domingo, 29 de enero de 2017

Hay manías que se agudizan con el tiempo, y las hay que se relajan y claudican. Unas y otras se confunden a menudo con las supersticiones, pero no son lo mismo, no para mí.
Hoy en día, mis manías más arraigadas se realizan en el ámbito doméstico, casi diría que íntimo, y muy pocas salpican al resto de la humanidad: el criterio ascendente o descendente con que cuelgan mis camisas y camisetas en el espacio de armario; la elección equidistante de los colores de las pinzas en las cuerdas del tendedero; el aprovechamiento escrupuloso de las bandejas del frigorífico y la despensa; la simetría milimétrica de platos, vasos y cubiertos si soy yo quien pone la mesa, si soy yo quien llena el lavavajillas.
Siempre voy a correr solo, cuando ha caído la tarde, dando vueltas al mismo circuito urbano, sin ningún dispositivo que traiga música a mis orejas. Me peso todas las mañanas, justo al salir de la ducha. No piso la calle en ayunas.
Necesito un orden previo para escribir, ningún objeto que me distraiga, la promesa de un tiempo mínimo por delante, una ventana abierta, una puerta cerrada.
Nunca dejo una novela por la mitad del capítulo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Has olvidado la de cerrar la puerta del armario antes de dormir si mi despiste la dejó abierta... Y unas cuantas sin importancia que silencio.
Bienvenidas tus manías si nos dan ese orden del caos salpicado de imprevistos en nuestro cada día único.
Namasté :)