martes, 23 de enero de 2018

Algunas mañanas sacude mi pereza un verso exacto del que, al llegar la noche, apenas sobreviven briznas, ecos apagados, un remedo de prosa insostenible, una parodia. Lo memorizo al ducharme y al vestirme, me lo repito al preparar los desayunos, sigue acompañándome al dirigir el automóvil. Varios desarrollos se disputan mi atención en las primeras horas; hábitos e inercias se suceden sin que se borre por completo la inquietud. Pero a la tarde presiento una distancia: se ha extraviado el tono que creí tan próximo, se malogró la gracia espontánea de los signos, perdí el interés de consumarlos. Se diría que la jornada transcurrió como un paréntesis que lentamente va enturbiando la magia primigenia, amplio bostezo que se extingue sin mayores pretensiones.
¿Así la vida?

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