domingo, 22 de abril de 2018

Acosado por el recuerdo del hombre al que mató, casi al borde de la desesperación, el protagonista se pierde en los diversos pasadizos de su propia pesadilla. Cuando abre finalmente los ojos, solo tiene tiempo de ver el mismo rostro bajo el mismo sombrero de ala ancha, el mismo tufo de habano podrido a menos de un palmo de sus narices, el mismo cañón apuntándole a la frente y clavando en ella el frío anillo de su acero. Él ya sabe que ha muerto cuando el otro flexiona el índice y se oye un clic que viene de muy lejos.

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