domingo, 26 de marzo de 2017

Aunque soy tan sensible como cualquiera, lo cierto es que ni la literatura ni la música me han deparado demasiadas lágrimas. Hablo de ese marasmo que sucede dentro del pecho y que, en escasos segundos, sin que uno lo domine, escala hasta los ojos y los nubla. Disfrute estético e intelectual sí, pero verdadera conmoción física, visible para otros, en muy pocas ocasiones.
Me recuerdo llorando -literalmente llorando- mientras avanzaba por los diálogos entre aquel Cipriano protagonista de La caverna (José Saramago, 2000) y su hija. En cuanto a las canciones y sus letras, más proclives que otras artes (sálvese el cine, sálvese la poesía), hay una que siempre me afectó con especial encono: Qué va a ser de ti, un tema de Joan Manuel Serrat que ya me emocionaba antes de ser padre, pero que después de serlo se ha ido concretando en el nombre y en la imagen de Helena, de mi Helena. Es una punzada de ternura sin límite que se nutre del vértigo de las edades y se contagia de la fuga incesante de la vida que somos, de la nostalgia y la incertidumbre y el vacío en que convergirán al fin todos los pretéritos y todos los futuros.
Esta noche Helena se sube a un avión que ella misma reservó y viaja a Londres, y duerme en Londres, y amanecerá lunes en Londres, junto a una compañera de su primer curso en Bellas Artes.

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