miércoles, 10 de enero de 2018

Por motivos de trabajo, vuelvo a Réquiem por un campesino español, una novelita de Ramón J. Sender que nos leyó en clase de segundo o tercero de BUP mi entonces profesora de Lengua y Literatura, una tal Ana Graciá, mujer de carácter a la que treinta y cinco años después imagino felizmente jubilada junto a su marido en una casita del Altiplano.
Apenas recordaba la historia, el desarrollo estructural que anuda la evocación sucesiva del párroco; sin embargo, el impacto seco de los nombres de los personajes -Mosén Millán, Paco el del Molino- emerge de lo más profundo de mi cerebro y me remite a aquellas sesiones ya olvidadas, dentro de aquel aulario de paredes rocosas que algún edil improvisó en los bajos de la plaza de la iglesia. Doña Ana leía y leía, no sé si para castigar nuestra impaciencia quinceañera o para inocularnos el gusto definitivo por la lectura de los clásicos, pero lo cierto es que algunos alumnos nos pasábamos la hora lanzándonos bolitas de papel, indiferentes, ideando cualquier gracieta o perdidos en elucubraciones que trascendían la buena fe de la profesora. Ella, a veces, se frenaba en mitad de un párrafo y nos miraba con gesto inequívoco por encima de sus gafas de leer.
Aunque hoy nadie lo sospecharía, en esa época tuve que ser un alumno bastante incómodo.

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