jueves, 12 de enero de 2017

Cuando la mañana de invierno se despereza en la periferia de la urbe y el sol no se eleva aún en el horizonte, más allá de los puentes sobre el trazado, los raíles de las vías de tren destilan una esencia originaria, fundacional, conmovedora. Dan ganas de fotografiarlos desde todos los ángulos, de capturar la nube que forman las partículas en suspensión, de fijar en la cámara esa luz de acero desgastado, ahora humedecido de escarcha, que dibuja las líneas sinuosas hasta perderse en un punto lejano, imposible. El espíritu se sublima con una consistencia lírica, como si todo ocurriera por primera vez.

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