sábado, 5 de noviembre de 2011

SUSANA Y LA LENTITUD

El otro día se cruzó en mi camino Susana (1938), una novela corta, de Baroja, escrita en París durante la guerra civil española. Me dejé llevar por la brevedad de los capítulos, abandonándome a una lectura ligera, casi purgativa, sin mayores pretensiones que alcanzar su final previsible en tres o cuatro acostadas de sofá. Casi sin transición, inspirado por el antiguo propósito de despacharme toda la ficción de Kundera que aún me queda pendiente, busqué y hallé un texto también breve cuyo título, La lentitud (1994), siempre llamó mi atención por tratarse del autor checo. Los dos libros los tomé al azar, en dos arranques consecutivos y próximos, pero sin que mediara en ningún caso una verdadera voluntad, sino más bien movido por el descarte de otros volúmenes de mayor ambición y alcance en la historia de la literatura; en efecto, la una y la otra son obras menores, livianas, que he leído con la sensación creciente de que podrían haber dado mucho más de sí.
La curiosidad que quiero significar es que, conforme leía la segunda, se fue solapando en mi pensamiento una pequeña extravagancia de la primera, de modo que en ambas ha querido imponerse -extraña casualidad, conexión chocante- un cierto discurso o referencia lateral a las moscas, ese molesto animalillo. Si Pío Baroja habilita un personaje obsesionado con inventar un aparato que acabe de una vez para siempre con estos insectos y que apela con sus peculiares guiños humorísticos a una supuesta sociedad de cazadores de moscas, Milan Kundera sitúa la acción de su relato en un castillo convertido en hotel donde se celebra un congreso de entomólogos, uno de los cuales viene a presentar y no presenta una especie desconocida de mosca que él había descubierto y bautizado como Musca Pragensis.
Lo que antes me pareció un azar reseñable, noto ahora, mientras lo releo ya trasladado a mis palabras, que tal vez ha perdido su consistencia originaria. Pero ahí queda.

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