miércoles, 17 de enero de 2018

Recibo por mensajería el ansiado paquete con el Diario literario de Paul Léautaud (una novedosa edición en castellano, naturalmente reducida, pero que suma no obstante casi el millar de páginas) y Recuerdos y olvidos de Francisco Ayala, ahora en un solo volumen que ronda las setecientas. Los manoseo con mi antigua avaricia, ceremonioso, alternándolos en mi interés, interceptando en ellos pasajes escondidos que anticipan los gozos futuros. Serán mi autorregalo por el aniversario que se acerca.
Al caer la tarde me interno en un bazar chino, del barrio, y busco y encuentro una agenda sencilla de 2018. Me he acostumbrado a llevarlas conmigo, casi como un amuleto, y no he sabido renunciar -este año tampoco- a la garantía de su buena memoria y a la esperanza de sus hojas vencidas. Como si la posesión de un espacio en blanco donde poner citas y eventos, donde destacar determinadas fechas y después tacharlas, pudiera asegurarle a uno la victoria sobre unos plazos, el espejismo de un pacto anual de supervivencia.  

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