jueves, 9 de marzo de 2017

Huelga decir que las huelgas -menos que para tasar el grado de compromiso individual con la causa o causas que dicen defender- sirven ante todo para presumir las afinidades ideológicas de cada uno, sus adhesiones inconfesables o sus fantasmagorías de corta y pega, los prejuicios políticos que arrastra, las humanas contradicciones, la santa hipocresía.
Huelga decirlo de las huelgas de llamamiento general, pues las otras, las sectoriales, las corporativas -si se secundan porque se secundan, y si no se secundan porque no se secundan-, suelen adornarse de un reguero de intereses exclusivos o de privilegios y prebendas que, es cierto, acaban ofreciendo al resto del mundo su pose más vulgar, su versión más egoísta.
La pregunta, en absoluto capciosa, es si una jornada de huelga de la enseñanza pública es o no es un asunto de interés general, esto es, si incumbe o no a la entraña misma de la ciudadanía, o si por el contrario se limita a la pataleta sempiterna de los maestros y profesores, esos a quienes cedemos la educación de los hijos y que, como es bien sabido, gozan de tantos y tantos días de vacaciones.
En este país me temo que no. Y así nos va. Y así nos irá.

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