viernes, 31 de enero de 2014

GRANDE Y PACHECO Y GELMAN

Se mueren los poetas, se retiran con asombrosa discreción, casi invisibles para esa actualidad en la que no caben. En pocos días se han ido Juan Gelman y José Emilio Pacheco, y hoy me entero casi de rebote de la marcha definitiva de Félix Grande, a quien tuve próximo algunas veces, en ámbitos literarios y en ámbitos flamencos; una de ellas incluso me acerqué tímidamente para ofrecerle en medio minuto un libro mío que él recibió con similar timidez: "Ya ves que no era tan difícil", observó. En esta hora no olvido que las semanas previas a la última guerra de Irak llevé a menudo a mis clases un poema suyo que comentábamos con la exaltación pacifista de aquellos tiempos. Se mueren, sí, pero nos dejan su verdad, su quehacer perdurable, la estela de su alma.

RECUERDO DE INFANCIA

Hoy el periódico traía sangre igual que de costumbre
venía chorreando como la tráquea de un ternero sacrificado

he visto chotos cabras vacas durante su degüello
bajo el agujero del cuello una orza se va llenando de sangre
los animales se contraen en sacudidas cada vez más nimias
de pronto ya no respiran por la nariz ni por la boca
sino por la abertura que la navaja hizo en la tráquea
en la cual aparecen burbujas a cada nueva respiración
a menudo parece que están completamente muertos
y no obstante aún se agitan una o dos veces suavemente
ahora sus ojos ya no miran tienen como una niebla
un teloncillo de color indeterminado que recuerda al ceniza
entonces el carnicero se incorpora con las manos manchadas
y procede a desollar y trocear el animal cadáver
para después pasearlo venderlo en porciones hacer su negocio

hoy el periódico traía sangre lo mismo que otros días
acaso unos cuantos estertores más que de hábito
pero cómo saberlo hay países que no especifican
por ejemplo el departamento de estado no da las cifras de sus 
[ bajas
únicamente les agrega apellidos
bajas insignificantes bajas ligeras bajas moderadas

hoy el periódico traía sangre en volumen considerable
y mientras leo pacientemente civilizadamente el intento
de justificación de esos destrozos escritos de sutil manera
recuerdo vacas cabras chotos la gran orza en el suelo
y recuerdo imagino pienso que unos cuantos carniceros
continúan desollando troceando pesando en sus básculas
haciendo sus negocio mediante esos pobres animales 
[ sacrificados.

Félix Grande

miércoles, 29 de enero de 2014

LA BANQUETA Y EL MAZO

A mediados o finales de enero, después de la cosecha, los mayores sacaban de su escondrijo un gran mazo de madera y una tabla aceitosa que se sostenía sobre cuatro patas. Entonces uno se sentaba delante, en una silla baja de anea, como quien toma posesión del dudoso privilegio de dar inicio a la tarea secular. Acto seguido, con ademanes de escribiente o de administrador de la justicia, procedía a aplastar cada oliva con un golpe seco en el centro, fuerte pero no tanto como para partirla en dos o separar el hueso, y con el mismo mazo la arrastraba hasta el borde de la banca y la sentía caer en la vasija colocada al efecto. Las mujeres las metían luego en garrafones de boca ancha, les ponían la sal y las aderezaban con cáscaras de naranja y ramas de tomillo, cambiaban el agua periódicamente y al cabo sacaban un cuenco rebosante de aceitunas negras partidas, las nuevas, las del año. Cuánto tiempo sin asistir a la escena, sin ser acaso su circunstancial protagonista, sin recordar aquellos útiles de entonces que hoy regresan a mi memoria atribulada y dispersa. Un día de estos desandaré en mi coche los kilómetros, visitaré la casa y abrazaré a los padres, transcurriré con ellos la jornada, y casi a punto de decirnos adiós me harán entrega del sabroso recipiente, del austero trofeo de una cultura que declina, muestra renovada de aquel rito que ellos todavía practican. 

martes, 28 de enero de 2014

A TAL PUNTO

Un escritor nunca duerme. Había trabajado toda la tarde en la revisión de un par de páginas del primer capítulo, que es de los que más me atormentan por su hermetismo y por las concesiones parvularias que ha tiempo tallaron su prosa. Estaba satisfecho del ejercicio de cincel, siempre enfocado a limar determinadas aristas verbales y a censurar las temidas asonancias, pero sobre todo me fortalecía mi pulso firme a la hora de quitar adjetivos, de eliminar oraciones íntegras e incluso breves pasajes que hoy juzgo postizos e irrelevantes. Cenamos y luego pusimos una de las adaptaciones de Madame Bovary, en concreto la de 1949 de Vincente Minnelli: algo impetuosa quizá, pero con la novedad de ese marco en que el propio Flaubert (James Mason) sube al estrado en pleno juicio y, defendiéndola de las acusaciones, nos cuenta la historia, traduce en imágenes su novela. Me despierta la madrugada, tengo sed. En el camino de ida y vuelta a la cocina se me revela lo que no acerté a interceptar en toda la tarde, tantas horas atento a los signos de la pantalla del ordenador: ¡joder!, he usado el gris dos veces, en el mismo párrafo, una para dar color a los empastes de Michela cuando ríe con la boca abierta y otra para aderezar la gorra de lana que luce Claudia. Los empastes solo pueden ser grises; la gorra, en cambio… Lo anoté a tientas y lo he subsanado hace un rato. A tal punto alcanza el celo del estilo, el imperio de la forma, su servidumbre neurótica.

sábado, 25 de enero de 2014

LOS PUTOS DIÁLOGOS DE LA PUTA INDUSTRIA DEL PUTO CINE

Tiempo atrás, los ambiciosos productos de la filmografía norteamericana solían reservar el estilo zafio y decididamente soez de sus diálogos para esos guiones de heroísmo patrio protagonizados por aguerridos muchachos y ambientados en geografías hostiles, en cualquiera de los múltiples escenarios de su historial bélico en el último medio siglo, desde Vietnam o Camboya hasta el mismísimo Irak. El lenguaje cumplía su función psicológica -o terapéutica, también para el espectador-, descargaba tensiones en ese caos sobrehumano de trincheras y emboscadas, de selvas y pantanales exóticos, de misiones suicidas, de bombas de racimo y de paisajes dantescos que ha de ser la verdad más franca e inmediata de una guerra, de cualquier guerra con recursos destructivos modernos. Otra cosa bien distinta es permanecer tres horas en la butaca, en la mejor disposición para digerir el sinsentido cotidiano pero impregnado de magnetismo de la jungla financiera de Wall Street, sus sutilezas feroces y sus comprensibles excesos paranoicos, y tener que soportar desde la primera toma la ametralladora complaciente de la vulgaridad (el puto y la puta, adjetivos, se repiten y se repiten hasta saciar al más habituado de los oídos), casi en todas las escenas, en boca de casi todos los personajes. A uno, entonces, mientras cunde la orgía de drogas y palabros y mujeres de diseño, se le ocurre que para contar el ascenso y el descenso del gran hombre de negocios en el mítico país de las oportunidades pudo haber otros caminos, otras referencias ilustres en la propia filmoteca norteamericana, y que no hacía falta exagerar el paroxismo un tanto caricaturesco de los actores ni rebajar tantos putos puntos los putos índices donde todavía cotiza el buen gusto y el talento creativo, frente a las enormes fauces de ese cine fast food que se devora a sí mismo, aunque gane millonadas en taquilla o lo condecoren con algún óscar de Hollywood.  

viernes, 24 de enero de 2014

LA FIESTA

Ya me estaba torrando un poco, es verdad -tanto que en más de una página había rumiado benévolamente aquello tan castizo de “zapatero a tus zapatos”-, cuando después de unos días de descanso lo abro por la señal y me sumerjo en la sección número 25. ¡Admirable! No es solo la abundancia expresiva y el rigor léxico, no es solo la contundencia ejemplar de la argumentación en su cascada de razones sintácticas: es sobre todo la transcripción casi literal de lo que uno piensa desde hace tiempo, de lo que uno ha sospechado tantas veces y nunca se le ha ocurrido enhebrarlo o no lo ha sabido encajar en ningún sitio, o bien de lo que uno ha dicho con la boca pequeña para no ser tildado de aguafiestas. Reproduzco un fragmento, dos párrafos donde el magisterio del estilo se une a la inteligencia crítica en un fastuoso alarde de sentido común:
La conmemoración y no el presente; el simulacro y no la realidad; la apariencia y no la sustancia; el acontecimiento espectacular de unos días y no el empeño duradero en mejorar lo cotidiano; la fiesta como identidad y casi como forma de vida y no la secuencia de los días laborables, del tiempo en el que el trabajo se compensa con el ocio privado; la fiesta como obligación unánime, como prolongada interrupción de la normalidad, como expresión de lo verdadero y lo irrenunciable, lo masivamente compartido; la fiesta como culminación del año y como gasto prioritario del presupuesto público; la fiesta legitimada por los siglos o envejecida a los pocos años de su invención; la fiesta como cultura recuperada, salvada después de una supuesta persecución que añade la categoría de víctimas heroicas a los que la celebran; la fiesta con pregones altisonantes en los que alguien cobra un dineral por celebrar con prosa de fritanga las glorias locales; la fiesta con procesiones solemnes, con galas litúrgicas, con complicaciones protocolarias, con trajes regionales, con corridas de toros, con carreras de mozos beodos delante de becerros despavoridos, con batallas colectivas en las que se arrojan y se pisotean toneladas de tomates, con aterradores escándalos de petardos por culpa de los cuales de vez en cuando muere alguien o hay un incendio; la fiesta en la que hacen reportajes equipos de televisión extranjera, confirmando lo brutos y primitivos y lo exóticos y coloristas que son los españoles, incluso aquellos que celebran su fiesta en un éxtasis de autenticidad antropológica que les confirma su obstinación de no ser españoles; la conmemoración de la conmemoración: en 1992 se conmemoraron con una exposición universal los cinco siglos del descubrimiento de América y en 2012 se ha conmemorado el vigésimo aniversario de la exposición del 92.
Uno de los rasgos menos examinados de la democracia española ha sido la propensión al paroxismo de la fiesta. Y uno de los capítulos más incalculables del despilfarro que ahora tenemos que pagar es el de todo el dinero público que desde hace treinta y tantos años se ha gastado en fiestas: en fiestas municipales y comarcales, en fiestas autonómicas, en fiestas de barrio, en carnavales, en fiestas de la primavera, en fallas y sanfermines y rocíos y ferias de Sevilla y en imitaciones de la Feria de Sevilla.
Antonio Muñoz Molina 
Todo lo que era sólido (2013)

jueves, 23 de enero de 2014

IMAGEN DEL FRACASO

Anduvo por el instituto tres o cuatro años. Debido a su déficit intelectual diagnosticado, recibió todos los apoyos posibles por parte de profesores especialistas, y se procuró además integrarlo en determinadas clases con grupos normalizados de chicos y chicas de su edad. Al mismo tiempo, iba a comer y pasaba las tardes completas en un centro de atención a menores con dificultades socioeconómicas y riesgo de exclusión. Los tutores sociales y los propios progenitores eran llamados un día sí y otro también para tratar de gestionar y reconducir, con o sin sanciones, las fechorías continuas del muchacho: robo de material, maltrato del pupitre y de su entorno, orines en la papelera, masturbaciones varias y otras exhibiciones indecorosas. Al comienzo de este curso se notaba y se agradecía su ausencia, pues el sistema legal ya no lo obligaba a venir al instituto. En la víspera de la pasada navidad, al cruzar a pie una travesía del barrio, lo vi escarbando con medio cuerpo dentro de un contenedor de basura, sin bajarse de la bicicleta a la que había incorporado una caja de plástico similar a las que utilizan muchos indigentes extranjeros en sus excursiones planificadas por los estercoleros de la ciudad. Al percatarse de mí, hizo una mueca que prefiguraba una sonrisa, una especie de saludo en su extravío sin retorno, y continuó, orgulloso, con su tarea.

lunes, 20 de enero de 2014

NUEVO ANIVERSARIO

Pasan. Van pasando,
con su estigma de acero vespertino,
iguales, como soles, los soles de tu vida:
olas que se tragaron su relieve,
nubes que se agotaron en la forma,
admirables intrigas que traen fingidos ecos
y sombras amarillas a tu cuarto de siglo.
Todo es fugaz, sentencia sabia
que de guirnaldas cubren los poetas;
mas, también, todo forja
su misteriosa luz, su regio silbo,
desde el fugaz destello que lo anima.
Se mece así tu reino en el instante.
Y tu tortura en tal reino se mece.

El poema de arriba, que sigue inédito, lo escribí hace veintidós años, quizá para festejar la redondez inmaculada de mis veinticinco, y lo titulé con cierta ironía Balada del cuarto de siglo. Hoy lo releo desde un ángulo sereno y distanciado, sorprendido de que no haya agotado todavía el margen de vigencia que le presumí entonces, sobrecogido por ese poso grave y decididamente escéptico, autumnal, que a ratos ya destilaba aquel joven poeta o, para mejor expresarlo, aquel poeta joven. Me pregunto durante cuántos años más sabrá revalidarme su misterio intangible.   

sábado, 18 de enero de 2014

BLOGS DE ESCRITORES

Recientemente, en un encuentro público con lectores, se me invitó a opinar sobre los blogs literarios, o más bien sobre los blogs que alimentan (y alimentamos) algunos escritores. Sin desdecirme de lo que improvisé entonces, a bote pronto, he seguido rumiándolo y creo que ya puedo expresar algo muy parecido a lo que pensaba y aún pienso, pero de una forma más pausada y enriquecida de matices.
Como en casi todo lo que tocamos, un blog conlleva sus pros y sus contras; que la balanza se incline del lado de aquellos o de estos dependerá tan solo de las soberanas pretensiones del autor, quien habrá de definir muy bien el espacio que la tarea ocupa en su proceso creativo y la parte de su tiempo que está dispuesto a dedicarle. A tal punto que, según lo entiendo, el gran peligro no es otro que obsesionarse con la causa y volcar demasiada energía en trivialidades de bajo alcance literario, sea equivocando la intención de origen, extraviando el horizonte o, en suma, sucumbiendo a la dispersión de objetivos, todo ello a cambio de la autocomplacencia momentánea o del reñido halago de un lector esporádico.
Sin embargo, el blog también se impone como un maravilloso instrumento de accesibilidad democrática. Cualquiera puede abrir su ventana y arrojar a la red global su sucesivo mensaje en la botella y alentar la remota expectativa de un espíritu cómplice, y cualquiera encontrará o no el eco exacto que su certidumbre necesita para sentirse vivo, para saberse actual, para no derrumbarse del todo en el delirio de tantas soledades, para mostrarse y vindicarse y publicitarse legítimamente junto a su obra.
A mí, el blog me exige ejercitarme casi a diario con lo que más me gusta, que es escribir. El blog me mantiene despierto, vigilante, al acecho, y gracias a él halla su molde el imperioso cauce fragmentario del que en otros tiempos se nutrían los secretísimos dietarios póstumos. El blog, además, rehén de la divulgación inmediata, me obliga a rematar cada pieza en un tiempo límite, sin regodeos ni concesiones a ese afán perfeccionista que tanto me exaspera a veces y que a la postre se traduce en paradójico cáncer para el estilo.
A menudo imagino que alguien sin rostro, desde un lugar indefinido, se cruza por casualidad con esta página y comienza a leerla sin otro reclamo ni otra fe ni otra fortaleza que los signos depositados en la pantalla. Y que le gusta. Y que al día siguiente repite. Y que poco a poco se convierte en un asiduo. Si a mí me ha sucedido con unos pocos blogs, ¿por qué no habría de sucederles con el mío a unos pocos lectores? Dime, ¿es tuyo el rostro que convoca esta noche?

jueves, 16 de enero de 2014

ENTRE LA NIEBLA

Estoy enfermo. Estornudo sin control y arrojo un pañuelo y tomo el siguiente y la mesa se va llenando de formas arrugadas y húmedas. Cuando estoy enfermo no estoy enfermo para ninguna otra cosa que para estar enfermo, me susurra incansable cualquier heterónimo de Pessoa. Deliro. Me muevo en un estadio de semiconciencia, casi levito, y me pongo a escribir y escribo que me gustaría escribirlo todo, abarcar en un rato de escritura las innumerables opciones de mi imaginación creadora, pero lo que en realidad acabo escribiendo es que no se me ocurre nada, que no sé por dónde empezar a tirar del hilo, que hoy no me asiste el equilibrio entre la voluntad y el oficio para ensartar una palabra tras otra. Estoy enfermo y deliro y noto la espesura de los pensamientos que pugnan por abrirse paso entre la niebla siempre metafórica que ocupa mi cerebro y que se licúa hasta alcanzar las fosas nasales y circula incesante por sus conductos. Y estornudo y busco otro pañuelo y escribo lo que me dicta el resfriado y lo borro todo de la pantalla  y vuelvo a empezar. Estoy enfermo.

martes, 14 de enero de 2014

SERÁ UN BONITO GESTO

Un subsecretario mirándose las uñas. Y un director adjunto que vomita su discurso frente al grupo nutrido de curiosos reclutados adrede. Y un ministro a propósito que hace hueco en su agenda y sonríe protocolariamente a los flashes de todos los fotógrafos mientras descubre una inscripción en mármol que dice, por ejemplo:
A LOS GATOS Y PERROS
ARROLLADOS Y
REARROLLADOS
Y VUELTOS A ARROLLAR
 EN LAS CARRETERAS 
DE TODAS LAS 
ESPAÑAS.
R.I.P.
Por ejemplo. Sin distinción de razas ni de rabias antiguas. Hijos todos del mismo desamparo en la cuneta tangencial de los olvidos.
Sí, será un bonito gesto...

lunes, 13 de enero de 2014

LA GRAN NOTICIA DEL AÑO

No en La Opinión ni en La Verdad.
No en La Razón ni en ABC ni en La Vanguardia.
No en El País ni en El Mundo ni en La Stampa.
No en Le Figaro ni en Jornal de Notícias ni en O Globo.
No en El Espectador ni en Clarín ni en Frankfurter Allgemeine.
No en The Australian ni en The New York Times...
Sin saberlo, sin sospecharlo siquiera, es muy posible que la gran noticia del año se esté gestando ahora mismo ahí al lado, tan cercana y a la vez tan improbable, tan celosa de su impacto que ni tú ni nadie la intuye, agazapada en ese estadio ínfimo donde todavía no se atisba como sueño ni se alimenta de ningún rumor. 
Debes estar alerta porque puede ser la gran noticia del año; al menos para ti.

domingo, 12 de enero de 2014

EN DOMINGO

Cuánto tiempo habré perdido en ganar tiempo, y cuánto habré ganado perdiéndolo. Pero mi duda -ahora que los años me contemplan con progresiva indulgencia para relativizarlo todo- es si ese mismo juego de palabras conserva su sentido y su efecto poético cuando se me ocurre aplicarlo al espacio; así, cuánto espacio habré perdido en ganar espacio, cuánto habré ganado perdiéndolo. No me hagan mucho caso: es una de esas preguntas que despreciamos por retóricas y que el ánimo nos dicta con su impunidad absoluta, preferentemente en los días de domingo.

viernes, 10 de enero de 2014

ESE ES MI NIETO

Estábamos en la terraza del Ipanema. Comentó que preparaba el catálogo para la exposición de un ilustre pintor de la ciudad, que había pensado adornarlo con breves textos escritos adrede por varios poetas de por aquí y que en efecto contaba con mi talento. Objeté honestamente que para inspirarme tal vez debía conocer la obra, o al menos una muestra de ella, pero sus ojos vidriosos me fulminaron antes de zanjar que ya no había tiempo y que me imaginase paisajes con el desierto de fondo, llenos de luz y de color, y figuras humanas en las callejuelas de algún poblado del Líbano o de Egipto. Entonces yo, fingiendo ese punto de arrogancia poética que solo entienden el alcohol y la noche, garabateé mis versos en el papel de servilleta que dispensaba el Ipanema. A las pocas semanas, él mismo me convocó para acudir al acto inaugural y de paso presentarme al pintor, que por cierto había quedado contentísimo con el catálogo y con los poemillas que acompañaban a sus cuadros. José María Falgas nos llevó después a cenar a la Plaza de las Flores, discurrió con vehemencia sobre ciertos avatares de su vida y marcó distancias entre el arte de la pintura y el oficio de retratista. Al respecto, añadió algo que se instaló en mi memoria y que ahora transcribo: todo el mérito y la satisfacción de un retrato reside en que el abuelo que lo encarga y lo financia vea en él, inmediatamente, a la nieta o al nieto; una pincelada más y ya podemos hablar de arte.  

martes, 7 de enero de 2014

RAZONES DE PESO

Esta mañana, tras ceder al terco embrujo de la báscula, mi cuerpo y yo hemos constatado que el estropicio de las últimas semanas, aunque notable, todavía hubiera podido ser más grueso.
Cada año que acaba, abonado a la puntualidad cíclica de los ritos festivos señalados en rojo en el calendario, mi fe se reafirma en los mismos propósitos de moderación, y cada año que comienza me maravilla el volumen de fragilidad que suelen alcanzar, su escasísima vigencia, invariablemente reducidos a un endeble y circunstancial y casi cínico propósito de enmienda. Es entonces cuando me arrepiento de haber condescendido a los sucesivos compromisos socio-familiares que se nos imponen o que negociamos con obstinación anacrónica, razonando que son las fechas que son y que no queremos aguarle la fiesta a nadie; y me reprocho la larga lista de excesos que pudieron evitarse con una poca de sensatez; y, si hago cuentas, hasta se sonroja la sobriedad de mis principios con cada una de las veces que comí sin hambre o que bebí sin sed.
Esta mañana la báscula se apiadó de mis peores presagios con la tregua psicológica contenida en una décima: 79.9, ha sentenciado.

lunes, 6 de enero de 2014

LAS ABARCAS DESIERTAS

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rio con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.

Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

Miguel Hernández

domingo, 5 de enero de 2014

SI ES OMNISCIENTE

Dios supremo que todo lo contempla sin rebajarse a la clemencia ni elevarse al castigo, el Narrador, si es omnisciente, no tendrá una edad ni tendrá un sexo ni tendrá una patria ni tampoco una idea predeterminada del mundo, cuidándose de marcar bien las distancias con el Autor desde la primera línea del primer párrafo, y manteniéndose en su sitio, inalterable, impertérrito, hasta la última palabra. Quién de los dos busca al otro para contar la historia en el tono que exige, quién se sirve de quién para remar hacia el milagro definitivo del texto, es una bonita incógnita que solo se despejará, para bien o para mal, en la conciencia soberana del Lector.  

viernes, 3 de enero de 2014

EL CABALLO DE NIETZSCHE

Entre todos los filósofos que hoy engrosan las listas de la posteridad, hay dos que me interesan particularmente, no tanto por su pensamiento en sí -que también- como por los meandros biográficos de los que manó, se fue forjando y se definió al fin ese pensamiento. Uno de los dos es Nietzsche, el tedesco de bigotes amplios nacido filólogo, el que renunció pronto a su plaza de profesor, el que pasó de la amistad fervorosa a la más furiosa enemistad con Wagner, el que escribió los poemas de Zaratustra, el que anotó los aforismos más audaces, el que creyó ser el Anticristo y luego entró en la sombra sin retorno de la locura. Siempre me ha cautivado la imagen -quizá desdibujada por el tiempo- de aquel Nietzsche de alrededor de cuarenta años apiadándose de un caballo que golpeaba la furia del látigo de su propio amo, en una travesía del centro de Turín. Se ha interpretado que lo abrazó por el cuello para emular tal vez una escena descrita en cierta novela de Dostoievski, o tal vez para desmentir el racionalismo de Descartes cuando sancionó que los animales no tienen alma, o tal vez para... Todo son conjeturas, porque nadie lo sabe y nadie lo sabrá; pero es innegable que el gesto permanece en una página destacada de la historia de la filosofía, como una interrogación que multiplica su misterio a cada instante, afianzada en la poderosa magnitud del símbolo, aguardando acaso el fino dardo de la poesía. Ocurrió, según testimonios autorizados, el 3 de enero de 1889.