viernes, 29 de noviembre de 2013

LA BONDAD DE LAS COSAS

No hará falta insistir en que las cosas, per se, no son buenas ni son malas, que lo que al fin importa para valorarlas es el uso que de ellas se haga, esto es, el equilibrio del usuario. Me lo recordaba hace unos días un amigo, a propósito de mi reticencia activa -casi recalcitrante- frente al fenómeno invasor de las redes sociales, enredo al que me resisto a suscribirme en la medida de mis posibilidades, que cada vez se parecen más a la batalla sinigual de don Quijote contra los molinos. Y esta conversación -por cierto, electrónica- me trajo a la memoria aquel personaje de aquella novela -ya no sé si escrita o por escribirse- que abogaba por la salubridad de un cigarrillo diario, solo uno, aliado con un solo café, como fórmula infalible para corregir su estreñimiento crónico sin recurrir a fármacos. O el caso de la televisión, ese invento del maligno que, sin embargo, alguien me justificó pedagógicamente, de la manera más inteligente que conozco: cuando la encienden en mi casa, yo me voy a la biblioteca y abro un libro.

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