miércoles, 28 de junio de 2017

La sandía, en el hogar de los padres, se llamaba y se llama melón de agua, para oponerlo al melón melón, ese al que con idéntica certeza nos seguimos refiriendo como melón de año. Quizá por un desplazamiento semántico pariente de la metonimia, o quizá porque en aquella cocina donde no existían la nevera ni el frigorífico solíamos ponerlo a enfriar en la pila donde se lavaba la ropa, yo, desde muy pequeño, di en nombrarlo melón mojado, denominación que aún emerge cuando la sobremesa veraniega nos sirve en cada tajada su guiño de nostalgia.

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