Me dice mi hijo -la altura de sus trece años- que un día del pasado agosto, en la playa, él y otros amigos perpetraron sobre sus cabezas la hazaña del cubo de agua fría, un reto en el que se han implicado rostros famosos para contribuir a la causa noble que han popularizado las imágenes de los noticiosos (que diría Mafalda) y la red de redes (que dirían los redichos). Añade que incluso grabaron con sus móviles el instante de chaparrón respectivo, aferrados a la idea de colgarlo luego en el saco sin fondo de las modernas tecnologías y aportar cada uno, en su modestia adolescente, diez euros de solidaridad.
La esclerosis lateral amiotrófica, o ELA, es una enfermedad hasta ahora poco conocida, neurodegenerativa, que provoca parálisis muscular progresiva e irreversible, y que necesita de grandes sumas de dinero para que los científicos la sigan investigando y encuentren las soluciones que su tratamiento demanda. La idea de vaciarse encima el cubo de agua y el reto inmediato a tres personas más es, qué duda cabe, ingenioso desde el punto de vista recaudatorio, pues multiplica la suma y la publicita sin fin. Y así se lo trasladé a mi hijo. Después lo felicité por su iniciativa e indagué con verdadero interés si lo había colgado ya, pues no quiero perderme la impronta de su cuerpo recibiendo varios litros de agua por segundo. De su respuesta, al principio elusiva, me sorprendió el caudal de madurez crítica que denotaba al enunciarla: no, no lo ha puesto en Internet ni lo va a poner, primero porque él no es tan famoso como para arrastrar a otros, y segundo porque el desafío ya se ha convertido en una especie de diversión, en una moda hipócrita, pues muchos de los famosos y no famosos que se prestan a ello ni siquiera saben por qué lo hacen ni en qué consiste la enfermedad y probablemente ni ingresan el dinero.
Me dejó de piedra.
viernes, 5 de septiembre de 2014
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