jueves, 1 de junio de 2017

Un poema, si es honesto, no se escribe en horario de oficina ni en un despacho de trabajo ni con uniforme de escritor. Una página de prosa, en cambio, sí que puede escribirse de ese modo, aunque admita espacios ocasionales como la terraza de un bar, las dependencias de un aeropuerto y hasta una sala de profesores, que son lugares de paso, habilitados para la mecánica del discurso escrito y para las pequeñas intuiciones. Pero perseverar en una novela o en un ensayo de alcance sí exige ese despacho y ese horario y acaso ese uniforme, o al menos las elementales condiciones de disciplina y de constancia, la tenacidad productiva que solo administran ciertos hábitos.

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