domingo, 18 de junio de 2017

En los ámbitos de la cultura y del arte (que han sido asimilados definitivamente por la amplísima noción de espectáculo), los éxitos de masas segregan todavía su tufillo de impostura, de descreencia académica. Es como si, para los más puristas, para las elites, un disco superventas o un best seller de novela sometieran su integridad a una fórmula mágica o a una turbia receta de mercado que los hace sospechosos de algo. Pienso en esos cantantes aniñados y en esos escritores especializados en secuelas y rúbricas que de la noche a la mañana, o de un año para otro, aupados por una inercia de humo, alcanzan y se instalan en cifras multimillonarias.
Al otro lado, los fracasos por desatención o por olvido de sus contemporáneos, y su intrincada peripecia hacia el reconocimiento tardío, generan a menudo un halo atractivo de misterio, de justicia suprema, naturalmente dirimida en la trastienda del destino.
La música y la literatura, y la pintura y la fotografía, rebosan de ejemplos en una y otra dirección.

No hay comentarios: