sábado, 31 de enero de 2009

ESTA NOCHE

Esta noche que habito está cargada, henchida, de los ecos de otras noches que ya creía disueltas en las aguas calmas del olvido.
Durante algunos años de aquella juventud remota frecuenté los tugurios de la ciudad con una vocación transgresora tal vez impostada, tal vez proclive a la promesa de unos excesos que en el fondo detestaba. Pero era lo que había que hacer, era mi hora de ser el hombre que se busca a deshoras en el alcohol y en el humo y en la luz tenue de tiniebla, y un instinto de anticipación me convencía de que todo lo que mis sentidos no alcanzaran entonces quedaría para siempre en el limbo de lo no sucedido, seguro pasto de ese arrepentimiento sutil que nos avasalla cuando los lustros pasan, y pasan las décadas, y la perspectiva del camino andado va dibujando a nuestra espalda sombras habitadas por fantasmas. Mejor dolerme de lo que fue, de lo que hice, de lo que mañana pueda recordar porque tiene nombre y formas y es materia tangible, que cargar con la nostalgia ilimitada de lo que estuvo a punto de ser o pudo haber sido -me decía, poseído por la euforia de los instantes inmortales.
Hoy, esta noche, intruso ocasional de uno de aquellos antros que agotaron muchas noches de mi juventud lejana, me ha inspirado la certeza del retorno y me ha sorprendido la imagen de mí mismo acodado en aquella barra de hace veinte o veinticinco años, abrazado a una mujer que nunca me abrazó y besando unos labios que nunca me besaron. Sólo entonces he mirado el reloj para recordar que ya es tarde, que mi tiempo es otro, que todas las noches se alimentan de la misma, y sólo existe ésta.

6 comentarios:

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Bueno, ya ves que ese instinto de anticipación era sabio, y que, al cabo, la nostalgia por lo no acontecido puede llegar a ser más nítida que la propia memoria. Y ya ves también que otro instinto, digamos que de cancelación, te viene a rescatar del viaje a ese limbo que, al fin y al cabo, viene a ser enfermizo. Sólo existe esta noche, así es. Pero, qué hubiera sido si... La imaginación, amigo, es morbosa, se muere por investigarnos en las bifurcaciones.
Enhorabuena, Pedro. De veras que me ha encantado este viaje antro-pológico a la “juventud lejana” (Piterpán cuarentón, yo aún me atrevo a entrecomillar)

Salud

carmen dijo...

En un pequeño congreso poético-culinario que aconteció el pasado sábado en nuestra ciudad, pudimos constatar que los poetas cuarentañeros padecen graves trastornos de "ubi sunt". Se da la curiosa circustancia de que todos los afectados son capricornios o acuarios, por lo que su mal se agrava con la proximidad de sus respectivos cumpleaños, y que sus conyuges poseen un evidiable optimismo positivista un poco ofensivo para los pobres poetas.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

El otro día me quedé con las ganas de añadir algo, y es que, ese limbo, que califiqué de enfermizo, también puede venir a verte a ti, aunque tú no lo quieras invocar, y hablo por experiencia propia. Un amigo de esa lejana juventud (pongamos que llama Pablito), al cual perdí la pista hará unos veinte años, lleva otros tantos apareciendo en mis sueños de modo recurrente. Igual se tira el cabrón del Pablito tres o cuatro meses sin hacer acto de presencia, pero tarde o temprano, el condenado vuelve a hacer su estelar aparición, dándole igual el escenario onírico de que se trate. Sin embargo, lo más curioso del asunto es que yo al tal Pablito ni le echo de menos ni cultivo el más mínimo deseo de reencuentro con él. Despierto, lo evoco sin nostalgia, los recuerdos con él son más bien anodinos. Que es un símbolo de algo, ya lo sé, pero me cuesta desentrañar de qué. El caso es que se me aparece, como un mito furtivo, de vez en cuando en los sueños. Como mito que es, nunca envejece: la tersura de su piel, la densidad de sus cabellos, sus elásticos vaqueros, sus tórtolas azules y su baile por Mick Jagger, pucherito incluido, son jóvenes por siempre cuando vienen a verme y, lo peor de todo, creo que el condenado de Pablito, últimamente, parece presumir de divino tesoro, me mira como diciendo “podrías ser mi padre”. Qué cabrón, qué pesado, qué subidito se lo tiene. Y no creas que no aturde lo suyo pensar en que transcurran las décadas y se me siga apareciendo, cada vez más niñato y ochentero, mientras pasan los años y yo me quedo calvo, achacoso y pellejo. Al final, ya verás, voy a tener que entrecomillarlo (no a Pablito, sino a Pablo, con sus correspondientes apellidos) en la barra del Google; voy a tener que averiguar la ciudad en que vive, visitarlo con nostálgica excusa, hablar con él, mirarlo, aprenderme su rostro envejecido para que el mito muera. Claro que, analizando esta estrategia, me asalta un temor que creo bien fundado: ¿Y si después de este reencuentro con el Pablo cuarentañero, actualizado hasta la papada, coetáneo por fin, es ahora con él con quien vaya a soñar en adelante? ¿Y si en los nuevos sueños recurrentes aparece Pablito para regodearse de los dos?
Este tipo de cosas nada más que nos pasan a los que somos Tauro.

José Manuel dijo...

Miguel Ángel, anoche me tuve que reír con tu comentario, y créeme que que te lo agradecí porque andaba algo inquieto por un asunto que finalmente ha ido bien, de lo cual entiendo que aquella risa fue presagio.

Miguel Ángel Orfeo dijo...

Y yo que lo celebro, José Manuel.
Un abrazo.

Clea dijo...

y en uno de esos tugurios, muchas noches sonaba una canción cuyo autor ha muerto hace unos días