lunes, 12 de septiembre de 2011

EL TERROR

Me pregunto cuántas veces habrá sido narrado, qué palabras imposibles se habrán solidarizado con el terror de las imágenes.
Aquel día yo terminaba de comer y de tumbarme como solía en el sofá de casa, con mi hijo de seis meses encima, y había pulsado el mando a distancia con una vaga expectativa de sorpresa ante lo que pudiese estar pasando en este mundo. Pero me topé de repente con el comentario aturdido de Matías Prats y con esa primera impresión de que una avioneta habría chocado por accidente contra un edificio de Nueva York, de cuyas plantas más altas se propagaba una gran columna de humo visible desde toda la ciudad, y visible, también, en todas las televisiones del planeta. El segundo impacto es ya un hito en la historia de la información, porque se retransmitió en un directo tan riguroso que ni siquiera el locutor supo si era verdad lo que él y yo veíamos por primera vez y con un estupor simultáneo: aquello no estaba previsto en la programación ni formaba parte de la cabecera del noticiario, pero se había colado ya para siempre en nuestras vidas, la bola de fuego inmediata no dejaba lugar a dudas. Hasta aquí la imagen global del terror; el resto es una sucesión de vidas y de muertes contadas, de experiencias que se enristran para conjurar a los azares, de palabras que se esfuerzan en decir lo indecible.

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