jueves, 29 de mayo de 2008

SU PRIMERA VEZ

El día de sus cuarenta y nueve años en el mundo de los vivos, Josemari (o Chema, según para quién) ejecutó tres decisiones que, pasado el tiempo y sus mudanzas, hoy podrá él (y podemos autorizadamente nosotros) catalogar de trascendentales: dio un portazo reversible en las santas narices de su esposa; buscó un cuarto de hotel con cama doble, en principio para una sola noche, pero dejando abierta la opción de alguna más; y, por último, con la ayuda de dos espejitos y de unas pinzas adquiridas ex profeso en una peluquería unisex, se depiló el ano desde el comienzo de la rabadilla hasta la caída de los huevos (técnicamente el escroto), destreza inaudita en la que invirtió cien minutos de su hermoso día de aniversario. A media tarde bajó al hall, pidió prensa, brincó por las páginas hasta divisar la de anuncios clasificados / columna de servicios / sección relax, y subrayó los dos teléfonos cuyos soportes textuales respectivos le parecieron más sugerentes. A las ocho y un minuto lo llamaron para consultarle si dejaban subir a Gabi, que se presentaba como un amigo y preguntaba por su número de habitación. Gabi tocó en la 305 a las ocho y seis minutos, puerta que le fue abierta por Chema casi al instante. Gabi dispensó un hola seco y se acercó a la cama sacándose la camiseta y desgranando de corrido las condiciones: anticipado, activo, griego, sado, doscientos... Fueron éstas y otras del estilo las palabras que luego, al rememorarlo para sí como su primera vez, más le bailarían a Chema en la mente. El tal Gabi tenía un torso proporcionado, juzgó, y mientras se deshacía de los vaqueros y del tanga pudo comprobar más o menos intimidado que sus no menos proporcionados músculos habían crecido en el sudor promiscuo de los gimnasios. Gabi se le arrimó sin tránsito, le abrió el batín, le agarró el pajarito con la mano y lamiole la oreja como si todo él fuera una enorme lengua. Después, sin soltar el miembro rejuvenecido por la presión, lo atrajo a la cama y, tras un primer revolcón, se las ingenió para disponer su cuerpo de cuarenta y nueve años de manera que la crema que dispersó en la zona recién depilada se extinguiera hacia adentro junto a la embestida dulce, pionera, y poco a poco con las sacudidas in crescendo que morían en el contacto gremial de los testículos. A las ocho y veinticinco Chema profirió un gemido de leona y se derrumbó sin aliento, derramando sobre la colcha ajena el semen viudo, mas vigoroso y femenino a un tiempo, de su postergada iniciación. Ante el recelo discreto de la esposa y de sus santas narices, Josemari anduvo con agujetas de jinete durante más de una semana.

domingo, 25 de mayo de 2008

EL LIMBO DE LA FÁBULA

No sé si fue sueño o si distraídamente lo leí en la columna volandera de cualquier lunes por la mañana: la infalibilidad de un pontífice tedesco decide enmendar la plana a sus infalibles predecesores en el cargo y, lo mismo para Roma que para el mundo, proclama que no hay limbo, que se clausuró aquella estancia milenaria o que nunca hubo tal en los confines del universo mundo, que lo del limbo era apenas símbolo bienintencionado, una astucia pedagógica de las que no escasean en las santas escrituras, una mentirijilla piadosamente articulada en los suministros historiográficos de la fe cristiana. Al limbo, cuando lo había, iban a parar las almas de los niños que no llegaban al bautizo, es el caso de aquella hermana mía que nació muerta y que mis padres tuvieron que enterrar en una fosa anónima a la que ya no han sabido volver. Y yo, siervo de las analogías imprevistas, me he preguntado a menudo adónde irán a entretener la eternidad de su noche esas intuiciones que de vez en cuando nos buscan y que incluso nos zarandean con su carga sublime de proyecto, esos regalos de la musa ociosa que acuden sin cita al encuentro del artista y seducen su imaginación siempre proclive, pero cuyo haz de luz, sin embargo, no hallará el molde exacto de su afán, sea por mero olvido, elemental pereza o impericia ejecutoria. Durante mis insomnios antológicos me vence la sospecha de que por alguna parte vagan, imposibles y sin título, las ciento ochenta y seis páginas de aquella única novela que Borges no escribió nunca, pero que se le anunció radiante e iluminó su noche cierto día de cierto mes de 1972, a su regreso de una velada casta en la casa de su amigo Bioy, novela cuyos pormenores no comunicó jamás ni siquiera con Adolfo, ni siquiera con María Kodama, pero que -sabemos- masculló en silencio y fue puliendo con memorioso alarde hasta la hora misma de su muerte en 1986.
Es sólo un ejemplo, entre tantos que amenizan la tentación del apócrifo. Mientras guiaba mi automóvil por la autovía de la costa, la tarde de este mayo que declina me ha brindado su ráfaga de inspiración en la forma gloriosa de una novela de novelas, de proporciones ciertamente sobrehumanas: si algún talento atesoras -eso me ha dicho-, ¿por qué no sumergirte con él en el limbo de la fábula, en esa especie de biblioteca virtual donde viven su destino frustrado cientos de historias que se insinuaron en la alforja efímera de algún hacedor desprevenido, y aletearon en la fe de un proyecto, y luego no supieron gozar la necesaria luz de los signos permanentes?

domingo, 18 de mayo de 2008

UN LIBERAL CONVENCIDO

Lo conocí en la camaradería corporativa de una cantina de instituto, en el suspiro de ese cuarto de hora de café solo o cortado que inevitablemente sabe a gozne y bisagra, a escindido hábito entre las clases previas y las clases que serán después. Afirmaba él ser un liberal convencido, liberalidad que no me emociona pero que sé tolerar con mi democrática dosis de candor. Luego, indagando afinidades con las que nutrir un diálogo -soy tímido: me horroriza el silencio cuando somos más de uno- y amparándome en la suposición poco a poco corroborada de nuestro común afecto a los libros, deslicé algunos títulos y nombres, lecturas amigas con las que diseñar la travesía compartida y, acaso, por qué no, hitos literarios en que pudiese converger la genealogía sentimental de dos profesores de enseñanza secundaria. Fue así como una mañana lo hice partícipe de mi predilección innegociable por la obra toda de quien juzgué y juzgo el mayor clásico vivo, el Kafka de nuestro tiempo, un ejemplo de talento y compromiso para los que soñamos un destino literario y aún no hemos cumplido los jubilosos sesenta. Entonces, el colega, con el mohín despreciativo y la soberbia hiriente de quien, por saberse impune, no repara en la gratuidad del insulto, me devolvió esta perla: "Saramago es tonto, ya lo dice Savater". Juro que las tres primeras palabras me agredieron como si hubiera mentado a mis ancestros, y no hará falta explicar que desde ese instante se quebró dentro de mí cualquier atisbo de simpatía. Hace varios cursos que no somos camaradas de instituto ni de cantina, pero a veces le he interceptado en prensa algún artículo de esos que se adjetivan incendiarios, cuya tinta, sin embargo, no alienta más mecha que la del resentido sin causa que presenta méritos para medrar en política. Si ya es torpeza aseverar que Saramago es tonto, me he preguntado a menudo en qué disparatada categoría de la mezquindad o de la infamia se sitúa el argumento insólito de que Saramago sea tonto porque lo haya dicho un Savater. Quien ha reescrito con pulso genial la psicobiografía apócrifa de Ricardo Reis podrá ser cualquier cosa, pero no tonto; quien ha intuido y denunciado en metáforas precisas la ceguera de este mundo nuestro y la eterna caverna que habitamos... ¿Para qué seguir? Tengo el convencimiento de que muchos de los liberales convencidos que por ahí pastan nunca han leído, ni sabrían leer, un documento de la magnitud socio-histórica de Levantado del suelo, sin parangón en el reino de la literatura que se escribe con mayúsculas. Lo siento por Savater.

viernes, 16 de mayo de 2008

VIRTUD DEL DISPARATE

P.- La Celestina: género, argumento y significación de la obra.
R.- "La celestina es una historia escrita en la edad media que en esa epoca no estaba bien vista por el pueblo lla que es una nobela de adurterios en la que el protagonista se quiere beneficiar a celestina se la lleba a un guerto al final no paso nada entre ellos porque el protagonista se mato de una de las maneras más tontas que é visto se tropezo y se callo todos se mataron de una manera de tontos..." (sic).
P.- Comentario del fragmento "En una noche oscura (...)", aplicando el modelo practicado en clase.
R.- "es una poesia escrita de don Juan es una novela escrita en el renacimiento apartir del siglo XVI que se puede tomar con un doble sentido de una manera profana o de la manera relijosa, es una rima consonante y hay cuatro estrofas" (sic).
P.- Desarrolla las características de la prosa renacentista, citando los autores y títulos de mayor relieve.
R.- "La prosa renacentista comienza en el siglo XVI. En el renacimiento habia un pensamiento totalmente contrario al de la edad media era vivir la vida y disfrutar el momento "Carpe diem" al contrario que en la edad media que giraba más al teocentrismo. Uno de los hautores más inportante fue Garcilaso de la vega que nacio en el año 1501 y murio en el año 1536 era italiano y fue uno de los personajes más inportantes del renacimiento escribio 38 novelas, 5 peliculas y 2 fonetos. Una de las novelas más inportantes es el "lazarillo de tormes" que al contrario que otras novelas es un tanto picaresca, se escribio en el siglo XVI y es un poco picaresca, con robos, azañas y cosas de esas en el lazarillo abla el protagonista de como a tenido que sufrir para llegar a estar donde esta paso por distintos hamos: Un ciego, monje, un alguacir etc... que le enseñaron a fuerza de palos a vivir bien y ser una persona rica economicamente. de mayor se ganava la vida prostitullendo a su mujer" (sic).
P.- Lectura: Comenta la participación de Grete en el desarrollo y desenlace de La metamorfosis.
R.- "grete era la ermana de la cucaracha gines que desde que se convirtió en cucaracha le abia llebado comida y lo abia cuidado" (sic).

Ejercicio de recuperación. 3º ESO.

miércoles, 14 de mayo de 2008

LA SEQUÍA, ORFEO

En correo que me llegó días atrás, un amigo en la literatura -empiezo a pensar que las amistades literarias, cuando las hay, son también las que mejor colman mis modestas expectativas de fidelidad hacia las personas- me confiaba el periodo de sequía que está atravesando su musa. El mensaje escrito no me transmitió, o yo no supe leer, señal alguna de inquietud o alarma; lo entendí simplemente como la constatación de una tregua creativa no buscada, no sujeta a datos objetivos que pudieran justificar esa ausencia de luz que nos atenaza a veces y que, me atrevo a sospechar, nadie que no comparta la fatalidad de la escritura podrá sentir en todo su rigor. Me preguntaba el amigo si a mí también me pasa, si también yo atravesé por estas rachas de silencio, crisis que, si se prolongan, acaso cercenen el crédito que nos debemos y estilicen la alargada sombra de la propia estima. Y sí, claro que sí, a mí también me ha pasado y me pasa, cómo no; salvo que a mi respuesta impremeditada a vuelta de correo se le ocurrió matizar que esas crisis, para mí, se emparentan más con una suspensión de la predisposición anímica que con la mera capacidad intelectual de hallar y pergeñar ideas. A menudo intercepto asuntos que luego se malogran por falta de ánimo; más raro es que cuando la búsqueda obedece a una fe firme no acabe encontrando algo valioso y regalándole acomodo definitivo en la vasija de la grafía.
Un artista nunca duerme, suelo afirmar en esos alardes hiperbólicos que cada vez dispenso con más celo, y la maravilla es que los creadores que me escuchan lo suscriben cual verdad irrefutable, menos exagerada de lo que a otros que no lo son, pero que desean pasar por serlo, les pudiera parecer. De modo que nuestros periodos de crisis ocasional habría que asimilarlos a la noción de barbecho, descanso necesario para sanear la tierra fértil, hasta que nuestras manos son llamadas a la siembra, y de ahí al asombro repetido de las flores y al milagro de sus frutos. Si no se respeta la siesta de la musa, el pensamiento y la imaginación -así sucede con la tierra de cultivo- se vician en su raíz misma y sólo producen mediocridades a granel, para el consumo rápido de una demanda engañosa -no es broma, hoy en día proliferan los invernaderos literarios-, mas sin la textura ni el olor ni el sabor de aquellos libros que nuestros autores favoritos alentaron sin trampa ni artificio, con amor artesanal, dando tiempo al tiempo.
La sequía, Orfeo, no lo dudes, trabaja mientras duermes.

viernes, 9 de mayo de 2008

FRIVOLIDADES Y QUERENCIAS

Ayer no empezó el mundo, ni se va a terminar mañana -pese a la autorizada reserva de un tal Wittgenstein en su Tratado-, le replico al mocoso que sondea la filiación de sus iguales para luego hacer burla del adverso, al amparo de una coyuntura que hoy se le antoja favorable. (Huelga decir que mi réplica elude la insolencia intelectual que arriba coloqué entre guiones).
Puntualmente, como cada año por estas fechas, el calendario futbolero y la razón mediática ven reforzada su sempiterna actualidad con el desenlace de su manojo de torneos y, en consecuencia, con el glorioso vocerío de los unos y el desencanto inconsolable de los otros. Hablo, claro, del aficionado plano que siente un color y un escudo y un himno desde la absoluta irracionalidad de las pasiones sin causa; no de los directivos de palco que gestionan ese sentir ni de las hornadas de profesionales balompédicos que corretean por el césped para justificar nóminas injustificables. Y el péndulo, cuyo sabio azar todo lo iguala, también aquí consigna el rigor vigoroso de su ley, no obstante la penuria argumental de la cosa: pocos discursos más banales que la transcripción oral de un partido de fútbol, y más si éste se arroga la suprema trascendencia.
Siempre he pensado que ser adicto a un equipo y no serlo a otro, al menos en la esencial disyuntiva entre aquel de Barcelona y aquel de Madrid que rige los impulsos de seguidores periféricos y sin patria verdadera -tal es mi caso-, debería interpretarse como un accidente de la infancia, uno más, cuyas secuelas, ciertamente, permanecen de por vida, unas veces para la alegría y otras para su contraria. Se trata de una opción sentimental que se decantó por la savia de raíces borrosas, puro alarde de romanticismo, y que ya nació huérfana de esos fundamentos objetivos que hubieran consentido, en la edad ulterior, su renegociación dialogada; pero una querencia que, sabedora de los caprichos de ese péndulo que nunca descansa y que sobrevivirá a nuestras cuitas, se afirma en cada revés y disfruta de una serena complacencia cuando adviene su bonanza. Una fatalidad, en suma es eso; y también una purga del espíritu para alguien que, como el Machado aquel que no se llamaba Antonio, "no gozo lo ganado ni siento lo perdido", de modo que el rescoldo del evento jamás sitia mi memoria más allá del tiempo mismo de vivirlo, haya sido o no conforme a la querencia.
(Nota pedante.- "Que el sol amanezca mañana es una hipótesis: significa esto que no sabemos si amanecerá", Tractatus-6.36311, de un tal Wittgenstein).

miércoles, 7 de mayo de 2008

IMITATIO VS. PLAGIO

Tuve un profesor que, en la medianía del lustro universitario, dedicó más de una clase a defender con insólita vehemencia la legitimidad de la imitación de modelos, tal como habían entendido los clásicos y como sin ningún sonrojo practicaron todos nuestros áureos, Garcilaso el primero. Naturalmente, cuidose mucho de acotar los principios ético-estéticos que regían ese sano ejercicio, no se lo fuéramos a confundir con el moderno hábito del plagio -"plagiarius", en latín, ladrón de esclavos-, mezquindad que alcanzará apariencia de delito ya en el XIX, cuando el arte se hace carne en la individualidad, esto es, cuando el hombre artista se postula como arte en sí mismo, divina emanación cuya obra fluye por la gracia de su genio.
Ahora me doy cuenta de que, pese a que mi conciencia romántica nunca aprendió el límite exacto entre plagio e imitación -de ahí mis nobles prejuicios, mis tormentos morales-, no me faltan habilidades para interceptar y repetir el molde en que un determinado autor hace suyo un tono y un estilo, un universo literario que lo singulariza ante las generaciones de lectores. Lo constato y lo expreso sin vanagloria, no me asiste -o eso creo- desliz de presunción ni otra suerte de recelo confesional; es apenas una ocurrencia que se me brindó el verano pasado mientras leía, con entusiasmo contenido, un volumen de Carver, Raymond Carver. Noté que algo muy similar ya me sucedió con El llano en llamas de Rulfo, allá en mis iniciales escarceos narrativos, e incluso que fui tentado por el peligrosísimo Borges, pues a nadie escapa que su tópica y su sello resultan tan indisociables del personaje que Borges edificó sobre sí mismo que todo coqueteo borgesiano, por diluido que se muestre, acaba siendo evidencia imperdonable. Ya me tomaré otro rato para examinar el influjo enamoradizo que tuvo sobre la mía la prosa de Muñoz Molina, cuyo ímpetu noble y limpio me subyugó durante varias entregas, y a quien luego, con el mismo amor y acaso con no menos lealtad, no le supe perdonar ulteriores concesiones a los horrores de la facilidad. Vuelve a mis manos la selección de Carver, y al releerla -con respeto, mas sin mayores entusiasmos- siento muy cerca aquella intuición no anotada el verano pasado, y mi soberbia de escritor sin nombre ni bandera se sabe capaz de ensartar esta tarde, tanto o más que entonces, una docena de historias de matrimonios desquiciados y de borrachos que deambulan impunes por la cuerda floja de la tragedia cotidiana. Y sé que no traicionarían la dignidad del modelo -o eso creo, salvando la inmodestia.

domingo, 4 de mayo de 2008

EL HOMBRE DEL BALCÓN SIN FLORES

El hombre debió de mudarse con el cambio de estación, porque fue en la época en que preparaba en mi cuarto los exámenes del trimestre cuando tuve la certeza física de una presencia extraña, acechante, que me restaba concentración y me obligaba a leer varias veces los mismos párrafos. Pero el presentimiento se hizo carne al tercer día: mis párpados cansados se alzaron sin aviso, huyendo del garabato de apuntes y del subrayado fosforito, y lo vi ahí sosteniendo su mirada tibia, tan cerca, acodado en la baranda del balcón sin flores al que no le había conocido huésped desde que nos trasladamos aquí hace siete inviernos, justo el año en que me vistieron para la Primera Comunión. El hombre y su mirada naufragaban en el rectángulo de mi ventana y se posaban en mis cosas con naturalidad, como si él no tuviera consciencia de su osadía, como si no supiese que mirándome así, sin atisbo de pudor ni estrategia de disimulo, estaba hiriendo la frontera de mi intimidad y poniendo en jaque mi concentración a prueba de intrusos. Admito que no tuve ganas de hacerle un gesto obsceno ni valor para bajar la persiana, así que seguí mi batalla sin igual con los números irracionales, hasta que mami me llamó para la cena y apagué el foco del flexo y luego la luz alta de la lámpara. Los días siguientes me senté a estudiar a la hora de costumbre queriendo aparentar normalidad, pero no me podía quitar de la cabeza la borrosa imagen de aquel hombre sin rasgos definidos que tal vez ya me escrutaba, conocedor de mis hábitos, desde su palco de privilegio. Yo no quería mirarlo a él para cerciorarme del acecho, porque estaba segura de que en el encuentro de los ojos estaría cifrado el mensaje de mi secreta e inconfesable complacencia. Sin pensarlo dos veces me deshago el moño con delectación y me echo atrás en el respaldo de la silla, como una lolita que sabe cómo administrar el desafío de cualquier hombre que habite su balcón sin flores. Lo demás es teatro: desabrocho los botones de la camisa que siempre le cojo a mi padre, me sobo una teta y luego la otra, suspiro, me las manoseo alternativamente hasta que crece en las yemas la erección de los pezones; me levanto con fingida pereza y me quedo al borde del alféizar, posando para él, luciendo unas braguitas que se me pliegan como el biquini, y ya la palma de mi mano se desliza por los rizos y acaricia la rajita blanda, y sé y me digo que me voy a masturbar para él... Ya está: el profe pidió para el lunes una descripción del paisaje que observo desde mi ventana. Apago el flexo, y el enigmático hombre del balcón sin flores se incrusta como un caracol en la oscuridad de su noche.