martes, 21 de marzo de 2017

Ramón Gaya sentado en una silla, él solo, en la penumbra de la sala, mirando la pantalla sorda del televisor.
Desde que Juan Ballester, amigo de la persona y del artista, me deslizó un día esa curiosa estampa, muchas veces me he visto reflejado en ella de un modo que regatea cualquier explicación. Noble imagen de la inocencia y el asombro, de la mansedumbre y la sorpresa, del ser ensimismado en trance creativo.
A Ramón no lo conocí, pero presiento en su atmósfera vital un refugio de melancolías satisfechas, de reposo expectante, de gozo quizás. Como en su pintura.

1 comentario:

Juan Ballester dijo...

un lugar también de creación. Su estudio era su casa y ésta era también el mundo. Unas flores en una jarra, acompañadas de unas frutas o de alguna lámina de pinturas que le interesaban, ya tenía suficiente aliciente para crear, para recrear. Y sí, al final de sus días el televisor -sin voz- era un refugio para dejar de pensar sin dejar de mirar. Bonita entrada Pedro. Gracias.