martes, 10 de enero de 2017

Ir y volver andando del trabajo (un cuarto de hora no es ningún sacrificio); moderar o incluso suprimir en lo posible el seguimiento de los partidos de fútbol de mi equipo de siempre (fui del Barça, no sabría ser de otro); no sellar más boletos de lotería ni suscribirme a ese hábito aborregado que en lo más profundo detesto (es aleatorio, viene de fuera); eludir el reenvío compulsivo de materiales audiovisuales y demás paridas ociosas a través de la Red; encontrar cinco minutos diarios (o diez, o quince) de silencio absoluto y de completa soledad; procurar que no se me pase ni una sola tilde en los mensajes de texto...
Como no soy fumador ni me queda mucha grasa que perder, mis objetivos para el cambio de año reducen ostensiblemente su campo. Se trata de pequeñeces, sí, de caprichos menores, y por lo tanto de propuestas asequibles. Hay que prevenirse ante la frustración que acecha tras las ilusiones demasiado costosas.

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