viernes, 23 de junio de 2017

Ni educar es examinar ni examinar es corregir, sino todo lo contrario.
Pero en el proceso de enseñanza-aprendizaje subyace el docto afán de calificar para juzgar, de juzgar para discriminar y de discriminar para sentenciar, según los irrefutables patrones del conocimiento, los asentados criterios del saber y las trampas de la tradición.
Así las cosas, las evaluaciones escolares -en cualquiera de sus niveles- se definen al fin como una sarta de insensateces, de apreciaciones inculpatorias y/o autoexculpatorias, de palos de ciego y de agravios comparativos.

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