martes, 24 de enero de 2017

La madeja de los clásicos es inagotable. Con motivo del estudio de La Celestina, propuse un texto de creación en que las chicas asumieran la identidad de Alisa y los chicos la identidad de Pleberio. Han pasado unos años, pocos, tres o cuatro, desde aquel desenlace en que su hija Melibea se arrojó desde la torre, estando aún caliente el cuerpo de su amado Calisto, y su cristianísima conciencia de nobles medievales ha tenido que sobrellevar el peso íntimo y la carga social de una tragedia y de un escándalo que sobrevivirán a los siglos. Azorín ya tergiversó la historia en su celebérrimo relato Las nubes. Yo -mi yo más arrogante- quise a mi vez rizar el rizo en mi cuento Nubes y claros, que partía del juego nietzscheano de Las nubes de Azorín. Ahora a mis alumnos y alumnas solo les pido que se conviertan en el padre o la madre y demuestren que conocen los meandros del argumento de Rojas. El resultado de sus invenciones siempre sorprende a mis expectativas.

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