martes, 3 de enero de 2017

Con el auge de la telefonía móvil y sus fabulosas aplicaciones en aras de la comunicación global, se ha universalizado también el imperio de la frivolidad y la cursilería. Mensajes masivos de felicitación que se cuelan en la intimidad, ocurrencias de corta y pega que se pretenden ingeniosas, grabaciones domésticas de dudoso gusto, chistes buenos y chistes malos y chistes que devienen ofensivos, una alarmante infantilización del homo sapiens adulto que se ríe o se sonríe con cualquier cosa, por trivial y chabacana que sea, y luego la reenvía a sus grupos de contacto, cuyos miembros, rehenes de una ociosidad estéril, sin brújula, sabrán disfrutarla en su medida y devolver el preceptivo acuse de recibo dilapidando emoticonos.
Yo no he dejado de contribuir con mi parte en esta tontería encadenada, impulsiva y facilona, innecesaria, gratuita. Yo me acuso, sí, y pido perdón a quienes me hayan sufrido. Y desde este instante me dicto el casto propósito de reprimir el uso indiscriminado, de no volver a enviar lo que nadie me ha pedido que envíe, de no perder mi tiempo ni hacer que tú pierdas el tuyo pululando en vanos foros de camaradería artificiosa.

1 comentario:

Juan Ballester dijo...

Te imito. Ni uno más, por mucha gracia que me haga.