martes, 16 de enero de 2018

Las horas galopan sobre el lomo de los días y estos van dejando atrás su estela infecunda, su reguero de fechas borradas en lo alto de la pizarra. Pronto será mi aniversario, la suma implacable que ajusta sus cuentas de enero a enero, todos los eneros de mi vida. Parece que fue ayer cuando tomábamos las uvas del cuenco de la mano y nos felicitábamos por la irrupción del nuevo año, y ya transcurrió la noche de los reyes magos y se extinguió su misterio y volvimos al bostezo de las clases y nos sorprende la víspera de san Antón. Un poco extrañado, como si se supiera ya inoportuno -perfecta imagen de la desidia o de la dejadez consciente o de cualquier otra excusa-, aún permanece en la sala el arbolito cargado de adornos, completamente ajeno a nuestros hábitos domésticos. Si se le da su tiempo, todo acaba engullido por su ración de anacronismo. Todo.

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