia.

Hoy se cultiva aquí la tolerancia
por doctos profesores que transmiten
el futuro a sus jóvenes alumnos,
la dignidad del hombre como meta.

La luz de la memoria -luz del alma-
queda injertada sobre sabia joven
por aquellos docentes que conocen
al niño aprovechable, al niño que ama
la Verdad como génesis eterna,
que es madre de la ética, vasija
del barro más preclaro, donde estuvo
la consciencia del ser desde su origen.

Puede un niño arrancar y plantar un árbol,
y hacerlo frutecer, dándole vida.
Mas ni un solo árbol de los que aquí hubo
le hubiese dado educación a un niño.

Celebremos con júbilo esta parcela
y su siembra de vida: la que llena
estas aulas de gracia adolescente.

domingo, 17 de marzo de 2013

EL AUTÓGRAFO

Los paseos y las plazas del centro, su bullicio vespertino de un sábado de mediados de marzo, me engullen irremediablemente. Apetece el tránsito así, ocioso, demorado, sin meta, dejando que el pensamiento oscile al albur de lo que los ojos ven, de lo que escuchan los oídos, de lo que el olfato atisba, de lo que el cuerpo quiere. La marea de gentes de cualquier edad me rebasa por ambos lados o, viniendo de frente, hace un ligero amago para no tropezarse conmigo.
Sin apercibirme de mi avance, ya estoy en Alfonso X, detenido ante el hechizo de un expositor de libros de viejo, justo al principio de una hilera de puestos donde conviven o conmueren en eterna promiscuidad bellos ejemplares de Homero, de Dante o de Shakespeare con lomos más humildes, casi ridículos, de autores contemporáneos, muchos de ellos paisanos y coetáneos y tan vivos o tan muertos como lo pueda estar yo mismo.
(Entre paréntesis, en un tono más bajo, recuerdo que hace más de veinte años, en una de estas ferias alentadas por los regidores municipales, descubrí una primera edición, en cubierta dura, de la Escuela de Mandarines de Miguel Espinosa; temblando de emoción, alcancé la reliquia, la manoseé como un devoto, indagué su precio y luego lo regateé amparándome en mi condición de estudiante pobre: el librero me pidió 700 pesetas y tras mucho pensármelo admitió bajar a 500, pero yo sé que le hubiera pagado las 2000 pesetas que tenía en mi bolsillo para pasar la semana).
De pronto, ineludible, en su verde de siempre, se postula un libro mío escrito en la atrocidad de la adolescencia -El otoño de los tristes-, y al advertirlo ahí me embarga una paradójica sensación que en este caso, lo juro, no guarda parentesco con la vanidad. Lo extraigo de su nicho de papel, lo acaricio, lo hojeo y, como un tumor infecto, en su página inicial me sorprende la evidencia de mi firma junto a la fecha de un día cualquiera de 1995 y mi propia caligrafía con la cuidada dedicatoria de tres o más renglones a nombre de un conocido de entonces que sigue siendo conocido en los ambientes literarios de la provincia, porque aún colea y acaso pasea su vejez por estas mismas baldosas. Mi alma se ruboriza, escruto a mi alrededor a otros ojeadores de libros que posan su mirada en el mostrador, deslizo el ejemplar con disimulo, lo camuflo entre hermanos suyos tan autografiados como él y huyo hacia ninguna parte, imperioso, como si acabara de ser víctima de una sutilísima traición que aún no registra acepción en los diccionarios de uso.

domingo, 3 de marzo de 2013

PASO A NIVEL CON BARRERAS

El aire helado componía figuras de expresión nórdica y hombros encogidos a esa hora del atardecer. Mi primer impulso fue desatender la sirena y seguir caminando hasta el otro lado, me sobraba tiempo, pero justo ahí se había detenido una madre con un carricoche y un niño de cuatro o cinco años al que sujetaba con la otra mano, así que calculé el mal ejemplo de mi tránsito adulto y me dispuse a otear el horizonte.
Acababan de bajar barreras, lo que significa que mediaban unos tres minutos para el progreso de la locomotora -nombre que prefiero- con su estruendo de vagones y su decimonónico estrépito de raíles. Este paso tiene un par de líneas de vía que suelo atravesar, a pie, dos, cuatro y hasta seis veces diarias, las mismas para ir que para volver. En los balcones de las inmediaciones se multiplican desde hace meses pancartas a favor del soterramiento, antiquísima demanda que nadie quiso escuchar nunca y que ahora, con la visita inminente de la Alta Velocidad, ha despertado la conciencia adormecida del vecindario.
No habría transcurrido un minuto cuando se sumó a la espera un hombrecillo que, con la edad propia de quien presume de nietos y cobra pensión del Estado, fumaba a intervalos y tosía su vicio con ese encono enquistado que se revela en los mayores. Balbuceó algo que no le entendí, y la madre, enfrente, sonrió por cortesía.
De pronto se prolongó un pitido que nos hizo mirar en la misma dirección: el tren ya se atisbaba, todavía a unos ochocientos o mil metros, cuando un joven africano con indumentaria de trabajo se aventuró con su bicicleta dejando una estela de miedo. Entonces el hombrecillo buscó algún gesto cómplice en la madre y en mí: “Si se lo lleva por delante, uno menos, que para lo que hacen en España…”, fue su escupitajo de palabras.
Ya desde el otro lado observé indignadamente, tristemente, su cuerpo tan desvalido y tan propicio en medio de las vías, y juro que hubo una fracción de eternidad en que me pudieron las ganas de reprocharle no solo esa militancia xenófoba que seguramente alentará en sus nietos, sino también su edad inútil y sus pulmones enfermos y la jubilación que, merecida o no, entre todos le ingresamos el primer día de cada mes.

jueves, 21 de febrero de 2013

LA MANÍA DE LA FORMA

Padezco la manía de la forma, soy rehén de la estructura geométrica, mis espacios y mis tiempos se pliegan al imperio de una calculada percepción del orden de los objetos y las cosas que, llevada a su extremo, bien lo sé, deviene naturalmente irritante. Se trata de una debilidad íntima -diríase ancestral- que fiscaliza cada uno de mis hábitos domésticos, sea al repartir la diversidad de prendas en el tendedero de la ropa, sea al disponer los manjares del día sobre la superficie lisa del mantel, sea al depositar platos, vasos y cubiertos en el lavavajillas y luego al recolocarlos en sus armarios de cocina.
Esta inclinación obsesiva no se detiene ahí: poco a poco, con artes subrepticias, se fue infiltrando primero en el ritmo de las frases y más tarde en la sinfonía de los párrafos que las agrupan, y al fin contaminó el destino de páginas enteras, estrangulando a su modo las arterias vitales de eso que, en la república de las letras, definimos como estilo. Así, al antiguo horror de las repeticiones reparables y a la desigual batalla contra los deslices cacofónicos en la prosa, se suma ahora el decoroso albitrio de la tipografía que la técnica regala, de manera que al mismo tiempo que tecleo letras y surgen palabras en la pantalla, también me ocupo de que el espacio que las separa en su renglón no consienta más distancia que la que mi ojo tolera, y -aunque dé un poco de vergüenza admitirlo- es a menudo tal suerte de criterio el que gobierna mi inspiración a la hora de indagar nuevos giros sintácticos o al averiguar la alternativa de un sinónimo con un número propicio de caracteres, pugna que se prolonga hasta que uno cree haber dado con la forma exacta que satisface sus remilgos. 
A tal extremo me condiciona esta manía: un horror que en el caso de la escritura jamás encuentra sosiego.

martes, 5 de febrero de 2013

LOS ÚLTIMOS QUIJOTES

Hace quince días fui a ver En la casa (2012, Francia) y la semana pasada El profesor (2011, EEUU), dos películas recientes que, desde ángulos distintos -la primera, más amable, explora la complicidad entre maestro y discípulo circulando por la vertiginosa línea en que se confunden la realidad y la ficción; la segunda, más cruda, más comprometida con las causas perdidas, es un ejercicio radical que abre puertas a la reflexión y al debate-, restauran el eterno problema de la enseñanza secundaria en el día a día de los institutos.
Después, anteanoche, la pantalla de la tele ofreció el reportaje de Jordi Évole comparando dos modelos educativos que los informes anuales sobre éxito y fracaso (éxito y fracaso no entendidos tan solo como índices de puntuación académica, claro) sitúan aproximadamente en las antípodas: el español, en absoluto modélico, y el finlandés, que se postula como ejemplo a seguir según barómetros internacionales.
Y hoy, ahora, hace menos de un rato, el impúdico ministro que gestiona la Educación y la Cultura alcanza la feliz ocurrencia de recomendar a los jóvenes y a sus familias, imprudentemente, sin ningún empacho, fiel a sus notorias convicciones, que no es momento de que los españoles estudien por vocación, sino que deben someter su voluntad a las salidas laborales, esto es, al mercado, a la economía.
Frente a este panorama, el sueño de Finlandia se desvanece, es un burdo espejismo, una utopía tan bella y tan lejana como todas las demás, pero intraducible al idioma de Cervantes, y lo que es peor, inconcebible para los miserables de espíritu que dicen gobernarnos. Entre esa ilusión legítima que alentaba el reportaje televisivo y el escepticismo objetivo que subyace en el filme de Tony Kaye, El profesor, nos damos de bruces contra ese molino simbólico: la palabra envenenada de un tal Wert. 
Al fin, en este programático desahucio al que se están viendo sometidas la educación y la cultura, los profesores no somos más que los últimos quijotes de la historia, esos hombres y esas mujeres que un día regresaremos a la aldea para, inevitablemente, saborear nuestra derrota.