Por motivos de trabajo, vuelvo a Réquiem por un campesino español, una novelita de Ramón J. Sender que nos leyó en clase de segundo o tercero de BUP mi entonces profesora de Lengua y Literatura, una tal Ana Graciá, mujer de carácter a la que treinta y cinco años después imagino felizmente jubilada junto a su marido en una casita del Altiplano.
Apenas recordaba la historia, el desarrollo estructural que anuda la evocación sucesiva del párroco; sin embargo, el impacto seco de los nombres de los personajes -Mosén Millán, Paco el del Molino- emerge de lo más profundo de mi cerebro y me remite a aquellas sesiones ya olvidadas, dentro de aquel aulario de paredes rocosas que algún edil improvisó en los bajos de la plaza de la iglesia. Doña Ana leía y leía, no sé si para castigar nuestra impaciencia quinceañera o para inocularnos el gusto definitivo por la lectura de los clásicos, pero lo cierto es que algunos alumnos nos pasábamos la hora lanzándonos bolitas de papel, indiferentes, ideando cualquier gracieta o perdidos en elucubraciones que trascendían la buena fe de la profesora. Ella, a veces, se frenaba en mitad de un párrafo y nos miraba con gesto inequívoco por encima de sus gafas de leer.
Aunque hoy nadie lo sospecharía, en esa época tuve que ser un alumno bastante incómodo.
miércoles, 10 de enero de 2018
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